Entrevista con ANABEL GARCÍA DEL CASTILLO, violinista, concertino de la Orquesta de Valencia y profesora de violín.
La mano que ha mecido el destino de esta mujer ha sido la música. Con tres meses de vida sus padres la llevaron a su primer concierto, con María Rosa Calvo Manzano al arpa. No tardaría en darse cuenta de que su tatarabuelo era violinista, su bisabuelo era violinista, sus dos abuelos eran violinistas, su tío era el gran violinista José Luis García Asensio, su madre era pianista y su padre, el gran director Enrique García Asensio. Así que no es extraño que sus dos hijos preguntaran de pequeños a los amigos “¿Tú qué instrumento tocas?”, como quien pregunta si te gusta más el Nesquik o el Colacao.
Mientras mantenemos la entrevista, en su casa de Valencia, nos rodean cuatro perros y un gato tranquilos y cariñosos, como su dueña. Uno de sus hijos espera a que acabe la entrevista para recibir ayuda en la preparación de sus exámenes, y casi al final aparece comiendo una manzana uno de los mejores guitarristas del mundo: José María Gallardo del Rey, su esposo. Han grabado en California una obra de él, Glosas, Doble concierto para guitarra, violín y orquesta, una maravilla de inspiración hispano-caribeña que acaban de interpretar en Nueva York y que recomiendo efusivamente. Es una joya cuyos entresijos de grabación podéis disfrutar aquí.
En esta entrevista habla de sus impresiones sobre la crisis (en su faceta cultural y educativa), y sobre todo ahonda en su experiencia como estudiante, profesional y profesora de violín, y como música en general. Sin olvidar que cualquier intérprete es, en realidad, una pareja indisociable: el instrumento y la persona. De nada vale afinar el violín si el violinista está personal y emocionalmente desafinado. Esa es su filosofía vital y artística, que viene a ser lo mismo.
¿Cómo estás viviendo esta situación cultural y educativa?
Con amargura, pero pensando que tenemos la obligación de reinventarnos como sociedad. Después de 12 años siendo profesora de violín del Conservatorio Superior de Música de Castellón y luego de Valencia, este curso, por primera vez, no he podido dar clase. Los recortes llegaron a mí. Muchas orquestas se están destruyendo. Por suerte, la nuestra, la Orquesta de Valencia, aunque ha sufrido recortes, no está en peligro de extinción, como otras.
¿Y cuál es tu actitud como ciudadana?
Creo que quienes deciden los recortes han puesto su punto de mira en ámbitos y valores que no son los adecuados. Estamos condenados a un gran retroceso si dejamos de proteger la educación y la cultura, porque eso lo que nos alimenta y enriquece como personas. Y, además, experimentaremos un tremendo cambio en nuestra estructura social. Lo malo es que esos poderes que gobiernan el mundo en beneficio de unos cuantos necesitan precisamente una masa embrutecida, con menos capacidad para ejercer la libertad, con menos capacidad de elección, de decisión y de asociación. Y con menos fuerza para exigir derechos. Lo que estamos sufriendo no solo ataca al Estado del bienestar o a la Cultura del bienestar, es que directamente impide el cultivo y el desarrollo de las personas.
¿Eres muy pesimista?
Pesimista no. No quiero serlo. No podemos permitírnoslo. Ojalá este caos que padecemos nos sirva como revulsivo. Porque tampoco es que nuestros sistemas fueran antes maravillosos. A lo mejor esto que está pasando nos ayuda a repensarlos y a cambiarlos de verdad y para bien. Yo también soy crítica con lo anterior. Hemos puesto demasiado énfasis en el conocimiento intelectual de las materias y muy poco en la educación de personas bien integradas en la sociedad. Se ha descuidado la inteligencia emocional, por ejemplo, que nos permite aprender a gestionar las propias emociones e identificar las ajenas para superar los conflictos. Hemos desatendido cosas muy necesarias para mejorar nuestro autogobierno personal. Ojalá esta crisis dé lugar a un gran cambio respecto a lo que había.
¿Confías en ello o sueñas con ello?
