AUTOR INVITADO: MIGUEL LORENTE ACOSTA, doctor en Medicina, médico forense y profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada. Fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género (2008-2011). Es vecino de blog, con Autopsia, aquí, en EL PAÍS.
Si los colegios e institutos recibieran una inspección de servicios sobre riesgos para el alumnado, después de comprobar que las porterías de futbito y baloncesto están bien ancladas al suelo, que las vallas son seguras, que los diferentes servicios son accesibles, que las instalaciones eléctricas se encuentran protegidas, y que todo está bien señalizado… probablemente no pasarían la inspección. Al menos no deberían pasarla en lo que se refiere a los riesgos para las alumnas.
El 9’2% de las chicas entre 15 y 18 años refiere haber sufrido violencia de género en sus relaciones de pareja, y el 13’1% de los chicos de esas mismas edades refieren haberla ejercido. Los datos fueron obtenidos en el estudio Igualdad y prevención de la violencia de género en la adolescencia (2011), que hizo el Ministerio de Igualdad con la Universidad Complutense en las 17 comunidades autónomas sobre más de 11.000 alumnos y alumnas.
La investigación refleja a la perfección la realidad de la desigualdad y de la violencia de género. Por un lado muestra cómo a pesar de la juventud de las parejas, y de que se encuentran en un momento de la vida en el que las relaciones comienzan a establecerse, la violencia del chico hacia su pareja ya está presente, lo cual indica que algunos chicos traen puesta esa idea de recurrir a la violencia desde edades aún más tempranas. Y por otro lado, los datos revelan que, en un 4% de los casos, se dan situaciones en las que los chavales reconocen ejercer violencia, aunque las chavalas ni siquiera llegan a identificarla como tal.
Los datos nos muestran que la violencia de género forma parte de las referencias que la cultura establece para las identidades de chicos y chicas, y que lo hace como parte de la normalidad, no bajo la idea de una conducta desviada y contraria a las pautas de relación que deben definir las parejas construidas sobre el afecto y el amor.
Y si ya sorprende que, a principios del siglo XXI, se reproduzcan estas conductas que muchos intentan presentar, no como parte de nuestra sociedad, sino como fruto de una cultura salvaje que se mueve por los arrabales de la convivencia, esa especie de comportamientos indomables dispuestos a romper el orden que nos damos, llama aún más la atención que sus protagonistas, aquellos que ejercen la violencia y aquellas que la reciben sin identificarla como tal, sean chicos y chicas escolarizados desde su primera infancia y a punto de entrar en la universidad, después de superar año a año cada uno de los cursos que el sistema educativo ha establecido. No deja de sorprender que muchos de ellos vayan avanzando por la educación con calificaciones altas para sus expedientes, pero con descalificaciones aún más elevadas para sus ex parejas y parejas.
Aprueban con nota las asignaturas, pero suspenden dando la nota en convivencia, en los valores que luego defenderán como marco teórico de nuestra democracia desde sus profesiones. Para muchos de ellos la Constitución Española tan solo es un día festivo de diciembre, y a veces un libro de tapas duras que nadie abre… y poco más. O nada más, cuando hablamos de igualdad.
¿Qué es lo que les ha enseñado la escuela en todos esos cursos previos a la adolescencia? ¿Cómo es posible que después de tantos años sepan hacer integrales y derivadas, y no sean capaces de integrarse en paz ni de evitar la deriva de la desigualdad y la violencia? ¿Qué sistema educativo es el que logra que los chicos y chicas aprendan conceptos abstractos que muchos de ellos no volverán a utilizar en su vida y, por el contrario, no logra que interioricen valores que necesitarán a diario para convivir e impedir la violencia?
La respuesta es sencilla, triste, pero simple. La escuela ayuda a romper con aquello que el sistema considera negativo o perjudicial para vivir en sociedad sobre unos determinados valores, puesto que no solo se trata de romper el desconocimiento, sino aprender a vivir en sociedad. Cuando la respuesta desde la educación no incluye actuar de manera directa contra las referencias que mantienen la desigualdad como estructura de organización social, ni tampoco modifica los elementos que sobre esos valores dan lugar a las conductas violentas, eso significa que el sistema, a través de esa “educación a distancia de la realidad”, contribuye y refuerza el modelo que debería combatir, porque, de algún modo, considera que no está mal. Podrá matizarlo o reorientarlo para evitar determinados resultados, y eso es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia, pero no busca cambiarlo, porque hacerlo significaría optar por otro modelo de sociedad basado en la igualdad.
