Autopsia

Autopsia

El blog “Autopsia” es una mirada. Sólo una mirada y las palabras que deja como rastro para volver.
No creo en la inocencia de la casualidad. Hoy es más fácil crear una nueva realidad a la que mirar que enfrentarse a la existente, por eso tenemos que “ver por los propios ojos”, aportar nuestra mirada y compartirla.

Sobre el autor

Miguel Lorente

Miguel Lorente Acosta . Aunque parezca extraño, soy Médico Forense, también Profesor de Medicina Legal de la Universidad de Granada, Especialista en Medicina Legal y Forense, y Máster en Bioética y Derecho Médico.
He trabajado en el análisis del ADN en identificación humana, el análisis forense de la Sábana Santa, y en el estudio de la violencia, de manera muy especial de la violencia de género, circunstancia que llevó a que me nombraran Delegado del Gobierno para la Violencia de Género en el Ministerio de Igualdad.

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En sumisión

Por: | 14 de abril de 2014

SUMISION
Se puede vencer, dominar, oprimir, humillar… pero someter exige algo más que la acción dirigida a doblegar a otras personas más allá de su voluntad. Someter exige un doble elemento, por un lado necesita obligar a las personas sometidas a unas referencias previas, que a partir de ese momento actúan como instrumento de control; y por otro lado, someter conlleva continuidad en el tiempo.

Y ese doble componente implica que el ajuste a las referencias previas para que se mantenga en el tiempo ha de hacerse sobre quienes son presentados como “susceptibles de ser objeto de sumisión”. Si no existiera esa condición previa en la persona sometida, cuando la sumisión se lleva a cabo sobre grupos amplios de la población, el número de personas sometidas y la prolongación a lo largo de los días harían que se produjera una reacción crítica contra la sumisión, bien por parte de una sociedad que no podría contemplar impasible la injusticia de ese sometimiento, o bien por parte del propio grupo afectado, que se rebelaría antes o después.

La desigualdad histórica que aún impera en una sociedad bañada por una cultura androcéntrica, se debe a la adopción arbitraria e interesada de lo masculino como referencia universal para condicionar las manifestaciones de la realidad, y para darle sentido y significado una vez ocurridas. De este modo, la desigualdad hace que los hombres y lo de los hombres se sitúe en una posición jerárquicamente superior, y las mujeres y lo de las mujeres quede relegado a los espacios concedidos y cedidos por la cultura y los hombres. 

La estructura así construida está llena de trampas, trucos y escondites para que todo transcurra según le manual de instrucciones de la cultura, y para que cuando algo o alguien se sale del guión tenga una explicación acorde a los valores que se establecen para organizar la convivencia.  Así, por ejemplo, la cultura “normaliza” la violencia contra las mujeres bajo el argumento de que es "aceptable en algunas circunstancias", y no es una deducción hecha a partir de lo observado en el día a día, es lo que muestran los estudios sociológicos realizados en nuestro país y en la Unión Europea (Eurobarómetro), donde el 2% manifiesta que esta violencia es justificable ante determinadas circunstancias. No dice cuáles, lo cual permite que cada maltratador decida, interpretando la referencia general de la cultura aplicada a su entorno particular, qué es motivo y qué no es motivo para utilizar la violencia, y qué grado de violencia merece cada situación.

La propia estrategia construida por la cultura contempla una explicación incluso para los casos más graves, de manera que los homicidios son ampliamente justificados por la sociedad en nombre del alcohol, las drogas, los trastornos psíquicos, las enfermedades mentales, la pasión del momento o los celos de siempre. Esta justificación no llega ya a la impunidad, como ocurría hasta los 60 con la regulación penal del uxoricidio, pero hace que en lugar de actuar contra las causas se pierda el tiempo y los esfuerzos preguntándose por unas razones que en verdad no se quieren conocer.

Todo forma parte de esa desigualdad que la cultura ha presentado como “orden natural”, y que perpetúa a través de un “control social” que lleva a que las cosas sean “como tienen que ser”, y a que las mujeres asuman como parte de su identidad las condiciones que los hombres y su cultura han establecido con anterioridad. Y si no lo hacen, entonces aplican elementos activos y directos para conseguirlo.

Los ejemplos los tenemos muy cercanos. Por un lado está el libro editado por el Arzobispado de Granada, “Cásate y sé sumisa”, un libro criticado por quien cuestiona la desigualdad, pero al que la jerarquía de la iglesia no ha desautorizado, ni del que los sectores más conservadores de la sociedad han dicho nada, a pesar de ser un libro que recoge de manera explícita el papel subordinado de las mujeres a los hombres y su obligación a los roles asignados. Claro que muchos pueden entender que es una cuarta entrega de "50 sombras de Grey" para que realidad y ficción no estén tan distantes. Y por otro lado, tenemos el ejemplo de la afirmación realizada por la mujer que fue atacada con ácido por orden de su exmarido, que en el juicio declaró, “si llego a saber esto no me habría separado jamás”. Es decir, si hubiera conocido el precio de su insumisión, habría permanecido sometida a los dictados de su marido.

La situación es clara, en una época de insumisión social las mujeres siguen sometidas a los hombres y a las referencias que han normalizado a través de la cultura. Ha sido la cultura androcéntrica la que hace a las mujeres personas susceptibles de ser sometidas, y la que decide cuáles son las referencias a las que pueden quedar obligadas, para que las circunstancias y la violencia lo consigan con el silencio y la pasividad de una gran parte de la sociedad. 

Por eso el silencio y la pasividad se convierten en palabras y acciones en el posmachismo ante los avances en igualdad y en la erradicación de la violencia de género, lo cual es una demostración más de que la cultura no es casual, y que obedece a una estrategia de poder levantada sobre las referencias y privilegios de los hombres. De lo contrario, no tendría sentido que ante la corrección de una injusticia como lo es la desigualdad y del objetivo de acabar con la violencia de género, se levanten tantos argumentos críticos construidos sobre la distorsión de la realidad y su falseamiento, como lo hacen al hablar de denuncias falsas inventando los datos, o al intentar evitar que se hable y se actúe sobre la violencia contra las mujeres a partir del argumento de que hay que hablar de “todas las violencias”. 

Debemos ser insumisos contra la sumisión de la desigualdad, y para ello debemos ser críticos con la cultura histórica que ha llegado a las orillas de la actualidad, y con quienes  arrojan nuevos argumentos por el desfiladero que conduce a la igualdad para detener el avance y permanecer, aunque sea un día más, dentro de los límites de la propiedad privada que algunos hombres han escriturado a su nombre tras arrebatarle su terreno a toda la sociedad, es decir, a las mujeres y a otros hombres.

Silencio, se maltrata

Por: | 02 de abril de 2014

SILENCIONo es que hayan vuelto a las andadas, es que sus pasos siempre avanzan por el camino de regreso a un tiempo anterior para intentar desandar el progreso de la sociedad, de ahí que el machismo haya cambiado de mensaje a lo largo del tiempo, pero manteniendo siempre su posición de poder y referencia como eje sobre el que hacer girar la convivencia y las relaciones sociales. Unos giros mucho más intensos y rápidos conforme el contexto de la relación se reduce, lo mismo que el patinador aumenta la velocidad de las vueltas sobre el hielo cuando junta sus brazos al cuerpo.

