Ayuda al Estudiante

Ayuda al Estudiante

El ecosistema educativo tiene un triángulo esencial: estudiantes, padres y profesores. Lo demás es contexto. Si este se sitúa en el centro de gravedad, algo va mal. Los análisis sobre educación tienen un peligro casi invisible: la paralización fascinada por lo mal que estamos. Descalificar sin analizar es injusto y analizar sin proponer alternativas, estéril. Así que el propósito de este blog es claro: ayudar a estudiantes, padres y profesores a encontrar alternativas de mejora.

Sobre el autor

Carlos Arroyo

ha navegado profesionalmente entre las cuatro paredes de un aula, la redacción de EL PAÍS y la dirección del Instituto Universitario de Posgrado. Esa travesía le ha convencido de que educar bien a los hijos es saldar buena parte de la deuda con la vida. Es autor de Libro de Estilo Universitario y diversos libros de ayuda al estudiante.

Web: www.ayudaalestudiante.com
Correo: [email protected]

Libros

Soy estudiante y necesito ayuda

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escuela21, un mundo para reinventar el colegio

Por: | 28 de marzo de 2013

 

PROYECTO ESCUELA21 (I)

 

AUTOR INVITADO: ALFREDO HERNANDO, creador del proyecto escuela21.

@Franpulido21 camina hacia casa, de vuelta de su escuela, después de una jornada docente larga y con los alumnos bastante revueltos. Ya se adelantó la primavera, piensa Francisco mientras abre el buzón de correspondencia en su portal. Entre cartas de bancos y publicidad, aparece una postal desde Argentina con un remitente un tanto extraño: www.escuela21.org. Es una dirección digital que se ha vuelto real para aterrizar en la vida de Francisco y recordarle que es mecenas de un proyecto cuyo objetivo es colaborar nada menos que para rediseñar la escuela del siglo XXI.

Al igual que Francisco, @cpoyatos vuelve a su piso desde el colegio. En el camino ha ganado una insignia como mayor de su escuela en Foursquare y ha imaginado cómo será su siguiente unidad didáctica creando la Tabla periódica de los elementos en códigos QR, todo gracias a la disposición cooperativa de sus alumnos en el aula. En un gesto rutinario, revisa el buzón, antes de llamar al ascensor: una sonrisa se esboza en su cara. César ha recibido una postal desde Nueva York con el remite de escuela21.org, así que sonriente, twittea a @clmorante, a @iarrimadas, a @jmbautista2, a @mrtsantiso y otros cuantos. Les avisa de que llegó la postal, porque todos ellos son productores de escuela21.

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Cómo maleducar siendo imprescindible

Por: | 25 de marzo de 2013

Los campamentos veraniegos, una de los primeros ejericios de autonomía
Para la buena educación de nuestros hijos es imprescindible no ser imprescindibles. Es una paradoja en bucle que esconde bajo su pulida superficie una de las grandes ideas de la educación, sobre todo cuando se sitúa en una dimensión temporal genuinamente educativa, de largo aliento, como corresponde al periodo crítico de la educación de los hijos, pongamos que sus dos primeras décadas de vida.

La podemos expresar de mil maneras, pero me animaré a hacerlo solo de una docena de formas. Nuestros hijos necesitan mucha ayuda para necesitar la mínima posible. Necesitan que les enseñemos a no necesitarnos. Necesitan depender de nosotros para llegar a ser independientes. Necesitan un sistema educativo articulado por otros para encontrar un camino personal que nadie deberá elegir por ellos. Necesitan encontrarse a sí mismos, pero no pueden hacerlo solos. Necesitan ejemplos para saber buscar los modelos en los que inspirarse. Necesitan de la motivación externa para alimentar un buen depósito de motivación interna. Necesitan verse obligados para hacer las cosas por sí mismos. Necesitan un control exterior menguante para poner en marcha un autocontrol creciente. Necesitan la crítica constructiva para explotar el tremendo poder de la autocrítica constructiva. Necesitan un lugar muy especial en la familia para encontrar luego su lugar en el mundo con otra familia. Necesitan aprender a dar lo que antes solo pedían.

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La memoria no es lo primero

Por: | 21 de marzo de 2013

Profesora en la pizarra
La memoria da juego en las conversaciones adultas. Cuántas charlas no estarán impregnadas de lamentos por su ausencia, cuando no del pánico ante la posibilidad de que se vaya para no volver. Solo el paso de los años deja asumir su fragilidad, que en realidad es la de nuestras fatigadas redes neuronales.

