Una de las cuestiones en las que coinciden todos los buenos equipos, sean del deporte que sean, es que todo el mundo sabe a lo que juegan. Dicho de una forma más elegante, poseen un estilo definido. El estilo es la carta de navegación de un equipo, su libro de instrucciones, el pilar sobre el que asienta. Cuando se opta por un estilo determinado, resulta conveniente convertirlo en ley, no juguetear con él, hacerlo lo más innegociable posible. Esto no significa que dure eternamente, pero sí que aguante sin cambiarlo algo más tiempo que, por poner un ejemplo, los planes de educación de este pais.
Estos estilos son fácilmente reconocibles, por dentro y por fuera, lo que hace que no tengamos muchos problemas para, sin tener que ser grandes expertos, explicarlos a grandes rasgos. La España futbolística, por ejemplo, no lo tuvo durante décadas. No éramos ni carne ni pescado, apelábamos a dudosos valores como “la raza”, “la fuerza” o “el sudor” y poca gente era capaz de saber exactamente qué era lo que pretendíamos. Ahora los conocemos de carretilla, y todo pasa, el juego y los jugadores, por el filtro de un libreto que no admite discusión y que ¡mira que casualidad! cuando lo hemos tenido, han llegado los éxitos. A partir del estilo, de la idea, se construye, se toman decisiones, se eligen e integran jugadores o entrenadores, se explican tácticas y se tiene siempre un camino por el que transitar. En definitiva, se sabe donde y por donde se quiere navegar.
Ahora bien, el perfeccionamiento necesario de un determinado estilo suele provocar cierto unidireccionamiento en su desarrollo. Y la pregunta surge inevitable. ¿Qué ocurre cuando a un equipo le neutralizan su manera ideal de jugar? Lo pensaba viendo los dos primeros partidos de la semifinal entre el Madrid y el Caja Laboral. El Real Madrid, después de demasiados años sin saber muy bien qué es lo que pretendía, muestra por fin un estilo muy marcado. Le gusta el juego abierto, rápido y con las dosis justas de raciocinio. Tiene la idea y muchos jugadores idóneos para ponerlo en práctica. Pero de vez en cuando se encuentra con equipos que le niegan la mayor. El Caja Laboral, un grupo muy trabajado tácticamente por Ivanovic, sabe que nada incomoda más a los de Laso que los partidos trabados, la falta de ritmo, el control por encima de la dispersión. Lo consiguió en el primer partido y llevaba camino de lograrlo en el segundo, hasta que durante el tercer cuarto el Madrid por fin pudo quitarse la camisa de fuerza que le habían puesto y logró llevar el partido a su terreno lo suficiente como para lograr un victoria imprescindible.
En estas situaciones, parece conveniente tener un plan B, ser capaz de sobrevivir cuando las condiciones no se ajustan a las ideales, a veces por causa propia y la mayoría por causa ajena, pues como dice el tópico, los contrarios también juegan. Pero es difícil tener un plan B cuando el perfeccionamiento de un estilo te obliga a una gran apuesta que deja sin espacio y tiempo al trabajo que se necesitaría para asentar otra forma de hacer las cosas. Por eso son pocos los equipos que llegan a ese estado ideal. Hemos visto como, por ejemplo, al Barça de Guardiola en determinados momentos de esta temporada ha necesitado menos retórica y más verticalidad, o al Madrid de Mourinho menos verticalidad y más asociación. Al Athletic de Bilbao, una vez que sus exhibiciones a mitad de curso le pusieron bajo el foco, le ha faltado algo de cintura para salirse de un guión que resultó inmejorable durante gran parte de la temporada y que se tornó demasiado previsible al final. Y quien dice previsible, dice desactivable. La flexibilidad y capacidad para evolucionar suele marcar la vigencia y longevidad de un estilo. Cuando más rigido sea, antes los contrarios encontraran la forma de contrarrestarlo.
Hace años, cuando me vestía de corto, la Italia baloncestística era toda una potencia. Equipos aguerridos, expertos y con formas muy asentadas de jugar. Pero había algo que siempre me pareció relevante. Cuando las cosas les salía bien, lo plasmaban en el marcador con X puntos de diferencia. Y cuando no, el castigo era de X dividido por 2, 3 ó 4. Es decir, aprovechaban los buenos momentos y sabían sobrevivir a los malos. Es posible que ahí esté otro quid de la cuestión, otro plan B. Aprovechar la superioridad cuando la tienes, limitar los desperfectos cuando no la posees.
En ese aspecto me da impresión que el Caja Laboral tiene cierta ventaja sobre el Madrid, pues sabe manejar algo mejor esta cuestión. Los blancos son todavía demasiado extremistas. Dinamitan partidos a poco que les dejes pero sufren en exceso cuando esto no ocurre. Hasta ahora y aunque el marcador global muestre un empate a una victoria, se ha jugado más tiempo al estilo baskonista que al blanco.
Eso sí, estos son problemas de segundo de carrera de construcción de equipos. Y para tener que enfrentarte a ellos has de haber aprobado primero. Y ahí no hay planes B ni nada que se le parezca. Ahí se trata de definir lo que quieres ser, a qué quieres jugar, con qué y con quienes lo vas a intentar. Aunque parezca mentira, hay muchos equipos todavía suspendiendo estos exámenes.