El silencio ha sido el mayor cómplice de la violencia que las mujeres han sufrido a lo largo de la historia, la invisibilidad sólo ha sido una de sus consecuencias. La violencia siempre ha existido, y los entornos de las mujeres que la sufrían lo han sabido en todo momento, pero no se ha reconocido porque se decía a las mujeres que callaran, que no denunciarán ni lo contaran, que era algo normal del matrimonio, que en el fondo sus maridos las querían mucho, pero que el amor a veces se equivoca de camino y en lugar de en los besos termina en golpes, que por eso hace llorar quien bien quiere... Que era el alcohol, las drogas o los celos quienes maltrataban, que esta vida era de lágrimas, pero en la otra dios dirá…

El silencio ha escrito las páginas de la violencia de género, nunca tantas palabras calladas dijeron tanto, ni nunca el aire fue tan opaco e impenetrable. Cada palabra abría una vía de esperanza, pero luego llegaban los silenciadores que las apagaban para ocultarlas entre las sombras del hogar, de manera que nadie pudiera ver lo que todo el mundo sabía. De este modo silencio e invisibilidad formaron la sociedad anónima que hoy tenemos, productora infatigable de violencia de género y discriminación a partir de la materia prima de la desigualdad.

La cultura ha creado ese juego de luces y espejos para ocultar a las mujeres tras sus roles, y para mostrar su mundo a través del filtro del significado que la sociedad da a cada acontecimiento de su realidad. Esa es la razón por la que las tareas domésticas no han sido valoradas como trabajo, ni las capacidades de las mujeres admitidas como bienes comunes para la sociedad, y por ello tampoco los golpes dados por sus parejas han sido considerados como violencia... Todo ello forma parte de la normalidad que la cultura ha creado para ese escenario doméstico en el que las mujeres se desenvuelven bajo la supervisión y el control de un hombre. De ahí ese mensaje tan divino para los hombres que se lanza desde la Iglesia: "cásate y sé sumisa", o lo que es lo mismo, "cásate y somete", en versión original masculina. De este modo, ellas se ganan el cielo y ellos la Tierra, porque el mejor paraíso siempre ha sido el terrenal.

La situación está tan normalizada que los estudios sociológicos sobre la realidad de la violencia de género realizados desde el Ministerio de Igualdad, reflejan que la mayoría de las mujeres que sufren esta violencia no denuncia (78%). Los motivos principales para no hacerlo, según lo entiende la propia sociedad, son el miedo (el 61% así lo cree) y la vergüenza (19%). Podrían sacarse muchas conclusiones, pero ¿qué clase de sociedad tenemos para además de dar cabida a la violencia de género, hacer que las mujeres que la sufren callen por miedo y por vergüenza?

Las palabras están presentes en la violencia de género, es la respuesta de las mujeres cuando se les pregunta si acudirían a alguien tras sufrir estas agresiones: el 49% se lo diría a un familiar y el 8% a una amiga. Por lo tanto, hay palabras, también signos producidos por los golpes, y muchas evidencias que revelan el maltrato, sin embargo permanece invisible debido al efecto de quien impone el silencio para que los trapos sucios manchados con la sangre de las mujeres maltratadas se laven en casa.

Esa ha sido su táctica a lo largo de la historia, ocultar la realidad de la violencia de género para presentar lo invisible como inexistente.

La estrategia se completa cuando luego se justifican aquellos casos de violencia que por sus características o circunstancias traspasan la barrera del silencio y llegan a los ojos de la gente. Entonces es el alcohol, las drogas o los trastornos mentales lo que causan la violencia, cuando no es la propia mujer la responsable. Es lo que afirma el 34% de la sociedad al considerar que las mujeres que son maltratadas frecuentemente son culpables por no dejar la relación; para esa gente nada importa el silencio impuesto, la complicidad callada de los entornos, el miedo que genera el violento, el daño emocional que acompaña a los golpes, la distancia a la que se ve la sociedad cuando se vive en una isla hundida...

Por eso el machismo quiere el silencio a gritos y el posmachismo lo reivindica, de hecho, el acontecimiento que revolucionó la actitud de la sociedad ante la violencia de género fue la respuesta al asesinato de Ana Orantes. Una respuesta que abrió las primeras grietas en el muro levantado por la cultura violenta de la desigualdad, y por las que se colaron las palabras que empezaron a iluminar las oscuras sombras de los violentos, y su idea del “todo queda en casa”.

Por eso ahora piden volver al silencio, no hay nada más que ver sus tuits y comentarios. No quieren que hablemos de desigualdad y de violencia de género. Quieren que no escribamos blogs, ni libros, ni tuits… que callemos para hacer del eco ausente la demostración de su mentira. Ellos (y ellas), en cambio, sí pueden continuar imponiendo valores, conductas y palabras a través de blogs, tuits y libros… Por eso quienes nunca se habían preocupado de la violencia de menores, hombres, ancianos… ahora hablan de ellas, no porque les importen, sino para que no se hable de violencia contra las mujeres. Quieren mantener sus privilegios y para ello necesitan la desigualdad; y la desigualdad sólo se pueden mantener por medio de la violencia.

Los mismos estudios el Ministerio de Igualdad revelan que sólo un 0’7% de la población no ha oído hablar nunca de violencia de género, es decir, el 99’3% sí sabe de esta violencia, sin embargo, la respuesta generalizada ha sido el silencio.

Para el posmachismo “el camino se hace al desandar” y la mejor palabra es la que no se dice... Así todo continúa en silencio y en el mismo lugar.

"Por mis cojones"

Por: | 20 de marzo de 2014

HOMBRES VIOLENTOS“Esa no se iba a salir con la suya… Por mis cojones que si me dejas te mato, le advertí…” Fue lo que me dijo un maltratador, ya detenido, después de haber cumplido con su palabra…

Cuando se pierde el nexo de causalidad de las cosas la sorpresa se presenta como resultado, y el resultado se interpreta como un accidente, lo cual es un error. 

Los hombres asesinan a las mujeres porque dentro de la relación crean una convivencia basada en la violencia; y crean esa violencia porque su masculinidad los lleva a entender que ellos, como hombres, deben hacerse respetar e imponer el criterio que consideran más adecuado; y piensan de ese modo por una cultura construida sobre la desigualdad que ha situado a los hombres y lo masculino como referencia universal, y a las mujeres sometidas a sus dictados y órdenes. Por lo tanto, si de verdad se quiere acabar con los homicidios y la violencia de género hay que trabajar, y mucho, para romper con esa identidad en los hombres que lleva a la violencia como forma de conseguir sus objetivos.

Para estos hombres, la violencia no sólo les ayuda a imponer su voluntad, sino que además al hacerlo de ese modo los convierte en “más hombres”, por eso asumen las consecuencias de su conducta criminal y se reivindican como hombres al entregarse de forma voluntaria (aproximadamente el 74% lo hace) o por medio del suicidio (un 17% lo comete tras el homicidio).

Los homicidios por violencia de género ya no sorprenden a nadie, seamos sinceros, sólo hay que ver el poco espacio que ocupan en la agenda política e informativa cuando se produce un caso, para entender que, tristemente, la realidad es así. Sólo cobran interés cuando la forma de llevarlo a cabo es especialmente dramática, porque se mata también a un hijo o a una hija, o porque se producen varios homicidios en pocos días. Entonces de nuevo el silencio y el murmullo de fondo se transforma en gritos que preguntan, ¿qué está pasando?, como si tuviera que pasar "algo especial” para que un hombre decida matar a “su mujer” después de llevar siglos haciéndolo. 

