El Palomero

Flashforward

Por: EL PAÍS

29 oct 2009

Ayer tuve un desmayo. No, no fue cuando me enteré a las 8 de la mañana y aún sin desayunar de la debacle en Alcorcón. Fue un poco más tarde, mientras veía a Pau Gasol recibir su anillo más contento que Frodo Bolson cuando se reencuentra con sus amigos después de pasarlas canutas durante casi dos mil páginas (o tres películas). Sospechosamente duró 2 minutos y 17 segundos. Y digo sospechosamente pues en la hasta ahora recomendable serie Flashforward (os la podéis bajar…. uy, perdón, quiero decir que la podéis ver en Cuatro todos los martes. Espero que Ramoncín no lea este blog) el blackout dura lo mismo. Pero por lo que he podido averiguar, el mío no fue mundial. Y tampoco me llevó al 29 de Abril del 2010, sino un par de meses más lejos. Al final de la temporada de la NBA.
Casualmente ayer comenzó la mejor liga del mundo baloncestístico, por lo que antes de contar lo que vi, aviso a los navegantes que os voy a desvelar quien va a ser el campeón, quien será el MVP de la temporada regular y de las finales y cómo les va a ir a los cinco españoles. Si queréis o os gusta la incertidumbre, podéis dejar de leer, como hacía Mayra Gomez Kemp en el Un, dos, tres. El que avisa no es traidor.
Ayyyy, qué curiosos son algunos. Bien, pues mi flashforward me llevó hasta Los Ángeles. Estaba en la acera de una calle, Ventura Bulevard, y por lo que deduje rápidamente gracias a mi desarrolladísima inteligencia me encontraba en plena fiesta de celebración del segundo anillo consecutivo de los Lakers. Bueno, también ayudó mi vista. Había un montón de gente y la mayoría llevaba una camiseta amarilla donde ponía “NBA Champions 2009/2010”. Entonces llegaron los autobuses descubiertos y en uno de ellos iba mi amigo Magic Johnson (cuando abra en este blog la sección Batallitas del Abuelo Cebolleta os contaré mi primer encuentro con Magic en un torneo en Alemania con 17 años y el segundo en Boston 32 años después. ¡Qué crack! que diría Montes). Me vio y me invitó a subir. Ya sólo me quedaba poco más de un minuto de mi desmayo por lo que después de darle un abrazo y percatarme que su perímetro torácico sigue creciendo, fui al grano. ¿A quién hemos ganado? A los Celtics en seis ¿MVP? Lebron ¿Y de las finales? Kobe ¿Shaq? Retirado definitivamente ¿Pau? Le cuesta coger la onda hasta Navidad pero es otra vez All Star y aun bajando sus números (17puntos/8 rebotes) sigue siendo junto a Bryant uno de los dos jefes de los Lakers. ¿Calderón? Good, very good (13 puntos/8 asistencias). Toronto entra en playoffs y se queda en primera ronda. No es All Star, aunque yo le habría llevado, me dice Magic. ¿Rudy? You know, Portland es un sitio difícil, y me sonríe, por lo que tengo que ponerme las gafas de sol ¿Marc? ¿Pau´s brother? ¿Con Mayo, Gay y Iverson? Cara de circunstancias. Me quedan menos de diez segundos ¿Y Sergio? ¿Who is Sergio? contesta el tío, lo que me da muy mala espina.
Entonces me desperté. Mientras llamaba a mi corredor de apuestas en la radio y no sé muy bien a cuenta de qué, ponían una canción de la terremoto de Alcorcón.
Ejercicio para lectores.- Después del éxito de las operaciones frankestonianas, me animo a pediros otra cosa. Haceos un Flashforward (joder, suena a pecado o al menos a algo ilegal). Elegid fecha futura y contad lo que veis. Vale cualquier personaje, equipo o evento deportivo. Incluida la selección polaca femenina de vóley.
Y otra recomendación televisiva. Hablando de series y además de agradecer al que me recomendó Hung y alegrarme por el que le ha gustado mi sugerencia de Breaking Bad, echar un vistazo a Modern Family . No la están dando que yo sepa en ningún lado por lo que la tendréis que..…. Uy, casi lo digo otra vez.