Creo que ni siquiera en momentos como estos hay que dejar de tener utopías. Yo creo en eso. Las utopías han hecho que las civilizaciones cambien y avancen. Si ahora todos asumimos el pesimismo y no mantenemos nuestros sueños, sería como si un principiante de violín dejara de soñar con subir un día al escenario como solista: apaga y vámonos. Si abandonamos nuestros sueños y nuestras utopías, corremos el peligro de entrar socialmente en encefalograma plano y ser gobernados con el mando a distancia. Se cargarían la libertad de las personas. Así que pienso que la crisis, todas las crisis, aparte de sus consecuencias dolorosas y dañinas que nos hacen sufrir, nos deberían enseñar que debemos dar un gran giro a lo anterior.
El año que viene cumples 20 años como como concertino de la Orquesta de Valencia. Vayamos atrás. ¿Cómo llegaste al mundo de la música?
Es que más que llegar, nací en él. Mi familia estaba llena de músicos. Con seis años empecé solfeo y piano, y dos años más tarde empecé a estudiar violín en el Conservatorio de Madrid. Recibí también clases de arpa con 12 años. Era un instrumento que me encantaba: en mi habitación había uno de esos radiadores antiguos de tubos verticales, y yo me imaginaba que era un arpa y lo tocaba. Me encantaba.
Pero tuviste que descartar…
Es que no había manera de ir subiendo de nivel con los tres instrumentos, así que elegí el que se me daba mejor. Primero dejé el último, el arpa. Y luego acabé concentrándome en el violín, que era el que yo sentía más afín.
¿Te sentías una niña distinta?
Lo que sentía es que mi vida era muy ajetreada. Y los deberes… ¡la cantidad de deberes que habré hecho en el autobús! Cuando los demás jugaban, yo me ponía con el solfeo o el violín. A veces no quería, pero mis padres siempre me dijeron: “Lo que empieces, lo debes acabar”. Ahora estoy muy agradecida a esa disciplina impuesta.
¿Te trataban como una chica rara?
En la adolescencia, sí. Los chicos de clase me llamaban chiripirifláutica. Y me sentaba fatal. Se mofaban de mí porque siempre estaba con el violín a cuestas. La verdad es que nuestro sistema educativo, con eso de acabar a las cinco, no ayuda nada a formarse ni en música ni en ninguna actividad extraescolar que quieras tomarte en serio.
¿Ya te veías como futura profesional con 15 años?
No, todavía no. Me gustaba muchísimo, pero a veces era una relación de amor-odio. Lo que menos me gustaba tener que estar sola tanto tiempo. Por eso me iba con mi madre a la cocina cuando ella estaba haciendo cosas. La recuerdo diciéndome: “Más despacio, Anabel. Repítelo”. Me corregía, pero me alentaba mucho.
¿Qué ventajas tiene haber nacido en una familia de músicos?
Por un lado, me ha permitido asistir a muchísimos conciertos, y oír mucha música. Yo podía estar pensando en las batuecas, pero oía muchísima música. Era una casa con música. Pero eso puede pasar en otras familias. La gran diferencia puede ser que mis padres sabían bien que la música es imposible sin una constancia extraordinaria. Si no eres músico, no siempre eres del todo consciente.
¿Y en cuanto a la exigencia?
Conozco padres que no son músicos, pero son muy exigentes. No es algo exclusivo de los músicos.
¿Tuviste dudas sobre el instrumento?
Muchas, muchas... Incluso de mayorcita. Hubo momentos en que lo quería dejar. Con 16 años, lo quería y no lo quería dejar. Además, me interesaban muchas materias, como la filosofía o la psicología, como salidas profesionales. Pero sucedió algo importante: después de COU, mi padre me envió a un curso de verano de nueve semanas a Aspen (Colorado). Allí decidí ser violinista profesional.
¿Por qué?
Es que había un ambiente tan distinto... En España me sentía muy sola, muy extraña, muy hija de… Allí, todo lo contrario. Había gente muy buena, que estudiaba mucho, pero hacía todo tipo de cosas y se lo pasaba muy bien. Gente más joven que yo y que tocaba mejor que yo. Aprendí mucho. ¡Y no me llamaban chiripitifláutica ni me sentía sola! Además, teníamos una orquesta de verdad. Para mí era la primera vez. Aquí no había infraestructura, no como ahora, que hemos mejorado muchísimo. Entonces, yo iba muy bien en Madrid y, cuando llegué allí, vi que mi nivel no era tan alto como creía. Recuerdo que, al poco de llegar, tocamos la 5ª de Beethoven. Las notas… vamos… es que las veía volar a mi alrededor. La había preparado, pero no sabía seguir el ritmo del director. Porque una cosa es estudiártela y otra ser capaz de seguir la batuta, que es un verdadero oficio.