El ejemplo lo tenemos cercano. La reforma que trae la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) no solo no incide en la educación para una igualdad real, sino que entre las modificaciones que prevé está la supresión de las asignatura de Educación para la Ciudadanía, que sí hablaba de igualdad y que, por hacerlo, fue atacada y cuestionada como ejemplo de la “ideología de género que buscaba adoctrinar a la sociedad”. La situación que se produce es tan paradójica que hablar de igualdad y contra la violencia de género es, para esa parte de la sociedad “adoctrinar”, y, por el contrario, callar ante la desigualdad, reforzar los valores que la amparan y enseñar a mirar hacia otro lado cuando se produce la violencia de género es “educar”.
No es un error, sino la búsqueda de un modelo que establece diferencias entre los chicos y las chicas para que aumenten conforme los jóvenes crecen hasta llegar a ser hombres y mujeres. Por ello no es casualidad que la LOMCE defienda la segregación por aulas de niños y niñas, y que potencie asignaturas como la Religión, donde las diferencias entre hombres y mujeres se refuerzan a partir de argumentos trascendentales para que las cosas no solo sean como son, sino como tienen que ser.
La casualidad no es inocente, sobre todo cuando la situación generada se mantiene con una constancia de siglos. Y la desigualdad no es casual ni, por tanto, inocente. Forma parte de un sistema de poder injusto, basado en el abuso contra quien está en una posición inferior. Pero no será eterno, la sociedad ya ha reaccionado contra la injusticia de la desigualdad y su determinación para alcanzar la igualdad real es imparable, también desde la escuela. La responsabilidad no está solo en los colegios, pero los colegios también son responsables de lo que se haga mal en la educación reglada.
El camino hacia el futuro siempre cuenta con la dificultad de que una parte de él solo puede divisarse con la imaginación, pero los elementos de ese mañana que ya forman parte de la realidad son esperanzadores. El dato es claro y aparece también en el citado estudio sobre Igualdad y prevención de la violencia de género en la adolescencia. Las chicas que han recibido más formación en igualdad son las que menos violencia sufren en sus relaciones de pareja, y los chicos con esa formación en igualdad, los menos violentos.
La igualdad es necesaria para la convivencia en paz, lo que resulta difícil de entender es por qué se le tiene tanto miedo, y por qué son los hombres los que más le temen. Y resulta difícil de entender, salvo que concluyamos que prefieren mantener sus privilegios, antes que convivir en igualdad y en paz.
NOTA SOBRE EL AUTOR INVITADO
Miguel Lorente es doctor en Medicina, médico forense, profesor titular de Medicina Legal de la Universidad de Granada y director del Instituto de Medicina Legal de Granada. Ha sido director general de Asistencia Jurídica a Víctimas de la Violencia de la Junta de Andalucía (2006-2008) y delegado del Gobierno de España para la Violencia de Género (2008-2011).
Es autor de más de 80 publicaciones nacionales e internacionales. Sus temas de trabajo han versado sobre el análisis de ADN en identificación humana (investigación criminal e investigación de paternidad y maternidad), medicina laboral, bioética (en temas genéticos), violencia contra la mujer y violencia en sociedad.
Es autor de Maltrato, violación y acoso, Mi marido me pega lo normal, El rompecabezas: anatomía de un maltratador, Human Identification (Eaton Publisher, EEUU) Los nuevos hombres nuevos, 42 días: análisis forense de la crucifixión y resurrección de Jesucristo y La mano del predicador: conclusiones forenses sobre la muerte de Jesús.
Ha recibido numerosos premios académicos, así como el de Mujeres Progresistas (1999), el Meridiana, del Instituto Andaluz de la Mujer (2002) y el de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (2013). En 2002 recibió la Medalla de Oro de la Comunidad Autónoma de Andalucía.
Miguel Lorente es mi vecino de blog, con Autopsia, y estoy muy contento por ello. Pero lo que me impresiona de verdad es la alta responsabilidad moral que ha asumido con su trabajo profesional y político: me parece admirable. Nunca había conctactado con él hasta que, en una ocasión en la que yo estaba sorprendido con la acritud de unos cuantos comentarios a mi blog, leí los de suyo y me quedé de piedra, porque eran de una agresividad que dejaban a los míos como azucarillos dialécticos.
A los blogueros, los comentarios divergentes nos interesan casi más que los elogiosos, porque nos hacen reflexionar y abrir nuestra mente. Pero los escritos despreciativos, intolerantes y agresivos nos gustan muy poco (como les pasaría a sus autores). Así que inmediatamente le envié un mensaje de afecto y solidaridad, que él agradeció con mucha simpatía. Dejó claro que ya estaba bastante acostumbrado a esa hostilidad, sobre todo por parte de algunos hombres cuyo machismo solo puede calificarse de feroz.
Le ofrecí escribir sobre la igualdad de género en la educación y se mostró muy dispuesto a ello. Es un tema que considero casi sumergido, pero que deberíamos hacer aflorar, por desagradable y sorprendente que sea. Es justo lo que él hace con este artículo.
