El 31 de enero se celebra el Día Mundial de la Magia. Este artículo pretende rendir homenaje a los magos, artistas de los que todos deberíamos aprender unas cuantas cosas.
La magia es un territorio inabarcable que, como sucede en la ciencia o la educación, desborda oceánicamente a sus practicantes, los magos, igual que en lo suyo les pasa a los científicos o a los profesores (y a tantos otros). La desgracia de no ser mago me ha venido dada junto a la gran fortuna de que mi hijo lo sea (aunque solo ejerce como amateur). Eso me la ha acercado física y emocionalmente, y me ha convertido, de adulto, en un admirador más rendido aún que cuando era niño. Poder ser a veces el único espectador y conocer un poco la magia desde la trastienda, lejos de apaciguar mi entusiasmo, lo ha acrecentado.
En la persona de mi hijo he visto cómo se prepara un mago para hacer inevitable lo imposible, y eso me ha dejado casi al borde de darle la vuelta a la Tercera Ley de Clarke, el autor de 2001: Una odisea en el espacio: “Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Ahora me inclino a pensar que la magia es una tecnología artística de altísimo nivel, en la que el perfeccionista ensayo del mago y el fascinado error del espectador se unen en una fabulosa complicidad mental que misteriosamente eleva del 0% al 100% la probabilidad de que algo imposible ocurra. “La combinación de la inteligencia, la razón y la emoción”, en palabras del maestro Juan Tamariz.
Todos tenemos claro que, con un mago ahí delante, lo que parece que está pasando no es lo que pasa, y lo que realmente pasa no parece que esté pasando. Poner seriamente en duda lo que te dictan tus sentidos es una experiencia fantástica. Con frecuencia he oído hablar de rutinas, de desviación de atención, de que la mente culmina el movimiento, de los siete velos del gran Tamariz, o de esa suprema ley que dicta que el movimiento pequeño solo necesita uno más grande para ser invisible. Nunca he podido evitar la tentación de extrapolar a la educación esos y otros conceptos básicos de la magia.
Sin menoscabo de los diversos aspectos en los que magia y educación se diferencian (que son muy importantes, especialmente en la actitud de partida del público, aunque no necesitan mayores explicaciones), os pido desde ahora un esfuerzo de complicidad para ir estableciendo paralelismos entre ambos campos, para imaginar los momentos de magia en el aula. He tratado de reforzar su poder inspirador dejándolos en el territorio de lo implícito.
La magia no existiría sin el público, que es bastante más que las personas que lo componen, pero evidentemente incluye a las personas que lo componen. No existe la automagia: ¿qué sentido tendría alterar la propia percepción de la realidad? ¿Os imagináis a un mago adivinándose una carta a sí mismo? Solo sería un ensayo. La magia es el arte de lo inesperado para el público, lo improbable para el público y lo (que parece) imposible para el público. Eso la convierte en un fascinante espectáculo, que requiere componentes como el teatral, el estético, el humorístico, el poético y otros muchos, en función del estilo del mago. Incluso el ingenieril, acordémonos de Copperfield. Pero comparados con la filosofía genuina de la magia, estos son aspectos secundarios. No irrelevantes, pero sí secundarios respecto a lo inesperado, lo improbable y lo imposible. Con todo ello, la magia se ofrece ¿a los ojos? del público, cuya atención (extrema) intenta suscitar y casi secuestrar. Trasladado a la educación, ¿os suena de algo?
Tamariz, ese artista al que ya no sé qué reconocimiento social habría que hacer para ser justos, habla de los siete velos, misterios desconocidos que de alguna forma inexpicable el público capta, la mayoría de las veces de forma inconsciente. Son el amor por el arte de la magia; la pasión y el esfuerzo; el conocimiento y la sabiduría; la energía que conecta misteriosamente ambas orillas del escenario; el misterio de una verdad de fondo siempre presente en el ilusionismo; el mundo interior del artista, y el amor a la gente, intrínseco a las buenas personas. Trasladados a la educación, ¿os suenan de algo?