Rauldinho, el jugador perfecto

Por: EL PAÍS

25 oct 2009

Cada vez estoy más convencido de que soy un tío muy raro. P.Z., mi psicoterapeuta, me dice que no, pero yo sé que sí. Que mis conexiones neuronales no se ajustan a lo que podríamos considerar como normales. El miércoles pasado en el Bernabéu tuve una ocasión más para confirmar mis sospechas. Jugaban Madrid y Mílan (con acento en la í). Bueno, es un decir, porque jugar jugar, lo que se dice jugar al fútbol, se jugó poco. Es más, durante muchos minutos la sensación fue más de partido de solteros contra casados que de un encuentro de Champions entre los dos clubes más laureados del continente, dicho esto con todos los respetos, tanto para los partidos de Champions como para los de solteros contra casados.
El caso es que de los ochenta y tantos mil que estábamos por allí, ochenta y tantos mil menos unos pocos estaban con la mosca detrás de la oreja. Y eso antes del partido. Después supongo no había suficientes moscas para tanto mosqueado. De camino de vuelta hacia el coche puse la antena para vez qué pensaba el personal. No pasa la afición madridista por ser la más optimista del mundo, por lo que los comentarios iban del ¡qué desastre! como resumen, a los 200/300 millones de euros gastados (es la horquilla que maneja la afición) pasando por Pellegrini, Florentino y el “!joder, si hasta Casillas ha fallado!”. Puse la radio y ya se sabe que los debates son algo más sesudos que los de la calle. “¿A qué quiere jugar el Madrid?”, “este equipo no tiene un plan” y otras lindezas rinconianas por el estilo.
Me vino muy bien el escuchar la voz del pueblo y de los especialistas para saber mejor lo que había ocurrido, pues yo me había pasado medio partido dándole vueltas a una fantasía: convertirme en una especie de Dr. Frankestein, secuestrar a Raúl y a Ronaldinho, y en una noche de tormenta (como mandan los clásicos literarios) traspasar el cerebro del madridista al cuerpo del brasileño (aprovechando la anestesia también le haría una liposucción para quitarle unos kilitos de grasa). Resultado: Rauldinho, el jugador perfecto.
Recordando sus movimientos a trote cochinero durante toda la primera parte y comparándolos con los de hace cuatro años en ese mismo escenario, me sigue irritando ver cómo Ronaldinho ha tirado por la borda una carrera primorosa en tan poco tiempo. Y lo ha hecho él solito. Sin necesidad de ayuda. Con una irresponsabilidad absoluta, con un desprecio mayúsculo hacia la suerte que tuvo al recibir un talento superlativo para jugar a este deporte. No sé si alguna vez será consciente de lo que ha hecho. No confío mucho en un futuro ataque de autocrítica que le llevará a entender que el gran perjudicado de su falta de ambición ha sido él mismo. Ronaldinho fracasó en el peldaño que separa a los muy buenos de los grandes: la permanencia en la gloria. No digo que llegar sea fácil, pero lo difícil es mantenerse. Y el de los bongos no duró ni dos telediarios en la cumbre.
Precisamente Raúl es, por encima de todo, un ejemplo de persistencia. Su perseverancia resulta por momentos hasta enternecedora. Se resiste al paso del tiempo, al cansancio que provoca su presencia desde hace más de una década, a la llegada de todo tipo de novedades, a los mil y un rumores (no siempre buenos) que circulan a su alrededor. Pero él sigue ahí. Deleitando a sus seguidores, irritando a sus detractores.
Para cualquier cosa que nos propongamos hacer, primero tenemos que querer (la actitud) luego ver si podemos (los recursos) para finalmente echar mano de nuestro saber (las aptitudes). Ronaldinho ha flaqueado en el querer, por lo que cada vez ha podido menos y aunque sigue sabiendo (como se vio en el segundo tiempo con unos cuantos detallazos técnicos) no le vale para mucho más que ser una sombra. Raúl en cambio, es quien es porque el principio de su proceso es de una enormidad incomparable. Quiere tanto y quiere siempre, por lo que de una forma o de otra encuentra la forma de poder. Lo menos importante es el saber. ¿O acaso buena parte de sus goles, como el primero que hizo el miércoles, no parten y se basan en un ejercicio de voluntad más que en cuestiones futbolísticas?
La mezcla sería perfecta. Imaginaros. En el campo y en lo que se proyecta desde él. Raúl pondría su parte de machaca, de sufridor. Lo suyo es ganar, meter goles, batir records. Ronaldinho aportaría su técnica deslumbrante, su físico (que la parte Raúl se encargaría de poner en forma) y su sonrisa. Esa sonrisa que cuesta ver en Raúl y que entronizó, tanto como sus jugadas, a Ronaldinho. Incluso entre las sospechas de manipulación en su propio beneficio que muchas veces han perseguido a Raúl y el desinterés hacia lo suyo del gaucho, el punto medio sería perfecto.
Rauldinho. Hasta el nombre suena bien.
Ejercicio para lectores (a entregar de aquí al jueves). Hacer de Dr. Frankestein (o Fronkonstin que diría Igor) y fusionar deportistas para crear uno lo más cercano a la perfección. Los que queráis o los que penséis que darían más juego. Ejemplo: Una mezcla de Michael Jordan y yo (con algo de Makelele). Una máquina de jugar a baloncesto. Se llamaría Jordanitu (bueno, esto del nombre lo tengo que trabajar un poco más).

