Entrevista con SUSAN POLGAR, ex campeona del mundo de ajedrez y directora del Susan Polgar Institute for Chess Excellence (SPICE), de la Webster University (EEUU).
“Realmente no pienso que yo tenga un talento especial para el ajedrez”. Esa es una frase demoledora. Pasaría inadvertida si la dijera cualquiera de nosotros, pero resulta casi extravagante en boca de Susan Polgar, que fue la primera mujer de la historia en clasificarse para el Campeonato Mundial Masculino de Ajedrez y la primera asimismo en obtener la puntuación necesaria para convertirse en Gran Maestro Internacional.
Como es natural, me quedé estupefacto al oírsela y, al principio, no me quedó otra que atribuirla a un alarde de falsa modestia. Pero luego, al ponerla en sintonía con sus experiencias y sus firmes convicciones, me di cuenta de que solo cuando uno concilia esa chocante confesión y su apabullante biografía ajedrecística puede entender de veras cómo concibe la educación esta ajedrecista húngara-norteamericana. Para acercarse a la mente de Polgar hay que empezar por aceptar que la palabra genio no significa para ella exactamente lo mismo que para la mayoría de las personas.
Polgar recoge las ideas de su padre, László, y sostiene que el genio no nace, sino que se hace; es decir, se desarrolla y se perfecciona con un extraordinario trabajo. No se basa ni en una varita mágica ni en esa especie de dones extraordinarios caídos del cielo, sino en un duro esfuerzo temprano, intensivo, emocionalmente compensado y bien orientado, sobre la base de unas capacidades personales bien identificadas y estimuladas, y, con algo que no mucha gente tiene en consideración al hablar de los genios: una considerable dosis de buena suerte, materializada en unas “circunstancias favorables”. Para ella, esto último puede llegar a ser precisamente lo definitivo, porque es lo único que no está en las propias manos.
Entrevisté a Susan Polgar durante el I Congreso de Pedagogía y Aplicaciones Sociales del Ajedrez, organizado por la Cooperativa de Educación Gredos San Diego (GSD) en sus instalaciones de Buitrago de Lozoya, en colaboración con la UNED y bajo la dirección del periodista especializado en ajedrez Leontxo García (congreso que reseñé en el post El ajedrez educativo mueve pieza).
La ajedrecista, retirada hoy de la competición, está tan activa como siempre o más. Se dedica a la enseñanza en el Susan Polgar Institute for Chess Excellence (SPICE), de la Webster University, en su campus de Saint Louis, Missouri (EEUU), cuyo equipo, con ocho grandes maestros internacionales (procedentes de ocho países), es campeón de Estados Unidos, y también ofrece continuamente información y divulgación sobre este deporte mental a través de su prestigioso blog.
Como deferencia a los profanos, es paso obligado, antes de entrar en faena con la entrevista, dedicar un par de pases a resumir un historial tan descomunal como el de la mayor de las famosas hermanas Polgar (la menor, Judit, sigue en activo y ya es la mejor jugadora de la historia; la mediana, Sofía, a pesar de sus grandes condiciones, abandonó pronto la competición).
Cuando aún tenía tres años, Susan deambulaba un día por casa buscando algo con lo que jugar y encontró por casualidad un tablero de ajedrez. Esa fue sin duda una de sus más importantes “circunstancias favorables”, porque ahí empezó todo. Y su padre lo supo ver. En sus primeras partidas le ganaba al padre (ella sospecha que este se dejaba ganar) y a los cuatro años ganó el campeonato de Budapest para niñas menores de… ¡11 años! Todo fue rápido desde entonces. Con 12 años, campeona mundial. Y con 15, número 1 del mundo en el ranking femenino de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE por sus siglas en francés). Permanecería entre las tres primeras durante 25 años.