¿En qué sentido es un oficio?
Mira, cuando uno estudia una obra, lo hace desde sí mismo, pero cuando 16 primeros violines tienen que hacer un rubato juntos o entrar a la vez… eso es algo que no consigues si no tienes práctica. Necesitas un entrenamiento para seguir las indicaciones del director e integrarte en el grupo. En España yo no lo había practicado, no había tenido esa oportunidad.
O sea, ¿qué allí descubriste lo que era una orquesta?
Sí, y también mi destino como violinista profesional. Pero es normal que sucediera así, porque convertirse en músico es un proceso acumulativo y lento, muy lento, como dice mi padre. Empiezas de niño y acabas… cuando acabas… si acabas. Lo cierto es que en Estados Unidos decidí que quería ser violinista. Y tuve la suerte de que me ofrecieron una beca para el Brooklyn College. Luego me licencié en la Juilliard School. Allí hice el Bachelor y el máster. Me quedé seis años en Nueva York: fue una etapa fundamental en mi vida.
¿Es importante para un músico irse fuera?
Es bueno para todos y desde todos los puntos de vista. Amplías tu visión del mundo, convives con otras mentalidades, ves otro tipo de culturas, otras maneras de entender la vida, y eso enriquece mucho no solo al músico, sino a la persona.
¿Puede estropearse un músico joven por un profesor inadecuado?
Creo que no. A ciertos niveles, puede haber cambios, pero no a peor: siempre hay algún enriquecimiento. Lo que sí es complicado es ir de profesor en profesor cuando eres muy joven. Es un lío que yo he vivido en mis carnes. Yo tenía a mi profesor, Hermes Kriales, un gran violinista, y me decía que lo hiciera así. Mi padre me decía esto otro. Mi tío, también. Y mi abuelo, de vez en cuando… Y yo, que entonces no tenía criterio, tenía un cacao… No era capaz de interpretar esas instrucciones. A lo mejor me decían lo mismo, pero desde ángulos distintos. Mi abuelo me decía: articula bien, presiona, presiona… Mi tío, cuando venía de Londres, me decía: no presiones, más ligera, más suelta. Y yo no lo entendía. En mi mente eran instrucciones contradictorias. Pero luego he entendido que no lo eran. O cuando, con ocho años, mi profesor me decía que relajara la muñeca. Estuve años sin entender qué quería decir eso de verdad. Lo comprendí muchos años después.
¿Se te queda en la memoria cómo te salió la música en este o en aquel concierto?
A corto plazo sí, claro. Sobre todo la sensación que tuviste, que no siempre coincide con el resultado para los demás. A veces te quedas contento y no estuvo tan bien. Pero generalmente es al revés. No acabas de estar contenta del todo, y, al cabo del tiempo, lo oyes y piensas: “Madre mía, ¿yo hice eso?”. Creo que tenemos instintivamente un exceso de autocrítica, pero quizá sea inevitable para tocar a cierto nivel.
¿Tienes la sensación de estar siendo examinada permanentemente en los conciertos?
Sí, pero en esencia tú eres tu examinador. El examen de los demás pesa cada vez menos. He vivido un largo proceso hasta superar ese exceso de crítica externa, e incluso interna. Lo que no puedes es perder el criterio de que, si esto no está como debe estar, tienes que seguir esforzándote hasta que suene como debe sonar. Pero es necesario suavizar esa presión psicológica. En otros tiempos, la sentía muy dolorosamente.
Y ese dolor se plasma en…
Pues mira, se plasma en que no disfrutas con la música. Ni vives el proceso de aprendizaje y de forjar una obra con esa alegría que deberíamos sentir los intérpretes. Se convierte en una tortura. Por otro lado, cuando tienes miedo al juicio ajeno, tampoco conectas con la música de verdad: tu pequeño ego te aleja de la música. Entonces bajas a segunda división en cuanto a la auténtica comunicación. La música no es eso. Una vez que te has preparado acorde con tu conciencia, una vez que has depurado todo, llega el momento de tocar. No puedes perder de vista tu propósito, que es disfrutar de la música haciéndola llegar a los otros para que cada uno, desde su percepción, recree y expanda esos sonidos maravillosos en su interior.