Por eso tampoco es casualidad que se olvide que cuando se habla de 5 mujeres asesinadas, de lo que se está hablando es de 5 hombres que asesinan a las mujeres con las que compartían una relación de pareja, y que cuando aparece una información que recoge que “700 mujeres han sido asesinadas en los últimos 10 años”, lo que en verdad dice esa noticia es que 700 hombres han asesinado a esas mujeres. La clave está en la conducta violenta de los hombres y en la cultura que los ampara antes de llegar al homicidio. El grado de “colaboración” entre la cultura y los violentos es tan estrecho, que en el mientras tanto que va de homicidio a homicidio se sigue con el ataque y cuestionamiento de las mujeres a través de mitos como el de las “denuncias falsas”, la violencia que ellas ejercen, la instrumentalización del sistema para obtener beneficios… sin que nada ocurra ni el silencio cómplice se rompa. Es  lo que hace el posmachismo falseando o inventando datos.

La sociedad está cambiando, pero los cambios no están siendo los mismos en los hombres y las mujeres. Las mujeres lideran unos cambios que rompen con ese corsé de roles y espacios que les impedía incorporarse en igualdad a la sociedad y disfrutar de libertad e independencia.  por el contrario, los hombres no cambian y permanecen en esa idea de que “su mujer” debe hacer lo que se espera de ella, es decir, ser ante todo una “buena esposa, madre y ama de casa”. Y cuando intentan imponer ese criterio y la mujer no lo acepta, recurren a un mayor grado de violencia, y cuando este aumento de la violencia también fracasa y la mujer decide no continuar con la relación, se entra en la zona de riesgo del homicidio. Y cuanto más acostumbrados estén los hombres a razonar "por mis cojones", mayor será el riesgo.

Todos estos elementos están en la raíces de la violencia de género y los homicidios, por ello hay que abordarlos desde todos los frentes, pero de manera muy directa rompiendo con esa imagen de “más hombre” que la cultura ha creado para el violento. Hay que hacerlo con concienciación, con recursos para que las mujeres puedan salir de la violencia y con educación para prevenir y evitar la construcción de esas identidades violentas… Justo lo que no se está haciendo.

El precio de la libertad de las mujeres no puede ser la muerte, ni el de la vida la sumisión.

Ucrania, Rusia y el "machismo de Estado"

Por: | 14 de marzo de 2014

UCRANIA-RUSIA-MACHISMO
Lo he comentado en varias ocasiones, la desigualdad es una forma de entender las relaciones dentro de la sociedad, y una manera de organizar la convivencia a partir de una estructura jerarquizada de poder en la que el poderoso utiliza su posición de superioridad para condicionar la realidad de forma favorable, e imponer sus instrumentos a la hora de resolver los conflictos que se generan. El machismo es esa estructura de poder, es la cultura de la desigualdad diseñada sobre las referencias de los hombres de cara a beneficiar a sus intereses, no sólo la actitud y condiciones impuestas en las relaciones entre hombres y mujeres.

La discriminación de las mujeres es esencial para la continuidad del modelo y sobre la que nació la percepción de que someter da poder y permite ejercerlo sin la necesidad del uso constante de la fuerza, basta la imposición y el control del propio diseño para mantener la desigualdad. Por eso para el machismo es clave mantener a las mujeres encerradas en su rol tradicional de esposas, madres y amas de casa, porque las necesitan como sustento de su modelo de familia, el cual actúa como núcleo de la sociedad, y sobre todo, porque las mujeres en igualdad desmontan los mitos, prejuicios e ideas construidas a lo largo de la historia sobre su incapacidad. Sólo hay que echar un vistazo a todo lo que se ha dicho que las mujeres no podían hacer y que ahora hacen igual que los hombres, para entender que las limitaciones y la discriminación actual sólo es la forma de mantener la desigualdad en el siglo XXI.

Un hombre no es machista en casa e igualitario en el trabajo, no está a favor de la igualdad de las mujeres en la política pero en contra de la paridad en las empresas, no entiende la resolución pacífica de conflictos en la sociedad, pero es partidario de los enfrentamientos bélicos ante los problemas con un país vecino o lejano… La posición de poder hace que los hombres impregnados por la cultura de la desigualdad, es decir, los hombres impregnados por el machismo de la cultura (y por tanto con la posibilidad de que esos valores lleguen a las mujeres que se identifiquen con ellos), entiendan que lo que no se ajusta a sus ideas y deseos es un ataque a su posición, y que el uso de la fuerza está legitimado en defensa de sus valores y pertenencias, pues como tales están por encima del resto.

Esta es la razón por la que ante un conflicto no les interesa buscar el consenso  y el diálogo en igualdad, si lo hacen no pueden utilizar sus instrumentos de poder para imponer sus criterios y se ven inseguros. Su estrategia es la contraria, avivar el conflicto al máximo porque cuanto más grave sea, más legitimados se verán para recurrir a la fuerza y a la violencia. Lo hacen los maltratadores al provocar el “conflicto” o la “discusión” que luego sirve de justificación para dar la paliza, lo hace el empresario cuando quiere someter a sus trabajadores a determinadas condiciones, lo hacen los violentos ante cualquier discusión que surja en los ambientes más insospechados (un bar, un campo de futbol…), y lo hacen los gobiernos cuando parten de una posición de poder y quieren someter a un país o al resto de la comunidad internacional. Lo hemos visto en multitud de ocasiones, y ahora lo estamos viendo en Ucrania con la reacción de Rusia.

Los análisis políticos, económicos, geoestratégicos… en clave interna y externa nos aportan multitud de datos e informaciones sobre los motivos de esta reacción rusa en términos de objetivos a corto, medio y largo plazo. Pero todos estos análisis olvidan el papel de cada uno de los hombres que toma las decisiones, y la organización de la comunidad internacional sobre el reconocimiento de las posiciones que ocupa cada país según su posición dentro de la estructura jerarquizada de poder, así como la propia recompensa que obtiene Rusia por el simple hecho de actuar de manera violenta, al margen de un resultado que nunca será negativo del todo.

El resumen gráfico de lo ocurrido nos muestra cómo el depuesto presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, utilizó su posición legal y legítima para ir más allá de lo legal y abusar de la ciudadanía de su país a favor de Rusia. Ante esta situación la sociedad respondió en la calle con múltiples protestas, lo cual hizo que desde los sectores de poder ucranios se interpretaran los sucesos como un ataque a su posición, circunstancia que llevó a aumentar la violencia sobre el pueblo. Es lo mismo que hace un maltratador, utiliza su posición de hombre, de marido, de cabeza de familia… y todo lo que la cultura le ha dicho que es y que debe hacer, para someter a la mujer y a la familia, y cuando estas le dicen basta, entonces lo toma como un ataque que intenta resolver con un aumento de la violencia. Unas veces lo consiguen, otras no y las mujeres logran salir de la relación, y otras llevan la violencia hasta el último extremo y acaban con la vida de las mujeres.

La situación de Ucrania es paralela a la de Rusia. Rusia tenía en Yanukovich un aliado para imponer sus ideas y mantener su poder en una zona cada vez más alejada de sus valores y decidida a abandonarlos del todo para arrojarse en brazos de la Unión Europea. Y cuando ha visto que Ucrania no está dispuesta a seguir sometida a sus dictados, ha recurrido al uso de la fuerza y a la amenaza de aumentarla como no se pliegue a sus imposiciones. Y para que todo el mundo vea que las amenazas van en serio, lo primero que ha hecho es quitarle Crimea, del mismo modo que muchos maltratadores amenazan a las mujeres con los hijos, cuando no los asesinan directamente, como ha sucedido en algunos casos.