A los 17 años fue la primera mujer de la historia en clasificarse para el Campeonato Mundial Masculino de Ajedrez (y no es que, por su condición de mujer, fuera aceptada con alfombra roja precisamente). Desde los 21 es Gran Maestro Internacional en categoría absoluta (no femenina). Ha sido cuatro veces campeona del mundo femenina y es la única persona (hombre o mujer) que ha ganado la triple corona (ajedrez clásico, rápido y relámpago). Tiene 10 medallas en las Olimpiadas de Ajedrez (cinco de oro), además del récord de partidas olímpicas sin una sola derrota, con 56. En 2005 jugó 326 simultáneas (ganó 309 y perdió 4). Y batió el récord mundial de partidas en maratón (simultáneas con sustitución de adversarios cuando acaban su partida), con un 97% de victorias (la cifra quizá sorprenda menos que el número de rivales, 1.131, o el de kilómetros que tuvo que andar entre los tableros, 14).
Pero su portentoso talento ante a las 64 casillas del tablero no es lo único llamativo (a uno se le pone cara de pánico cuando la ve delante del tablero). Para los lectores de este blog, su experiencia educativa resultará también singular. En primer lugar, por su propia historia personal y, en segundo lugar, por el fluido vaivén que ella establece entre el ajedrez y la formación de niños y jóvenes.
Susan Polgar no fue al colegio.
Sus padres (él psico-pedagogo y ella pedagoga) decidieron aplicar sus propias ideas educativas a sus tres hijas, bastante al margen de un sistema en el que no confiaban (la Hungría de los años setenta). Las educaron en casa y solo las llevaban al colegio para los exámenes anuales. Cuando detectaron, bien temprano, sus capacidades ajedrecísticas, construyeron para ellas un programa que reservaba un papel central al ajedrez y daba gran importancia a los idiomas (Susan habla ocho) y a las diversas materias generales con un enfoque que rehuía los enfoques excesivamente teóricos.
El libro esencial de tu padre trata sobre educación. Pero la de los genios. Y creo que con una concepción no muy habitual.
El concepto de genio que me enseñó mi padre es muy democrático, porque consiste en ser muy bueno en lo que haces. Nada más y nada menos. Todos los niños son genios potenciales, siempre que, a partir de sus propias habilidades, reciban un entrenamiento intensivo, tomen buenas decisiones y disfruten de unas circunstancias favorables. Mi padre considera que, con un año, ocho de cada diez niños tienen posibilidades de convertirse en genios, en el sentido de ser adultos excelentes en su especialidad. A los seis años, ya solo la mitad, y así, hasta llegar a los 20 años, en los que la posibilidad de la excelencia está solo al alcance del 5%.
¿Pretendían tus padres demostrar al mundo que tenía tres niñas prodigio?
En absoluto. Su objetivo no era que sus hijas fueran famosas, sino felices. Y el camino más seguro hacia la felicidad es ser creativo, caminar permanentemente hacia objetivos exigentes, pero alcanzables; sentir respeto hacia lo que uno hace y sentir también que uno es productivo para la comunidad.
¿Cómo resumirías el método Polgar?
Lo puedo sintetizar en este decálogo:
- Transmitir interés y pasión por el conocimiento y el estudio.
- Hacer posible la diversión y el disfrute con lo que se aprende.
- Compensar la falta de paciencia de los niños con objetivos de éxito bien graduados en tiempo y en dificultad.
- Confiar en el niño.
- Elogiar sus progresos y admirar explícitamente sus logros (sin excederse, pero mejor más que menos).
- Transmitir la necesidad de un trabajo muy duro basado en la disciplina y la perseverancia (esto es lo más difícil).
- Establecer un entrenamiento intensivo de 5-6 horas diarias en aquellas materias para las que están mejor dotados.
- Comenzar la especialización de forma temprana y mucho mejor si es en una modalidad concentrada (el rendimiento de 100 horas concentradas es muy superior al de 100 horas diseminadas en un largo periodo). No funciona hacer las cosas importantes demasiado poco a poco.
- Combinar el aprendizaje con el desarrollo emocional y los valores morales.
- Preparar a los niños para que avancen decididamente hacia la autonomía y la independencia.
¿Puede ser alienante la especialización temprana?
Según mi experiencia, no. Porque las tareas de gran exigencia ponen en juego competencias personales que, en su gran mayoría, son perfectamente útiles y transferibles a otros ámbitos. En el caso del ajedrez, nos entrena en el reconocimiento de modelos, ideas, patrones, y eso nos hace ser buenos en otros campos.
