Post número 11 de la serie El mejor profesor de mi vida, escrita por los lectores del blog como homenaje a la profesión docente.
Autor invitado: ALEJANDRO SANCHO (Granada)
Tuve la inmensa suerte de recibir clases de don Luis María Laita de la Rica durante dos años, entre 1982 y 1984. Además, me dirigió lo que entonces se llamaba la tesina. Hacer amistad con don Luis era fácil. Es un hombre tímido, pero muy accesible y siempre con una gran capacidad para hacerte sentir cómodo y valorado. Creo que una de las cosas que me enseñó con su quehacer como docente es que siempre hay que intentar transmitirle al alumno que es capaz, que es valioso, que es importante como persona.
Lo que más me impresionó –y me impresiona– de él es su humildad. Pudiendo jactarse de su currículum y sus conocimientos, es un hombre que, ayudado por su timidez, dice las mayores verdades y despliega la mayor de las sabidurías como si pidiera disculpas.
En 1996 le pedí que me dirigiera la tesis. Yo había estado desenganchado de la ciencia varios años por razones personales. Tras 12 años de ausencia, no solo me recordaba (los profesores sabemos lo difícil que es recordar cientos de nombres y caras a lo largo de muchos años), sino que puso todo a mi disposición para que en la ciudad en la que yo estaba pudiera encontrar a una persona que hiciera ese papel.
Fue miembro del tribunal dos años más tarde, y siguió dándonos a todos (doctorando yo, y doctores los demás) ese ejemplo sutil y callado de sabiduría y sensibilidad.
Unos pocos años después, a iniciativa de unos alumnos míos que estaban adentrándose en el extraño mundo de la edición cultural, tuve la osadía de pedirle un texto para publicarlo en una revista de nueva creación (de élite, se publicaron 99 ejemplares numerados con producciones serigráficas originales).
Don Luis no sólo les cedió el texto, sino que aceptó que yo, como intermediario entre el público de la revista y los autores (el texto estaba firmado también por Alberto Brunori, de la Universidad Politécnica de Madrid), revisara y corredactara el texto, sugiriendo cambios y adaptándolo ligeramente a la sudiencia. El texto formaba parte de un trabajo sobre George Boole que más tarde se publicaría en una editorial científica de ámbito internacional.
Hace unos pocos años tuve la osadía de escribirle un mail y ponerme en contacto con él, y sigue siendo el profesor atento y amable que conocí.
Han pasado casi 30 años desde que lo conocí, pero el tiempo no ha pasado: sigue siendo un referente en mi vida de lo que es ser un ser humano cabal y un buen profesor.
Nota sobre la serie El mejor profesor de mi vida
La idea de pedir la participación de los lectores para publicar esta serie surgió a finales de abril, cuando estaba retocando precisamente el post El mejor profesor de mi vida. La primera selección de testimonios de los lectores de este blog es muy emocionante. Comenzó a publicarse el pasado 4 de julio (con El milagro de Miss Phillips con la Historia) y continuará publicándose hasta primeros de septiembre.
Sería estupendo que siguieran llegando textos y fuéramos capaces de establecer un día fijo para publicar esos testimonios más adelante. Por eso animo a todos los lectores, y también a los jóvenes que aún están a diario en el aula, a enviarme sus textos.
Las normas son muy simples:
- Identificar al autor y al profesor con nombres y apellidos.
- Extensión: 500-1.000 palabras.
- Ubicación: ciudad actual del autor y ciudad en la que se produjo el encuentro con el profesor.
Espero nuevos testimonios. Creo que el reconocimiento a los grandes profesores es nuestra deuda moral como estudiantes y nos ennoblece como sociedad. Que falta nos hace.
Hay 1 Comentarios
Mejor mostrar sabiduría que no utilizar el cuerpo como reclamo que es lo que se hace hoy día: http://xurl.es/nu51w
Publicado por: Lector | 11/08/2013 20:06:06