Se puede vencer, dominar, oprimir, humillar… pero someter exige algo más que la acción dirigida a doblegar a otras personas más allá de su voluntad. Someter exige un doble elemento, por un lado necesita obligar a las personas sometidas a unas referencias previas, que a partir de ese momento actúan como instrumento de control; y por otro lado, someter conlleva continuidad en el tiempo.
Y ese doble componente implica que el ajuste a las referencias previas para que se mantenga en el tiempo ha de hacerse sobre quienes son presentados como “susceptibles de ser objeto de sumisión”. Si no existiera esa condición previa en la persona sometida, cuando la sumisión se lleva a cabo sobre grupos amplios de la población, el número de personas sometidas y la prolongación a lo largo de los días harían que se produjera una reacción crítica contra la sumisión, bien por parte de una sociedad que no podría contemplar impasible la injusticia de ese sometimiento, o bien por parte del propio grupo afectado, que se rebelaría antes o después.
La desigualdad histórica que aún impera en una sociedad bañada por una cultura androcéntrica, se debe a la adopción arbitraria e interesada de lo masculino como referencia universal para condicionar las manifestaciones de la realidad, y para darle sentido y significado una vez ocurridas. De este modo, la desigualdad hace que los hombres y lo de los hombres se sitúe en una posición jerárquicamente superior, y las mujeres y lo de las mujeres quede relegado a los espacios concedidos y cedidos por la cultura y los hombres.
La estructura así construida está llena de trampas, trucos y escondites para que todo transcurra según le manual de instrucciones de la cultura, y para que cuando algo o alguien se sale del guión tenga una explicación acorde a los valores que se establecen para organizar la convivencia. Así, por ejemplo, la cultura “normaliza” la violencia contra las mujeres bajo el argumento de que es "aceptable en algunas circunstancias", y no es una deducción hecha a partir de lo observado en el día a día, es lo que muestran los estudios sociológicos realizados en nuestro país y en la Unión Europea (Eurobarómetro), donde el 2% manifiesta que esta violencia es justificable ante determinadas circunstancias. No dice cuáles, lo cual permite que cada maltratador decida, interpretando la referencia general de la cultura aplicada a su entorno particular, qué es motivo y qué no es motivo para utilizar la violencia, y qué grado de violencia merece cada situación.
La propia estrategia construida por la cultura contempla una explicación incluso para los casos más graves, de manera que los homicidios son ampliamente justificados por la sociedad en nombre del alcohol, las drogas, los trastornos psíquicos, las enfermedades mentales, la pasión del momento o los celos de siempre. Esta justificación no llega ya a la impunidad, como ocurría hasta los 60 con la regulación penal del uxoricidio, pero hace que en lugar de actuar contra las causas se pierda el tiempo y los esfuerzos preguntándose por unas razones que en verdad no se quieren conocer.
Todo forma parte de esa desigualdad que la cultura ha presentado como “orden natural”, y que perpetúa a través de un “control social” que lleva a que las cosas sean “como tienen que ser”, y a que las mujeres asuman como parte de su identidad las condiciones que los hombres y su cultura han establecido con anterioridad. Y si no lo hacen, entonces aplican elementos activos y directos para conseguirlo.
Los ejemplos los tenemos muy cercanos. Por un lado está el libro editado por el Arzobispado de Granada, “Cásate y sé sumisa”, un libro criticado por quien cuestiona la desigualdad, pero al que la jerarquía de la iglesia no ha desautorizado, ni del que los sectores más conservadores de la sociedad han dicho nada, a pesar de ser un libro que recoge de manera explícita el papel subordinado de las mujeres a los hombres y su obligación a los roles asignados. Claro que muchos pueden entender que es una cuarta entrega de "50 sombras de Grey" para que realidad y ficción no estén tan distantes. Y por otro lado, tenemos el ejemplo de la afirmación realizada por la mujer que fue atacada con ácido por orden de su exmarido, que en el juicio declaró, “si llego a saber esto no me habría separado jamás”. Es decir, si hubiera conocido el precio de su insumisión, habría permanecido sometida a los dictados de su marido.
La situación es clara, en una época de insumisión social las mujeres siguen sometidas a los hombres y a las referencias que han normalizado a través de la cultura. Ha sido la cultura androcéntrica la que hace a las mujeres personas susceptibles de ser sometidas, y la que decide cuáles son las referencias a las que pueden quedar obligadas, para que las circunstancias y la violencia lo consigan con el silencio y la pasividad de una gran parte de la sociedad.
Por eso el silencio y la pasividad se convierten en palabras y acciones en el posmachismo ante los avances en igualdad y en la erradicación de la violencia de género, lo cual es una demostración más de que la cultura no es casual, y que obedece a una estrategia de poder levantada sobre las referencias y privilegios de los hombres. De lo contrario, no tendría sentido que ante la corrección de una injusticia como lo es la desigualdad y del objetivo de acabar con la violencia de género, se levanten tantos argumentos críticos construidos sobre la distorsión de la realidad y su falseamiento, como lo hacen al hablar de denuncias falsas inventando los datos, o al intentar evitar que se hable y se actúe sobre la violencia contra las mujeres a partir del argumento de que hay que hablar de “todas las violencias”.
Debemos ser insumisos contra la sumisión de la desigualdad, y para ello debemos ser críticos con la cultura histórica que ha llegado a las orillas de la actualidad, y con quienes arrojan nuevos argumentos por el desfiladero que conduce a la igualdad para detener el avance y permanecer, aunque sea un día más, dentro de los límites de la propiedad privada que algunos hombres han escriturado a su nombre tras arrebatarle su terreno a toda la sociedad, es decir, a las mujeres y a otros hombres.