Ayuda al Estudiante

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El ecosistema educativo tiene un triángulo esencial: estudiantes, padres y profesores. Lo demás es contexto. Si este se sitúa en el centro de gravedad, algo va mal. Los análisis sobre educación tienen un peligro casi invisible: la paralización fascinada por lo mal que estamos. Descalificar sin analizar es injusto y analizar sin proponer alternativas, estéril. Así que el propósito de este blog es claro: ayudar a estudiantes, padres y profesores a encontrar alternativas de mejora.

Los salesianos, educados para ser grandes profesores

Por: | 01 de agosto de 2013

Post número 7 de la serie El mejor profesor de mi vida, escrita por los lectores del blog como homenaje a la profesión docente.

 

Autor invitado: EDUARDO MARTÍNEZ (Málaga)

 

El día del examen, ya sabía que venía preparado para conseguir la plaza: había estudiado con un ex salesiano que montó un colegio público con su hermana, cuando le echaron del Colegio de San Bartolomé, de Málaga, por ser homosexual.

Don Antonio, El Mono, como le llamábamos los niños con esa candidez de los seis, siete años, era un gran profesor. Todos los salesianos lo son. Están educados para ello. Para mis padres y para mí esa cuestión de la homosexualidad no tenía trascendencia. En el edificio donde vivíamos había uno y en el barrio había varios. Todos eran muy buenas personas y sólo los intolerables machistas de siempre se metían con ellos.

En el Colegio de Don Antonio aprendí a mi corta edad a hacer raíces cuadradas; tenía un vocabulario muy extenso. Mis hermanos mayores me miraban con cierta envidia sana porque yo, como el benjamín de la familia, había sido el único que pudo estudiar en colegios privados. Ya entraban algunos sueldos en casa y ello permitía a mi Santa Madre (que en Gloria esté), intentar darme una educación más propia de sus antepasados, todos ellos empresarios del mueble desde hacía dos siglos en Málaga y Ronda, desde que ella tenía referencias. Ella deseaba para mí lo mejor y no descartaba que yo un día siguiese la genética de la familia Gómez-Alcolea y Marín Lagares, como muy orgullosa se mostraba al pronunciar los apellidos de su familia, la mía.

Yo agradecí el gran favor que me estaban haciendo y procuraba prepararme todos los días, de domingo a viernes, la clase del día siguiente. No tenía recreo por las tardes. Después de la merienda tocaba hincar los codos y procurar aprovechar el tiempo al máximo, antes de que viniera mi padre para la cena y después a dormir para estar en buen estado para el día siguiente. Así conseguía los dieces que nos daba Don Antonio a otro compañero y a mí. Siempre con los comentarios de favoritismo por alguna razón distinta a los estudios. A mi compañero y a mí no nos preocupaban los cotilleos por ser considerados los favoritos de Don Antonio y su querida hermana, porque siempre recibimos el trato más respetuoso que se podía pedir a unos profesores.

Esa etapa me ayudó a varias cosas: aprender a estudiar; sentirme orgulloso de ser el primero o el segundo de la escuela, y a considerar que la enseñanza salesiana era mucho mejor que cualquier otra. La diferencia que yo notaba entre mis amigos del barrio y yo sobre nuestra formación era tan grande que yo, inocente de mi, les sugería porqué no le pedían a sus papás que le metiesen en el colegio de Don Antonio, sin pensar en que ellos simplemente no tendrían casi ni para comer.

Ignoro si fue por las habladurías sobre Don Antonio o porque ya me hacía “mayor”, mi Santa Madre decidió que debía cambiarme al Colegio Salesiano de San Bartolomé,  aunque le advirtieron que sería muy difícil entrar por las exigencias del examen. 

El ex Padre Alvino García era el encargado de hacer los exámenes, posiblemente de Matemáticas y Dictado. Se quedó tan impresionado por los resultados que me pidió que me esperase, aunque ya había terminado. Mi Santa Madre, impaciente, esperaba en el patio del colegio. Sólo quería saber en qué colegio había estudiado porque superaba en mucho el promedio por los resultados obtenidos y la rapidez con la que hice las pruebas. 

Le expliqué que ya había estudiado con un salesiano, y enseguida entendió la razón de mi preparación. Salió en busca de mi Santa Madre y le confirmó que yo estaba admitido porque había sido el número uno en los exámenes. La alegría de mi Santa Madre, en forma de llanto, debió de sorprenderle al ex Padre Alvino, porque intentó consolarla diciéndole que podía estar muy orgullosa de mí y que procuraría hacer de mí un hombrecito. Mi Santa Madre le besuqueó su mano tanto que el ex Padre le dijo: "¡Ya está bien, buena mujer!".