¿Qué te ha aportado la música personalmente?
En primer lugar, una gran fuente de placer. Cuando tocas algo que te gusta y consigues tocarlo como tú crees que es, eso es muy, muy placentero. Te llena. Y también es muy bonito y muy gratificante tocar con otras personas.
¿Qué te ha dado la música en el sentido de las competencias como persona?
Aparte de las capacidades cognitivas y de sensibilidad que ahora conocemos mejor que nos da, pero que uno no es del todo consciente cuando se está produciendo, me ha desarrollado mucho la capacidad de trabajo en equipo. Cuando tocas música de cámara, el trabajo en equipo es fundamental. Se producen intercambios de protagonismo entre los diversos instrumentos. Para hacer una versión y encontrar un equilibrio, hablar con los otros músicos, ceder, consensuar… es importante. Al final hay que definir una manera de interpretar. Precisamente de música de cámara, a mí hay un compositor que me llega muchísimo: Brahms. Y también la música me ha dado algo esencial: mucho sentido de la disciplina, la conciencia de que todo lo vamos construyendo gracias a la constancia. Que esa constancia sea dolorosa o no, ahí habría mucho que hablar, pero necesitamos esa constancia.
¿Y desde el punto de vista espiritual? ¿Te ha enriquecido?
Uy, ¡muchísimo! Porque la música es un vehículo de expresión que se vale de un medio esencial y primitivo para los seres humanos: el sonido, el ritmo… Al vivir con el sonido y el ritmo, al darle forma… estás vibrando, desarrollando sensaciones, percepciones… Por ejemplo, escuchar o tocar el 2º tiempo del Doble Concierto para violín de Bach es una experiencia mística que a mí me hizo sentir que lo bello y lo bueno son lo mismo. La música te puede ayudar a experimentar una expansión, una sensación de éxtasis o de trascendencia muy difícil de explicar.
¿Qué te ha quitado la música?
Quizá me ha quitado una infancia más feliz, más despreocupada, con más juegos y menos agobio de actividades. Pero al mismo tiempo, reconozco que me lo pasaba pipa en el Conservatorio… ¡cómo disfrutaba en clases de solfeo! Además, hay algo muy importante: cuando a un niño se le da algo bien, le gusta, y cuando se le da mal, no le gusta. Y a mí se me daba bien, así que disfrutaba mucho aprendiendo.
¿Sientes celos cuando ves que alguien toca demasiado bien?
Celos no, qué va. Bueno… quizá cuando era muy joven. Pero ahora, ya madura, aprendes a valorar lo que tienes y tratas de potenciar tus virtudes. Y cuando veo una gran interpretación pienso: “¡Madre mía, cómo lo está haciendo…!”. Pero con admiración y envidia sana. La verdad es que no siento celos, solo admiración.
¿Qué consejos darías a unos padres cuyos hijos quieren aprender música?
O que ellos quieren que sus hijos aprendan música, ¿no? Lo primero, que escuchen música…
¿Los hijos o los padres?
Los padres y los hijos. Que en casa se respire música. Y que vayan a conciertos, con orquestas, con bandas... No basta decir: “Me encantaría que mi niño tocara el piano”. Si no lo expones a la música, no adquiere sensibilidad para disfrutarla. Y eso es imprescindible. Por ejemplo, yo misma descubrí el saxofón con 18 años. Y me encantó, pero llegué tarde. Si lo hubiera descubierto de niña, quizá lo hubiera elegido. Los niños tienen que estar expuestos a la música, para que el niño resuene con ella. Y entonces, adelante. Pero también tienen que tener en cuenta algo: que nadie espere comprar hoy un instrumento y que a las dos clases ya suene de maravilla. Es un proceso lento y a veces tedioso, sobre todo con la cuerda. Un novato con un piano puede sonar medio bien, pero con un violín suena horroroso, aunque ahora hay métodos para que suene bien antes. Pero todo es lento. Así que tienen que saber que el niño estará encantado los primeros días, pero, cuando vea que no suena como los violines de los discos, puede desmoralizarse. Entonces es cuando hay que imponer esa disciplina dulce, sin látigos ni gritos, para que el niño haga sus deberes: “Tú lo has elegido porque te gusta. Tienes que acabar lo que has empezado”. Como me dijeron a mí.