¿Os costó entender las razones de vuestros padres para no llevaros al colegio?
Las comprendimos muy bien. Ten en cuenta que aprendí a leer, escribir y a dar mis primeros pasos en Matemáticas con cuatro años. Mi padre pensaba que, con esa edad, si me llevaban al colegio no iba a aprender casi nada. Además, con su sistema, podía estar más tiempo con el ajedrez, y ten en cuenta que este es uno de los pocos campos en los que sucede algo realmente increíble. Un niño de cinco o seis años puede hacer algo de un nivel tan elevado que hasta para los adultos sea al menos tan interesante como lo que hacen muchos de esos adultos. Esto es algo muy especial, muy gratificante.
¿Desde cuando te viste como profesional del ajedrez?
El ajedrez entró en mi vida tan temprano… Con 12 años era campeona mundial para menores de 16, y ya estaba claro que el ajedrez sería mi carrera. Con 13 y 14 años daba soporte económico a la familia. Las facetas puramente teóricas de la educación no eran tan importantes para mí. Sí lo eran las cuestiones prácticas. Una vez que comprendimos la situación, mis padres y yo fuimos muy prácticos y nos concentramos bastante en el ajedrez, en la historia, la geografía, los idiomas, los deportes…
Con la perspectiva de tu experiencia y tu edad, ¿crees que los colegios y los sistemas educativos tienen sentido?
Tienen sentido, pero distan mucho de ser perfectos. Hay tantas cosas que los niños se ven obligados a aprender a pesar de que sabemos que nunca le serán útiles… Mi padre pensaba que formar pronto a los niños en aquello que se les da mejor era necesario. Confieso que lo que pasa en Estados Unidos me resulta muy raro: la mayoría de los chicos de 18 o 20 años no saben aun qué quieren hacer. Quizá en Europa ocurra algo menos. Pero allí, los dos primeros años los universitarios solo estudian materias generales, y luego eligen algo. Pero en el 90% de los casos se equivocan o, al menos, acaban haciendo algo distinto.
¿A qué atribuyes ese fenómeno?
A que por parte de la sociedad y las familias ni hay ni dirección ni sensibilidad hacia la especialización. Yo pienso que, como mínimo, el año anterior a Bachillerato nuestros chicos ya tendrían que saber si les gusta esto o se les da bien eso otro. Necesitan algún tipo de dirección que les permita intensificar sus esfuerzos: ciencias, literatura, tecnología… cosas muy distintas, pero sobre las que ya deberían tener alguna preferencia.
¿Cuándo fuiste consciente de tu propio talento?
He aprendido en mi familia que todos los niños tienen talento. Realmente no pienso que yo tenga un talento especial para el ajedrez.
Disculpa, pero es difícil aceptar eso.
Pero es lo que pienso. Si definimos talento como motivación, perseverancia, paciencia y la voluntad de trabajar, lo tengo. Pero no creo que mi talento sea especial para el ajedrez: fue una coincidencia que lo descubriera y luego jugara. Estoy convencida de que cualquiera que reciba buena formación y buen entrenamiento temprano puede hacer lo que yo he hecho.
Como casi nadie ha igualado tus logros, se deduce que el sistema funciona mal y desaprovecha el talento.
Seguro. Pero no todo es el sistema, también las personas. La mayoría no tiene la paciencia ni la perseverancia para ir haciendo, practicando… meses, años y años y años... Y no abandonar cuando las cosas salen mal o, en el caso del ajedrez, después de unas derrotas.
¿Nunca te desanimaste ni quisiste abandonar?
Nunca, nunca. Afortunadamente, porque las cualidades que desarrollé en el ajedrez me han servido de mucho en la vida. La mayoría son cualidades transferibles.
¿Cuáles son?
Una buena metodología para analizar las situaciones, lo que te permite tomar decisiones con buena información previa. Es algo normal en ajedrez y debería serlo en la vida. También la atención a los detalles. Esencial, porque con un peón aquí o allí puede haber todo un mundo de diferencias. Observar atentamente a la otra parte para conocer o intuir sus intenciones, sus planes. Y algo muy importante: buscar la objetividad, porque uno juega contra sí mismo.
