Ayuda al Estudiante

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El ecosistema educativo tiene un triángulo esencial: estudiantes, padres y profesores. Lo demás es contexto. Si este se sitúa en el centro de gravedad, algo va mal. Los análisis sobre educación tienen un peligro casi invisible: la paralización fascinada por lo mal que estamos. Descalificar sin analizar es injusto y analizar sin proponer alternativas, estéril. Así que el propósito de este blog es claro: ayudar a estudiantes, padres y profesores a encontrar alternativas de mejora.

La guerra de los distractores o la entropía del estudiante

Por: | 31 de marzo de 2014

Castillo1
El lenguaje metafórico te da la posibilidad de entender el mundo saltándote muros repletos de 
detalles. Y si dejas que la metáfora se quede un rato dando vueltas en la mente, sirve también como agitador de ideas. Así que usaré la metáfora de la entropía para referirme a una situación que los estudiantes conocéis espléndidamente: el ataque masivo de galácticas naves distractoras justo cuando ibais a decidir sentaros a trabajar en vuestro escritorio. Una de las mejores explicaciones sobre la vulnerabilidad de esos momentos la oí no hace mucho de labios de una chica de 15 años: “Es que cuando voy a ponerme a estudiar, de repente hasta las paredes de mi habitación se vuelven importantes”.

De la entropía (del griego: evolución o transformación) podemos decir cuatro cosas con la perversa intención de evocar la loca imagen de un estudiante luchando contra los distractores a la hora de concentrarse de verdad:

1. Es una magnitud que permite determinar la energía desaprovechada (para la producción de trabajo).

2. Su valor (en un sistema aislado) va creciendo (en los procesos naturales).

3. Indica el grado de desorden (de los sistemas físicos).

4. Describe lo irreversible (en los procesos termodinámicos).

Si leéis lo anterior con malicia (es decir, prescindiendo de los paréntesis científicos), quizá compartáis esa consideración entrópica que atribuyo a los factores distractores. Es un juego metafórico, pero la idea de fondo es rotunda: si cuando toca trabajar uno se deja llevar por las pequeñas distracciones del momento acaba siendo arrastrado por ellas.

Foto0458
En tales situaciones no importa demasiado la relevancia de esos pequeños distractores: lo que empieza siendo apenas un riachuelo de minucias que alteran la concentración acaba convirtiéndose en un amazonas que ya no te dejará navegar aguas arriba. La consecuencia es tremenda: improductividad, tiempo perdido y frustración personal, o incluso una falsa impresión de haber estado medio trabajando, por no hablar de un cansancio casi equivalente al del trabajo verdadero.

Una de las principales causas de las distracciones es la procrastinación, sobre la que hace justo un año publicamos en este blog cuatro artículos que a día de hoy siguen generando comentarios y mensajes de lectores. Son ¡Tu hijo está procrastinando!, La procrastinación está en el cerebro, El antídoto de la procrastinación y 10 formas de luchar contra la procrastinación. Creo que, si hablamos de distractores, es imprescindible volver la mirada a la procrastinación, asunto que a todos nos afecta, aunque algunos no le hayan puesto nombre.

Sin perjuicio de sugerir la relectura de esos artículos, en esta ocasión pretendo centrarme en lo que podríamos llamar factores más elementales (de distracción). Son aparentemente menos complejos de manejar, menos esquivos, no tan motivacionales o psicológicos. Lo diré de forma simple: son factores cuya resolución pueden conseguirse mediante una decisión casi instantánea, algo supuestamente tan simple como pulsar el botón de apagado.

Chica móvil
Dejemos claro no tienen por qué ser malos ni inconvenientes en sí mismos, aunque sus efectos en el estudio sí lo son. Por elementales y archisabidos que parezcan, es importante hacer una selección de los que a cada uno le afecten para tratar de tenerlos bajo control. El primer paso para atenuar o eliminar su impacto negativo es ser consciente de su existencia. Así que aquí va la lista de donde se puede elegir en qué orden intentaremos reducirlos:

1. El teléfono encendido.

2. El ordenador (salvo que esté siendo utilizado para estudiar, obviamente).

3. El bombardeo de WhatsApp y de las redes sociales.

4. El correo electrónico en cualquiera de sus terminales (salvo que sea necesario para estudiar).

5. El desorden y la escasez de espacio en el escritorio.

6. Estudiar en una habitación de tránsito.

7. El desorden de la habitación.

8. La lejanía de los materiales necesarios para estudiar.

9. Una silla incómoda o demasiado cómoda.

10. La televisión familiar con el volumen alto.

11. Las conversaciones familiares en voz alta.

12. Cualquier tipo de música (peor será cuanto más conocida y apreciada sea). Aunque sea un tema controvertido para muchos adultos, a mí no me lo parece, al menos en sesiones de memorización o muy alta concentración. Y lo considero más que obvio si tenemos en cuenta el altísimo volumen habitual en los auriculares.