¿Puedes interpretar mentalmente leyendo la partitura, sin tocar?
Lo puedo hacer mentalmente, pero todo lo pruebo con el violín para ver si lo que he pensado funciona bien en la realidad física. Porque, además, tienes que ver cuál es tu sensación personal al tocar. Tienes que sentirla. Pero debo decir que lo más importante para mí es que las obras hay que dormirlas.
¿Dormirlas?
Sí, prepararlas y dejarlas reposar para retomarlas y ver si tu visión tiene consistencia. Hoy haces esto. Pero quizá mañana lo retomes y piensas que es mejor de esta otra manera. O te estudias un concierto y lo interpretas. Y, al año siguiente, lo vuelves a coger y piensas cosas distintas. Eso se produce por la maduración de la obra en ti como persona. Ten en cuenta que tú le das vida a esos grafismos de la partitura, eres tú el que interpreta. Claro que esto es relativo, ya que hay una serie de principios que son inamovibles, como, por ejemplo, que la dominante resuelve en la tónica. Esto lo estudia la fenomenología musical. Hay leyes musicales que necesariamente debes respetar.
¿Cómo ha sido tu evolución como intérprete?
Aunque siempre me han dicho que he tenido buen sonido, creo que ahora toco con más corazón. Le pongo una sensibilidad que no me resulta fácil explicar, pero que antes no tenía. Es mi propia evolución personal. No digo que yo antes no fuera auténtica, sino que no tenía la misma sensibilidad, la misma capacidad.
¿Personalizas tu relación con el violín?
Claro que llegas a desarrollar una relación personal con el violín. Ten en cuenta que el sonido no es solo del instrumento, es tuyo. Con otra persona tendría otro sonido. El instrumento te da la base, pero sobre ella tú pones tu personalidad. Es una simbiosis, una pareja. Cada violín tiene un sonido básico. No hay dos iguales. Pero el violinista lo hace aún más diferente.
¿Quien ha sido el mejor profesor de tu vida?
Masao Kawasaki, que me dio clase en Aspen y luego en Nueva York, el que más me ha aportado técnicamente en una etapa decisiva. Pero a nivel de inspiración musical, de sonido, mi tío, José Luis García Asensio. Tocaba ante él y a lo mejor solo me decía un par de cosas, pero yo salía tocando de otra manera. Y no me pasaba solo a mí. No es fácil de explicar: era algo más allá de las palabras e incluso más allá de los sonidos. Transmitía una inspiración muy especial. Su relación con la música era increíble. Había algo energético que, de alguna manera, emanaba y te lo transmitía.
Como profesora, ¿cuál es tu filosofía personal?
Como profesora tienes varias misiones. Que conquisten las habilidades necesarias con el instrumento, que conozcan y dominen el repertorio clásico, y que estén en condiciones de abordar el repertorio que se está creando hoy día. Pero también desarrollarse como personas con el instrumento. El violín te hace muy transparente: cuando tocas, muestras tu personalidad, porque eres tú con el instrumento. El violín expresa mucho de ti, no solo del compositor. Hay que conseguir que nuestros miedos y posibles bloqueos emocionales con el violín no interfieran en la música.
¿Que aprendes como profesora?
Cuando mis alumnos tienen problemas, si los he vivido puedo actuar fácilmente. Pero si no los he vivido, necesito empatizar para darles soluciones. Un profesor necesita observar y desarrollar empatía para ayudar al alumno, tanto si el problema es técnico como si tiene una dimensión personal.
¿Te creen tus alumnos cuando les dices que no todo en la vida de un violinista es técnica?
Hombre, tienes que dar la información en dosis asimilables. A alguien volcado en la técnica no le digo de repente cosas raras para que me diga “¡Esta qué ha fumao!”. Pero con el tiempo le coges el pulso. Mi objetivo claro es que cada alumno desarrolle su potencial hasta llegar a ser su mejor versión, musical y expresiva.
¿Cómo concibes tu VII Curso de Internacional de Perfeccionamiento del Violín que impartes en julio en Valencia?