He de reconocer que estoy un poco desorientado. Supongo que debe ser normal después de lo ocurrido el fin de semana pasado y todas las emociones que trajo consigo. La tierra no deja de girar, ante ésta ni ante ninguna desgracia, pero de alguna forma lo que sí cambia, al menos por unos días, es el enfoque que tienes sobre las cosas. Tus jerarquías se trastocan, generalmente de forma momentánea, pues en la mayoría de los casos esas llamémosle “filosofías de tanatorio” son posteriormente aparcadas y relegadas por la voracidad del día a día. Pero mientras te dura el shock ves claramente que es tiempo del “hay que disfrutar de la vida, que en cualquier momento se termina”, “tanto trabajo, tanto trabajo, ¿para qué?” , “a ver si nos vemos en otras ocasiones más alegres” y demás propósitos que te haces cuando la tragedia ronda cerca de ti.



Como me encuentro todavía en esos días (parezco un anuncio de compresas), en lugar de hablaros del caótico Real Madrid que acabo de ver en el Bernabeu, intentar explicar la decadencia meteórica de Ronaldinho (aunque hoy no haya estado tan mal) o hacer un análisis previo de la Euroliga de baloncesto que ha comenzado, voy a contaros tres reflexiones escasamente sesudas pero que me han surgido desde el viernes pasado. Así, escribiéndolas, espero que no se me olviden para que puedan madurar convenientemente.

1. La autenticidad está en Internet. Sé que a veces se convierte en refugio de unos cuantos tarados que aprovechan el anonimato para sacar toda la mierda que tienen dentro, pero también he comprendido que existe una gran mayoría de gente sin clasificación ni afiliación que lo utiliza como elemento de expresión inmediato, sincero y apasionado. Ahora que los medios de comunicación tradicionales están en su gran mayoría mediatizados por los enormes intereses que se esconden detrás de sus cabeceras (prensa, radio y televisión, da igual), Internet posibilita la publicación de opiniones que salen de las entrañas, sin condicionantes económicos ni ideológicos. Me he leído todos vuestros comentarios al fallecimiento de Andrés y he encontrado mucha más verdad y sentimiento que en la mayoría de los panegíricos que se han visto y leído por los medios tradicionales. Gracias a todos por vuestras palabras. Las de recuerdo a Andrés, las de ánimo hacia mí.

2. El undécimo mandamiento: No elucubrar ni alimentar rumores. Desde el mismo viernes por la noche, comenzaron a correr historias sobre cómo se habían producido los hechos. Habréis leído o escuchado alguna seguro. Puedo entender que en conversaciones privadas o charlas de cafetería puedas elucubrar sobre situaciones sin tener excesivas certezas. La necesidad de saber y la dosis de morbo que llevamos todos encima (es equipamiento de serie de la raza humana versión 2009) nos pueden empujar hacia estos ejercicios en principio inofensivos. Ahora bien, no logro ni comprender ni justificar que cuando lo que dices o escribes es de dominio público, te aventures a elucubrar con un tema tan delicado como es este. El periodista tiene una responsabilidad y ni puede ni debe lanzar informaciones basadas en una escasez tal de datos que las convierten en un puro ejercicio de imaginación... Si a esto sumamos que los asuntos escabrosos se venden bien…