¿En qué sentido?
Uno siempre tiene que prever qué hacer si el oponente hace la mejor jugada posible. Si no es así, mucho mejor para ti. Pero tienes que estar preparado para oponerte a la mejor jugada. Eso quiere decir que, en el fondo, juegas contra ti mismo, tienes que superarte siempre. Tu objetivo, al prepararte y al jugar, es prever la jugada más peligrosa. No puedes conformarte, y eso te empuja a buscar la objetividad, a buscar lo mejor.
¿Te enfadabas tras las derrotas o tenías piedad de ti misma?
Sufres una gran decepción, porque sabes que podías haberlo hecho mejor. Esa es otra cosa que enseña el ajedrez, a mantenerte firme cuando pierdes. Y también cuando ganas. Asimilar bien la decepción cuando pierdes y no pensar cuando ganas que eres el mejor.
¿Aunque lo seas?
Es que no lo eres. Puedes ser el número uno del ranking, pero tienes que seguir luchando, porque tu próximo oponente no va abandonar asustado porque tú seas el uno. La estadística no gana la próxima partida, la lucha empieza de nuevo.
¿Qué facetas de los demás te resultan más interesantes?
De los ajedrecistas me gusta mucho su capacidad de tomar decisiones firmes basándose en una gran confianza en sí mismo.
¿Qué relación crees que hay entre inteligencia pura y creatividad?
Necesitamos un equilibrio. Pero creo que necesitamos profundidad analítica para desplegar una gran creatividad. Si entendemos algo con la suficiente profundidad, activamos en nuestra mente la creatividad.
¿En qué medida el éxito está relacionado con la inteligencia?
La inteligencia natural es muy linda, pero sin trabajo no significa nada. Creo que, en general, siempre que se den unas circunstancias adecuadas, el esfuerzo sostenido y las circunstancias tienen más impacto en el éxito que la inteligencia. Así lo he vivido yo.
Imagino que tus hijos jugarán al ajedrez peor que tú con su edad.
Es que ellos no pudieron jugar tanto. Es curioso, porque mi papá dice en su libro que las circunstancias son lo más determinante para que los niños desarrollen su talento. Y eso ocurrió con mis hijos y el ajedrez. No importó que yo tuviera la intención de replicar el modelo educativo de mi padres y enseñarles a jugar, que tuviera la metodología, que tuviera la firme voluntad de hacerlo... El divorcio de mi primer matrimonio lo complicó todo y las circunstancias no me permitieron hacer con ellos lo que mis padres hicieron conmigo.
¿Puedes enseñarles a tus hijos a transferir a la vida las competencias de un jugador de ajedrez si ellos no juegan?
Pero ellos sí juegan. Quise que jugaran, aunque no pudieran llegar a ser campeones mundiales. Pero entienden el ajedrez lo suficiente para conectarlo con la vida.
¿Se asustan tus alumnos cuando te conocen, les da miedo tu historial?
No, no. Tenemos una relación muy cercana. Para muchos de ellos soy una segunda mamá y una especie de psicóloga. En el equipo tengo a ocho grandes maestros internacionales, que proceden de ocho países. Son jóvenes de 18 a 25 años y tienen lejos a sus familias, así que ahí estoy yo. Todos necesitan algún consejo al margen del ajedrez.
¿Puedes captar sus talentos nada más tocar las piezas?
Bueno, no al tocar las piezas, sino cuando estudio a fondo sus partidas para evaluar sus estilos, sus fortalezas… para saber cómo mejorar sus debilidades. Se trata de estudiar.
¿Sufres como entrenadora cuando viajas a los torneos con ellos?
Nadie sufre tanto como el que juega.
Hay una foto en la que se te ve con Bobby Fischer. ¿Qué se siente cuando se le tiene al otro lado del tablero?
Él era una leyenda, y para mí fue una experiencia muy especial. Jugamos partidas de Fischer Random y también estuvimos analizando partidas famosas, como alguna de Kasparov contra Karpov. Me gustó mucho, fue muy interesante.
¿Has tenido problemas por ganarle a tantos hombres en un ámbito tan masculino?
