EL MÉTODO DE ESTUDIO I
Me he marcado un objetivo que no sé si es ambicioso o imposible: que los estudiantes pinchen en su tablón de corcho los artículos que iré sacando las próximas semanas sobre el método de estudio. Me lo han pedido algunos lectores, fundamentalmente profesores y padres. Es un tema esencial en la vida de los estudiantes (también debería ser importante para sus profesores y sus padres), pero no las tengo todas conmigo de que haya muchos jóvenes (ni profesores, ni padres) dispuestos a coger por los cuernos el toro del cambio de hábitos. Predominan los convencidos de que su método es más o menos bueno (o es el que es, y punto), y si los resultados no están de acuerdo, peor para los resultados. A pesar de todo, lo abordaremos, porque no hacerlo en este blog sería como si José Carlos Capel no hablara en el suyo de dónde comer las mejores tortillas de patatas, aunque no podamos hincarle el diente a todas por riguroso orden.
Pero apelo a vuestra complicidad para permitirme antes una digresión: el blog cumple su primer año el próximo miércoles, 12 de febrero.
Ha sido una experiencia muy grata para mí y, por lo que he comprobado en centenares de comentarios y decenas de mensajes privados, también para muchos lectores. El blog ha publicado 111 artículos, de los que 55 han estado a cargo de autores invitados. Algunos de ellos, expertos y personalidades reconocidas en su campo, y otros, lectores desconocidos a los que he invitado a publicar porque me habían interesado mucho sus comentarios, en ocasiones críticos con mis ideas.
Aunque dialogar con quien se está de acuerdo es muy satisfactorio, considero más interesante hacerlo con alguien que, compartiendo un sincero interés por la educación, mantiene desacuerdos o matices diferenciales de cierta relevancia. Porque se aprende mucho más discutiendo (con alguien que razona), que mirándose en el espejo.
Es una evidencia fácilmente compartible que, si no hubiéramos estado en EL PAÍS, la difusión del blog habría sido infinitamente menor, tendente a cero. Seguramente tú no estarías leyendo esto, así que, como es de bien nacidos ser agradecidos, le doy las gracias al diario.
No quiero alargarme mucho en este pequeño cumpleaños, pero sí lo suficiente para recordar algunas cosas que me han encantado: la gran generosidad y excelente disposición de los invitados que ya estaban más que habituados a publicar, y el entusiasmo de los no tan habituados, pero que aceptaron el reto con un maravilloso espíritu didáctico; la estimulante presencia de algunos lectores fieles, con los que se diría que quedábamos a tomar café en el blog un par de veces por semana, y también la visita ocasional de lectores sin relación directa con la educación, pero con un interés más que sincero en algo tan importante para nuestra vida. A los muchos lectores le han dado tres cuartos al pregonero a través de las redes sociales, les doy las gracias por su implicación personal: en cierto modo, han puesto su nombre al servicio del blog.
Debo confesar, además, que hay algo que me produce una enorme impresión. No pocos profesores me han comentado en privado que difunden los artículos entre sus compañeros y que también los utilizan para trabajarlos con sus alumnos (en sus clases normales o en las tutorías). Me encanta la posibilidad de que algo de esto pueda llegar a ser útil para chicos a los que ni siquiera conozco. Desde el principio era consciente de lo extraordinariamente complicado que resultaría llegar hasta ellos a través de un blog en EL PAÍS. Era un desafío que no sabía muy bien cómo afrontar.
Mi primera decisión fue tratar de no escribir para expertos (sin pretender expulsarlos del blog, pero sin convertirlos en destinatarios preferentes). También decidir huir en idéntica medida de un lenguaje de coleguillas juveniles y del academicista. No tengo nada contra los académicos, pero sí bastante contra el manierismo academicista de algunos de ellos. Tendría para desarrollar esta idea en unos cuantos artículos, pero dejémoslo estar por ahora. Me limitaré a decir que, cuando aspiro el aroma del clasismo intelectual y el narcisismo de pasarela de algunos, siempre pienso: “No lo sabe hacer mejor, ¡qué le vamos a hacer!”. Me pasa a menudo con el estilo de algunas publicaciones universitarias y de casi todas las resoluciones judiciales (pero no solo, porque es una epidemia).
Lo que tenía claro desde el principio es que pocos jóvenes llegarían al blog directamente. Y que la mayoría solo lo haría a través de los adultos, generalmente padres o profesores. Lo cual me planteaba el mismo dilema que siempre me ha obsesionado: ¿a quién me estoy dirigiendo? En este caso, ¿al adulto o al joven? Lo resolví haciendo una bienintencionada combinación de ambos destinatarios: al adulto, pero con el objetivo indisimulado de que muchos temas los compartiera o los trabajara con el joven.
