El Palomero

Scariolo

Por: Juanma Iturriaga

30 nov 2012

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Tengo la sensación que la no continuidad de Sergio Scariolo como seleccionador español de baloncesto, sin llegar a ser motivo de alborozo, tampoco ha supuesto una tragedia para una parte de la afición, difícil de cuantificar pero sospecho que significativa. Sergio se hizo cargo de nuestro equipo a la vez que este blog comenzó a andar, allá por septiembre de 2009 con motivo del Europeo de Polonia, y a lo largo de estos cuatro veranos, ante cualquier mala noche (y en alguna de las buenas) el espacio dedicado a los comentarios se llenaba de reproches hacia el entrenador italiano. En muchos de ellos se me pedía adhesión a la causa, cosa que nunca hice. No era por nada, pues en otros casos no tengo problemas en emitir juicios, sino porque en este caso, y lo digo sinceramente, no tengo ni datos ni conocimiento suficiente como para valorar su trabajo más allá del juego desplegado y los resultados obtenidos. De lo primero, España ha dado muchas más de cal que de arena, y en cuanto a los resultados, estos resultan indiscutibles. 

Sin querer sacar la cara al gremio de los entrenadores, que ya suelen valer ellos solitos, reconozco que a veces puede resultar muy cruel esta profesión. Sobre todo cuando tienes entre manos un gran equipo como es la selección española de baloncesto y se llega a la conclusión de que prácticamente cualquiera podría entrenarlo. De hecho y analizando el histórico, Gasol, Navarro and company han triunfado con Imbroda, Pepu Hernández, Aito García Reneses y Sergio Scariolo. Es más, desde la Federación siempre se ha hecho hincapié que lo importante son los jugadores. Una vez asumida esta premisa, el resto llega de corrido. Cuando ganan, son los jugadores su causa principal. Cuando no lo hacen, la culpa está clara: el del banquillo. Ocurrió en Polonia, donde estuvimos al borde del desastre en la primera fase, y los dedos acusadores apuntaron sin disimulo hacia Scariolo. Una semana después España lograba por primera vez la medalla de oro en un Europeo, y todos los héroes llevaban pantalón corto. En Turquía, donde fuimos sin Pau ni Calderón, un mal campeonato puso en la cuerda floja al seleccionador, que finalmente siguió al mando. Lituania fue su año más tranquilo, arrasamos como pocas veces y se habló mucho de Navarro y poco de Scariolo. Por último, los Juegos, con su complejo recorrido y una final esplendorosa, fue más de lo mismo. 

Cuatro veranos, dinámica parecida. En lo macro, y también en lo micro. Que no aprovecha a Suárez, culpa suya. Que Claver no arranca, culpa suya. Que Ibaka no termine de encajar al 100%, culpa suya. Que Ricky no mete una, culpa suya. Y así podíamos seguir. No digo que no haya responsabilidad del entrenador en el rendimiento de un equipo o un jugador determinado, por supuesto, pero no creo que sea el único responsable. Y si en el fracaso les asignamos una cuota alta de responsabilidad, me parece lógico que en el éxito mantenga al menos en una parte significativa de esa cuota. 

Creo sinceramente que Sergio Scariolo ha sido un muy buen seleccionador. La herencia recibida (un mundial, un subcampeonato europeo y una medalla olímpica) era envenenada. Llegados a la altura competitiva que había alcanzado el equipo, sólo se entendía como tolerable el doblegar la rodilla ante la todopoderosa EE UU. En cuatro apariciones, el éxito ha alcanzado el 75% y sólo en Turquía se fracasó (más allá de la ausencia de Pau y Calde) en juego y resultados. En líneas generales y con un listón tan elevado, Scariolo salió indemne. Es más, en algunos momentos, la segunda parte del Europeo de Polonia, casi todo el de Lituania y la final de los Juegos, España estuvo imperial. Me da igual y hasta me parece lógico, que un grupo como el equipo español, cuya columna principal lleva muchos años junta, cuente con una importante autonomía, pero bien por acción o bien por omisión (tan importante lo uno como lo otro) Sergio ha sido capaz de mantener las buenas dinámicas, se supo salir de más de una situación comprometida y la selección española de baloncesto no ha perdido durante su dirección (sino todo lo contrario) ni un ápice de su encanto. Pocas cosas más se le puede pedir a un seleccionador. Además, en ningún momento Scariolo ha reclamado para sí mismo mayor protagonismo que el que cada uno ha querido concederle. 