3. El mundo según Andrés Montes. Alguien lo tiene que escribir. Apunto hacia Antoni Daimiel o César Nanclares. Puede que juntos. Pero tiene que quedar, por parte de aquellos que más y mejor le conocieron, la constancia escrita sobre un universo singular y una filosofía de vida tan particular. El Andresismo merece un estudio profundo, aunque sólo sea por su divertida rareza. El libro (yo me encargaría del prólogo, que lo demás es mucho curro) iría acompañado por un diccionario con todos sus motes y frases célebres y un DVD con sus mejores momentos televisivos.

Joder Andrés, esto no se hace

Por: EL PAÍS

18 oct 2009

Joder negro, estas cosas no se hacen a los amigos. Uno no se va de repente, sin avisar, un viernes por la noche cualquiera, dejándonos hechos polvo. Pero tampoco me debería extrañar. Lo tuyo nunca fue seguir un guión. Ni mucho menos ser políticamente correcto. Y es que, perdona que te lo diga ahora, pero siempre has sido un bicho raro. “Iturriaga, escucha, que es que yo con 10 años, iba en el autobús en Madrid, ¡y era el único negro!”, solías contarme año tras año en nuestras interminables comidas y cenas de gira por esos mundos de dios. Quizás te debió marcar esto, o quizás no, pero el caso es que nunca has sido un personaje “clasificable”. Por muchas razones. Desde las profesionales hasta las personales. Desde tu estilo de retransmitir los partidos hasta esas pajaritas que me llevabas y de las que te sentías tan orgulloso. ¡Y luego no querías que te reconociesen!.
Tío, Andrew, ¿ahora qué hacemos sin tí? La gente quiere saber cómo eras detrás de las cámaras, si era verdad que la vida puede ser maravillosa, de dónde sacabas los apodos, si estabas deprimido por lo de la Sexta y muchas cosas más. Porque no veas la que se ha montado. Algún homenaje y más de una declaración de esas que empiezan con “yo fuí muy amigo” te habrían molestado sobremanera, pues la hipocresía nunca la toleraste bien, pero me refiero sobre todo a Internet. Han hecho un montón de vídeos en tu memoria, algunos de ellos sentidos de verdad.Te hubiese encantado. O igual tampoco. Porque nunca supe muy bien cómo llevabas esto de la fama. Por un lado despotricabas de casi todo lo relacionado con ella. De los pelmazos que cuando pasabas te gritaban ¡tiki-taka!, o los que podían estar todo el partido gritando ¡Andrés, Andrés!, a pesar de verte con los auriculares puestos y hablando sin parar. De tenerte que parar cien veces a firmar autógrafos y sacarte fotos. Pero por otro lado, todos los que andábamos alrededor tuyo estábamos seguros de que en el fondo, te gustaba cantidad.
Y eso te pasaba con muchas cosas. Eras como algunos entrenadores, que dicen no leer la prensa pero saben todo lo que escribe. Las audiencias te daban igual pero te las sabías de memoria. Te daba supuestamente lo mismo hacer fútbol, baloncesto o petanca, como una vez dijiste en una rueda de prensa (¡olé tus huevos!) pero éramos capaces de discutir sobre cualquier tema baloncestístico con una pasión inaccesible para alguien que no sienta este deporte. Preconizabas un mensaje optimista con lo de que la vida puede ser maravillosa y a veces te costaba demasiado disfrutarla. Tampoco me extraña, pues la has pasado muy putas. Con tu salud, con tu separación, con no poder tener a tus hijos siempre a tu lado. Cuando te dijeron que no ibas a retransmitir más el fútbol en la Sexta te hiciste el duro. Pero estabas jodido. Muy jodido. Lo estuviste todo el Eurobasket de Polonia. Decías que te daba igual pero te sentiste engañado y maltratado. Aún así, no se te notó en antena. Y fuiste capaz de despedirte con una elegancia sobresaliente cuando el cuerpo te pedía dar un buen portazo.
Sabes que te voy a echar de menos. A tus cosas buenas y también a las que no eran tanto, porque reconoce que a veces eras un auténtico dolor de huevos. Quizás en todas estas dualidades estaba la razón de tu magnetismo. De tu capacidad para atraer la atención, para ser escuchado, para salirte con la tuya casi siempre en los viajes, para hacernos reír una y otra vez con “las cosas de Montes”.
No sé durante cuánto tiempo seguirás siendo noticia. Teniendo en cuenta los tiempos que corren, supongo que no mucho. Pero no te preocupes. Gente como César, Daimiel, Epi, el Lagarto o yo mismo te vamos a llevar con nosotros. Y no seremos los únicos. Tu amigo Mikel, mi hijo, también lo hará. Para él estás asociado para siempre a Tokio, donde conseguiste que nos cambiaran de hotel y nos llevasen al Park Hyatt de la película Lost in Translation. Allí, todos juntos, pasamos una de las mejores semanas de nuestras vidas, a pesar de tus dificultades para hacerte entender y que te trajesen el agua sin gas y con hielo, pero no el hielo en el agua, sino en un vaso aparte. ¡Cómo lloraba el viernes Mikel cuando se enteró!
Y es lo que te decía al principio. Estas cosas no se hacen, joder. Podías haber esperado, no sé, 30 añitos más, hasta el Mundial de baloncesto del 2038, donde nos habríamos retirado a lo grande cantando las excelencias de la selección española de los hijos de Gasol, Navarro, Calderón y compañía. Hubiese estado bien.
Un beso en la calva, compañero. Y sin que sirva de precedente y esta vez sin que me lo tengas que decir, lo reconozco públicamente: ¡Qué suerte he tenido de haberte conocido!