Desde pequeña, casi todos los hombres a los que ganaba decían que estaban resfriados o que les dolía el estómago… vamos, que creo que casi nunca he ganado a un hombre que no estuviera enfermo. Y a veces tiraban las piezas… Bueno, era otra época: en aquellos años, los que perdían con una mujer recibían las burlas de los otros, y eso los volvía intolerantes con la derrota.
Dices que el ajedrez es uno de los deportes más justos, si no el que más. ¿Crees que la suerte no tiene ningún papel?
No en el mismo sentido que en otros deportes. En algunos la pelota puede entrar con un poco de suerte o no. Pero en el ajedrez la suerte es de otra naturaleza, porque tiene que ver con el esfuerzo y la preparación. Antes de una competición yo puedo practicar durante tres días una variante porque sospecho que mi oponente va a jugar así. Y luego juega efectivamente así: habré tenido suerte al preparar mi respuesta. Si él no lo hubiera hecho, yo habría jugado peor. Esa es la suerte en el ajedrez, una suerte que tienes que merecerte, porque está vinculada a la preparación, no al azar. Por eso el ajedrez es más justo que otros deportes, porque el resultado depende del mérito y, por supuesto, de la preparación.
¿Cómo estudia un ajedrecista?
Un ajedrecista profesional se concentra en estudiar las partidas de sus próximos rivales, analiza su estilo, qué aperturas le gustan, qué tipo de posiciones le gustan… trata de encontrar un plan de juego incómodo y desagradable para el adversario y en el que uno se sienta confortable porque se lo ha preparado bien. Además hay una base de datos de unos siete millones de partidas. En ella buscas lo que necesitas para profundizar en determinadas aperturas, posiciones… en definitiva, esa es la historia del ajedrez... y eso te permite mejorar tus opciones. Pero lo mismo le ocurre al rival: todos tenemos la misma información.
¿Todos los ajedrecistas tenéis un estilo definido?
La mayoría de los jugadores profesionales tienen un estilo más o menos predecible. Pero los mejores tienen un estilo universal, que lo abarca todo y que incluye un nivel muy alto en defensa, en ataque, en aperturas, en finales… y esos sí que son muy difíciles de derrotar. Hay pocos con ese estilo universal de tan alto nivel. Y lógicamente, no son perfectos en todo. Todos tenemos algún punto débil. O más débil.
¿Has ganado partidas casi imposibles y has perdido contra jugadores inferiores a ti?
Claro que sí, pero no a menudo. Si la diferencia en puntos Elo es de unos 100, es normal que gane uno u otro. Pero si la diferencia es mayor, suele ganar el que está arriba. Perder contra alguien de 200 o 300 puntos Elo menos es una tremenda decepción.
Tu principal experiencia docente es en la Universidad, no en el colegio…
Sí, pero también enseñé en una escuela de Nueva York. Tenía unos 50 niños hispanos y afroamericanos de un barrio muy complicado. Para ellos fue importante, porque les abrió las ventanas a otro mundo: aprendieron cómo pensar, cómo hacerlo de forma responsable, pensar antes de actuar… y todos estos conceptos les ayudaron mucho. Para los niños criados en estos ambientes, pensar en las consecuencias de lo que hacen es muy necesario.
¿Asimilan los chicos la competencia sin demasiada agresividad?
Cuando yo enseñaba en esta escuela, ponía en primer lugar los valores pedagógicos y de la vida. Los niños no competían demasiado: alguna vez una clase contra otra, pero no muy a menudo, porque ese no era el objetivo del programa.
¿Cuáles son los beneficios de aprender ajedrez en el colegio?
Los chicos aprenden que hay que ver el otro punto de vista, que hay que actuar con responsabilidad y conocimiento de causa, porque muchas cosas no tienen marcha atrás, como en el ajedrez, se aprende a pensar en el futuro en sentido amplio, de forma muy anticipada, con más de un movimiento, se entiende la necesidad de tener planes de largo plazo junto a los de corto plazo...
¿Pondrías el ajedrez en los colegios como materia obligatoria u opcional?
