El ensayo y error es una forma de aprendizaje consustancial al ser humano: así funciona nuestro cerebro. No aspiro a cambiar la realidad, pero es una expresión que me incomoda mucho, aunque a estas alturas me debería conformar. Lo mejor sería cerrar la boca ante su amplia difusión general y su específico uso en la ciencia (como sinónimo de prueba y error, que bien podría quedarse en prueba). Pero en educación prefiero quitarme las gafas de cerca y mirar con las de lejos: ensayo y éxito. Por dos razones: limpiar de connotaciones negativas la palabra ensayo, que considero trascendental para el ser humano, y empujar su significado justo hacia las buenas consecuencias a medio y largo plazo, más allá de unos primeros e insatisfactorios resultados. En países de querencia dramática como España, y en una población (la juvenil) que aún no sabe apreciar los beneficios del error bien analizado y asimilado, para los estudiantes es más atractivo hablar de éxito (insisto: reconociendo el extraordinario influjo que los errores tienen en el aprendizaje de cualquier joven despierto y autocrítico).
Me pasa algo parecido con la palabra repetición, la condición sine qua non del ensayo y, por lo tanto, del éxito. Una palabra maldita, con connotaciones negativas a más no poder. Pueden referirse a una pésima marcha en los estudios que provoca la no promoción, al hastío de hacer lo mismo, a la insistencia extenuante en un mensaje que ya nos sale por las orejas o, por agarrarme a sinónimos cortos, a la reiteración, la pesadez, la reincidencia, la imitación, la uniformidad, la recaída o incluso el lamentable eufemismo televisivo de multidifusión.
Con la mala prensa que tiene, no es fácil convertir repetición en una palabra simpática. Menos aún, entre los estudiantes. Sin embargo, es uno de los fundamentos del éxito en cualquier faceta, a poco que, dándole un ligero aire musical, pasemos sutilmente de repetición a ensayo. Dejemos repetición para la reiteración mecánica y sin cambios intencionados. Y empleemos ensayo para la repetición consciente, intensa y con un deliberado propósito de mejora acumulativa, como ocurre en el mundo de la música clásica, el teatro o la danza, por poner buenos ejemplos.
A veces pensamos que los grandes músicos, actores, escritores o deportistas de élite hacen las cosas tan bien porque son muy buenos. No les bastaría. Buenos lo son, y mucho. Pero ensayan, y muchísimo. Repiten, repiten y repiten. Y cuando se han cansado, vuelven a repetir. Y al día siguiente, repiten, porque para ellos el objetivo de la perfección es magnético. Digámoslo como Malcon Gladwell: “La práctica no es lo que haces cuando eres bueno. Es lo que hace que seas bueno”. O como Thomas Jefferson, ex presidente y padre de la Declaración de Independencia norteamericana: “Creo bastante en la suerte. Y he comprobado que, cuanto más duro trabajo, más suerte tengo”.
De modo que una de las campañas publicitarias masivas que deberíamos hacer con nuestros estudiantes y nuestros hijos debería versar sobre las virtudes del ensayo y su inevitable consecuencia, el éxito.