Gürtel deportivo

Por: EL PAÍS

15 oct 2009

Mariano R. es el presidente de un club muy poderoso. Cuenta con muchas secciones, equipo ciclista incluido. Francisco C. es el entrenador de su equipo de baloncesto. Tiene a sus órdenes una plantilla muy competente, donde destacan un alero tirador llamado Ricardo C., una base con mucho empuje que se llama Rita B. y un pívot algo tosco, pero muy expeditivo y que goza de gran predicamento en la afición, que responde al nombre de Carlos F. Por cierto, siempre lleva gafas oscuras, como Miguel Ríos (os juro que una vez le vi en la sauna de un gimnasio con gafas de sol). Tambien está J.J. Ripoll, un escolta alicantino excelente defensor, pero no tiene buena sintonía con él, pues Ripoll era el ojito derecho del anterior entrenador, Eduardo Z., también conocido como el Pat Riley de Terra Mítica, en honor al ex entrenador de los Lakers y al que, como a Z., no se le conoce un traje arrugado, un peinado descuidado ni una cara sin broncear.

A lo que iba. El equipo de Francisco C. lleva años paseándose en su liga. Gana por 20 casi todos los partidos, y no tiene rival ni pasado, ni presente ni tampoco futuro. A diferencia de otros equipos del club presidido por Mariano R., obtiene títulos cada vez que hay una competición. A M.R. le gustaba ir mucho por los terrenos de F.C., donde le ovacionaban, le gritaban "presidente, presidente" y de paso se metía entre pecho y espalda una paella riquísima.
Pero un buen día las cosas se empezaron a torcer. Comenzaron a surgir rumores de que Ricardo C. se saltaba los sistemas, no iba al rebote y que hacía cosas no muy deportivas. Incluso se llegó a decir que le había pedido a un amigo del entrenador (de tan gran bigote como dudosa moralidad) que intercediese por él para que le sacase siempre de titular. Al presidente R. no le gustó lo que oyó, y mucho menos lo que vio. En una de sus visitas pudo observar que el reloj y el coche de Ricardo C. eran mucho mejores que el suyo. ¡Hasta ahí podíamos llegar!. ¡Si es sólo un jugador!