Una de las estrategias de la cultura androcéntrica ha sido relegar la desigualdad a las relaciones de  hombres y mujeres, y presentar el machismo como un exceso, no como la propia desigualdad inherente a esas relaciones basadas en  la figura del hombre  como referencia. De este modo la desigualdad se invisibiliza y sólo se cuestionan determinadas manifestaciones consideradas “graves” por sus elementos cuantitativos, no por su significado, como ocurre con la violencia de género, que sólo se cuestiona cuando los golpes producen determinadas lesiones (recordemos la expresión “mi marido me pega lo normal”). Todo lo que no sea ese resultado no es violencia y si se denuncia, porque realmente lo es, se considera “denuncia falsa”. Esta estrategia de limitar la desigualdad a hombres y mujeres y luego presentarla como "lo normal", es la que permite que no se vean las claves de poder en términos de jerarquía e instrumentos utilizados para provocar y resolver conflictos a otros niveles.

Centrar el problema de la desigualdad en las relaciones “hombres-mujeres” oculta toda la estructura levantada sobre la jerarquía de determinadas ideas, valores, creencias, “razas”, países, pueblos… siempre con lo masculino en lo más alto. Pero en verdad todo obedece a la misma forma de entender la realidad y de buscar el beneficio propio desde el poder. No es casualidad que la misma persona que ordena invadir la península de Crimea mantenga una política contra la homosexualidad, el feminismo y la igualdad en general.

El poder siempre tiene algo de ilícito al haberse construido a partir de elementos que pertenecían a otras personas. Perpetuar este modelo  que busca acumular cada vez más poder, aunque no siempre sobre las mismas personas, países, ideas… sólo dará lugar a más conflictos. Pero eso es, precisamente, lo que quiere el poder, crear más conflictos para resolverlos con sus métodos impositivos y violentos en busca de nuevos beneficios.

Él tan macho y ella tan feliz

Por: | 02 de marzo de 2014

SHAKIRA-PIQUELo ha dicho Shakira de Gerard Piqué, “es tradicional y celoso. Le gusta tenerlo todo bajo control”. “Gerard no me deja hacer videos con hombres, es una persona muy conservadora”… Todo un retrato del macho controlador y la mujer feliz en su sumisión, muy propia de una cultura que dice que los “hombres de verdad” deben ser así, y que las “mujeres de bandera” deben ser controladas ante la amenaza de otros hombres de verdad merodeando por las aceras, pues en definitiva, puede pensar Piqué y tantos otros como él, es lo que le ocurrió a la anterior pareja de Shakira, el argentino Antonio de la Rúa, tras la aparición del jugador del Barcelona CF y de la Selección Española.

En el artículo de Noelia Ramírez (“Shakira y el síndrome de la famosa sumisa” http://smoda.elpais.com/articulos/shakira-y-el-sindrome-de-la-famosa-sumisa/4535) recoge otros casos de famosas con una actitud similar de entrega y sometimiento a los dictados de sus hombres, como el de Miranda Kerr y de Candace Cameron. Todo ello no es casualidad, sino el resultado de una cultura androcéntrica que define las identidades de los hombres sobre la idea de protección y posesión de las mujeres, y la de las mujeres sobre las referencias de cuidado y sumisión a los hombres, por lo que la reproducción de estos valores es entendida como la manifestación máxima del amor que debe caracterizar la relación.

Las declaraciones de Shakira coinciden con un enorgullecimiento de los valores vintage y de lo conservador como escondite. Las posiciones tradicionales de la sociedad (partidos, religiones, instituciones…) han mandado el mensaje de que los problemas que tenemos en nuestra sociedad a todos los niveles (individual, familiar, social…) son consecuencia de la deriva sin rumbo de una izquierda hedonista y caprichosa que tiene un interés  especial en acabar con las referencias tradicionales. De este modo, las propuestas para alcanzar la igualdad y erradicar la desigualdad se ven como un ataque, no como una alternativa, de ahí la beligerancia con la que se responde ante ellas.

El problema, además de la injusticia que supone una relación en la que una de las personas actúa como referencia para imponer sus ideas y decisiones sobre la otra, es que aunque se asuma este juego de roles impuesto por la cultura, no siempre se está de acuerdo ni se perciben del mismo modo determinadas situaciones que se presentan en el día a día. ¿Qué ocurre cuando el protector-dominador entiende que su sumisa mujer no corrige lo suficiente aquello que él considera inaceptable?, ¿qué sucede cuando la sometida mujer decide que la nueva exigencia es inasumible?...

No es difícil de imaginar, la misma cultura de la desigualdad cuenta con mecanismos para obligar e imponer en esas circunstancias en que la duda genera conflictos, y uno de los instrumentos más accesibles, eficaces e inmediatos es  la violencia… Es lo que dicen muchas mujeres maltratadas: “mi marido me pega lo normal, pero hoy se ha pasado”, es decir, no cuestionan el uso de la violencia, sólo la intensidad utilizada. Por ello prácticamente el 80% de las mujeres que sufren violencia de género no denuncian, incluso cuando la situación es tan grave que terminan siendo asesinadas.

Y si todo ello ocurre en mujeres famosas, independientes, con recursos de todo tipo para afrontar una situación de esas características, imagínense lo que están pasando cientos de miles de mujeres sin esas posibilidades, que del  mismo modo entienden que entre las obligaciones de sus parejas está el controlarlas y el imponerle límites de toda clase. Y piensen cuáles son las circunstancias de las mujeres más jóvenes cuando aún no han agotado las oportunidades que dan al amor romántico y a su príncipe azul-policía.

Bien, pues a pesar de todas estas circunstancias y de una normalidad cómplice con la violencia de género, todavía hay muchos jueces que en los casos de violencia de género no entienden lo de la “desigualdad estructural”, de manera que si la mujer tiene más ingresos que el hombre concluyen que no hay desigualdad. Y del mismo modo, dan más credibilidad a las palabras de las mujeres cuando retiran la denuncia (sin tener en cuenta todas las presiones que hayan podido recibir y sus propias dudas), que cuando la ponen (sin considerar todas las dificultades y miedos a la hora de hacerlo).

Y aún sorprende más cómo todavía hay tantos hombres que defiendan esa identidad con olor a “Varón Dandy”, y se sientan más hombres por desconfiar y dudar de las mujeres con quienes comparten una relación. Todo ello lo que en verdad demuestra es que a quienes protegen es a ellos mismos y la imagen que supondría que “su mujer los dejara”, máxime si es por otro hombre, y que el único amor que sienten es el “amor propio”.

¿Ustedes creen qe este planteamiento tradicional es querer a las mujeres?, ¿y creen que defender esa masculinidad significa querer a los hombres…? Yo, sinceramente, creo que no.

Ciudad Real irreal

Por: | 27 de febrero de 2014

CIUDAD REALPodría parecer lo contrario, pero el problema está en que en verdad lo es. 

La política se ha cargado de eufemismos y de argumentos giratorios para esconder la realidad en la cobardía. Se dice lo contrario a lo que se plantea, lo cual supone actuar con el agravante de la planificación, puesto que esa actitud significa que las estrategias se diseñan incluyendo el mensaje falaz de su presentación pública.  

Todos los recortes en las políticas sociales parece que no tienen nada que ver con el impacto en las personas que los sufren, al menos eso es lo que nos quieren hacer ver. La destrucción de puestos de trabajo, nos dicen, no tiene nada que ver con la reforma laboral, el descenso de los salarios tampoco, el deterioro de la asistencia sanitaria y de la salud de las personas está al margen de los recortes en sanidad, los problemas de la personas dependientes es independiente de la reducción en sus presupuestos, las muertes de inmigrantes en las fronteras es producto de las circunstancias, no de la política sobre inmigración, y la situación de la violencia de género, con una disminución del número de denuncias y un aumento de los homicidios tampoco está relacionado, según intentan presentar, con los recortes en las medidas de prevención, protección, asistencia y atención a las mujeres que las sufren. 