Nuestros hijos viven ajenos a esa realidad. A menudo sobrevaloran sus posibilidades y pagan inconscientemente las consecuencias, en forma de mediocres resultados, sobre todo en sistemas educativos como el nuestro, que siguen promoviendo el memorismo de forma excesiva. Pero no pretendo centrarme en el sistema educativo: mi objetivo es solo animar a los adultos a convencer a los jóvenes a quienes educan de que venzan la tentación de ponerse a memorizar incluso antes de sentarse ante el escritorio. Porque, para aprender, la memoria no es lo primero.

La lista de los reyes godos, como encarnación de determinado enfoque pedagógico, es un símbolo remoto para la mayoría de las personas. Pero el memorismo, la reivindicación de una añorada enseñanza basada en el recitado o evocación literal de contenidos (hayan sido o no interpretados, comprendidos, analizados y conectados para enganchar nuevos conocimientos), sigue vigente, de forma más sofisticada, en el inconsciente (¿solo en el inconsciente?) de no pocos padres, profesores e incluso estudiantes.

Y nos vemos entonces en una encrucijada. La que se produce entre el memorismo y el “aprendizaje significativo”, que no es incompatible con la memoria, pero se basa esencialmente en la comprensión. Es un dilema sustancial, que ha dado incluso combustible para foguear divergencias políticas sobre la manera de concebir la educación.

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¿Profesores o pantallas?

Por: | 18 de marzo de 2013

Dos genios incomparables, Niels Bohr y Albert Einstein
¿Nos encaminamos hacia un futuro de ciencia-ficción en el que los jóvenes serán educados por una pantalla en lugar de por un profesor? ¿Serán las aulas unos ámbitos hipertecnológicos en los que los chicos tengan que estar más pendientes de sus auriculares injertados y sus artefactos holográficos que de interlocutores docentes de carne y hueso?

Ante preguntas como estas, es bueno evocar al gran físico cuántico danés Niels Bohr, de quién a menudo se recuerda su irónica advertencia: "Hacer predicciones es muy difícil, especialmente cuando se trata del futuro”. Menos a menudo se recuerda otra genial cita que dejaría totalmente en la cuneta a cualquiera que no fuera al menos un poquito físico cuántico: “Su teoría es disparatada, pero no lo suficientemente disparatada para ser verdad”.

Pues eso es lo primero que se me ocurre cuando tropiezo en las conversaciones o en los escritos con las encrucijadas del primer párrafo: quiero pensar que son escenarios disparatados. Y espero que no sean lo suficientemente disparatados para acabar siendo verdad. No me refiero al horizonte de las jóvenes generaciones actuales, sino el de aquellas otras que les sucederán: quizá los nietos de nuestros hijos. Pero antes de caer en la tentación de pontificar sobre el futuro prefiero evocar lo que dice en casos similares el periodista Rodolfo Serrano: “Lo más probable es que ya veremos y lo más seguro es que quién sabe”.

Planteadas estas dificultades sobre el arte de la adivinación del futuro, volvamos al tema de las nuevas tecnologías en la educación. Se trata de un asunto cargado de realidades, promesas y espejismos en considerables dosis.

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10 formas de luchar contra la procrastinación

Por: | 14 de marzo de 2013

El caos lleva a menudo de la mano a los procrastinadores
En los tres posts precedentes he pretendido dejar sentada la enorme importancia que tiene la lucha contra la procrastinación simplemente para hacer bien el trabajo o, por decirlo a la antigua usanza, para hacer lo que debemos hacer, teniendo bien claro que lo primero es lo primero (y lo demás no). Conocer la tipología del procrastinador, las causas biológicas de esta conducta y cuál es nuestra principal arma contra ella, la motivación, es imprescindible.

Pero ahora trataré de ser más concreto al hablar de cómo afrontarla: ¿Qué podemos hacer en el día a día para controlar poco a poco la procrastinación? No vale la respuesta humorística: que pase el tiempo y el joven se convierta en adulto. No, porque la relación entre jóvenes y procrastinación es indudable, pero no es una ley de hierro: ni todos los jóvenes procrastinan por igual, ni todos los adultos han dejado de hacerlo (en realidad, lo siguen haciendo la mayoría).

Lo que podemos hacer lo resumiré en 1+10 pautas. La pauta que va suelta, es la madre de todas las pautas (en esta vida moderna). Suprimir las tentaciones electrónicas es la técnica antiprocrastinación más eficaz, por encima de cualquier discurso sobre la importancia de la motivación. El sonido de las llamadas telefónicas, los mensajes, el correo, las redes, etc., nos han convertido en una especie de perros de Paulov, que reaccionan ante estos estímulos como si interrumpir el trabajo decenas de veces no tuviera la menor importancia. O como si estuviéramos bien dispuestos a pagar el precio de esas interrupciones a cambio de la sensación de conexión permanente.