Aquello era el Edén de las escuelas. Estábamos separados por edades. Había patios enormes para los recreos, donde jugábamos al fútbol con unas pelotitas de tela, papel o incluso piedrecillas, si no teníamos de las otras. Había talleres donde formaban a muchachos, que parecían enormes, en carpintería, imprenta y alguna otra profesión que ahora no recuerdo. 

La visión de los talleres y aquellos mozalbetes tratando de aprender una profesión, nos daba alas para prepararnos e intentar ser algún día como ellos. Además el colegio disponía de una huerta en Segalerva y un gran campo de fútbol donde los fines de semana jugaban equipos profesionales, pero nosotros podíamos aprovechar entre semana para jugar al fútbol y hacer todo tipo de ejercicios gimnásticos. 

Los veranos, para recoger a los niños, se montaba el Oratorio Festivo Salesiano y disfrutábamos de los entretenimientos que nos ofrecían, incluido cine los domingos por la tarde después de la bendición.

La enseñanza fue espectacular. De nuevo procuré seguir con mi ritmo de estudios y nos repartíamos el puesto primero entre mi amigo José María Mir Rando y yo, los pelotas del Padre Alvino. Tuvimos que aprendernos casi de memoria un diccionario verde, que aún conservo, de cuatro por tres centímetros. Nos enseñó Teneduría de Libros, Álgebra, Reglas de tres simples y compuestas. Tal fue la preparación, que en los exámenes a los que acudía para conseguir empleo, quedaba entre el primero y el segundo. 

El bueno de Don Alvino me dijo que antes de meterme a seminarista, debería ver algo de mundo y me sugirió que aprendiese inglés y francés. Eso hice y en contra de los deseos de mis padres que consideraban a Torremolinos un antro de perversión, comencé mi andadura en la hostelería y el turismo, de la cual estoy muy orgulloso de haber cumplido los cincuenta años en mayo de 2012.

 

Nota sobre la serie El mejor profesor de mi vida

La idea de pedir la participación de los lectores para publicar esta serie surgió a finales de abril, cuando estaba retocando precisamente el post El mejor profesor de mi vida. La primera selección de testimonios de los lectores de este blog es muy emocionante. Comenzó a publicarse el pasado 4 de julio (con El milagro de Miss Phillips con la Historia) y continuará publicándose hasta primeros de septiembre.

Sería estupendo que siguieran llegando textos y fuéramos capaces de establecer un día fijo para publicar esos testimonios más adelante. Por eso animo a todos los lectores, y también a los jóvenes que aún están a diario en el aula, a enviarme sus textos.

Las normas son muy simples:

- Identificar al autor y al profesor con nombres y apellidos.

- Extensión: 500-1.000 palabras.

- Ubicación: ciudad actual del autor y ciudad en la que se produjo el encuentro con el profesor.

Espero nuevos testimonios. Creo que el reconocimiento a los grandes profesores es nuestra deuda moral como estudiantes y nos ennoblece como sociedad. Que falta nos hace.


 

Hay 1 Comentarios

La intención de aquella enseñanza era buena, pero adolecía de un detalle importante en aquella enseñanza fundamental.
Los colegios religiosos no solían tener colegios de chicas, solo se orientaban hacia los chicos.
La enseñanza era buena y lo sigue siendo, impartiendo cultura y respeto. Desde la disciplina ordenada.
Desde la aceptación de un credo cristiano que se daba por descontado.
Se impartía la cultura dentro de una disciplina.
Sin distracciones.
Y por fuerza esa forma y manera tenía que dar buenos frutos, la prueba es que hay tenemos a muchísima gente ejerciendo responsabilidades importantes, gracias a aquellas enseñanzas.
La cultura desde el respeto y la disciplina en igualdad llevada a la ciudadanía, siempre ha de dar buenos resultados.
Hoy también y en justicia.

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Sobre el autor

Carlos Arroyo

ha navegado profesionalmente entre las cuatro paredes de un aula, la redacción de EL PAÍS y la dirección del Instituto Universitario de Posgrado. Esa travesía le ha convencido de que educar bien a los hijos es saldar buena parte de la deuda con la vida. Es autor de Libro de Estilo Universitario y diversos libros de ayuda al estudiante.

Web: www.ayudaalestudiante.com
Correo: [email protected]

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