El presidente quedó con Francisco C. en un restaurante de una autopista y le pidió que sacase del equipo al alero tirador Ricardo C. Al entrenador, según iba escuchando a su presidente entre una ración de jamón y un revuelto de setas, se le iba poniendo un mal cuerpo que te mueres. Tenía mucho aprecio por su jugador, le había ganado más de un partido, y en el fondo sabía que todo lo que hacía (salvo lo de la búsqueda de intercesión de su amigo del alma) era por orden suya. “No te preocupes presidente, que yo me encargo de esto” le dijo antes de despedirle y mientras le encendía un Farias del 7.
Cada uno volvió a sus dominios. Y llegó el siguiente partido. Para sorpresa de todos, Francisco C. volvió a sacar a Ricardo C. Como no se retransmitía el encuentro, al terminar el entrenador llamó a Mariano R. “Presidente, he cumplido con lo que me dijiste”. Y el presidente se lo creyó. Incluso lo comentó públicamente para que todo el mundo viese lo mucho que seguía mandando.
Un buen grupo de seguidores estaban esperando a los jugadores en las afueras del pabellón. Salió el alero tirador Ricardo C. recién duchadito. “Lo sentimos mucho”, le dijeron. “Te echaremos de menos”, le comentaron otros. “!A quien se le ocurre echarte!. Son mala gente”, le llegaron a decir para consolarle. El alero tirador flipaba. “Eh, eh, que a mí no me han echado. He jugado 35 minutos y mañana tengo otro partido al que me han convocado”.
Un periodista, ya sabéis, mala gente, lo escuchó y no le faltó tiempo para llamar a su radio y salir en antena.
En Madrid cuentan que Mariano R. rompió un habano de 80 euros cuando se enteró. ¡Maria Dolores de C.! gritó en busca de su vicepresidenta. ¡Arregla esto de una vez!. Y Maria Dolores de C., como siempre, no se anduvo con chiquitas. Le retiró la ficha federativa y llamó al alero tirador Ricardo C. para advertirle de que como se volviese a presentar en un partido no volvía a jugar a baloncesto en su vida.
A muchos kilómetros de allí, abatido y encerrado en su casa, el entrenador Francisco C. está muy depre. Ha tenido que quitar la tele pues no salía otra cosa que el presidente del club rival, Jose Luis Z. sentado al lado de Barak O., el presidente de todos los presidentes. “Yo quería una foto con ese. ¡Maldito Bigotes, estés donde estés!”. En el reflejo de la tele apagada creyó ver a su ya ex jugador. Se hundió un poquito más. Sabe lo difícil que es encontrar jugadores de esas características. Y sobre todo sabe que ya no le quedan coartadas. A la siguiente crisis, le tocará a él. “El entrenador es siempre la cuerda más débil”, se consuela mientras su móvil suena que te suena. Es el presidente R., pero por una vez, decide no coger el teléfono.
Nota del autor.- Todos estos personajes son ficticios. Ya, ya sé que tienen los mismos nombres que ciertos personajes públicos, pero sus apellidos no son iguales. Todo es producto de la casualidad y cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Sobre las expectativas

Por: EL PAÍS

12 oct 2009

El sábado fui a ver Ágora. Lo hice en Bilbao. Me pareció lo más lógico, ya que si se trataba de una película situada geográficamente en Alejandría, uno de los centros más importantes del saber en la historia de la Humanidad, ningún sitio mejor para verla que en otro reducto del conocimiento (ya, ya sé que cortar troncos y levantar piedras no casa muy bien con discusiones sobre el movimiento de la tierra, pero tampoco hay que ponerse puntillosos). ¿Que si me ha gustado? Creo que hay que verla. Nunca está de más recordar al menos durante dos horas lo bestias que podemos ser cuando nos ciegan los fanatismos religiosos. Tampoco hay muchos planes mejores que contemplar la cara rebosante de inteligencia de Rachel Weisz en una pantalla de 25 metros de ancho. Y la historia me parece bien contada, creíble y con muchas más virtudes que defectos. Sólo le veo un problema. Que es una película de Alejandro Amenábar. Si fuese de otro, colaría perfectamente. Pero con esa firma no alcanza a cubrir mis expectativas.



Mientras vuelvo para casa y observo cómo la voracidad constructora ha enterrado al Museo Guggenheim entre edificios y ya es difícil de verlo hasta que casi te chocas con Puppy, el perro de Jeff Koons, que cuida el museo día y noche, me doy cuenta de lo complicado que lo tiene gente como Amenábar. Sus magníficas películas han elevado hasta lo enorme la expectación que provocan sus nuevas obras y en consecuencia le enfrenta a grandes exigencias. Y de ahí mi cabeza me lleva al Barça de Guardiola, el Madrid de los grandes fichajes, la selección española de fútbol y baloncesto, Ettore Messina, Kobe Bryant, Pau Gasol, Michael Jordan, Usain Bolt, Rafa Nadal, Fernando Alonso y muchos más. Todos grandes generadores de expectativas. Unos porque han tocado el cielo. Otros porque prometen alcanzarlo. Todos lucharon y luchan contra un enemigo invisible y de muy difícil concreción. Lo que se espera de ellos.



