Post número 5 de la serie El mejor profesor de mi vida, escrita por los lectores del blog como homenaje a la profesión docente.
Autora invitada: PILAR CIUTAD (Zaragoza)
La mejor profesora de mi vida, aunque a quienes me conozcan pudiera extrañarles, fue una monja del colegio Santa Ana de Huesca, la hermana Rosa María Arbós, cuyas clases de Lengua y Literatura Española nunca olvidaré.
Los clásicos estaban vivos literalmente en sus clases. Un día el mismo Gustavo Adolfo Bécquer salió de su tumba, un armario empotrado del aula, para recitarnos sus poemas a las 40 preadolescentes de 13 años de principios de la década de los 70.
Todas caímos rendidamente enamoradas a los pies del fantasma.
Conocí tan de cerca la novela picaresca española y El Lazarillo de Tormes que ocho años más tarde, sin haberlo vuelto a ver, me lo encontré en mi examen de oposiciones a maestra y obtuve un 9,5 de nota.
La buena hermana Rosa María salió también en defensa de mis cualidades y mi conducta cuando una monja-arpía mancilló mi nombre y mi honor en una entrevista con mi madre. A cada una, lo suyo.
Nota sobre la serie El mejor profesor de mi vida
La idea de pedir la participación de los lectores para publicar esta serie surgió a finales de abril, cuando estaba retocando precisamente el post El mejor profesor de mi vida. La primera selección de testimonios de los lectores de este blog es muy emocionante. Comenzó a publicarse el pasado 4 de julio (con El milagro de Miss Phillips con la Historia) y continuará publicándose hasta primeros de septiembre.
Sería estupendo que siguieran llegando textos y fuéramos capaces de establecer un día fijo para publicar esos testimonios más adelante. Por eso animo a todos los lectores, y también a los jóvenes que aún están a diario en el aula, a enviarme sus textos.
Las normas son muy simples:
- Identificar al autor y al profesor con nombres y apellidos.
- Extensión: 500-1.000 palabras.
- Ubicación: ciudad actual del autor y ciudad en la que se produjo el encuentro con el profesor.
Espero nuevos testimonios. Creo que el reconocimiento a los grandes profesores es nuestra deuda moral como estudiantes y nos ennoblece como sociedad. Que falta nos hace.
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