Pues bien, hace tiempo que algunos profesores y también algunos padres me vienen pidiendo que trate el tema del método de estudio. A mí me parece esencial, aunque no es precisamente lo más periodístico del mundo. Todos sabemos que si incluimos la palabra sexo en un titular, la lectura masiva estará garantizada, aunque se trate de un artículo sobre el cambio de sexo de los peces payaso. Mucho me temo que si metemos la palabra método nos quedaremos a unos cuantos decenas de miles de lectores de esos estupefacientes rankings de noticias más leídas. Pero no hay que desanimarse: no habrá muchos miles de lectores, pero pueden mejorar unas decenas de estudiantes.
Merece la pena intentarlo. Así que dedicaré una serie de artículos al método de estudio. Preveo al menos una docena, a partir del lunes próximo y en semanas alternas. El método de estudio es algo que siempre me ha preocupado. Con sinceridad, desde que yo mismo estudiaba en el colegio y, de hecho, lo he tratado luego en estos libros.
Debo reconocer que hablar de ello a los estudiantes, al margen de su eventual receptividad, me parece un asunto intrínsecamente complicado por varios motivos:
1. El método de estudio se orienta al éxito académico. Lo que ocurre es que describir e incluso delinear un buen método genérico de estudio es fácil, pero no lo es tanto definir qué es el éxito académico (desde un punto de vista personal, no social o institucional), a menos que caigamos en el reduccionismo de vincularlo exclusivamente a las notas: toda una tentación.
Si el boletín es el único indicador de éxito, nos tropezamos con un buen interrogante en cuanto a la solidez del aprendizaje, el aprovechamiento de la propia inteligencia y otros cuantos aspectos de la personalidad de nuestros chicos, una de cuyas características, por si fuera poco todo lo demás, es la de tener diferentes ritmos. Así que, al hablar de éxito académico apelaré a un significado más complejo que el encarnado por las notas: en pocas palabras, me referiré al aprendizaje de hoy que permite y acelera aprendizajes futuros con un claro valor adaptativo.
2. La relación entre un buen método de estudio y el éxito académico es consistente en un sentido, pero no tanto en el inverso. Quiero decir que el éxito viene casi garantizado por un buen método. Pero, a la inversa, no puede asegurarse que el método perfecto sea condición sine qua non del éxito. En términos matemáticos, buen método implica éxito, pero éxito no siempre implica (o exige) buen método: hay muchos estudiantes con mediocres formas de trabajo que, sin embargo, no van nada mal. No es algo biunívoco, aunque lo parezca.
En esos casos de éxito sin buen método, paradójicamente las buenas notas les impiden mejorarlo, porque todos sabemos que una buena nota tiene efectos inerciales para el común de los mortales. Algunos dirán que para qué cambiar lo que parece funcionar aceptablemente. Es una idea con la que suelo estar de acuerdo cuando se especifica lo que significa “aceptablemente”.
3. El éxito no solo se basa en un método de estudio depurado (en un sentido algorítmico o de proceso perfectamente regulado), sino que incluye aspectos actitudinales y motivacionales difícilmente etiquetables como metodológicos. Por no hablar de cuestiones como el tipo de centro, la calidad de los profesores o el entorno sociofamiliar de los chicos, de gran impacto y no muy directa relación con lo metodológico. En definitiva, debemos reconocer que el éxito académico no es absolutamente reducible a términos de método.
4. El impacto del nivel de inteligencia de cada uno y su éxito académico introducen una cierta ambigüedad en la relación causal entre método y éxito. Digámoslo así: si el nivel de inteligencia influye en el éxito y la calidad del método de estudio influye en el éxito, ¿cómo medimos el impacto del método? Por no hablar de la posible relación entre inteligencia y método. Así que no nos quedaría otra que fiarnos de grandes estudios estadísticos (fuera de nuestro alcance cotidiano) o bien basarnos en experiencias unipersonales, casi en vivencias o sensaciones al cambiar nuestras propias maneras de trabajar. El problema viene a ser, de nuevo, la resistencia al cambio de muchos estudiantes, que prefieren seguir haciendo las cosas como siempre si así les va bien (o incluso aunque les vaya mal).
5. El corazón de cualquier método de estudio que funcione bien incluye al menos las siguientes ideas genéricas, todas ellas inspiradas en una estrategia de aproximaciones sucesivas, como si fuéramos perfeccionando en el cerebro, pincelada a pincelada, todo lo aprendido: planificación, secuenciación, acumulación, diversificación, profundización, síntesis, memorización y ensayo.
Dicho en negativo, ningún método será bueno si se basa en la improvisación, si no se estructura en fases sucesivas, si no acumula horas de forma bien regulada, si no aborda los temas en diversas modalidades, si no ahonda progresivamente, si pretende memorizarlo todo de forma indiscriminada, y si no se prepara para el examen o el tipo de prueba en el que uno vaya a ser evaluado.