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El antídoto de la procrastinación

Por: | 13 de marzo de 2013

Los relojes blandos de Dali, en La persistencia de la memoria
La procrastinación es un problema mundial. La grandilocuencia de la frase no le resta veracidad. Un estudio sobre la jornada laboral en Estados Unidos ha estimado que el 25% de la jornada es prácticamente improductiva por esta causa. Hagamos una extrapolación intuitiva y comprenderemos la magnitud del problema, tanto en nuestra vida como en la de nuestros hijos. En nuestro ámbito personal, la procrastinación extrema puede dar lugar a una vida con más sueños que realidades, más frustraciones y tareas pendientes que logros. Por ello hay que combatirla, con realismo y sabiendo que sus causas hacen difícil la erradicación, sobre todo en los casos agudos, pero que se puede mejorar sustancialmente si uno se esfuerza día a día.

Hay tres claves esenciales para atajarla:

  1. Saber que uno procrastina, reconocerlo, querer dejar de hacerlo y estar vigilante para evitarla allá donde se presente. 
  2. Tener un modelo ágil y eficaz de asignación de prioridades a las tareas.
  3. Manejar adecuadamente los factores que influyen en la motivación para elevarla, ya que a más motivación, menos riesgo de procrastinación. Y a la inversa. Esta es una idea esencial: motivación y procrastinación son conceptos contradictorios; una crece cuando la otra disminuye.

La primera necesita pocas aclaraciones. Si no se reconoce o no se quiere cambiar, lo demás sobra. Sobre la segunda hablaré probablemente en un futuro post. Pasemos a la tercera: la motivación. Para analizarla y saber cómo gestionarla, los expertos han partido de las ecuaciones de los economistas sobre la toma de decisiones.

 

 

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La procrastinación está en el cerebro

Por: | 12 de marzo de 2013

Estresada
Uno de los principales problemas de la procrastinación para nuestros hijos es su práctica invisibilidad en el momento en que está ocurriendo. Suele estar camuflada bajo un montón de malas excusas. Y lo cierto es que, para combatirla, el primer paso es evidente: reconocerla. Pero hay procrastinadores que no lo reconocerían ni a rastras. Prefieren refugiarse en la cantilena de problemas e inconvenientes de todo tipo, y luego buscar pseudoargumentos que enmascaren su problema. Veamos algunos de los más frecuentes:

  1. “Soy más creativo bajo presión y así me va bien”. Es indudable que toda la creatividad que surja en estas personas será bajo presión, porque no tienen alternativa. Esta creatividad podrá consolar, pero, en términos generales, no aguanta la comparación con la que nace libre de coacción temporal. Las buenas ideas necesitan reflexión, preparación e incluso su largo periodo de incubación, y eso no suele ocurrir bajo presión.
  2. “Soy más eficiente en el último minuto y así me va bien”. ¿Qué alternativa queda? ¿Optimizar esa supuesta eficiencia apurando plazos, pero arriesgándose a no llegar a tiempo? ¿Cuál es el límite: el último día, la última hora, el último minuto? ¿Es esa una opción o habría que convenir en que la acumulación gradual y temprana de trabajo ofrece una seguridad que jamás podrá ofrecer el último minuto?
  3. “Soy muy perfeccionista, por eso tardo en acabar, y así me va bien”. Los estudios han demostrado que el perfeccionismo apenas produce una dosis significativa de procrastinación. Por el contrario, los auténticos perfeccionistas, esmerados, ordenados y eficientes, no tienden a desviarse de sus objetivos ni a distraerse así como así. Es decir, la mayoría de las veces esa es una mentira piadosa.

 

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¡Tu hijo está procrastinando!

Por: | 11 de marzo de 2013

Dilema resuelto. ¡Ahora!
“¿Pro… proqué? Oye tú, a mí no me sueltes esas cosas así como así. Mi hijo es un chico estupendo y estoy seguro de que nunca haría eso, que no sé lo que es, pero me suena fatal”.

Bueno, mantengamos la calma. Estamos ante un problemón de campeonato, pero no hay que alarmarse. Lo que hay que hacer es actuar para mejorar. Porque procrastinar, lo que se dice procrastinar, alguna vez lo hacemos todos: tú, yo, él, ella y ese de al lado. Eso sí, unos bastante más que otros, y algunos, con una dedicación digna de mejor causa. Los jóvenes lo hacen más que los mayores, y las personas impulsivas o muy emocionales más que las racionales. De donde se desprende que los jóvenes muy emocionales son maestros entre los maestros en esa conducta. Ver a algunos de ellos procrastinando a lo loco hasta podría producir gracia, si no causara preocupación.

