El Arzobispo de Granada considera que no hay mejor inversión en estos tiempos de crisis que editar un libro titulado “Cásate y sé sumisa”. Da la sensación de que el papel de la mujer es la pasividad y la sumisión. Pasiva frente a la vida, y sumisa ante un marido que tiene que velar por su imperfección imponiéndole sus dictados.
El arzobispo relaciona directamente la violencia de género con esa rebelión femenina que se ha producido en la sociedad y, sobre todo, dentro de las relaciones de pareja. Si las mujeres hicieran lo que tradicionalmente se las ha dicho que hagan, es decir, ser “esposas, madres y amas de casa” a la sombra de sus maridos protectores y proveedores, no sufrirían una violencia que tiene como principal objetivo corregir lo que los hombres consideran que está mal en su comportamiento, y controlarlas en sus desvaríos.
La solución que plantea el arzobispo ante esa deriva es sencilla: volver al redil de la tranquilidad, y lo hace con ese consejo literario que incluye dos fases para que ninguna mujer se pierda en el camino.
La primera fase es el matrimonio, un matrimonio, por supuesto religioso, que si estas cosas no se hacen como Dios manda y siguiendo las instrucciones dadas en los cursillos prematrimoniales, no sirven de nada.
La segunda fase surge ante la posibilidad de que se produzca alguna desorientación conforme el tiempo pasa y se aleja el día nupcial. Ante ello, el propio arzobispado a través del libro, se adelanta a posibles situaciones no deseadas y deja a las mujeres sin elección bajo el mandato de: “sé sumisa”.
Lo que no han explicado, ni el arzobispado ni el libro, es la tercera y la cuarta fase de todo este entramado. Son fases que habitualmente aparecen con la sorpresa del accidente, pero que, por desgracia, la realidad terrenal nos muestra con demasiada frecuencia como para que nos pillen con la vista puesta en el cielo.
La tercera fase se produce cuando la segunda no surte efecto del todo, y podría dar título a otro libro, que en este caso se titularía “Cásate y sométela”. La idea es que si la mujer no atiende a “sin razones” y se pone un poco cabezona, hay que recordarle el importante papel que la vida le ha reservado, y cómo la obediencia es una parte esencial del mismo. De este modo, el marido, agotado de trabajar todo el día fuera de casa, no tiene por qué dedicar parte de su tiempo de relax a someterla. Y es precisamente bajo esa idea de maximizar los resultados en el mínimo tiempo, cuando estos planteamientos dan entrada al uso de la violencia por parte del marido. Así, con unas cuantas palabras y unos pocos golpes, todo vuelve a ser como Dios manda y desaparecen los problemas.
Lo que sucede es que las cosas no suelen ser tan sencillas y tras esta tercera fase, en muchos hogares de “matrimonio y sumisión” se alcanza la cuarta fase. Esta fase en la cuarta dimensión del matrimonio procede directamente de los mensajes lanzados en el libro dedicado al marido, el de “Cásate y da la vida por ella”. Pero tiene trampa.
La idea de fondo que se lanza en los libros es que si la mujer es sumisa tú, marido amoroso, das la vida por ella, pero si la mujer no es sumisa y se enfrenta a ti, entonces no tienes porque dar tu vida. El cambio de posición es tan marcado que muchos de estos hombres (700 en diez años), llegan a entender que han sido sus mujeres las que han arruinado sus vidas, y deciden que en lugar de dar la vida por ellas lo que tienen que hacer es quitarle las suyas para compensar.
Ese es el drama que tenemos en nuestra sociedad.
La gravedad del mensaje del libro “Cásate y sumisa” supera las palabras y pasa a los hechos. El objetivo de la violencia de género no es dañar a la mujer, sino someterla. El daño es una forma de conseguir esa sumisión a través del aleccionamiento y de la amenaza de nuevas agresiones, de manera que sea la propia mujer la que se controle y vigile según los dictados del marido. Si el mensaje que se manda a las mujeres, ya de por sí sometidas por la desigualdad social, es el de la sumisión, quienes han de someterlas recurrirán a todos los medios para conseguirlo: al control social, a la reputación, a la crítica… y a la violencia.
La responsabilidad del arzobispo de Granada, y de la Jerarquía de la Iglesia si no hace o dice lo contrario, está directamente relacionada con las consecuencias que se derivan de una sociedad y cultura que de manera general entiende, tal y como demuestran los estudios sociológicos, que la “violencia de género es aceptable en algunas ocasiones”. Es fácil de entender que si este es el punto de partida de la sociedad, cada maltratador encontrará su ocasión y motivo para recurrir a la violencia, y el primero de ellos suele ser pensar que “su mujer no es sumisa y le lleva la contraria”.
Un matrimonio construido sobre la desigualdad y la sumisión no es el mejor escenario para romper con esas ideas y conductas. El matrimonio no es la salvación de nada ni de nadie si no se asienta sobre el amor, el respeto, la libertad y la igualdad.
No es de extrañar que la Iglesia esté en contra del matrimonio entre personas del mismo sexo, si ni siquiera está a favor del matrimonio heterosexual entre personas con los mismos derechos.
Claro, si las mujeres son sumisas y hacen lo que les imponen no habrá golpes del marido ni se verán hematomas en sus rostros, bastará con la violencia y el control de esa sociedad injusta y desigual. Me recuerda lo que hace años me comentó una mujer al terminar una conferencia, “mi marido nunca me ha puesto la mano encima”, dijo. Y continuó, “claro que yo tampoco le he dado motivo”. En eso tiene razón el arzobispo.