Lo dijimos hace tiempo, la erradicación de la violencia de género exige la lucha contra la desigualdad y la atención a las mujeres que la sufren para que puedan salir de la prisión violenta del hogar, y para que la sociedad pueda criticar la normalidad impuesta por una cultura que prefiere hablar de la mentira de las denuncias falsas antes que de la verdad de la violencia que sufren las mujeres. 

Cambiar una situación estructural, como es la desigualdad y la violencia que genera,  exige acciones mantenidas en el tiempo, no medidas aisladas y discontinuas, pero parece que desde el PP se prefieren las palabras sin contenido, o sea, la charlatanería, para que el silencio de las víctimas parezca que les da la razón. 

Por eso no se puede entender lo que está ocurriendo en Ciudad Real con el Centro de la Mujer.

No es comprensible que las administraciones implicadas, la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, la Diputación Provincial y el ayuntamiento de Ciudad Real se “hayan puesto de acuerdo” para cerrar el Centro de la Mujer de la ciudad, pues en definitiva,  el desacuerdo para resolver un problema que tiene solución se traduce en “acuerdo” para que continúe el conflicto y que el centro se cierra… Así de sencillo y terrible. 

Está claro que las administraciones no consideran que el problema sea lo suficientemente grave como para tener que implicarse, de lo contrario lo resolverían, como hacen en cualquier otra circunstancia. De hecho, si en su día hubo acuerdo para llevar a cabo una atención con una estructura y con un equipo profesional que ha venido actuando en diferentes contextos, primero con la Diputación y después con el Ayuntamiento, significa que desde el punto de vista administrativo es posible la continuidad del Centro de la Mujer.

Y lo que es incuestionable es su necesidad a partir de la realidad de la violencia de género. Si tomamos como referencia los últimos datos del CGPJ sobre denuncias por violencia de género (tercer trimestre de 2013), vemos que en Ciudad Real se produjeron 293 denuncias, de las cuales prácticamente el 90% las interpusieron directamente las víctimas, mientras que los familiares lo hicieron sólo en el 0’3% de los casos. Esta situación refleja la enorme soledad de las mujeres que sufren la violencia de género en la provincia de Ciudad Real y, por tanto, la importancia de contar con un centro donde puedan ser atendidas para abordar todas las cuestiones relacionadas con esta violencia, desde las terapéuticas y asistenciales, hasta las informativas y de asesoramiento.

Un centro de la mujer donde sus profesionales están haciendo un gran trabajo, tal y como demuestra su trayectoria, la voz de las propias mujeres atendidas y los datos. No es casualidad que, según el citado informe del CGPJ, la ratio de renuncias respecto a las denuncias interpuestas sea en Ciudad Real de 0’02, de las más bajas de todo el país, lo cual sin duda es en gran parte consecuencia del trabajo que las profesionales del centro realizan con las mujeres.

Ciudad Real no puede ser irreal al permitir que se cierre el Centro de la Mujer y que el saber y la experiencia de sus trabajadoras se pierda. Las mujeres y los hombres de Ciudad Real y de todo el país necesitamos que se siga trabajando en todos los lugares para erradicar la violencia y promocionar la igualdad, y que se haga con mayor intensidad y especialización sobre quienes ya han sufrido las consecuencias del impacto de la desigualdad.

Pero, como decía, nada es casualidad cuando se observa cómo se vienen haciendo recortes en las partidas destinadas a luchar contra la violencia de género, y cuando hoy mismo aparece la noticia de  recortes de más del 20% en el presupuesto y del 40% en el personal del centro mujeres maltratadas de Valencia (http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/02/26/valencia/1393446251_456163.html). Todo lo que sea sumar y seguir en recortes será restar y parar en desarrollo y justicia social.

El poder, la derecha y la izquierda

Por: | 22 de febrero de 2014

PODER DERECHA E IZQUIERDA
El poder es inaccesible en sí mismo,
no se sabe muy bien quién lo tiene ni dónde está y sólo se manifiesta en determinados ámbitos que representan una parte de él. Es lo más parecido a la idea clásica de Dios, nadie lo había visto, pero todo el mundo lo había sentido en alguna ocasión y todo el mundo le temía. No por casualidad lo llamaban el “Todopoderoso” y a sus obras milagros.

Hoy el poder se ha situado a nivel terrenal, “el cielo puede esperar” y por ello las religiones han pasado a mandar mensajes para este mundo en lugar de elevar oraciones para el otro, ahora buscan más ir con el “mazo dando” que  con el “a Dios rogando”.

Pero el poder tiene muchos pretendientes, y los partidos políticos, solos o en compañía, se disputan una parte del poder para influir en la sociedad y facilitar su transformación y desarrollo en el sentido que consideran más adecuado. Y cuando lo consiguen, la forma de ejercerlo nos aporta una información muy interesante sobre las distintas maneras  de entender la realidad y los objetivos que pretenden desde cada una de las posiciones políticas.

A raíz de algunos acontecimientos ocurridos estos días pasados, resulta curioso ver cómo hay más diferencias entre el PP y el PSOE en la lucha por el poder que en la forma de ejercerlo. 

En la derecha, los principales conflictos internos se producen cuando está en el ejercicio del poder, mientras que en la izquierda los problemas se presentan cuando pierde el poder. Y estas diferencias en los tiempos en que se producen los enfrentamientos internos en la derecha y en la izquierda, muestran que el poder no se percibe ni se entiende de la misma manera.

Como decía, el PP presenta sus enfrentamientos más intensos cuando está en el gobierno: Por ejemplo, el PP de Madrid es una olla a presión con claros problemas dentro de la organización regional y con el partido a nivel nacional, situación  que se observa a diario en las manifestaciones del Presidente de la Comunidad, de la Presidenta del Partido, Esperanza Aguirre, de la alcaldesa, de algunos senadores, de Ruiz Gallardón… Por otra parte, Cospedal está a muerte con Sáenz de Santamaría, como se ha puesto de manifiesto en la designación del candidato a la Junta de Andalucía, o como ha salido en mas de una ocasión por los nombramientos de sus maridos. En Valencia continúan las luchas entre la batalla original de los seguidores de Zaplana y Camps y las cenizas de Fabra y lo que queda de Fabra;  y en el País Vasco también ha surgido otro enfrentamiento claro entre el sector más tradicional de Mayor Oreja y la nueva dirección respaldada por Génova.

El PSOE, por el contrario, presenta sus conflictos fuera del ejercicio del poder, incluso hasta el punto de respetar en relativa paz el tiempo de gobierno ejercido por una persona a la que después ignora, como ha ocurrido con José Luis Rodríguez Zapatero. El enfrentamiento en el PSOE surge al margen del poder y se manifiesta en las primarias, donde los movimientos son claros, y a veces no exentos de cierta dureza, para elegir a la persona que competirá por el poder. Pero a partir de ese momento, con más o menos críticas y convencimiento, no suele haber una guerra clara ni enfrentamientos abiertos.

Imagino que se podrán hacer muchos análisis e interpretaciones, pero hay dos que me gustaría plantear.

Un primer análisis gira sobre la idea, ya comentada en otro post, que se tiene en los sectores de la derecha sobre el poder como un estado natural en ellos, lo cual lleva de manera directa a que haya determinadas personas que crean que son ellas las que se merecen estar en el uso del poder y no otras, de manera que cuando su pensamiento no coincide con la práctica se produce el conflicto.

La otra está directamente relacionada con el uso que se hace del poder. Si alguien se pelea por el poder dentro de una misma organización durante su ejercicio, lo que demuestra es que el proyecto común no existe o no importa, y que lo que se busca son los beneficios particulares, del tipo que sean, que se pueden obtener para uno mismo o los suyos.