Desde hace dos años, mi curso es un homenaje a mi tío, José Luis García Asensio, fallecido en 2011, y responde a una especie de utopía. No solo queremos enseñar la dimensión técnica y musical del violín, sino que profundizamos en la parte emocional para generar un proceso de desarrollo personal a través del violín. Concebimos el violín como una especie de trampolín del progreso que debe dar como resultado una forma de interpretación y de comunicación musical más sublime. La idea es que el violín solo no toca, tú puedes afinar el violín, pero siempre necesitarás afinar otro instrumento esencial: la persona que lo toca. En las anteriores ediciones, este curso ha ayudado a muchos alumnos porque me han dicho que ha habido un antes y un después. En el curso, algo les hace clic. Solo por eso merece la pena. A mí me gusta ayudar a la gente que pasa por situaciones que yo ya he pasado y he podido superar.
VERSIÓN COMPLETA DE LA ENTREVISTA
Los lectores interesados pueden leer la versión completa de esta entrevista haciendo click aquí.
Hay 4 Comentarios
Excelente entrevista, aunque estoy en desacuerdo con uno de los temas: pienso que la actitud de un profesor puede ser determinante en la educación de algunos niños. Me temo que habremos perdido algunas mentes prodigiosas debido a que algunos profesores no supieron o pudieron valorar su potencial. Por fortuna, estos aspectos se están trabajando en las facultades de magisterio.
https://www.matesfacil.com/
Publicado por: Matesfacil | 30/08/2018 13:09:46
Basta con analizar los saberes que se consideran fundamentales y la forma en que se transmiten para deducir la concepción del ser humano que tiene una sociedad, para tener una idea bastante aproximada de cuáles son sus prioridades. Así encontramos civilizaciones que han primado lo espiritual sobre cualquier otro tipo de inquietud o necesidad humana, y otras que han antepuesto la subsistencia y la satisfacción de las necesidades materiales sobre las manifestaciones artísticas o místicas, o que han concedido mayor importancia al arte que a la religión o la tecnología.
Todas ellas tuvieron su momento de grandeza, aquel de máximo desarrollo de la opción elegida. Valgan como ejemplos la seguridad y el bienestar material logrados por el Imperio Romano, el esplendor artístico de la Grecia de Pericles o la espiritualidad que impregnó la Baja Edad Media y se plasmó en la construcción de las catedrales. Todas ellas, también, declinaron y desaparecieron víctimas de sus excesos, del desprecio o la poca atención a los otros componentes de lo humano.
Esto debería hacernos reflexionar sobre nuestra sociedad y su futuro, sobre la ideología que la soporta, que no ve más allá del aumento de comodidades y seguridades, la acumulación de cosas y la preservación y prolongación de la vida. Una sociedad cuya cosmología carece de trascendencia y de poesía. Una sociedad que sacia pero que no alimenta, que entretiene pero no satisface, que alegra pero que no proporciona la felicidad.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/ni-celeste-ni-terrestre
Publicado por: Esalvador | 17/06/2013 21:14:45
Cuando digo a mis compañeros y compañeras que creo que deberíamos suprimir la música de la educación obligatoria (como con otras materias que creo que aportan poco, sino se las sustituye por otras vías de acceso al conocimiento: latín, griego, filosofía, historia o geografía por si mismas -prefiero el marco de las Ciencias Sociales, más amplio-), me encuentro con un muro de incomprensión que sólo sirve a intereses corporativos muy legítimos, pero de escaso recorrido si hablamos del objeto de la educación: nuestro alumnado.
Por contra, afirmo que la música es esencial para la formación humana y todos los niños deberían tenerla, al menos hasta un cierto nivel. Anabel, en esta deliciosa entrevista, nos da una clave esencial: llegados a un punto, es necesario tener muy claro que se quiere ser músico profesional. ¿Dónde situar ese punto? Supongo que los expertos en didáctica de la música habrán de decirlo, pues son quienes saben de ello.
¿Por qué afirmo que la música debe desaparecer del currículo? Porque tal como se da actualmente, no sirve para nada. Condenar a la música a una historia de la música es un absurdo, un sinsentido que sólo sirve para cargar el horario escolar con cuestiones innecesarias. Sólo es información que podemos buscar en cualquier sitio.