Todo ello requiere una mente estructurada, e incluso cierto temple para abordar cada fase por su orden y no a lo loco. Hay muchos estudiantes que no son capaces de ello, porque se sienten frustrados si un trabajo o el dominio de un tema les exige algo más que un instante.
6. ¿Es el método de estudio adaptable a la persona? La realidad es que sí, pero a mí me gusta responder preventivamente que no. Explicaré por qué. Digamos que el método de estudio no es equiparable al método científico, que o lo sigues o no haces ciencia. El método de estudio es mucho más versátil, porque depende en parte de las características personales. Pero suelo aconsejar no hacer adaptaciones iniciales porque, cuando alguien lo quiere adaptar, lo hace demasiado pronto y generalmente no para optimizarlo, sino para dar rienda suelta a sus tendencias inerciales, sin haber comprobado si algo le funciona mejor o peor.
Mi recomendación es que, en periodo de aterrizaje, lo tomemos como algo inamovible, hasta que una experiencia más amplia y duradera nos permita tomar decisiones adaptativas realistas, que no respondan ni a la comodidad ni a la pereza.
He tratado de argumentar por qué el método de estudio es un asunto complejo y no siempre fácil de transmitir debidamente a los jóvenes (a veces, ni siquiera a los adultos, aunque sean sus profesores). Libros y artículos sobre el tema los hay a miles. Lo que probablemente quiera decir que seguimos sin dar con la tecla. Y, seguramente, que la tecla no está del todo en el método. No creo que yo consiga el milagro, pero la idea de los lectores que me han pedido que lo trate en este blog me parece bastante acertada. ¿Cómo podría llamarse un blog Ayuda al Estudiante si no tratara sobre el método de estudio?
¿Y cómo lo haré? Puedo decir que escribiré directamente para los estudiantes y que intentaré ir al grano, evitando en la medida de lo posible cualquier razonamiento demasiado extenso que me aleje de lo práctico (aunque lo considere relevante). Como digo en el título, lo ideal sería que los chicos clavaran los artículos en el corcho de su habitación. No de decoración, claro. Pero tan importante o más es que lo hablemos con ellos, porque nos necesitan. Así que, con perdón, ahí os doy trabajo a padres y profesores.
Por este año compartido, gracias a todos: autores invitados, lectores abonados, lectores ocasionales, facebookeros, twitteros, comentaristas públicos y comentaristas privados. Cualquier blog es una idea con fecha de caducidad, pero este primer año ha sido un placer.
Los artículos sobre el método de estudio son:
1. El método de estudio: pínchalo en tu tablón de corcho.
2. Aprovechar o no 20.000 horas de clase, esa es la cuestión.
3. ¿Tomar apuntes o copiarle al profesor hasta los estornudos?
4. Conoce a tu profesor como a ti mismo (o casi).
5. ¿En tu habitación o en la mía?
6. El horario de estudio como antídoto de la desmotivación.
7. Tres maneras de leer para estudiar mejor.
8. El subrayado, un arte en el que menos es más.
9. En síntesis, tu documento personal de estudio.
10. El sobresaliente te espera entre mapas, esquemas y resúmenes.
11. La memorización y la "burocracia del aprobado".
12. El repaso, una herramienta definitiva contra el olvido.
13. Los exámenes en 40 pautas.
Hay 7 Comentarios
Creo que ahora ya hay alguna hora a la semana donde se proporcionan consejos y técnicas para mejorar el método de estudio de los niños. Y es bueno, ya que si no saben cómo estudiar, no podrán aprobar.
https://www.problemasyecuaciones.com/
Publicado por: Problemas de sistemas de ecuaciones | 02/09/2018 9:56:19
Respondiendo a algún comentario, me parece que los alumnos tienen demasiadas tareas extraescolares. Las clases deberían dividirse en dos partes, siendo una de ellas dedicada a las tareas que normalmente se llevan a casa. Si no es así, las tareas se acumulan y los alumnos tienen que dedicar tantas horas para hacerlas que, como es lógico, pierden el interés.
https://www.matesfacil.com/
Publicado por: Matesfacil | 27/08/2018 10:39:42
Soy estudiante y busco mi organización y un estudio acotejado para mejorar unos resultados que por desgracia nunca me han acompañado. Tu blog me a inspirado muchísimo y espero que no dejes de hablar de cosas que, aún que creas que pueden pasar desapercibidas, al final siempre nos llegan a esas personas que deseamos aprender de los errores y mejorar día a día. Gracias por todo!
Publicado por: Xavier | 14/01/2018 11:44:45
El post de jabonserrano me ha sonado muy familiar. Yo también soy docente y padezco el mismo sufrimiento. Alumnos que no ponen el alma en lo que hacen. O salir del aula contentísima porque hemos tenido una buena sesión y al día siguiente arrastrarme desmoralizada fuera del aula de otro grupo de ¡1º de ESO!, con nueve repetidores y varios disruptivos (qué casualidad, coinciden), donde es imposible dar clase.