La izquierda parte de la situación contraria, la idea que se tiene en un sector de la sociedad es que son unos intrusos en el poder, una especie de ocupas, y por ello desde la propia izquierda se evitan las fisuras que puedan debilitar su ejercicio.

Pero quizás lo más destacado es la otra consecuencia. Al no partir de la idea preconcebida de que el poder pertenece a ciertos elementos, tampoco hay una clara concepción de que determinadas personas son las que han de desarrollarlo, se piensa que unos pueden hacerlo mejor que otros, pero no en términos de merecimiento. Esta forma de entender la situación hace que las primarias faciliten este debate y que sea el conjunto de la organización el que decida, no que una persona imponga a otra a partir de esa idea de que “el poder soy yo e invisto a quien considero”. 

La situación que se deduce de estas circunstancias es que en la izquierda pesa más el proyecto común y el interés social que el beneficio particular, de ahí las importantes diferencias que se observan en uno y otro partido.

El problema básico que se observa en el fondo de la situación comentada es que en la práctica ni el PP ni el PSOE obtienen el poder, sino tan sólo una parte de él, aquella que corresponde al ejercicio de las funciones de gobierno, con todas las relaciones que se establecen con otros ámbitos de poder. Esto hace que a la postre se busque contentar a esos otros espacios de poder, y que en ocasiones la izquierda renuncie de manera voluntaria  a algunos de sus compromisos para mantener al poder contento y en armonía, o que, incluso, reproduzca actitudes y tome derivas similares a las de la derecha.

No por casualidad se dice que el PSOE se derechiza cuando desarrolla una segunda legislatura, y no es casual tampoco que una parte de la sociedad diga que PP y PSOE son lo mismo. 

Está claro que no lo son, pero además de no serlo, no deben parecerlo, ni dentro ni fuera del ejercicio del poder. Cuando todo se mezcla todo se confunde, y mientras que la derecha no se desgasta por mostrarse tal y como es, la izquierda no sólo queda en evidencia, sino que además queda deslegitimada.

El universo contractivo de la Justicia

Por: | 13 de febrero de 2014

UNIVERSO JUSTICIA
El pasado martes (11-2-14) vivimos en nuestro Parlamento un ejemplo de lo que podríamos considerar el “universo de la justicia”, un universo que al igual que el espacio sideral está en movimiento, si bien en sentido contrario. Y mientras nuestras galaxias se expanden, el universo de la Justicia se contrae y empequeñece.

Por un lado asistimos a la limitación de la “Justicia Universal”, o lo que es lo mismo, a la imposición de criterios particulares para impedir que la Justicia prevalezca, y por otro, a la imposición de un criterio personal sobre la conciencia de muchos diputados y diputadas que habían manifestado sus críticas, y hasta rechazo, a la reforma del aborto planteada por el Ministro Gallardón, refrendada después por Rajoy y su Gobierno, y respaldada ahora por todo el PP. 

En los dos casos se pone de manifiesto una instrumentalización de la Justicia para defender aquello que se considera importante, no para la sociedad, sino para una parte de ella que obtiene beneficios a través de estas imposiciones. En definitiva, lo que se ha hecho es, por un lado, dar libertad a los criminales, y por otro, limitar los derechos de las personas para ejercer su libertad en un marco de convivencia plural y diverso, e imponer unos límites a esa convivencia en nombre de una unas ideas, de una moral y de unas creencias que son muy respetables, pero que no pueden obligar a quien no las comparta.

Las consecuencias de estas decisiones no se reducen sólo al hecho en sí de la restricción, sino que con ellas se producen injusticias difícilmente aceptables y asumibles en una democracia y en un universo social que pretende girar alrededor de los Derechos Humanos. No hablamos de situaciones futuribles y abstractas, sino de realidades concretas que llevan a que sus consecuencias sean inmediatas. En el caso de la limitación de la Justicia Universal se facilita que los crímenes contra la humanidad no se investiguen y que, por tanto, sus autores utilicen la Justicia para defender su impunidad. Y la reforma del aborto conlleva que las mujeres queden reducidas a una especie de “electrodomésticos” obligándolas a ser madres en contra de su voluntad, como si una consecuencia tan trascendente pudiera imponerse sin contar con su decisión.

Quien entiende que el universo es un error porque gira alrededor del sol, no de su propio planeta moral e ideológico, como cree que debería ser, todo lo ve desde esa distancia que pone colores a los planetas (azul la Tierra, rojo Marte, rayado Júpiter, Venus blanco…) y que impide mirar a los ojos de quien convive a su lado. Lo único que pretende es inclinar todavía más el eje de rotación hacia su parte para sacar aún  más ventaja de su poder.

Pero cometen un pequeño error.  Olvidan que ha sido el ideal de justicia el que ha movido la expansión de lo humano dentro de la humanidad, el que ha hecho el planeta más habitable, el que ha borrado fronteras y derribado dictaduras… Un ideal al que no renunciará nunca nuestra especie ni nuestras sociedades, por más que especulen ahora con la moral ante el fracaso de sus ideas.

Si echan un vistazo a la historia se darán cuenta de que las sociedades han ido ganando progresivamente en libertad y en derechos, y ello significa que lo han hecho arrebatando espacio a quienes desde el poder actuaban en contra. No ha sido una evolución lineal ni constante, tampoco pacífica, en ella ha habido fases de expansión y otras de contracción, como si el corazón que nos inunda el cuerpo de emociones y sentimientos hubiera nutrido también nuestras acciones como pueblos, pero el tiempo le ha dado la razón a la libertad y la igualdad.

La sociedad cada vez es más consciente de su papel y más fuerte en sus ideales, aún así, quien se cree ungido para imponer sus criterios sobre los “impulsos de una masa descarriada” también sabe que el escenario es más complejo, y que necesita mecanismos e instrumentos de control cada vez más sofisticados  y directos, algo que ahora está consiguiendo con la ayuda de la economía. No por casualidad la crisis ha traído los vientos secos del pasado, y no por casualidad entre los argumentos dados para crear este nuevo universo contractivo de la justicia se ha recurrido a las razones económicas. En el caso de la justicia universal tras la imputación del expresidente chino Hu Jintao, por las consecuencias económicas sobre nuestro país dadas las relaciones comerciales con China y la deuda adquirida por su economía, y en la reforma del aborto porque, según afirman, el nacimiento de más niños y niñas será un revulsivo económico.

Cualquier argumento es deplorable para defender la injusticia, pero sin duda una de los mayores es el económico. Lo de cambiar euros por derechos raya, sencillamente, la miseria moral. Ahora que Stephen Hawking dice que no existen los agujeros negros en el espacio, no me extrañaría que se hubieran mudado al universo social.

 

La sociedad incapaz y la redención

Por: | 31 de enero de 2014

SOCIEDAD-REDENCIONLas posiciones conservadoras siempre han tenido un halo redentor… Es cierto que éste surge más de la compasión que del compromiso, pero es esta circunstancia la que las lleva a moverse entre la salvación y la redención.

La derecha se ha presentado como la salvadora de la deriva de un mundo empujado por la izquierda hacia el abismo que supone sacarlo de su órbita androcéntrica y teocéntrica (valga la redundancia)…  Dios creó al mundo e hizo al hombre a su imagen y semejanza, y el hombre, para no ser menos, se hizo dios y creó su mundo (el patriarcado) a imagen y semejanza propia.

En este diseño la mujer no cuenta mucho, salvo como ladrona de costillas en el Paraíso y usurpadora de funciones y espacios en la Tierra, o lo que es lo mismo, pecadora de principio a fin… De ahí la necesaria redención masculina.