En mi opinión, la opción más lógica sería introducir la música en infantil y primaria para que todo el mundo acceda al conocimiento musical y aproveche las competencias que nos brinda, tal y como Anabel afirma en su entrevista. A partir de ese momento, debería ser opcional o desaparecer de las escuelas para ser llevada a escuelas específicas donde aprendieran música e instrumentos quienes quieran iniciar ese camino, aunque no lo quieran terminar finalmente. Eso requeriría descargar el horario lectivo y disminuir la carga de deberes para que las personas puedan formarse en lo que realmente su inclinación les pida, con los medios y nivel que requieren según sus capacidades, habilidades y deseos.
Pero lo que no hay que dejar es la audición de la música, escuchar música en el aula con regularidad, contando con personas que puedan ayudar al alumnado a entender y disfrutar la música, no sólo la clásica, sino cualquier tipo de música. La forma en que lo abordaba aquel excelente programa de TVE llamado "El conciertazo" me parecía admirable por lograr una gran cercanía entre obra y público infantil. Lo expertos me corregirán si me equivoco y, seguramente, existirán otros métodos mejores, pero hablo de lo que conozco.
Y sería imprescindible que los espacios dedicados a la música dedicaran parte de su oferta a actividades musicales en horario escolar para que pudieran acudir los estudiantes con regularidad y acostumbrarse a la asistencia a espectáculos musicales.
Puedo afirmar que es la metodología didáctica la que permite estos logros porque allá por las cavernas, un profesor se saltó el guión de su clase de música, se olvidó del espanto de la historia de la música y se dedicó a audiciones guiadas, con material visual y escrito de apoyo, para entender lo que escuchábamos. Muchos de los que allí estábamos, en un ambiente obrero y deprimido, no demasiado propicio para la música considerada de élite, hemos mantenido el gusto por la música clásica, haciendo brotar un árbol donde el páramo cultural de este país sólo permitía el mantenimiento de lo aflamencado popular (que no del flamenco, ojo) como una alternativa musical al alcance de quienes carecíamos de casi todo. Honro a aquel sabio de la enseñanza por hacer lo que hizo, aunque su ejemplo haya tenido poca continuidad en la enseñanza.
Publicado por: tiemposdificiles | 17/06/2013 12:24:55
Las artes y las ciencias han sobrepasado ya los mínimos sociales, a los que antes solo accedían unas pocas minorías de personas.
Quienes eran superdotados o superdotadas y las clases altas de la sociedad.
Ahora a la sociedad ya no se la puede gobernar o dirigir desde las manidas verdades de Perogrullo.
La política social ha de responder al nivel de excelencia alcanzado por la mayoría de la sociedad globalizada.
Por eso la gente sale a la calle y reclama justicia y derechos sociales en todo el mundo, contra el avasallamiento de los derechos y contra la injusticia social malversada.
No aceptando las supuestas rebajas en materia social, como la panacea que todo lo arregla.
Porque no es cierto y lo ve claro la ciudadanía.
No aceptándose el cambio de rumbo impuesto por quienes no quieren ver, que la sociedad en su conjunto ha crecido y ya no acepta seguir encorsetada por los trajes sociales del pasado.
Ni por las tutelas y los privilegios de las jerarquías y las élites exclusivas.
Exigiendo un cambio de soberanías más generalizadas e igualitarias, y mirando más hacia la ciudadanía, y menos hacia los intereses privados.
Universalizando el crecimiento social homogéneo de la gente en todas partes.
De ahí los va y benes de los mercados, y los traqueteos mercantiles, reacios a admitir los nuevos rumbos de la sociedad igualitaria.
Los nuevos parámetros de crecimiento y universalidad de la cultura y el bienestar social, que desmonta los resortes exclusivos del poder establecido hasta ahora.
El cambio en la mayoría de la gente ya se ha iniciado, una madurez alcanzada por su propio peso.
Ahora corresponde acceder al cambio de gestión en las minorías selectas y en las jerarquías institucionalizadas de todos los niveles.
Si no queremos empezar a descomponernos como una manzana picada.
La historia lo recuerda en la enumeración de sus etapas, edad antigua, madia, moderna y contemporánea.
Pues bien ya tenemos otra nueva.
La edad de la ciencia o la tecnología informática.
Que lo ha cambiado todo.
Publicado por: Inma | 17/06/2013 10:15:25