JUAN FRANCISCO MARTÍN CASTILLO, firma invitada de ayer en este blog, nos envía esta posdata, en la que comenta para los seguidores de este blog las reacciones suscitadas por su post.
He seguido con curiosidad los comentarios realizados en torno a la publicación de mi modesta contribución de ayer sobre La burbuja educativa: origen y necesidad de la reforma educativa y, como me creo en la deuda de dar una satisfacción, por breve que sea, a todos aquellos que se han tomado la molestia de leer el artículo de ayer y escribir sus opiniones, solicito de la amabilidad del autor del blog la inclusión de estas palabras que, a modo de mensaje final, dejo a la reflexión a los que buena de fe se han acercado a mis argumentos.
En primer lugar, quiero expresar mi sincero agradecimiento a los que se han identificado con los planteamientos básicos de La burbuja educatica: origen y necesidad de una reforma; sin embargo, y sin perjuicio de lo anterior, me ha maravillado la sensibilidad que se tiene por las temáticas relacionadas con le mundo educativo. Esto me congratula porque me sigue demostrando que la enseñanza y el progreso intelectual y moral de los individuos no ha dejado estar en lo alto del índice de preocupaciones de la sociedad.
Me ha parecido, por otra parte, digno de elogio, y así lo reconozco, que un medio como EL PAÍS, siempre distinguido por ser foco de renovación ideológica de la izquierda, haya asumido el papel de garante de la libertad de expresión, incluso en asunto tan complejo como la educación. Por supuesto, no ahorro en gratitud en brindar semejante reconocimiento a la persona que ha llevado adelante la iniciativa de editar un artículo como el mío en la plataforma digital del periódico. El buen talante de Carlos Arroyo, pese a disentir en bastantes puntos, sólo se ha agrandado con el paso de los días y las horas. Dos magníficos ejemplos, tanto el diario como el responsable material del blog, que me llevan a las consideraciones que intentaré exponer a la luz de los comentarios y las opiniones que, al margen del foro creado al efecto, me han llegado desde casi todos los extremos de la geografía nacional.
Soy liberal confeso, o, por mejor decir, porque los matices son importantes, liberal ilustrado o progresista, y sólo coincido con los integrantes de la izquierda española en una cosa, la defensa de la educación pública. Por esta razón, acepté, en su día, el reto presentado por Carlos Arroyo, aunque fuera en terriotorio hostil.
El problema, si se me permite expresarme de esta manera, es que la cerrazón ideológica de muchos ha impedido vislumbrar la deriva insostenible que llevaba y lleva la educación en España. Quiero decir que el ciego empeño por la igualdad, definitorio de la concepción de izquierdas, ha dejado por el camino bastantes valores que son constitutivos de la enseñanza, entre ellos, la libertad, la justicia, la autoridad, la responsabilidad y el respeto a la legítima diferencia entre los individuos.
Este abandono ha hecho aflorar una curiosa contradicción, en la que puede frustarse la ambición de una enseñanza pública, que, reitero, es también mi particular ideal. La gente, que no es una entelequia impersonal, sino que está compuesta por padres, profesores, alumnos y sindicatos, está contemplando como aquellos que vociferan por el mantenimiento de lo público en el sector niegan tozudamente que algo ocurra en las aulas. Cada vez es mayor el número de estudiantes que dejan los centros vinculados a la administración y se adentran en la esfera privada. ¿Por qué? Simple y llanamente, y con plena legitimidad, los padres quieren lo mejor para sus hijos y éstos, a su vez, no quieren ser despreciados por su talento, aunque, lo común entre unos y otros, es la necesidad de poder disfrutar de una enseñanza adecuada y con un nivel de conocimientos óptimo.
La postura cerril ante estas demandas, por ciertos sectores de la izquierda, está ahogando a la educación misma y conduciéndola a un punto sin retorno. Todavía estamos a tiempo. Y esta es mi recomendación.
Si la pretensión, repito, es hallar elementos que apuntalen la inserción de la enseñanza en lo público, lo que no cuadra es que, y ya me dirijo a los comentarios vertidos bajo el artículo de mi autoría, se fundamente tal apuesta en la irracionalidad. El primer interviniente cae en idéntico error al que detecto y detallo en el principio del escrito. Otra, quizás guiada por una tutela mal entendida, identifica la ignorancia con la creatividad. Si fuese así, desarrollando la idea expuesta, los informes PISA dejarían bien claro que en España hay mucha creatividad, casi rozando la genialidad.
No quiero emplear en demasía la ironía porque no persigo el escarnio ni de las personas ni de las ideas. Lo que sí está en el centro de mis inquietudes, en relación a la quiebra de la sensatez en el mundo de lo pedagógico, y no soy el único en este declarado esfuerzo, es que se debe llegar a un punto de encuentro y, por supuesto, dentro de los márgenes de lo racional. Cada uno podrá tener y exhibir su ideología, pero que esta marca de la personalidad no haga zozobrar los argumentos en pos del sostén de la educación.
Por una enseñanza pública, claro, pero evitando los errores del pasado, admitiendo una reforma -–o sé si será la de Wert, eso está por ver–, y, sobre todo, por el bien de los estudiantes y por la conquista de la "mayoría de edad" (Kant), que no es otra cosa que el abandono consciente de la ignorancia. No hay que temer a las palabras, sí: superación de la ignorancia.
Un saludo cordial.
Juan Francisco Martín Castillo.
Otros posts sobre la reforma educativa
En este blog se han publicado otros posts sobre la reforma educativa. Por si el lector se siente interesado en ellos, son los siguientes:
Necesitamos dos cosas: reconciliación educativa y reforma multipartidista.
Yo sospecho de ti y tú sospechas de mí: el colapso educativo.
La burbuja educativa: origen y necesidad de una reforma. Autor invitado: Juan Francisco Martín Castillo.
No necesitamos una contrarreforma educativa. Autor invitado: Oriol Prunés.
Qué enseñar y cómo aprender.
La educación traicionada.
Una reforma de cartón piedra.