La concepción androcéntrica de la sociedad se basa en la jerarquización de las personas, los contextos, las ideas, las creencias, las costumbres… Cada elemento tiene un valor diferente que va sumando en las personas que lo integran como parte de su identidad y comportamiento. Y para las posiciones androcéntricas sus ideas, valores, creencias… no sólo tienen un valor superior al resto, sino que dicho valor es tan elevado que debe ser impuesto al resto de la sociedad para evitar su deriva. Así es su generosidad.

De este modo siempre encuentran razones para la desigualdad y la discriminación, cuando no son las ideas son las creencias, cuando no son las creencias pues son los valores, y cuando no es nada de lo anterior se recurre al color de la piel, a la orientación sexual o el origen de la persona… Siempre hay algún motivo, y con frecuencia muchos, para defender su status y la consecuente inferioridad del resto.

Y en todo este entramado, las mujeres, que de entrada ya hemos dicho que cuentan poco, son situadas en una posición inferior a la de los hombres y dependientes de ellos de manera doble. Por un lado porque su función principal es aportar estabilidad al modelo, y en particular a los hombres con quienes comparten una relación, y por otro, porque deben ser controladas para que no hagan aquello que no deben, pues en el fondo el temor a las mujeres es doble: se les teme por lo que pueden dejar de hacer, y se les teme por lo que pueden llegar a hacer fuera de ese control.

Y claro, como no siempre la parte conservadora hace y deshace de manera directa, cuando la izquierda introduce medidas de progreso social sobre la responsabilidad, la igualdad y la libertad de las personas, llega la derecha con su manto redentor para salvar a la sociedad de su pecado levógiro.

La actitud de la derecha representa el gobierno de las élites, el poder en su esencia, la presión de lo que debe ser, el “¡que se jodan!” de Andrea Fabra. La derecha se siente ungida para gestionar el destino de un país y de una sociedad porque su modelo se basa en una en una explicación racional del sentido de la vida a partir de referencias divinas, donde no queda espacio para la casualidad ni la espontaneidad. Todo tiene un fin y una función. Cuenta con un principio que se inicia en el origen de la propia vida, sabe perfectamente el camino a seguir, y conoce el final ansiado que conduce al mundo de la salvación, justo donde todo comienza y  donde se cierra el círculo. Y para que esto ocurra de ese modo cada cual está encasillado en su papel y función, del que nadie debe salirse para que no haya sorpresas. De manera que el hombre ha de ser hombre, la mujer mujer, el obrero obrero, el inmigrante ha de ser inmigrante, el enfermo enfermo… y así todo el mundo. O lo que es lo mismo, cada persona no sólo es lo que su condición refleja, sino que además debe de comportarse como tal y hacer lo que está previsto que haga. No vale eso de hombres haciendo de mujeres, mujeres realizando lo de los hombres, inmigrantes como si fueran españoles… ni nada parecido.

Para ellos la sociedad es incapaz por esencia. Es mundana y en presente, busca lo inmediato y lo material, es envidiosa y celosa, y no pretende tanto compartir como quitar a quien tiene… idea que trasladan con frecuencia a la izquierda y a todo el significado de las políticas de igualdad. Y por eso cuestionan en privado la democracia sobre la idea de “una persona un voto”, y dicen que cómo va ser lo mismo el voto de un parado sin formación que el de un catedrático de universidad, por ejemplo. Y por ello recurren a menudo a cuestionar a las personas de izquierda que están en política intentando jugar con los mitos  y diciendo de ellas que no tienen títulos universitarios ni apenas formación, algo que usan más con las mujeres (recordemos los ataques a las Ministras de Rodríguez Zapatero), puesto que las ven doblemente intrusas, por ser de izquierdas y por ser mujeres.

Pero como todo esto no lo pueden presentar de manera explícita juegan al disimulo y al engaño, y sólo cuando las circunstancias lo permiten se muestran tal y como son. Es lo que ha ocurrido con la mayoría absoluta obtenida en las elecciones de 2011 y con las principales reformas que han abordado: la reforma laboral, la reforma educativa y la reforma del aborto.

Las tres reformas son instrumentos para reconstruir la estructura jerarquizada que se había difuminado en parte con el estado del bienestar, y que cada persona vuelva a ocupar la casilla asignada para desde ella desarrollar las funciones otorgadas. La idea es que los hombres sean hombres según el modelo tradicional, que las mujeres sean mujeres de manera complementaria, y que los trabajadores sean trabajadores a la antigua usanza: atemorizados y agradecidos. Y que no sólo sean de este modo por la vía de los hechos, sino que la educación lleve a entender que es la mejor forma de convivir, de ahí las prisas.

Esa organización social se basa en la familia como célula y en la mujer como núcleo de esa célula. Si la mujer no actúa como núcleo de la célula familiar el tejido social se necrosa.

Y la forma de retener a las mujeres dentro de la familia es reforzando su identidad sobre los roles de esposas, madres y amas de casa. Por eso limitan su libertad y la igualdad a la hora de afrontar las situaciones que les afectan de manera directa, y por ello han utilizado la reforma del aborto para reivindicar todos sus valores e ideas, entre ellas: la mujer es incapaz necesita autorización, la mujer es mala, hasta el punto de acabar con una vida por egoísmo, la víctima no sólo es el embrión, el hombre también es víctima de la mujer que no lo deja decidir sobre su paternidad…

Y si las mujeres son incapaces, malas y contrarias a los hombres, ¿qué es lo que necesitan? Fácil. Requieren hombres que las asesoren, controlen y le ayuden a decidir lo mejor para ellas, que es ser madres, esposas y amadísimas amas de casa…

¿Difícil…?, qué va… Gallardón lo ha conseguido de un plumazo. El Ministro ha tenido que venir con su reforma a redimirlas de su propia libertad.

El concebido y el aborto

Por: | 18 de enero de 2014

UNIVERSO
No está muy claro qué es lo que pretende defender Gallardón
con su reforma de la Ley del Aborto. Se dice que es la vida del nasciturus, y con ella la vida en general, hasta el punto de que las organizaciones que lo apoyan han tomado esa idea y se auto-denominan “pro-vida”.

Pero si analizamos la situación y los planteamientos que hacen vemos que no es así.

- Si lo que se defiende es la vida depositada en el embrión a toda costa no se admitiría ningún supuesto para abortar nunca, ni violación, ni enfermedad física de la madre que pudiera ser tratada, aunque el riesgo fuera alto, ni menos aún una enfermedad psíquica, que difícilmente podría afectar a la vida de la madre, salvo que diera lugar a riesgo de suicidio, ideación suicida que sería la que exigiría un tratamiento según estas posturas, no un aborto.

- Tampoco parece que sea la vida en sí misma cuando en Irlanda una mujer nacida en India, Savita Halappanavar,  dentista de 31 años, falleció junto al hijo que esperaba por no practicarle un aborto http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/11/14/actualidad/1352919338_098702.html. Y cuando en El Salvador se estaba dispuesto a que llegado el caso, la madre una joven de 22 años llamada Beatriz y con una situación clínica grave debida al lupus que padecía, a una insuficiencia renal y a una pre-eclampsia, muriera durante el embarazo de un feto con anencefalia que no sobreviviría al nacer http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/05/30/actualidad/1369894974_531835.html.

- Y sigue sin ser la vida lo que se defiende cuando  ante casos como el de unos siameses que compartían un corazón de seis cavidades, y una situación clínica que exigía una intervención quirúrgica para que uno de ellos pudiera tener posibilidades de vivir, desde esas mismas posiciones se decía que no había que actuar, y que la solución era que murieran los dos “de forma natural” http://es.catholic.net/laicos/466/2257/articulo.php?id=4328.

