6.30. Suena el despertador. Esta vez no me hago la habitual pregunta de casi todas esas mañanas cuando, por la cuestión que sea, debo levantarme antes de que pongan las calles. No, hoy no hay un ”por favor, un ratito más” interior. Hoy es diferente. Me deslizo hasta el cuarto de baño y me encuentro sonriendo a mi colega del espejo. Él sabe mejor que nadie el porqué de mi rostro risueño. “No es para menos” parece decirme. La ducha no me despierta, pues no hace falta. Beso a mi mujer que entiende mi pasión, pero no la comparte. Beso a mi hija, que todavía me pregunta somnolienta que a dónde voy, como si no lo hubiese pregonado por toda la casa una y otra vez desde hace casi un mes. Beso a mi hijo, que no me acompaña, pero que ya sueña con el 25 de mayo en el Vicente Calderón. A la única que no beso es a mi perra, que me sigue con atención perruna mientras salgo a la calle y me obsequia una última mirada tipo “¿dónde vas a estas horas?
Pues me voy a Manchester a cumplir un sueño. Uno muy antiguo. Uno que nació hace más de cuarenta años. Uno que se ha ido alimentando desde entonces. Uno que alguna ocasión he llegado a pensar que no conseguiría hacerlo realidad. Voy a Inglaterra a ver un partido de fútbol del Athletic. Y no un partido cualquiera. Un Manchester-Athletic en Old Trafford. Casi nada.
No hace falta ser un erudito para entender el significado que tiene en Bilbao el Athletic, más cerca de tratarse de una religión que de una afición. Y tampoco hay que ser un concursante del Saber y Ganar para conocer que el fútbol lo inventaron los ingleses (cosa que a veces cuesta creer viendo a su selección). Mucho menos comprender, sobre todo si tienes un mapa delante, que Bilbao limita hacia el norte con Inglaterra, de la que sólo nos separa una pequeña travesía a nado. Sumemos que antes del cambio climático, el tiempo tenía más en común con Londres o Liverpool que con Burgos y ya tenemos todos los elementos para entender que Bilbao, el fútbol, el Athletic e Inglaterra se han entendido siempre muy bien. Tanto que hasta la llegada de Bielsa, el Athletic ha sido estandarte de lo que conocemos como fútbol inglés. Físico, duro, directo. Tanto que esta noche, más de 8.000 locos vamos a estar en Old Trafford acompañando a nuestro equipo en una noche histórica.
Escribo desde el avión mientras las azafatas se van turnando en un ofrecimiento constante de comida, bebida, tabaco, rifas, entradas para el Museo de Cera de Londres o lo que haga falta. Sí, viajo en Ryanair. No, Florentino no me ha podido dejar su avión privado (últimamente parece que no deja casi nada). Pero su sombra es alargada. Justo antes de despegar la sobrecargo nos ha ofrecido un momento para recordar. “Señores pasajeros, tenemos en este vuelo a su disposición los periódicos El País, a 1,40 euros, y el As, donde podrán leer las últimas noticias de Cristiano Ronaldo y sus amigos del Real Madrid”. Juro que son palabras textuales. El revuelo ha sido inmediato pues en este Madrid-Londres viajamos unos 100 feligreses rojiblancos, la mayoría ataviados convenientemente con camisetas y bufandas. CR “y sus amigos del Real Madrid”. ¡Qué bueno!
17.00. Me he venido al dejar las cosas al hotel, cerca de Old Trafford. Es un sitio curioso, ya que las habitaciones dan a un campo de criquet. Sí, el criquet, ese extraño deporte que salvo que seas un súbdito de la Commonwealth, no entiendes absolutamente nada. Ya me lo ha dicho un taxista pakistaní que me ha traido hasta aquí. “In Spain, no criquet”, ha afirmado rotundamente cuando le he dado el nombre del hotel al que iba. Yo lo he ratificado: “No, in Spain, no criquet”. En otras circunstancias le hubiese dado más conversación, que si tenemos fútbol o baloncesto, pero tenía ganas de llegar y descansar los ojos al menos media hora para llegar entero al partido.
La breve conversación en el taxi sobre criquet me ha devuelto a la realidad. Estoy en Inglaterra. Sí, ya sé que llevo unas cuantas horas en Manchester, pero es que más que Manchester, esto parece Bilbao. He comido en una pizzería donde al poco de llegar ya estaba ocupada en TODAS sus mesas por aficionados rojiblancos, he saludado por la calle a un montón de gente con el clásico “!aupa!”, he escuchado en varias esquinas unos Athleeeeeetic y, por último, he dado con mis huesos “debajo de la noria.” Bueno, yo, y unos cuatro mil más.
Uno de los dilemas más habituales en este tipo de emigraciones masivas está representado por la frase “¿dónde quedamos?”. Por razones geográficas y, sobre todo, por cuestiones de visibilidad, en esta ocasión (y sin haber hecho una encuesta) podría asegurar que mínimo en un 85% esta pregunta ha sido contestada con “donde la noria”. Situada al lado de un centro comercial y con los bares suficientes como para abastecer a una multitud sedienta, la noria y sus alrededores se han convertido en el centro neurálgico de la marea. Debajo de la noria, además de cantar en plan cofradía en cuando uno se arrancaba, me han dado mis entradas, me he sacado unas doscientas fotos, me he tomado otra cerveza, me he encontrado con un chaval que me ha regalado una foto de Michael Landon, del que siempre he sido muy fan y he terminado necesitando un momento de paz. De ahí mi falta de ganas de debate sobre los deportes que hay o no hay en España con mi simpático taxista.
