En pocas ocasiones se puede utilizar mejor la palabra “balance” para valorar los 100 primeros días de un Gobierno, en este caso el de Mariano Rajoy, y para ello también es importante tener en cuenta los 100 últimos días anteriores al inicio de su gestión. Balance no es sólo estudiar los hechos favorables y desfavorables realizados, como dice la segunda acepción del diccionario de la RAE, así mismo es, según su primera acepción, inclinarse a un lado y a otro.
Por eso el balance debe centrarse en la evaluación del Gobierno y, además, en el cambio de posición y acciones respecto a las propuestas que hacían en esos 100 días previos antes de llegar a ser Gobierno, justo cuando decían lo contrario a lo que han hecho.
Bajo la clara confusión que da creer que la mayoría absoluta da más razón, no más responsabilidad para ser gobierno de todos y de todas, como tanto se repite en la noche de las elecciones, el Gobierno ha decidido iniciar un camino en solitario en dirección a Bruselas, en lugar de hacia cada hogar con problemas. Nadie duda de la conveniencia de contar con referencias comunes, hoy las guías y protocolos están en las estanterías de todos los despachos, pero lo que no resulta tan acertado es imponer esos criterios generales a cada caso particular. ¿Se imaginan que la Organización Mundial de la Salud (OMS) impusiera que la diabetes tiene que ser tratada con 3 unidades de insulina en todos los pacientes, y que cada médico o médica tiene que buscarse la vida y jugar con la dieta, el ejercicio físico u otros fármacos para que todos los enfermos reciban esas 3 unidades de insulina? Quizás fuera una medida razonable para la gestión económica de la sanidad, pero seguro que las crisis de hipoglucemia y de hiperglucemia acabarían con la salud de los enfermos.
No soy experto para cuestionar técnicamente las medidas adoptadas por el Ejecutivo, pero sí creo que debemos revisar de forma sosegada algunas circunstancias, por ejemplo:
- Plantear una política y hacer la contraria, o lo que es lo mismo, mentir a la sociedad, es una conducta muy grave. Lo es en cuanto al planteamiento moral que guarda, pero es aún más grave cuando se hace dentro del proceso democrático. La decisión ciudadana se construye sobre las propuestas que se dicen que se llevarán a cabo, y si no se cumplen, quien lo hace no es merecedor de esa confianza.
- La voluntad ciudadana es la esencia de la democracia, no se puede quebrar bajo argumentos particulares ni sobrevenidos cuando estos afectan al fundamento de la decisión tomada en su momento. Si el Gobierno se ha encontrado con una situación muy diferente a la prevista respecto al déficit o a cualquier otro tema, algo que suena más a excusa que a argumento, al margen de su responsabilidad o no en el mal diagnóstico, lo que tendría que hacer es convocar unas nuevas elecciones con todas las cartas sobre la mesa o un referéndum, no cambiar la esencia de las políticas por las que fue elegido. Eso es un fraude democrático. Quien tiene que tomar la decisión sobre lo que hacer y quién lo hace es la sociedad, no un equipo técnico que dijo que iba a llevar a cabo una política diferente a la que ahora ejecuta. Aceptarlo como algo propio del sistema es dar entrada al paternalismo de las élites que nunca han confiado en la sociedad, y que cuando lo han hecho ha sido para considerarla incapaz.
- Si la única política posible es la que ahora se hace, no debería haberse dicho algo diferente durante los 100 días previos a estos últimos 100 días. Además, no debería haberles preocupado decirlo si era cierto que no había otra opción, puesto que todo el mundo tendría que aplicar las mismas medidas que ahora hacen.
- Escuchar más a Bruselas que al Parlamento y a los empresarios que a los representantes de los trabajadores, es más propio de quien no quiere oír que de quien no comparte los argumentos de los otros.
- La confianza que se iba a conseguir con la mera presencia del nuevo Gobierno debido al respeto y a su seriedad, tal y como se decía antes de las elecciones, no se ha conseguido: la prima de riesgo sigue por las nubes y los primos, cuñados y maridos por los pasillos de empresas y fundaciones.
Todo ello envuelve a los 100 primeros días de gobierno de claroscuros que recuerdan a la noche, por lo que, dadas las decisiones tomadas y las circunstancias comentadas, podemos hablar de que en este tiempo se ha actuado con “nocturnidad, premeditación y alevosía”.
Son los 100 primeros días y las 100 primeras noches del Gobierno de Mariano Rajoy.