El testigo pasa ahora a Juan Antonio Orenga, al que se examinará con detenimiento el próximo verano en Eslovenia, donde no es descabellado pensar que se jugará el puesto en unas circunstancias que apuntan hacia la ausencia de nombres importantes. La mirada está puesta en nuestro Mundial 2014 y tengo la intuición que para mantenerse en el puesto hasta esa crucial cita, Juanan deberá salir suficientemente airoso en su puesta de largo. Eso sí, habiendo estado estos años al lado de Scariolo, al menos sabrá lo que le puede esperar. 

 

 

 

 

 

 

 

Me pregunto y me respondo

Por: Juanma Iturriaga

27 nov 2012

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Me pregunto si en estos días, con el área futbolística del Real Madrid en mitad de un huracán, la excelente salud del baloncesto blanco sirve de bálsamo para espíritus inquietos. El equipo de futbol se encuentra en una constante convulsión, como si estuviese a punto de estallar algo, con un ruido mediático infernal y demasiada gente al borde de un ataque de nervios. Bueno, vale, pero en baloncesto nos salimos, podría decir alguien algún día. Me respondo que evidentemente esto no ocurrirá, pues cada cosa tiene su importancia y sospecho que el buen hacer de Pablo Laso y sus chicos sólo supone, en tiempos agitados como estos, un posible lio menos al que atender. Hacen mal, pues es motivo de orgullo y satisfacción (¿dónde he escuchado yo esto antes?) lo conseguido. Muy buen baloncesto, victorias, ilusión renovada, complicidad con la afición y futuro más que prometedor. 

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Me pregunto qué grado de sinceridad tienen las declaraciones de Fernando Alonso en su web "¡Ha sido una temporada de 10! Si tuviese que repetir estas veinte carreras, no cambiaría nada de lo que ha hecho el equipo, o de lo que he hecho yo…Quizás no hayamos terminado la temporada con el mayor número de puntos, pero sí nos hemos ganado muchas otras cosas...como el respeto de todo el mundo y de los aficionados….Me siento feliz en mi interior….Repito, estoy feliz y orgulloso”. En un deporte hipercompetitivo como la F-1, habiendo perdido el campeonato, no habiendo sido capaces de que el coche corriera un poco más….¿Una temporada de 10? ¿No cambiaría nada? ¿Me he ganado el respeto ahora siendo ya dos veces campeón del mundo? ¿Me siento feliz y orgulloso en mi interior?.  Me respondo que no tengo la respuesta, pues sólo la conoce el propio Alonso, y aunque albergue dudas razonables, me encantaría que fuesen verdad de la buena, que reflejen su estado de ánimo, que no tengan nada de “esto es lo que hay que decir ahora”, que Alonso haya llegado a ese punto donde además de quien pase primero por la bandera a cuadros, sea capaz de apreciar y sobre todo disfrutar con otras cosas

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Me pregunto, viendo a Iniesta, si ha superado ya las satisfacciones que me dió el ver jugar a Zidane. No soy santo de la devoción de Florentino Pérez versión 2.0, pero sí de FP 1.0, aunque sólo sea porque puso en el Bernabeu a dos de mis jugadores favoritos. Ronaldo I el Sonriente y sobre todo a ZZ. Nunca he frecuentado tanto el estadio madrista como en aquella época, donde me bastaba con un par de controles orientados o un quiebro en un palmo de terreno del mago francés con el que se quitaba de en medio a 3 rivales a la vez para  volverme a casa contento. Casi siempre y al menos una vez por partido, ZZ lograba que ante una acción suya, el Bernabeu se quedase callado durante unas décimas de segundo, como sorprendido de lo que acababa de ver, para luego soltar un ohhhh que a veces llegaba hasta la plaza de Cibeles.  Me respondo que cada día que pasa, cada genialidad como el regate del martes en Moscú, cada partido que me deja patidifuso como el del domingo ante el Levante, tengo la sensación creciente que estoy ante la versión manchega del gran Zizou, y que dado lo que ha hecho ya hasta ahora y la carrera que le queda por delante, albergo cada vez menos dudas de que terminará superándolo.

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Me pregunto qué grado de confianza y que dosis de temor anida en las mentes y corazones de Rafa Nadal o Ricky Rubio, ahora que se acerca el final de sus largas lesiones. Me respondo con imágenes propias, pues me viene a la cabeza mis propias dudas cuando debías examinar a tu cuerpo después de meses de inactividad competitiva. Más de una vez caí en la obsesión, con mi mente conectada a mi zona lesionada, atenta a cualquier señal que pudiese emitir. Y claro, competir con la cabeza en otro sitio que no sea el terreno de juego y lo que ocurre en él no suele ser recomendable. Hasta que llega un día en el que sales a la cancha y te olvidas del hombro, el codo, la rodilla o el tobillo. Y al terminar, el médico o el fisio te pregunta: ¿Qué tal el tobillo?. Y dudas un segundo, pues hasta ese momento ni te lo habías planteado. “Ehhhh (titubeo tipo Rajoy) bien, bien”. Ese es el día en el que tu lesión se convierte en pasado.  Espero que ese día para Rafa o Ricky llegue pronto, muy pronto. 