Pero aclaremos, antes de profundizar en ella, que la palabra procrastinación no es demasiado empleada en español (de hecho, la definición que hace la Real Academia es totalmente insuficiente), pero su equivalente es bastante común en inglés (procastination). Es un término que proviene del latín (pro, hacia, y cras, mañana, por oposición a hoy) y es realmente un concepto con historia: Cicerón dejó dicho que "in rebus gerendis tarditas et procrastinatio odiosae sunt" (“En la ejecución de los asuntos, la lentitud y la procrastinación son odiosas”).

Y ahora ya, bajo el amparo de esa luminaria del Imperio Romano, podemos sumergirnos en el gran problema de la procrastinación, una de las principales causas de ineficiencia en el trabajo del género humano, lo que incluye, obviamente, a estudiantes y a quienes no lo son, al margen de que se dediquen a la política, la literatura, la educación, las energías renovables o la industria pesquera. E incluso a la consultoría sobre procrastinación.

 

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¿Premiar por estudiar?

Por: | 07 de marzo de 2013

Jóvenes motoristas
“Te regalo una moto si apruebas todo el curso”. ¿Os suena de algo? ¿Habéis oído esa frasecita? Peor aún, ¿la habéis pronunciado? Mil perdones, pero debo decir que, normalmente, es un gran error, y que me disculpen también los fabricantes de motos, los motoristas, los mecánicos de motos e incluso William S. Harley y su amigo Arthur Davidson en persona.

Utilizo la moto como símbolo. No tengo nada contra las motos conducidas como si fueran skateboards en el Paseo de la Castellana, de Madrid, por estudiantes de Bachillerato, como tampoco contra los coches deportivos de color rojo en manos de chicos de 18 años y un mes. Pobres motos y pobres coches. Pero, dejando a salvo posibles excepciones, lo tengo, y mucho, contra el trasfondo educativo que hay en esas situaciones.

Cuando los padres utilizan la moto (insisto, como símbolo) como premio, convendría que tuvieran en cuenta esta especie de diez mandamientos sobre el arte de premiar conductas adecuadas, con el fin de que los premios, en lugar de ser perniciosos, sirvan de refuerzo de los comportamientos positivos:

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No todo se aprende en el colegio

Por: | 04 de marzo de 2013

 

Charles Darwin

El título es de usos múltiples. En manos del lector quedan sus connotaciones. Estas van desde la más obvia e inocente, que el colegio no es el único lugar en el que se aprende; a la más incómoda, que ya está bien de depositar en los centros la responsabilidad educativa universal, y que padres, instituciones, autoridades, sociedad civil, agentes culturales y mediáticos, y el mismísimo estudiante tienen algunas responsabilidades a las que hacer honor.

De las interpretaciones me gusta más la incómoda y, pidiendo humildemente permiso al periodista Javier Sampedro, me remontaré a Darwin para desarrollarla. Los seres humanos formamos parte de la naturaleza, pero nos hemos agenciado una pequeña escapatoria para no regirnos del todo por sus leyes. En 1859, contra viento y marea, y 23 años después de su viaje en el Beagle, Darwin (conceptualmente acompañado de Alfred Russel Wallace) se atrevió a plantear que, en una especie de ensayo y error continuado, la naturaleza evoluciona en un proceso evolutivo de millones de años basado en dos ideas: descendencia con modificaciones (o herencia genética con mutaciones, en lenguaje de hoy) y adaptación al entorno local (gracias a la selección natural, que no es que el pez grande se coma al chico, sino que el pez adaptado a su entorno prolifera más que el que no se entera de qué va la fiesta).

La evolución natural es desesperantemente lenta y, por paradójico que suene, más que proyectarse al futuro, es hija del pasado. Hemos decidido que no disponemos de tiempo y debemos adaptarnos al futuro de forma acelerada. También que, en lugar de adaptarnos al entorno local es mejor hacerlo a un entorno global. Son dos ideas esenciales: aceleración y globalización.

El aprendizaje es nuestra mejor alternativa para esas redefinidas reglas del juego, porque, en el corto periodo de la vida humana, no podemos permitirnos el lujo de cambiar a ritmo natural. Necesitamos acelerar: aprender rápidamente lo que otros han aprendido y descubierto antes que nosotros. Para eso tenemos los sistemas educativos, creados inicialmente para asegurar la difusión y replicación de valores y pautas sociales, y que ahora son imprescindibles para acelerar nuestro proceso de aprendizaje (y posterior cambio).

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