13. Las irrupciones familiares en la habitación de estudio.

14. El hecho de que haya miembros de la familia haciendo algo atractivo en casa justo al mismo tiempo que el estudiante trabaja.

15. Las discusiones o broncas anteriores al tiempo de estudio.

16. El calor o el frío excesivos (el termostato personal lo pone cada uno).

17. Dedicar los descansos entre sesiones de trabajo al ordenador, la televisión o cualquier actividad que resulte muy absorbente o de gran interés. Los descansos deben ser relajados e inclusos aburridos para que no cueste tanto volver a la faena. De otro modo, se vuelve cuesta arriba y uno se cree que solo han pasado dos minutos cuando ya ha perdido media hora.

Vuelvo al lenguaje metafórico para proponerle una buena idea a quien decida afrontar un cambio en su manera de estudiar. Es de Jonathan Haidt (La hipótesis de la felicidad, Gedisa), y la desarrollan ampliamente los hermanos Chip y Dean Heath en su sugerente libro Cambia el chip (Ediciones Gestión 2.000). Es esta: la mente humana lleva dentro a un jinete frío, racional y planificador, pero con escasas fuerzas, y también a un elefante impulsivo, irrefrenable y poderoso. Es una moneda de dos caras: razonamiento y motivación; o pensamiento e impulso emocional. Pero debemos tener en cuenta que siempre será el elefante impulsivo y emocional el que lleve la voz cantante. En caso de divergencia, el jinete solo puede sugerirle, mostrarle el camino o tratar de convencerle, pero no lo doblegará (salvo por un breve tiempo).

Pues bien, hay básicamente tres maneras eficaces de cambiar: aclarar rotundamente las ideas al jinete, motivar generosamente al elefante y allanar el camino a ambos replanteando las condiciones del entorno para crear nuevos hábitos. Todo influye en su medida.

En este caso, lo que he tratado de poner sobre la mesa es qué aspectos del entorno de estudio deberías replantearte para luchar de forma más eficaz contra los distractores, que atacan en bandada e incansablemente.

Hay 3 Comentarios

Para los niños, a la hora de estudiar, cualquier cosa puede ser una distracción. Hay que ayudarles a evitarlas, como restringirles el acceso a Internet y al móvil.
https://www.problemasyecuaciones.com/

Uno debe comprender que cuando es la hora de estudiar tiene que evitar todas las distracciones. Como bien dice, cuando los alumnos estudian, están rodeados de tantos "distractores" que les resulta imposible mantener la concentración. Además, estas distracciones prolongan la, para ellos, tediosa tarea.

https://www.matesfacil.com/

Dicho en Román paladino, si cambiamos la obligación que toca, el trabajo del estudio por cualquier divertimento, es porque nuestro seguir en el camino como pasotas no depende de ello.
Al no ver peligro, que todo es un solo sermoneo, pues se nos descuida el trabajo.
Y se hace lo que pide el cuerpo, perder el tiempo con chorradas.
¿Que mas da?. Si los padres pagan igual.
Y se prefiere perder el tiempo con el royo patatero.
En cuanto vemos peligrar nuestro presente inmediato, bien que nos aplicamos a sacar de en medio todo el trabajo.
Y las basuras y lo que haga falta.
Sobrando tiempo y aprobándolo todo de largo.
Lo que nada cuesta se dilapida.
Malgastando.
Malversando nuestra responsabilidad, por eso tienen éxito los colegios de pago, porque se les avisa a los estudiantes de lo que les cuesta a los padres permitirles a los hijos que estudien.
Sin paños calientes, ni caprichos.

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Sobre el autor

Carlos Arroyo

ha navegado profesionalmente entre las cuatro paredes de un aula, la redacción de EL PAÍS y la dirección del Instituto Universitario de Posgrado. Esa travesía le ha convencido de que educar bien a los hijos es saldar buena parte de la deuda con la vida. Es autor de Libro de Estilo Universitario y diversos libros de ayuda al estudiante.

Web: www.ayudaalestudiante.com
Correo: [email protected]

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