22.30 hora local. El campo está de nuevo vacío y me siento un momento para hacer repaso mental de lo ocurrido. No es fácil, pues ha superado las más optimistas de las previsiones. Por resumirlo un poco, ha sido la leche, !hemos ganado al Manchester en su campo! !Y dándoles un baño de fútbol! Hablaba después del partido con Eduardo Rodrigálvarez, periodista de raza, que había una cosa muy curiosa en lo que había ocurrido. Como ya he explicado antes, el Athletic ha sido históricamente una sucursal del fútbol británico fuera de sus fronteras. Y he aquí que llega a jugar a Old Trafford, el gran escenario del fútbol de las islas, un equipo “inglés” y va y lo hace con un estilo radicalmente diferente, como si fuese (exagerando un poco) el Brasil de los 70 y 80. Y en lugar de fútbol directo se la pasan hasta hartarse. Y no dan un patadón casi en todo el partido. Y quieren la pelota. Y saben qué hacer con ella. Entendería el estupor de los aficionados del MU, que mucho, lo que se dice mucho del Athletic, sospecho que no sabían. ¿Pero estos no eran como nosotros? Se habrán preguntado. Bueno, sí, pero hasta hace unos meses. Ahora juegan a otra cosa, mucho más bonita, respetuosa con el balón y aprovechadora del gran talento que atesora en su plantilla.
Pero es que no sólo el Athletic ha ganado en la cancha, sino que su afición ha goleado en la grada. Venía yo con muchas ganas de ver en acción al famoso público inglés, ese orfeón incansable, ese aliento constante, esos cánticos que te ponen la piel de gallina. Pues me he quedado con las ganas, porque nada de nada. Será que la Europa League les interesa un pimiento (algo bastante probable), será que el juego del Athletic les ha dejado mudos. El caso es que los cánticos y el aliento los ha puesto la grada rojiblanca, que no ha parado un minuto, con momento cumbre (además de los goles) cuando ha salido el lehendakari Toquero, auténtico fenómeno de masas.
Tres txitxarros tres, cada uno de su padre y de su madre. El de Llorente, un clásico. Centro y remate de cabeza de toda la vida. El de De Marcos, jugada al primer toque, resolución precisa, puede que en fuera de juego, pero tampoco íbamos a ir al árbitro a decírselo. Además, la jugada ha sido tan bonita que se le perdona la infracción. Y el de Muniaín de pillo, de Raúl, de ambición. Éxtasis total.
Pablo, querido y añorado hermano, lo que hubiésemos disfrutado juntos. Porque estoy seguro que hubieses venido conmigo. Vamos, te ibas a perder tú un Manchester-Athletic. Ni trabajo, ni dinero, ni nada lo hubiese impedido. ¡Y con la camiseta puesta desde el día anterior! Qué menos, si tú eras más del Athletic que San Mamés. Nunca olvidaré una imagen y una frase que me dejaste para siempre. La imagen fue en el Bernabéu. Ganaba el Madrid 3-1 y quedaban unos cinco minutos para acabar el partido. Con el partido ya resuelto, te propuse irnos para evitar la aglomeración del final, pero preferiste quedarte porque igual todavía podría ocurrir un milagro. Y ahí te dejé, con tu hijo José (que dicho sea de paso se está haciendo un poco del Madrid, pero bueno, se puede querer a dos equipos a la vez y no estar loco) esperando lo imposible. Irreductible como la aldea gala de Asterix. Irreductible como la filosofía tan peculiar y maravillosamente anacrónica del Athletic. La frase fue un par de años después. Ya estabas metido en tu dolorosísima separación que te hizo sufrir tanto que hasta tu cuerpo dijo basta. Jugaba el Athletic una eliminatoria de Copa en Valladolid y allí te fuiste, al estadio de la pulmonía, a olvidar todo por unas horas. Cuando volviste soltaste un “menos mal que siempre queda el Athletic” que para mí resume de forma escueta, pero contundente lo que puede llegar a significar un club y una camiseta, la que sea.
Pues eso, que el Athletic ha ganado en Manchester, en Old Trafford nada menos. Otros lo hicieron antes, como recordaba con Santi Segurola antes del partido el día en que mi gordito favorito, el gran Ronaldo, tuvo una actuación portentosa en este mismo campo. Pero eso no quita ni un ápice de satisfacción al haber vuelto despues de más de 50 años a un campo tan mítico, hacerlo con un grupo de chavales jóvenes en periodo de formación, plantarse en el campo diciendo “la pelota es mía”, no desencajándose con el 1-0, no conformándose ni con el 1-1, ni con el 1-2 y terminar recogiendo la admiración de todo el United, empezando por Ferguson. Más que suficiente para hacer lo que he hecho. Sentarme en la grada, respirar hondo y dejarme llevar por la satisfacción que sientes al saber que has estado en el momento justo en el sitio indicado. Lo dicho, ha sido leche.