La primera pregunta del examen es... ¿cuál es tu objetivo en este examen?
¿Salir del paso? ¿Sentarte a ver si suena la flauta? ¿Pasar el mal trago cuanto antes? ¿Aprobar por los pelos? Son opciones que en algún caso podrían llegar a ser comprensibles, pero que, en general, demostrarían un erróneo enfoque de tu responsabilidad como estudiante.
En el anterior post, Tormenta de exámenes, resumimos cuál debería ser el sentido de los exámenes dentro de la evaluación del aprendizaje. Una vez establecida la gran importancia de los exámenes en nuestro sistema educativo, creo que sería bueno contestar por derecho a la pregunta con la que comenzaba esta entrada.
Tu objetivo debería ser obvio, pero es frecuentemente olvidado: rentabilizar al máximo, en términos de puntuación, tus conocimientos y tus habilidades. Es decir, aprovechar lo que sabes para sacar la mejor puntuación posible, si fuera posible por encima incluso de tu auténtico nivel de conocimientos (excluyo las trampas, por supuesto; solo me refiero a maneras de aprovechar de forma óptima tus conocimientos).
Aunque muchos estudiantes creen que no necesitan consejos sobre cómo realizar exámenes porque ya han hecho muchos, la experiencia demuestra que algunos malos hábitos permanecen, al margen de cuán largo sea el historial estudiantil. Por eso es interesante recordar pautas como las que siguen, siempre inspiradas en la necesidad de optimizar los resultados.