Ayuda al Estudiante

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El ecosistema educativo tiene un triángulo esencial: estudiantes, padres y profesores. Lo demás es contexto. Si este se sitúa en el centro de gravedad, algo va mal. Los análisis sobre educación tienen un peligro casi invisible: la paralización fascinada por lo mal que estamos. Descalificar sin analizar es injusto y analizar sin proponer alternativas, estéril. Así que el propósito de este blog es claro: ayudar a estudiantes, padres y profesores a encontrar alternativas de mejora.

No la recuerdo con una sonrisa, pero me descubrió un mundo

Por: | 02 de septiembre de 2013

Post número 21 de la serie El mejor profesor de mi vida, escrita por los lectores del blog como homenaje a la profesión docente.

 

Autora invitada: LAIE LLOBREGAT (Barcelona)

Remover los recuerdos no es tarea fácil. Es de aquellos ejercicios en que la mente tiene que abrirse paso por encima de todas las informaciones almacenadas, totalmente banales y prescindibles. Pero a base de empujar podemos llegar de nuevo a sentir las manos sucias, los pies llenos de arena y los olores de aquella bata de cuadros manchada de macarrones con tomate. Y de repente, como si de un montón de fotografías se tratara, todo vuelve. Pero no me llegan nombres, solo recuerdos abstractos y sobre todo sensaciones. Pienso en la escuela primaria y automáticamente se me dibuja una sonrisa a la cara.

Y me doy cuenta que soy de las que han tenido suerte, de las que fue a una de las escuelas públicas de barrio, en un época en que se imponía el cambio y la mayoría de docentes lo eran por vocación y por convicción, talmente conocedores de la relevancia y la trascendencia de su labor. Así aprendí a querer lo que aprendía, a disfrutar. La transmisión de conocimientos era inseparable de la educación en valores. 

A medida que me hice mayor, en secundaria me encontré profesores más aburridos, más cansados de hacer lo que hacían, menos ilusionados. Así que mi recorrido se volvió monótono y a la vez se fue enfocando. No me hacía falta ni haber empezado las ecuaciones de segundo grado para imaginarme hasta qué punto se me irían por el mismo lugar que las eucariontes y las procariontes. Todo conjuntamente al almacén de las cosas estudiadas, absorbidas y finalmente, vomitadas. Pero qué podía hacer: me enseñaron a ser una buena alumna: escuchar, copiar y repetir. ¡Glorioso!

Con ganas de profundizar llegué al bachillerato. De entre todo el profesorado destacaba ella: seca, directa y poco dada a la conversación. Los dos años de esta etapa hice por tenerla. El segundo año todavía no sabía ni mi nombre. No llevaba nunca hojas, ni bolígrafos, ni apuntaba nunca nada a la pizarra, ni traía el ordenador... nada. Ella se apoyaba en la punta de la mesa y empezaba la historia. Dos horas infinitas en que por única vez se la veía sonreír. Cómo si tuviera cuatro años entraba en las historias de Tirant lo Blanc, de la Colometa...

No podía apuntar nada, porque esto implicaba por un momento dejar de escucharla y de mirarla. A pesar de la relación puramente industrial que ella imponía, sentí como abría dentro de mí un abismo, a pesar de que notaba su pura indiferencia hacia mí. Trimestre tras trimestre me puntuaba con un suficiente que me arañaba por dentro. Siempre me decía: puedes hacer más. 

Creo que nunca sabrá lo que llego a marcarme, pero tampoco lo necesito. Ella me descubrió un mundo, pero no es una persona que recuerde con una sonrisa. Me hizo frustrarme mucho y no pienso en ella como la mejor profesora de mi vida. En cambio, mis profesores de la escuela no han marcado quizás mi itinerario profesional o de estudios, pero si han marcado mi vida en querer aprender, respetar y amar. 

 

 

Nota sobre la serie El mejor profesor de mi vida

La idea de pedir la participación de los lectores para publicar esta serie surgió a finales de abril, cuando estaba retocando precisamente el post El mejor profesor de mi vida. La primera selección de testimonios de los lectores de este blog es muy emocionante. Comenzó a publicarse el pasado 4 de julio (con El milagro de Miss Phillips con la Historia) y continuará publicándose hasta el próximo jueves, 5 de septiembre.

Sería estupendo que siguieran llegando textos y fuéramos capaces de establecer un día fijo para publicar esos testimonios más adelante. Por eso animo a todos los lectores, y también a los jóvenes que aún están a diario en el aula, a enviarme sus textos.

Las normas son muy simples:

- Identificar al autor y al profesor con nombres y apellidos.

- Extensión: 500-1.000 palabras.

- Ubicación: ciudad actual del autor y ciudad en la que se produjo el encuentro con el profesor.

Espero nuevos testimonios. Creo que el reconocimiento a los grandes profesores es nuestra deuda moral como estudiantes y nos ennoblece como sociedad. Que falta nos hace.

 

 

 

Hay 1 Comentarios

Muy bonita historia, creo que es honor que algunos profesores puedan demostrarte un nuevo mundo para disfrutar y aprender. En mi caso, no es así pero verdaderamente muchos de ellos me influyeron para llegar donde estoy ahora.

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Sobre el autor

Carlos Arroyo

ha navegado profesionalmente entre las cuatro paredes de un aula, la redacción de EL PAÍS y la dirección del Instituto Universitario de Posgrado. Esa travesía le ha convencido de que educar bien a los hijos es saldar buena parte de la deuda con la vida. Es autor de Libro de Estilo Universitario y diversos libros de ayuda al estudiante.

Web: www.ayudaalestudiante.com
Correo: [email protected]

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