Gracias, pues, a mi gran vecino de blog. La causa de la igualdad no admite descanso.
Hay 5 Comentarios
Los centros educativos suelen ser tan grandes y las funciones y atribuciones de cada cual están tan establecidas que la educación llega a convertirse en un proceso frío e impersonal, en el que cada uno se limita a dar las clases que le corresponden, desarrollar su parte del temario, cubrir sus guardias, asistir a los claustros y reuniones estipuladas y poco más. Al igual que sucede con los médicos en el sistema sanitario, se llega a tener la sensación de que los profesores ejecutan un protocolo y no se salen de él.
http://www.otraspoliticas.com/educacion/tutores-2
Publicado por: Enrique Sánchez | 08/12/2013 10:30:21
Hay un posible origen de la violencia, aparte del cultural, que no se contempla, y eso resta eficacia a nuestros esfuerzos: me refiero a los métodos habituales de crianza. Por ejemplo: el cachete pedagógico, que está bien visto por la mayoría de los ciudadanos. Si usamos la violencia como medio de educación, normalizamos en el niño que puede golpear o que puede ser golpeado por seres queridos, que es algo normal (por su bien). Si usamos el insulto (un simple “¿tú eres tonto?”, tan extendido en nuestra cultura) también normalizamos el desprecio en las relaciones afectivas. La separación temprana de los padres y sus hijos (con pocos meses de edad a la guardería) a lo largo de jornadas laborales completas, es un hecho completamente antinatural para nuestra especie, lo cual también puede dejar efectos no deseados en el desarrollo emocional del individuo (de adulto, la ruptura de la pareja remueve los traumas por separación sufridos en la infancia, repetición que puede generar una desesperación insoportable). No pongo más ejemplos, que los hay, pero quiero decir con esto, que padres concienciados en la igualdad, pueden criar hijos que terminen por ser víctimas o verdugos, si obvian las verdaderas necesidades biológicas de las crías de nuestra especie. No olvidemos algo: los actuales métodos de crianza, son creación del Patriarcado, pero están aceptados por todos, feministas o no.
Publicado por: Extra | 05/12/2013 12:52:20
Creo que no sólo en la escuela, sino también en casa hay mucho que enseñarles a nuestros hijos para que se den cuenta que el camino no es la violencia http://xurl.es/9ik46
Publicado por: María | 05/12/2013 11:02:16
Como en un cubo lleno de agua turbia, que cuando se deja en reposo y se serena, se decanta hacia el fondo por su propio peso la suciedad.
Y se aclara poco a poco si esperamos.
Así las relaciones humanas, y más en un colegio público donde se mezclan por igual diferencias, y maneras.
Sin apartes ni raseros.
Y no digamos los extremos de la inteligencia y la solvencia de personas que tienen algo de decencia y otras personas salidas de situaciones límite y difíciles.
Sale la violencia a partir de exigir sumisión al débil.
Como pasa en las cárceles por poner un ejemplo claro, manda el más fuerte, o el más bestia.
Porque se juega su supremacía si afloja un punto.
Puestos en un centro todo el personal junto, es normal que el roce cree daños colaterales.
Si no hay control firme.
Siendo lento el avance, y sufriendo los más débiles las consecuencias sean hombres o mujeres, pero éstas más en la mayoría de casos.
Por falta de una disciplina que contrarreste los excesos, que se adueñan de los huecos de se dejan, a la parte de la responsabilidad.
Entonces aparece la ley del más fuerte, abusando del sistema, porque hay que ser conscientes.
Que educar al por mayor conlleva orden exigido desde la disciplina y disciplina significa, palo.
Doblegar a los exaltados.
Por más que nos pese.
De ahí con suerte puede nacer la responsable decencia en algunos casos, y en otros seguirá tapada la maldad o la avaricia del poder.
Siendo nuestra condición humana así, va en nuestra genética.
Pero al meno se evita que la mendez se adueñe de quienes pueden crecer en dignidad.
Pero la violencia, aun tapada estará ahí siempre.
Publicado por: Abel | 05/12/2013 10:09:12
Este tipo de valores no pueden ser 'enseñados', tienen que ser 'vividos', en primer lugar en casa. Los padres somos el ejemplo de nuestros hijos. Si el padre, o la madre, está tumbado a la bartola, mientras la otra parte hace todo en casa, o hay menosprecios, por mucha 'formación' que tengan en el colegio, tendrán interiorizado el modelo que ven en casa. No creo que sea cuestión de formación y mucho menos dirigirse a las chicas, como si fuera su responsabilidad.
Se trata de educar, no formar, en el respeto a sí mismo y a los demás, y todo lo demás vendrá por añadidura.
Publicado por: Paz | 05/12/2013 9:42:56