Ayuda al Estudiante

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El ecosistema educativo tiene un triángulo esencial: estudiantes, padres y profesores. Lo demás es contexto. Si este se sitúa en el centro de gravedad, algo va mal. Los análisis sobre educación tienen un peligro casi invisible: la paralización fascinada por lo mal que estamos. Descalificar sin analizar es injusto y analizar sin proponer alternativas, estéril. Así que el propósito de este blog es claro: ayudar a estudiantes, padres y profesores a encontrar alternativas de mejora.

Una pasión contagiosa por la historia y la cultura clásica

Por: | 29 de agosto de 2013

Post número 19 de la serie El mejor profesor de mi vida, escrita por los lectores del blog como homenaje a la profesión docente.

 

Autor invitado: JORDI GARRIDO ÚBEDA (Barcelona)

El mejor profesor de mi vida fue Ricard Llop. Uno de esos profesores que, con el paso de los años, permanece en la mente mientras los recuerdos se van haciendo borrosos. Su figura incluso se engrandece y se mitifica. Cuando yo estaba en plena eclosión intelectual, recibí su ayuda para poner orden mis pensamientos y saciar mi sed de conocimiento.

He tenido grandes profesores que han contribuido irremediablemente a que me decantara por letras y las artes y, sobre todo, que no me arrepintiera de mi elección. Trabajo para ser historiador del arte en la Universidad de Barcelona, y antes de eso fui un estudiante de Bachillerato y estudiante de ESO en la escuela barcelonesa Joan Pelegrí, en el barrio de Hostafranchs.

Fue en 4º de ESO, con 16 años, cuando se cruzó en mi camino el que se convertiría en mi mejor profesor. Era profesor de Latín, Cultura clásica y Literatura castellana. Los dioses tuvieron a bien hacerlo coincidir conmigo en una optativa en la que se impartía una esquemática introducción a la gramática de la lengua latina, algo a priori poco atractivo para la masa estudiantil, pero que a mí me llamó la atención.

Mi primer flechazo con Ricard fue el día del examen final de esta asignatura, en el que la pandilla de holgazanes de turno se quedaron ojipláticos cual escultura mesopotámica al ver el contenido de la prueba. No era en exceso difícil, pero la consideraron ofensiva debido a su exigencia. Uno de los muchachos le expresó su descontento y le dijo que nunca volvería a escoger una asignatura suya.

Aquel hombre bajito que siempre hablaba entusiasmadamente de la Antigua Roma y sus virtudes y coincidencias con la sociedad actual, estalló en gritos y saltos de alegría al sentirse honrado por la ausencia de ese tipo de alcornoque en sus clases. Todo esto ante el estupor de los alumnos, atónitos ante ese espectáculo en el que muchas bocas quedaron calladas y otras abiertas.

Ese magnífico detalle, combinado con la pasión contagiosa que mostraba por la historia, la cultura, la lengua clásica, junto a la presencia de unos profesores de matemáticas más bien anodinos, hizo que me decantara por las letras y acabara dedicando mi vida a la Historia del Arte.

En Bachillerato empezó lo bueno. En esa clase nos juntamos todos los amigos diseminados anteriormente, amigos que teníamos en común el hecho de ser infectados por el germen grecorromano de Ricard. Él nos daba ingentes cantidades de información, y nosotros no solo las absorbíamos, sino que la curiosidad y el hambre de conocimiento nos empujaba a preguntar por aquello que más nos intrigaba.

Me siento orgulloso y honrado de poder decir que entonces nació algo que aún dura y tiene muy buenas perspectivas de futuro. Pero antes de eso hace falta explicar la relación de nuestras clases con el fenómeno de la Reconstrucción Histórica, que básicamente consiste en recrear siguiendo evidencias históricas y arqueológicas un pasado, en este caso el romano. Ricard siempre nos alentó a asistir a este tipo de eventos (en particular Tarraco Viva en Tarragona) y los acostumbrábamos a comentar luego en clase.

Ver, sentir y tocar la historia hizo que sus alumnos la entendiéramos en una dimensión totalmente diferente. Y mi querido profesor tuvo la brillante idea de crear un grupo de reconstrucción histórica propio, en el que hacer nuestras propias recreaciones desde cero. El grupo, Barcino Oriens, ha propiciado contactos con instituciones culturales diversas que serán provechosas para los que por culpa de Ricard andamos metidos en el mundo de la cultura y la investigación tan menospreciado actualmente.

Cuatro años después, y ya con la mayoría de los alumnos de entonces acabando nuestras carreras, nos reunimos periódicamente para trabajar codo con codo en tareas tanto académicas como artesanales con nuestro profesor, que ha cruzado la frontera para convertirse en amigo y mentor.

A él le agradezco que me haya metido en este mundillo que revive la historia, pero sobretodo le agradezco la sólida base de cultura clásica que me brindó, una cultura que me acompañará durante toda mi carrera de una forma u otra. No podría explicar por qué escogí dedicar mi vida a la cultura y al arte sin explicar su figura y su influencia sobre mí.

Por todo esto debo darle las gracias e invitarle a un gin-tonic la próxima vez que nos reunamos.

Gratias maximas.

 

Nota sobre la serie El mejor profesor de mi vida

La idea de pedir la participación de los lectores para publicar esta serie surgió a finales de abril, cuando estaba retocando precisamente el post El mejor profesor de mi vida. La primera selección de testimonios de los lectores de este blog es muy emocionante. Comenzó a publicarse el pasado 4 de julio (con El milagro de Miss Phillips con la Historia) y continuará publicándose hasta primeros de septiembre.

Sería estupendo que siguieran llegando textos y fuéramos capaces de establecer un día fijo para publicar esos testimonios más adelante. Por eso animo a todos los lectores, y también a los jóvenes que aún están a diario en el aula, a enviarme sus textos.

Las normas son muy simples:

- Identificar al autor y al profesor con nombres y apellidos.

- Extensión: 500-1.000 palabras.

- Ubicación: ciudad actual del autor y ciudad en la que se produjo el encuentro con el profesor.

Espero nuevos testimonios. Creo que el reconocimiento a los grandes profesores es nuestra deuda moral como estudiantes y nos ennoblece como sociedad. Que falta nos hace.

 

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Sobre el autor

Carlos Arroyo

ha navegado profesionalmente entre las cuatro paredes de un aula, la redacción de EL PAÍS y la dirección del Instituto Universitario de Posgrado. Esa travesía le ha convencido de que educar bien a los hijos es saldar buena parte de la deuda con la vida. Es autor de Libro de Estilo Universitario y diversos libros de ayuda al estudiante.

Web: www.ayudaalestudiante.com
Correo: [email protected]

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