- Y definitivamente no es la vida lo que protegen cuando en lugar de prevenir los embarazos no deseados, que son los que causan los abortos, no la maldad de las mujeres, y de apostar por una ley como es la actual Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que trabaja la educación sexual y la prevención de embarazos no deseados, y que ha disminuido un 5% el número de abortos en un año, lo que se hace es mantener las circunstancias que darán lugar a los abortos y esconder sus cifras en la clandestinidad o en el extranjero. Pero serán vidas que terminarán por la práctica de abortos, aunque no se cuenten.

Estos ejemplos nos dicen claramente que no es la vida lo que se defiende, no ya en términos de dignidad ni libertad, sino en su propio concepto biológico. Es lo que se deduce cuando las decisiones que se adoptan para “defender” la vida del no nacido, ahora llamado “concebido”, conllevan la muerte de la madre, como ocurrió en Irlanda, como se podría haber producido en El Salvador, o como se defiende ante la supervivencia de un siamés. 

Es más, todo  lo anterior nos indica que tiene más valor impedir un aborto en sí mismo que la vida de la mujer, ni siquiera se equipara la vida de la mujer con la vida del no nacido, puesto que en el caso de El Salvador la grave alteración que presentaba el feto (anencefalia) hacía que muriera al nacer, y en el caso de Irlanda el feto de 17 semanas no iba a sobrevivir, pero daba igual, lo importante era no practicar un aborto hasta el punto de que le costó la vida a Savita, una mujer hindú fallecida por la imposición de una ley basada en la moral católica. Es decir, desde esas posiciones que defienden la vida, la vida de una mujer vale menos que el embarazo de un feto “en estado terminal” que espera nacer para morir, gracias a la vida que le da la misma madre a la que terminará “matando” ese embarazo. 

La vida de las mujeres importa poco incluso después de la muerte, como ha ocurrido ahora en Texas, donde una mujer embarazada, Marlise Muñoz enfermera de 33 años que había dejado instrucciones en vida para ser desconectada en caso de necesitar de esa vida artificial, han sido despreciadas y se mantendrá en esa vida artificial por “criterio médico” hasta que el feto sea viable. http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/01/08/actualidad/1389189160_967673.html 

No deja de ser paradójico que las mimas posiciones y leyes que impiden que un hombre sea padre después de fallecer utilizando su esperma donado en vida, no impidan a una mujer ser madre en contra de su voluntad y después de muerta.

Si esa misma mujer en coma no estuviera embarazada se la desconectaría sin problema. Y si estuviera consciente y necesitara un soporte mecánico que sólo pudiera prestarse en el hospital, y ella renunciara a él para morir en su hogar, podría pedir el alta hospitalaria y fallecer en paz. Nadie podría obligarla a mantenerse conectada a los aparatos, del mismo modo que un paciente puede renunciar a un tratamiento a sabiendas que al hacerlo morirá con toda seguridad.

La vida de las personas no se defiende a cualquier precio, del mismo modo que no se puede obligar a una persona histocompatible a donar un órgano o sangre de un grupo poco frecuente en una situación de urgencia, a pesar de que al no hacerlo la persona enferma morirá.

Todas estas circunstancias nos indican lo siguiente:

- Lo que se defiende no es la vida, sino algunas circunstancias que pueden afectarla.

- Se dice que se defiende la vida del embrión o del feto, pero no siempre.

- No se dice, pero se ve de forma clara que no se defiende a las mujeres en ningún caso, sino a su función de madre. Se la obliga a la maternidad violentando su voluntad para defender, no la vida como se dice, sino la muerte en nombre de algo o de alguien, como se proponía en El Salvador, como ocurrió en Irlanda, o como se aconsejaba con los siameses. 

Si el sexo sin consentimiento es una violación o una agresión sexual, ¿qué es una maternidad sin consentimiento?

¿Por qué se defiende a toda costa la vida del embrión y del feto, y no se defiende la vida en otras circunstancias, tal y como hemos visto?

Lo que se defiende e impone con esta reforma de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo que propone Gallardón, es una moral y unos valores que utilizan la idea de la vida del embrión y del feto como pivote para justificar todas la demás ideas, y para demonizar al resto de propuestas y posiciones que no respetan esa idea básica y esencial de la vida que se impone. Esa es la estrategia.

Por eso no es casualidad que se refieran a esa vida del no nacido como “concebido”, ni que  los valores, ideas y creencias que se pretenden defender se hagan a través de negarle a las mujeres que decidan libremente.

Concebir, según el Diccionario de la RAE es:  CONCEBIDO-DRAE

  1. Quedar preñada una hembra.
  2. Formar idea, hacer concepto de una cosa.
  3. Comprender, encontrar justificación a los actos o sentimientos de alguien.
  4. Comenzar a sentir alguna pasión o afecto.

Por lo tanto, el “concebido” de la reforma de Gallardón se supone que es “la idea sobre la preñez de una hembra (entendemos que mujer) que justifica los valores y creencias de quienes defienden esa idea, y hace sentir pasiones entre el grupo  que la comparte”…. Como pueden ver, no es la vida lo que se defiende. 

Y la clave para entenderlo, aunque con matices, desde los más terrenales a los más trascendentales, es sencilla, al menos  en el planteamiento que hacen tradicionalmente sobre el origen de la vida y el papel de las mujeres.

La religión ha establecido que la vida se crea por obra de Dios y que le pertenece a Él. La biología sólo es el instrumento que utiliza Dios para crear la vida, por eso hay miles de relaciones sexuales sin que haya embarazo. Para estas posiciones esa realidad es el ejemplo de que el origen de la vida no es una cuestión biológica y necesita una especie de chispa que la haga prender, la cual escapa a la condición humana para situarse en la divinidad. Y por esa misma razón, para estas ideologías, no se pueden poner obstáculos a dicha acción sobrenatural utilizando preservativos u otros medios anticonceptivos, puesto que con ello estaríamos limitando la decisión divina para crear la vida, aunque al impedir el uso del preservativo mueran millones de personas por SIDA u otras enfermedades… Pero ya no sería obra de Dios, sino de la maldad humana y su asociación con el sexo.

El embrión es mucho más que una vida y que una persona en potencia. Para la religión el embrión es la obra directa de Dios antes de que la condición humana pueda decir o hacer nada desde su libre albedrío. La vida humana para la religión es una especie de “recreo” del cual ha de rendir cuentas ante Dios, pero antes del inicio de ese espacio propio, lo mismo que cuando finaliza con la muerte, sólo la referencia de Dios tiene validez. Y por dicha razón la religión ha de velar para que en ese mientras tanto  terrenal que es la vida, las personas no se alejen demasiado de sus referencias ni se pierdan por otros caminos.

Actuar sobre el embrión o sobre el feto es hacerlo directamente sobre la obra de Dios, y los humanos deben estar sometidos a Dios, no enfrentados. Por eso las mujeres no pueden decidir, porque ellas no sólo están sometidas a Dios, sino que tienen una triple sumisión: a Dios, a la naturaleza en su maternidad, y a los hombres (recuerden el “Cásate y se sumisa”)… Y ellas deben ser para los demás antes que para sí mismas, y decidir pensando en su misión trascendental, no en su propia vida. Por eso deben ser antes que nada esposas y madres, y serlo como “Dios manda”.

Ya lo dijo Gallardón, “la maternidad libre hace a las mujeres auténticamente mujeres”… pues eso Sr. Ministro deje que las mujeres disfruten su derecho a la libertad.

Su idea es respetable, pero no exigible a toda la sociedad.

El País

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