No es fácil de sobrellevar estas expectativas y más en territorios como el deportivo donde la carga emotiva condiciona en exceso el análisis racional. Muchas veces resultan tan pesadas compañías que pueden provocar más destrozos que los equipos contrarios. ¿Dónde se encuentra la raya que delimita su satisfacción? ¿Contra quién juega ahora el Barça, contra sus rivales o contra el recuerdo de su gloriosa temporada pasada? Después de gastarse un porrón de millones, ¿qué es lo que tiene que hacer el Madrid de fútbol para estar a la altura de lo que sueña su afición? Ya estamos viendo que ganar no es suficiente. Tiene que jugar bien. Uf, terreno resbaladizo. ¿Jugar bien como el Barça, el Chelsea, el Madrid de la Quinta o como lo bien que debería jugar un equipo que ha costado 300 millones de euros, si es que eso se puede medir? Cuando la selección española de baloncesto entró en crisis en Polonia, ¿en qué se basaba nuestro juicio? ¿En lo que veíamos, o en lo creíamos que teníamos que ver? ¿Qué se espera de Ettore Messina en el Madrid? ¿Y de Ricky Rubio en el Barça? ¿Cuándo consideraremos que Nadal is back? ¿Cuántas carreras debería ganar Alonso en Ferrari?



El manejo de expectativas, propias y ajenas, es uno de los equilibrios más delicados a los que se tiene que enfrentar un equipo o un deportista. En su buen gobierno radica parte primordial del éxito y sobre todo de la constancia en él. Hace falta una buena dosis de armonía entre ilusión y ambición para elevarlas, y la sensatez y racionalidad para contrastarlas con su justa medida. Sabiendo lo complicado que es, admiro hasta el infinito y más allá a todos los que son capaces de lograrlo.



Posdata cinematográfica- ¿Qué se hace cuando te toca en el cine al lado de un chaval que tiene en sus manos una ración tamaño grande de palomitas y las va consumiendo ¡una a una! con el consiguiente escándalo sonoro? Debería decirle: “Por favor chico, ¿podrías hacer menos ruido masticando que parezco que estoy al lado de una oveja rumiando?”. Pero me da vergüenza. Siempre me ha dado mucho corte enfrentarme a la gente que habla o hace ruido. No comprendo cómo no se dan cuenta por sí mismos. Como mucho, mi valentía me ha llevado a hacer un genérico “sssssssssssss” para ver si se daban por aludidos. Eso sí, mirando hacia otro lado. Joder, creo que soy un cobarde cinematográfico.