Lo pondría como obligatoria durante dos años, entre los 6 y los 8, que es cuando los chicos aprenden a pensar. Incluso puede que desde los 5 años. Es una buena edad para iniciarse en la disciplina mental, en la metodología para pensar. Los conceptos que hemos comentado es importante que los aprendan pronto, porque son conocimientos y pautas transferibles al resto de las materias y a la vida. Incluso si el profesor no hiciera nada son naturalmente transferibles. Pienso que dos años de materia obligatoria son suficientes para poner las bases. A partir de ahí, lo pondría como opcional para que sigan aquellos niños que disfrutan o se interesan por el ajedrez.
¿Y crees que eso lo pueden impartir los ajedrecistas?
Es importante que el profesor no sea solo un fanático del ajedrez o que enseñe ajedrez por el ajedrez. Es necesario que lo conciba como un recurso para concretar la idea abstracta de cómo pensar. Así que la mejor opción es que los profesores habituales reciban clases de ajedrez y sean ellos los que se encarguen. Porque hacer que se ocupe un ajedrecista sin experiencia, paciencia, talento pedagógico y conexión emocional con los niños sería un gran error. Es muy difícil, si no imposible, que un ajedrecista aprenda a ser buen profesor. Es mucho más fácil que un profesor consiga un cierto nivel básico de ajedrez.
¿Cuáles son las principales virtudes de un gran profesor en cualquier campo?
Lo básico es que esté bien preparado, pero para mí hay algo muy importante: que sea capaz de enseñar de forma interesante para sus alumnos y se sienta unido a ellos.
¿A partir de qué edad puede competir un niño?
Eso depende del niño. He conocido a niños de cinco años que estaban listos para competir en el tablero. Yo misma. Pero lo normal es que sea a partir de los siete u ocho años.
¿Qué cosas buenas aprenden los niños de la competición?
La competición desarrolla especialmente el autocontrol. Los jóvenes tienen la tentación de lanzarse a jugar muy rápidamente, pero la competición les obliga a pensar, comprobar y volver a comprobar por tercera vez… les obliga a mantener la calma en condiciones difíciles. También les enseña a creer en sí mismos, les da autoconfianza. Y quizá la enseñanza esencial: perder es parte de la vida. Como lo es ganar.
Hay 4 Comentarios
y de que le sirvio jugar bien ajedrez si la cago en su matrimonio siendo esta la jugada mas importante de su vida y donde la mayoria fracasa
Publicado por: verdadero | 28/12/2019 16:37:32
Yo creo que el éxito requiere tanto del esfuerzo como de la inteligencia. Quizás Susan no fue al colegio, pero recibió una buena educación en casa.
Por cierto, el ajedrez es un buen deporte para el cerebro. Pero me temo que en estos tiempos no es un juego popular.
Publicado por: Matesfacil | 24/08/2018 11:29:45
Qué buen artículo, me gusta la manera de expresarse de Susan y también su forma de pensar, realmente le admiro mucho. Saludos
Publicado por: Marco V. | 16/09/2013 21:25:01
Susan Polgar no fue al colegio.
Entre las múltiples opciones o formas admitidas para garantizar que todo el mundo aprenda lo que se considera necesario o deseable, hay una, la llamada educación en casa, que no todos los gobiernos admiten, entre ellos el nuestro. En España, la legislación obliga a escolarizar a los menores de 16 años y una sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 declaró que está imposición no va en contra de la Constitución, negando a los padres la facultad de apartar a sus hijos del sistema educativo oficial, público o privado.
Hay múltiples argumentos a favor y en contra del homeschooling, pero pienso que el principal problema radica en las concesiones que tiene que hacer el Estado, con la consecuente dificultad o pérdida de control. Porque, si se tolera que los padres eduquen a sus hijos, ¿Por qué no tolerar que un grupo de padres contraten a uno o varios educadores para que ejerzan esta labor? Y si esto se admite, ¿por qué no permitir la creación de escuelas más pequeñas que las actuales, puede que con menos instalaciones y medios técnicos pero, también, con otros proyectos pedagógicos? Es más, si esto fuera válido para la educación, ¿por qué no habría de serlo también para la sanidad y tantos otros temas que nos afectan?
http://www.otraspoliticas.com/educacion/educacion-en-casa
Publicado por: Esalvador | 09/09/2013 12:44:00