Publicado por: Ana Delia | 25/05/2014 9:11:22
Para mí, como docente, la enseñanza es ahora más que nunca el mito de Sísifo. El otro día explicaba algo en clase y les proponía hacer ejercicios sobre eso. No sólo los hacían bien, sino que peleaban por salir a la pizarra a demostrarlo. Me fui satisfecho a casa. 5 días después tenían que entregar una tarea basada en lo mismo. De 30 alumnos la entregaron 8 y de ellos 4 los habían hecho mal. Los alumnos en su casa, según palabras de los padres, a lo que creo, se encierran en su cuarto horas y horas. Los padres piensan que están estudiando. La triste realidad es que no hacen absolutamente nada (bueno, el whatsapp si lo dominan) y las tareas son un desastre. Están hechas para cumplir el expediente, sin poner un ápice de corazón en lo que se hace. No está nada elaborado, porque el placer de contemplar el trabajo bien hecho es algo que escasea. Y esto es una auténtica desgracia se trate del sistema educativo que se trate. Podemos marear la perdiz y tirarnos los trastos a la cabeza, sobre si las competencias, la memorización, la didáctica antigua, la moderna y demás, pero seamos francos ¿qué porcentaje de alumnos toma su estudio como una cosa seria?
Publicado por: jabonserrano | 10/02/2014 18:20:38
Sin menospreciar la aportación de Carlos, interesante como siempre, creo que el testimonio del comentario de Merino me parece muy relevante. Si unimos este post, el comentario y el artículo sobre absentismo que aparece hoy publicado en el diario, me encuentro con una variable esencial: la motivación. He escuchado últimamente comentarios en los que se niega la importancia de este factor (por ejemplo, al Dr. Marina o a Julio Carabaña), pero el post de Merino es muy contundente: siempre hace falta una motivación para desarrollar un esfuerzo. Si la escuela se aleja de la realidad y la realidad, además, no dice que desde hace algún tiempo no hay relación entre titulación y empleo, es obvio que son necesarias otras motivaciones. Salir de la pobreza puede volver a ser una de ellas, pero mientras no nos toque echar huesos en la sopa para roerlos, creo que seguiremos manteniendo el espíritu de "nuevos ricos" en que llevamos inmersos en las últimas décadas, siempre olvidando que veníamos del hueso y cómo se ha ido construyendo una nueva escuela entre la presión popular y el cambio legislativo.
Incluso Carlos habla del tema: ni siquiera un buen método que no incluya alguna motivación (al fin y al cabo, seguir el método científico puede aportar publicidad, reconocimiento e, incluso, fama), tener éxito en los estudios no garantiza el objetivo de movilidad social que hasta ahora gobernaba tras las bambalinas la necesidad de aprender y estudiar.
Por tanto, aunque me parece esencial reflejar los mecanismos y virtudes de un buen método de estudio, echo de menos un buen debate sobre la motivación.
Publicado por: tiemposdificiles | 10/02/2014 12:21:28
Nuestros padres, cuando éramos pequeños los de aquella generación de la pizarra de piedra y el pizarrín.
Un invento que por falta de papel, y sin ser electrónica era infinita pues se borraba con un trapo y estaba lista otra vez para escribir o hacer cuentas.
Nos decían, que había que saber leer y escribir correctamente, y hacer cuentas.
Al menos las cuatro reglas para poder defendernos en la vida sin que nos engañaran, y poder leer libros y escribir cartas a la familia.
En el campo, después del trabajo, con una luz incierta de carburo o de candil, la persona más preparada enseñaba lo que podía a grandes y pequeños.
Luego más tarde fueron maestros sin papeles, que a escondidas enseñaban en sus casas.
Había que saber para poder defendernos en la vida, poder leer libros de mayor envergadura.
Al menos las cuatro reglas.
Y luego vino la regla de tres, y el manuscrito de lectura, la enciclopedia Álvarez, y el francés sin esfuerzo.
Estudiar era una necesidad, como el comer.
No era una obligación, para la gente era una necesidad de supervivencia en el presente inmediato.
Descubriendo el regusto de aprender, más allá de las cuatro reglas, el regusto de saber.
De saber más.
Para ser alguien mejor preparado que lo fueron nuestros padres aspirando a más legítimamente.
Desde nuestro nivel de personas trabajadoras y socialmente del montón y normales.
Teníamos claro la necesidad, y cualquier idea nos valía, al vuelo la agarrábamos.
Por obligación y por necesidad.
Viendo que después valía la pena el esfuerzo, en la vida que nos tocaba vivir.
Porque valía lo que habíamos aprendido.
Publicado por: Merino | 10/02/2014 10:01:11