El secundario sobrevive

Por: EL PAÍS

09 oct 2009

Ja sóc aquí, que patentó el honorable Tarradellas a la vuelta del exilio. Me refiero al expresidente de la Generalitat, no el de las pizzas, aclaración que puede parecer innecesaria salvo que preguntes por este personaje u otro de aquellos años en un instituto o te leas algunos estudios realizados sobre la memoria histórica de buena parte de los sub-30 de nuestra sociedad. Me siento como uno de esos secundarios que son contratados para unos cuantos capítulos de una serie de televisión y al que le han prorrogado el contrato. El último del que tengo noticia (gracias a Espoiler TV) de haber pasado por esta tesitura es Aaron Paul en Breaking Bad, una serie que os recomiendo fervientemente. Los guionistas tenían pensado matarle al final de la primera temporada, pero el personaje funcionó tan bien que ahí sigue, después de una fascinante segunda temporada que nos ha dejado con un mono tremendo.
Hablando de monos, he de reconocer que he sufrido un fuerte síndrome de abstinencia. Supongo que es normal. Después de comentar la jugada diariamente durante casi todo el mes de Septiembre, zassss, mudo. Ni una línea que echarme a los dedos. Y claro, si el mundo del deporte se hubiese paralizado después del oro de Polonia, pues bien, pero qué va. Abría el periódico y venga noticias para arriba y para abajo. Yo trataba de superarlo dándole a la hebra con mi mayordomo, el ama de llaves, las dos asistentas, mi entrenador personal, la masajista o el chófer, pero ni por esas. En el club de golf la gente está muy concentrada en lo suyo, en el de pádel otro tanto y la temporada de esquí no comienza hasta diciembre. Encima el palomero optimista sigue cabreado conmigo por mis dudas sobre la selección. Cuando ya estaba a punto de llamar al programa de Jorge Javier Vázquez en Telecinco (si se llama Sálvame será porque se dedican a sacar de apuros a la gente, digo yo) recibí la llamada esperada. A jugarrrrrrr.
Y aquí estoy, saludándoos de nuevo. A todos los que formamos una entrañable comunidad durante el Eurobasket y a todo aquel que se quiera incorporar a un espacio cibernético donde reina el deporte visto desde el buen rollo, la ironía y la crítica bienintencionada. Si tenéis a bien, todos los lunes y jueves comentaré la jugada y también lanzaré balones para que seáis vosotros quien los rematéis, que no voy a hacer yo todo el trabajo.
No puedo terminar esta reanudación de relaciones sin tocar el temita de los Juegos de 2016, asunto estelar de las últimas semanas. De verdad, me pareció escandaloso. No que eligiesen a Río en lugar de Madrid, Tokyo o Chicago. No. Me refiero al (por momentos obsceno) mercadeo de votos. Resultaba descorazonador ver a gente de la categoría del Rey, Zapatero, Lula o el primer ministro japonés mendigando un voto a un grupo de unas cien personas elegidas a dedo y que forman un grupo anacrónico, cerrado y autoprotegido para poder perpetuarse, y de la que la mayoría de sus componentes no tenemos ni idea de sus méritos, integridad o preparación para ser coherentes en sus decisiones. Me indignó el volver a observar que no existe un criterio mínimamente objetivable para valorar las candidaturas (mucho informe previo para casi nada) y que todo quede al libre albedrío de los miembros del COI. Me malenrolló asistir como espectador a la feria que se montó por los vestíbulos de los hoteles donde estos personajes se dejan agasajar, seducir y en algún caso, directamente comprar. Y no hay tutía. O juegas a su juego, o no hay nada que hacer.
Pues a mí me molesta mucho un juego con esas reglas. Mejor dicho, un juego sin reglas claras. Decían que la elección es como una competición deportiva. No, que no me vendan esa moto. Precisamente los valores deportivos tienen muy poco que ver con eso. Reconozco que unos Juegos es algo que hace mucho bien a las ciudades que las organizan. Pero esos días previos a la votación, viendo cómo todos perseguían a unos tipos de difícil clasificación y dudosa ética si nos atenemos a los antecedentes históricos, en más de un momento pensé que no merecía la pena. Es demasiado tener que hacer hasta la ola a los dueños de un chiringuito que huele a rancio que echa para atrás. Y aunque se los hubiesen dado a Madrid, me seguiría pareciendo lo mismo.
Hasta el lunes. Buen fin de semana.
PD.- Los Jazz han ganado al Madrid en un partido desangelado. Como diría Paco González en el inigualable Carrusel, “bacalá”. Es lo que tiene acercarse al Olimpo. Que pierde glamour.

Sobre el blog

El palomerismo es toda una filosofía de vida que se basa, como la termodinámica, en tres principios. El de la eficiencia: “Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento”. El del aprovechamiento. “Si alguien quiere hacer tu trabajo, hacerte un regalo o invitarte a comer, dejale”. Y el de la duda: “Desconfía de los que no dudan. La certeza es el principio de la tiranía”. A partir de ahí, a divertirse, que la seriedad es algo que ahora mismo, no nos podemos permitir.

Sobre el autor

Juanma López Iturriaga

Básicamente me considero un impostor. Engañé durante 14 años haciendo creer que era un buen jugador de baloncesto y llevo más de 30 años logrando que este periódico piense que merece la pena que escriba sobre lo que me dé la gana. Canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones varias se cuentan entre mis víctimas, he logrado convencer a muchos lectores para que comprasen mis libros y a un montón de empresas que me llaman para impartir conferencias. Sé que algún día me descubrirán, pero mientras tanto, ¡que siga la fiesta!

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