A los magos no les gusta hablar de trucos. Les parece algo mecánico y casi sin alma. Como si fuera un divertimento que cualquier aficionadillo hace para ligar (infructuosamente) o impresionar (exitosamente) a los amigos en una cena. Los magos prefieren la palabra juegos, que es mucho más hermosa. Con el tiempo, he aprendido a entender la magia, desde fuera, como una especie de francmasonería. Una francmasonería que no es ni abierta ni cerrada, sino que tiene lo bueno de ambas cosas. Para ser mago de verdad se requiere decisión, convicción y un periodo de iniciación que te permita asimilar instintivamente sus bases filosóficas profundas, que están escritas, negro sobre blanco, en los libros de magia. No estoy seguro de que los magos, en general, sean tan teóricos, pero sí lo estoy de que la filosofía de la magia también se aprende con la práctica: haciendo magia ante un público cada vez más exigente y viendo hacer magia a los compañeros de arte. Trasladado a la educación, ¿os suena de algo?
Después de los párrafos anteriores, en los que he deslizado malévolas guindillas en el afán comparativo, me gustaría pasar a concretar qué rasgos generales de los buenos magos podrían ser inspiradores para los buenos profesores.
1. Los magos ensayan sin desmayo. La magia solo resulta fluida y natural ante un espectador después de que el mago haya acumulado horas y horas diarias de ensayos, autocríticas y perfeccionamientos.
2. Los magos intentan hacerlo cada vez mejor. Jamás dicen “esto es así y se acabó. Si a alguien no le gusta, qué le vamos a hacer”. Porque, para un mago, no cautivar al espectador es un fracaso, casi un gran pecado. Eso les hace ir siempre más allá en su perfeccionamiento.
3. Los magos ensayan hasta las improvisaciones. Eso les da un gran dominio escénico y, además, les permite de vez en cuando, improvisar de verdad con gran frescura y autocontrol. El improvisador que ha ensayado mucho desarrolla un sistema casi automático de generación y filtro de improvisaciones. El que va de nuevas, se tira sin paracaídas.
4. Los magos cambian o mejoran todo lo que no les funciona. Nada es permanente, y el criterio de referencia es siempre la reacción del público.
5. Los magos están atentos al público para lograr que el público esté atento a ellos. Un mago en plena actuación es una extraordinaria esponja perceptiva. Solo así consigue observar el estado aníminico y emocional de los espectadores, y actuar en consecuencia. El buen mago está mucho más pendiente del público que de la mecánica de sus juegos, que ya domina perfectamente. Además, este dominio le hace descubrir de vez en cuando inesperados matices que le ayudan a mejorar.
6. Los magos analizan la mente y las creencias del público. Cualquier juego de magia solo llega a su culminación en la mente del espectador, que, por lo tanto, hay que conocer lo mejor posible (en circunstancias nada sencillas). No hay magia per se: hay magia en nuestra mente. Por ello es fundamental que el mago sepa qué siente el público para estimular así sus sentidos.
7. Los magos interactúan y lanzan permanentes guiños de conexión al público. Una actuación de magia solipsista y fría resulta una idea bastante estrafalaria. He visto magos que fingen ser fríos, pero hasta eso es un guiño.
7. Los magos saben hacer siempre más de lo que hacen. Las muchas horas de planificación y de ejercitación, así como el permanente esfuerzo de mejora, les permite ir bastante holgados en la puesta en acción. De hecho, los errores en los juegos son infrecuentes, incluso en los estrenos. Y, cuando ocurren, y no son fingidos, son manejados de tal forma que consiguen generar más complicidad con el espectador.
8. Los magos están permanentemente aprendiendo de otros magos. La dimensión de la magia como espectáculo lo favorece, obviamente. El hecho de que la docencia suela desarrollarse entre las cuatro paredes del aula no debería impedir la existencia de otros ámbitos para compartir experiencias.
