Me van a perdonar la expresión, pero ahora resulta que el PIB, o sea, el “Producto Interior Bruto”, esa referencia que nos dice cuánto valemos económicamente, está relacionado con ciertas actividades al margen de la legalidad, y no sólo con la formalidad de los contratos. Por lo que se ve, parece que el PIB se puede interpretar bajo dos referencias: como ese “Producto Interior Bruto” de la economía, y como la “Brutalidad Interior de un País”, recogida sobre la referencia de la prostitución y determinadas formas de delincuencia que giran alrededor del tráfico de drogas, también el de personas para alimentar a la primera, y el contrabando.
Da la sensación que para algunos el “bienestar” significa “estar bien”; y qué mejor para “estar bien”, deben pensar desde esos planteamientos, que estar en los brazos de una meretriz y bajo los efectos placenteros de alguna sustancia cautivadora… Puede parecer una broma, pero el planteamiento es bastante peligroso por su significado y por sus consecuencias. Pues bajo la idea de que “todo suma” se llega a la conclusión de que “todo vale”, y así pasamos de un “Estado del bienestar” a un “Estado de beneficencia” donde sólo pueden los que tienen, y a los que no tienen se les deriva a la caridad y a la ilegalidad, y de ese manera hacerlos más culpables.
Un país debería avergonzarse de su delincuencia y de la prostitución alimentada a través de la trata de mujeres explotadas laboral y sexualmente, no presumir de ellas. Sabíamos que las mafias internacionales y la criminalidad organizada estaban cambiando el tráfico de armas por el tráfico de drogas y personas, pero no pensábamos que se llegaría hasta este punto.
Y no sorprende que haya ocurrido cuando la crisis económica propiciada por un capitalismo depredador y agotado en su imaginación financiera, ha hecho que el negocio se vuelva sobre las propias personas para intentar arrebatarles parte de su dignidad y hacerlas así más sumisas. Hombres y mujeres han tenido que ceder en todo (en salud, educación, trabajo, dependencia, bienestar, sentimientos, tierra, tiempo, autoestima…) para continuar en la nada más fría y profunda. En ese pozo que han vuelto a cavar en la historia para ocultar el daño y los abusos, y de esa manera responsabilizar de su destino a las propias víctimas por medio de la invisibilidad y la negación; es lo que sucede con el franquismo, lo que afirman los terroristas sobre sus “objetivos”, o como responde una parte de la sociedad cuando se enfrenta a la violencia de género.
Quien tiene el poder tiene “su solución”, y parte de esa solución pasa por culpar a las propias víctimas (del franquismo, del terrorismo, de la violencia de género… o de lo que sea, basta con que la agresión parte de una posición de poder). Por eso necesitan los pozos y las fosas, porque en ellos entierran la realidad y a las personas bajo las condiciones impuestas, y porque de ellos desentierran la amenaza y los miedos de siempre; unos miedos que pasan por la jerarquía, las clases, la desigualdad, y el destino como castigo.
Y por ello la historia se repite, porque no cambia, sólo aguarda su oportunidad para reaparecer. No es casualidad que sea en épocas de crisis cuando surgen esos fantasmas que la cultura, sus ideas tradicionales y valores sempiternos que guardan en la estantería de la necesidad hasta que entienden que hacen falta de nuevo.
El ejemplo lo tenemos en lo que está ocurriendo.
Los mensajes que hemos escuchado a lo largo de nuestra vida vuelven a cobrar actualidad, pero ahora suman en el PIB. Siempre hemos oído a hombres decir, “si le falta para comer a mis hijos, yo me pongo a robar”, y con ello nos enseñaban a ser hombres bajo esos valores y conductas. Pero también hemos oído la versión en femenino, que no iba de robos, precisamente… “si le falta comida a mis hijos, yo me meto a puta”, mostrando el camino de lo que una “buena mujer” debe hacer por sus hijos en caso de necesidad.
Las mujeres no deben robar ni los hombres prostituirse, entre otras cosas porque unas y otros no lo tendrían fácil. Las mujeres como ladronas se encontrarían con hombres que defenderían con fuerza y violencia lo suyo, tal y como les han enseñado; y los hombres como gigolós no tendrían tanta clientela en una cultura que juega con los espacios, los tiempos y los significados de las cosas y conductas.
Ahora vemos que el Estado no es inocente en todo esto tampoco. No lo es por promover esas conductas, ideas y decisiones, al construir y alimentar una cultura de desigualdad donde los roles de hombres y mujeres vienen condicionados por identidades construidas sobre los valores del androcentrismo, y donde los caminos están perfectamente dibujados para unos y para otras, incluso en los casos más graves de necesidad que surgen de las crisis. Y no es inocente tampoco, por ser receptor y beneficiario de esas actividades que suceden al margen de lo que debe ser la convivencia en igualdad, libertad y dignidad.
Y parece que el Estado “no lo hace mal del todo” cuando en la Memoria de la Fiscalía General de 2012, los robos con violencia e intimidación han aumentado un 14’5%, y los robos con fuerza en casas habitadas se han incrementado un 19’1%. Por su parte, las Organizaciones de Mujeres que trabajan en los entornos de la prostitución informan que hay más prostitutas, que cada vez son más jóvenes, y que cada vez hay más mujeres explotadas víctimas de trata entre ellas.
No es extraño que todo esto se traduzca en “producto interior bruto”, pues en definitiva representa la brutalidad que habita el interior de una sociedad producto de la cultura machista.