Tengo la sensación que la no continuidad de Sergio Scariolo como seleccionador español de baloncesto, sin llegar a ser motivo de alborozo, tampoco ha supuesto una tragedia para una parte de la afición, difícil de cuantificar pero sospecho que significativa. Sergio se hizo cargo de nuestro equipo a la vez que este blog comenzó a andar, allá por septiembre de 2009 con motivo del Europeo de Polonia, y a lo largo de estos cuatro veranos, ante cualquier mala noche (y en alguna de las buenas) el espacio dedicado a los comentarios se llenaba de reproches hacia el entrenador italiano. En muchos de ellos se me pedía adhesión a la causa, cosa que nunca hice. No era por nada, pues en otros casos no tengo problemas en emitir juicios, sino porque en este caso, y lo digo sinceramente, no tengo ni datos ni conocimiento suficiente como para valorar su trabajo más allá del juego desplegado y los resultados obtenidos. De lo primero, España ha dado muchas más de cal que de arena, y en cuanto a los resultados, estos resultan indiscutibles.
Sin querer sacar la cara al gremio de los entrenadores, que ya suelen valer ellos solitos, reconozco que a veces puede resultar muy cruel esta profesión. Sobre todo cuando tienes entre manos un gran equipo como es la selección española de baloncesto y se llega a la conclusión de que prácticamente cualquiera podría entrenarlo. De hecho y analizando el histórico, Gasol, Navarro and company han triunfado con Imbroda, Pepu Hernández, Aito García Reneses y Sergio Scariolo. Es más, desde la Federación siempre se ha hecho hincapié que lo importante son los jugadores. Una vez asumida esta premisa, el resto llega de corrido. Cuando ganan, son los jugadores su causa principal. Cuando no lo hacen, la culpa está clara: el del banquillo. Ocurrió en Polonia, donde estuvimos al borde del desastre en la primera fase, y los dedos acusadores apuntaron sin disimulo hacia Scariolo. Una semana después España lograba por primera vez la medalla de oro en un Europeo, y todos los héroes llevaban pantalón corto. En Turquía, donde fuimos sin Pau ni Calderón, un mal campeonato puso en la cuerda floja al seleccionador, que finalmente siguió al mando. Lituania fue su año más tranquilo, arrasamos como pocas veces y se habló mucho de Navarro y poco de Scariolo. Por último, los Juegos, con su complejo recorrido y una final esplendorosa, fue más de lo mismo.
Cuatro veranos, dinámica parecida. En lo macro, y también en lo micro. Que no aprovecha a Suárez, culpa suya. Que Claver no arranca, culpa suya. Que Ibaka no termine de encajar al 100%, culpa suya. Que Ricky no mete una, culpa suya. Y así podíamos seguir. No digo que no haya responsabilidad del entrenador en el rendimiento de un equipo o un jugador determinado, por supuesto, pero no creo que sea el único responsable. Y si en el fracaso les asignamos una cuota alta de responsabilidad, me parece lógico que en el éxito mantenga al menos en una parte significativa de esa cuota.
Creo sinceramente que Sergio Scariolo ha sido un muy buen seleccionador. La herencia recibida (un mundial, un subcampeonato europeo y una medalla olímpica) era envenenada. Llegados a la altura competitiva que había alcanzado el equipo, sólo se entendía como tolerable el doblegar la rodilla ante la todopoderosa EE UU. En cuatro apariciones, el éxito ha alcanzado el 75% y sólo en Turquía se fracasó (más allá de la ausencia de Pau y Calde) en juego y resultados. En líneas generales y con un listón tan elevado, Scariolo salió indemne. Es más, en algunos momentos, la segunda parte del Europeo de Polonia, casi todo el de Lituania y la final de los Juegos, España estuvo imperial. Me da igual y hasta me parece lógico, que un grupo como el equipo español, cuya columna principal lleva muchos años junta, cuente con una importante autonomía, pero bien por acción o bien por omisión (tan importante lo uno como lo otro) Sergio ha sido capaz de mantener las buenas dinámicas, se supo salir de más de una situación comprometida y la selección española de baloncesto no ha perdido durante su dirección (sino todo lo contrario) ni un ápice de su encanto. Pocas cosas más se le puede pedir a un seleccionador. Además, en ningún momento Scariolo ha reclamado para sí mismo mayor protagonismo que el que cada uno ha querido concederle.
El testigo pasa ahora a Juan Antonio Orenga, al que se examinará con detenimiento el próximo verano en Eslovenia, donde no es descabellado pensar que se jugará el puesto en unas circunstancias que apuntan hacia la ausencia de nombres importantes. La mirada está puesta en nuestro Mundial 2014 y tengo la intuición que para mantenerse en el puesto hasta esa crucial cita, Juanan deberá salir suficientemente airoso en su puesta de largo. Eso sí, habiendo estado estos años al lado de Scariolo, al menos sabrá lo que le puede esperar.