9. Los buenos magos son inolvidables. Y en ello sí que no se diferencian de los profesores.
Lo normal es pensar en los profesores en el aula como correlato de los magos, pero, pienso que este es un territorio inmenso, que no está vedado en absoluto a los jóvenes estudiantes. La experiencia antes citada de mi hijo me ha demostrado que la magia (como el teatro, el baile o la interpretación musical, es decir, todo aquello que ocurre sobre un escenario), tiene para los jóvenes, aparte de lo muchísimo que conlleva la actividad artística en sí, unos efectos formativos generales extraordinarios para toda la vida.
Así que no me resisto a terminar preguntándome: ¿Qué pueden aprender los estudiantes de los magos? Es decir, ¿qué competencias desarrollarían, más allá de su campo específico de actuación?
1. Ganar temple y dominio escénico. En las presentaciones o intervenciones públicas, las tablas, la naturalidad y autocontrol de un estudiante con esta experiencia son sobresalientes.
2. Tomar conciencia de la necesidad imperiosa del ensayo. Estos estudiantes conocen por experiencia propia que la clave del buen desempeño es el ensayo y el entrenamiento, no la inspiración divina.
3. Ser conscientes de la necesidad de adaptarse al destinatario. Cuando uno se acostumbra a actuar en público, aprende a conocerlo y, consecuentemente, aprende a adaptarse a él e incluso a manejarlo con habilidad.
4. Adquirir progresivamente dominio del ritmo, algo imprescindible para ponerse delante del público. Las actuaciones públicas requieren un sentido intuitivo del ritmo, un tempo, basado en las reacciones del público, que los novatos no suelen tener a su alcance, pues bastante tienen con cumplir mal que bien su plan inicial.
5. Autoexigirse cada vez más. Para estos chicos, salir del apuro no es ninguna opción. Como superan pronto esa sensación de apuro, el objetivo pasa a ser hacerlo cada vez mejor.
6. Disfrutar de experiencia tan infrecuente como invalorable: un reconocimiento emocionado por su esfuerzo, que se convierte en una fuente de motivación excepcional, además de un excelente factor de consolidación del autoconcepto.
Así que, si nuestros jóvenes tienen la oportunidad de subirse a un escenario, como magos, como músicos, como bailarines o como actores, olvidémonos de la histeria del éxito obligatorio y pensemos que el escenario les dará unas cuantas cosas maravillosas que nosotros nunca podríamos darles. Porque es un lugar mágico.
Hay 7 Comentarios
Una reflexión excelente. Abre puertas a multitud de reflexiones entorno a la magia, a la enseñanza y al aprendizaje. Cuánto debemos aprender! Un maestro.
Publicado por: Josep Maria Altés | 29/01/2014 13:29:18
Siempre me resultan interesantes tus artículos. Hoy, además de tener toda la razón, me has emocionado. Un abrazo, Carlos.
Publicado por: Paco Jiménez | 28/01/2014 15:40:50
Embriagador el perfume de los conceptos mágicos e inspirador el sonido de las palabras. Gracias por un interesantísimo y hermoso artículo que conjuga a la perfección docencia, arte, comunicación y sicología.
Que sí no hace al artista sino su forma de comunicar,que emociona y transmite, su gran virtud??
Soy docente, maga, espectadora y artista y siento en este artículo el compendio de mis facetas. Seguro también, las facetas de muchos otros.
Enhorabuena artista.
Publicado por: Amèlie | 27/01/2014 21:14:52
La magia...que bonita ilusión...
Excelente artículo!
Enhorabuena!!!
Publicado por: Eva PPC | 27/01/2014 11:09:47
Muy buen artículo. Siempre me ha encantado el mundo de la magia y soy de los que preferiría que nunca me hubiesen dicho que los Reyes Magos no vienen de Oriente http://xurl.es/9ik46
Publicado por: Ricard | 27/01/2014 10:59:40
Magos, profesores y estudiantes te agradecerán el artículo porque está escrito con magia. Muy bien planteado.
Les dejo un microcuento sobre una mujer que afronta la crisis de los 40 con una imaginación poderosa. Pinchen mi nombre si les apetece leer.
Publicado por: Sony Sato | 27/01/2014 10:04:56
Magnífico artículo, Carlos. Muy sugerente.
Publicado por: Esalvador | 27/01/2014 9:25:09