La autora invitada es una joven estudiante de Ingeniería de Telecomunicaciones, lectora del blog, que me escribió el pasado 4 de septiembre. Quería manifestar y compartir su decepción y su indignación por el problema político-administrativo que ha sufrido en Madrid. Su relato refleja perfectamente el modo en que la astronómica distancia entre propaganda política y hechos inflige un daño real a personas con nombres y apellidos, y, por lo tanto, a la sociedad en su conjunto. Muchos políticos hablan de excelencia, pero ni la practican ni la cultivan. Y, en casos como este, la desprecian. Eso sí, administrativamente.
Autora
invitada: IRENE ORTIZ DE SARACHO PANTOJA (Madrid)
Una de las expresiones más utilizadas últimamente al hablar
de educación es la “búsqueda de la excelencia”. Esfuerzo y trabajo duro para
intentar lograr el máximo rendimiento académico. Concretamente,
“aprovechamiento académico excelente”, como reza la convocatoria de las Becas
de Excelencia de la Comunidad de Madrid para este curso 2013/2014 en el ámbito
universitario.
Así que en esas me veo, decidida a enviar por primera vez mi
solicitud para estas becas, tras obtener una media de 8.94 en el segundo curso
de mis estudios de Ingeniería de Telecomunicaciones en la Universidad
Politécnica de Madrid. La mínima nota exigida en estudios relacionados con
ingeniería es un 8, así que estoy convencida de que no habrá problemas.
De hecho, me da confianza el hecho de que el propio Gobierno
autónomo dice al inicio de la norma lo siguiente: “El fomento de la excelencia
en educación es una prioridad
irrenunciable de la Comunidad de Madrid. Reconocer y premiar el esfuerzo y el talento de los mejores
estudiantes a todos los niveles es un principio básico de política educativa,
puesto que la excelencia de algunos redunda en el provecho de todos. La
excelencia de un alumno no solo es beneficiosa para su desarrollo individual,
sino también para todo su entorno educativo y social. Los estudiantes que destacan por su esfuerzo y capacidades
intelectuales son un incentivo, un ejemplo y una ayuda notable para el avance
de todos los demás. Asimismo, la alta cualificación profesional que estos
estudiantes presumiblemente alcanzarán revertirá
con creces en la sociedad que ha invertido en su formación”.
Pero no. No es así. Imaginen mi cara de sorpresa al ver que,
tras rellenar todo el formulario, no puedo continuar con el proceso por un
peculiar motivo: no haber sido beneficiaria de la beca anteriormente, en mi año
de ingreso a la universidad.
No puede ser. Eso no puede ser. Es un error informático,
seguro. Intentémoslo otra vez.
Pero no. La triste realidad es que la Comunidad de Madrid ha
decidido restringir la concesión de becas incluyendo este año un nuevo punto en
el Artículo 8 de la convocatoria. Pero no crean ustedes que lo ha anunciado a
bombo y platillo, a modo de advertencia. Por supuesto que no. Ahí va de
tapadillo. En el resumen que aparece en la página web de las Becas de
Excelencia ni se menciona. Hay que sumergirse en la convocatoria del BOCM para
encontrarlo, en el punto g del Artículo 8.
Esto me lleva a plantearme el uso demagógico que se está
dando a la palabra excelencia,
reflejado en la convocatoria de unas becas cuyo único criterio de concesión
deberían ser los resultados académicos del curso previo, como parece evidente y
acorde con la declaración del Gobierno.
Por lo visto, la excelencia debe ser algún tipo de aura que
alumnos en mi situación de nuevos solicitantes no poseemos. ¿Acaso no se puede
haber hecho una prueba de selectividad simplemente buena y ahora tener un
excelente rendimiento universitario? ¿Acaso no puede alguien no solicitar la
beca al inicio, porque no la necesitaba, y luego sí, porque se la merece y la
necesita? O más aún: ¿Acaso puede decidir la Administración que uno no puede mejorar un año respecto a los años anteriores, o si mejora, eso no tiene consecuencias positivas? ¿Dónde está la valoración de mi esfuerzo y trabajo duro a lo largo de
este año?
Con la inclusión de nuevos criterios arbitrarios e injustos,
incorporados casi a modo de letra pequeña, solo puedo sentirme engañada. Y atrapada
en un sistema político que abusa de las grandes palabras porque quedan muy bien
en los discursos, pero que, a la hora de la verdad, no sabe lo que significan.
O deliberadamente las desprecia.
Hace algunas semanas, reflexionaba en voz alta con mi
familia sobre qué debía pensar el Gobierno de este país ante el triste hecho de
que estuviera invirtiendo en formar a excelentes profesionales que casi con
total seguridad acabarían ejerciendo en el extranjero. La clásica fuga de
cerebros. Pero no se preocupen, ahora sé la respuesta.
No les importa
en absoluto. Los hechos hablan, no las palabras.
Nota final. Antes de publicar este texto he comprobado en su expediente las calificaciones de la autora en sus dos primeros cursos de Ingeniería de Telecomunicaciones. Sin entrar en mayores detalles, diré que en los dos primeros cursos tiene 11 Matrículas de Honor y 8 Sobresalientes. Me temo que, diga lo que diga la Comunidad de Madrid (o sus normas sobrevenidas), sí es una estudiante excelente.