Me pregunto, de repente y sin venir a cuento, cuando acabará la crisis y me respondo que quizás ha llegado el momento de dejar de preguntarme cosas.  

 

Un tipo normal y corriente

Por: Juanma Iturriaga

23 nov 2012

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El Palau Blaugrana celebró por todo lo alto los 15 años de azulgrana de Juan Carlos Navarro. La fecha lo merecía y según pase el tiempo lo merecerá más, pues la dificultad de que se reproduzcan casos como el suyo va en aumento. Ya el hecho de una carrera tan extensa sería destacable. Si encima la desarrollas casi en exclusiva (salvo su año en Memphis) en un mismo club, más. Y si además, prácticamente desde el primer día, dejas impronta como jugador referencia, diferencial, carismático y definitivo, santo y seña de un equipo con un destacado historial como el que tiene el Barcelona, toda celebración parece poca. Solo los casos de Epi y Solozábal están a altura en su longevidad, impacto y cariño de la afición azulgrana, aunque Navarro se apunta el tanto de haberlo hecho en unos tiempos donde ese tipo de fidelidades son más difíciles de conseguir. 

Prácticamente desde su sonora irrupción en el Mundial Junior de Lisboa, he sido muy fan de Navarro (aunque he de reconocer que en aquel campeonato el que me dejó patidifuso fue Raúl López) del que he escrito en diversas ocasiones. La última vez que le dediqué un artículo fue en el Europeo de Lituania, donde estuvo inconmensurable. El título lo decía todo: “Otra vez con la boca abierta” en honor a esa difícil cualidad que tiene de poder sorprenderte cuando ya crees que lo has visto todo. Ni siquiera ahora, después de un año muy complicado físicamente y aunque la lógica apunta hacia que sus mejores momentos ya han pasado, estoy convencido que lo volverá a hacer. 

En los 15 años que se celebran, el baloncesto ha cambiado mucho, en lo táctico y sobre todo en lo físico. No diré que Navarro no lo haya hecho, pero sí que en un porcentaje muchísimo menor, hasta el punto que en época de bíceps musculados y muelles en las piernas, él ha ido contracorriente y no ha dejado nunca de parecer un tipo normal más que un deportista de élite en un deporte tan exigente como el baloncesto. En lo sustancial, en lo que le ha hecho diferente hasta lo genial, no se aprecia mucha diferencia entre el niño que debutó hace tres lustros y fue a Lisboa a hacerse famoso al año siguiente y el hombre barbudo de ahora. Probablemente, la razón hay que buscarla en que su juego ha tenido siempre un aire más de patio de colegio que de equipo superprofesionalizado, de playground neoyorkino que de pabellón. Ni siquiera el creciente encorsetamiento táctico que lleva viviendo este deporte desde hace unos años ha logrado hacer mella en el aprovechamiento de sus aptitudes, lo que sin duda tiene mucho mérito, habiéndose ganado por derecho propio ciertas prebendas fundamentales para poder desarrollar todo su talento (creo que fue Scariolo el que dijo en aquel europeo de Lituania que el único que tenía total libertad para hacer lo que quisiese era Navarro. Si no lo dijo da igual, pues viendo los partidos daba toda la impresión).   

En lo personal, Navarro se entronca más con la normalidad de un tipo corriente que con cualquier aire de grandeza. Su bajo perfil en cuestiones de comportamiento o comunicación choca con la excepcionalidad de su juego. No me extrañaría que ese maravilloso descaro y la impagable capacidad para dar lo mejor cuando a otros les quema el balón y no les llega la camiseta al cuerpo se fundamente en esa falta de impostura, en no darle a un partido de baloncesto más importancia de la que tiene, en no trascender nunca a su condición de jugador de un determinado deporte. Porque a Navarro lo único que parece gustarle de su profesión es lo que tiene que ver con lo que ocurre metido en la pista, junto a sus compañeros. Disfruta entonces de su deporte, de la competición, de una idea colectiva del juego, del afecto recibido, de la necesidad del calor de un vestuario o de que la derrota sea una excepción. A alguien con estos valores, no es de extrañar que la frialdad, locura viajera y casi indiferencia entre la victoria y la derrota que vivió durante su año en Memphis no le cuadrase y se volviese a las primeras de cambio, una vez demostrado que por poder, podía. 

Ahora que se cumple un lustro más, parece casi obligado coger perspectiva para poder evaluar el impacto de Navarro (y por extensión de toda aquella generación). Y el resultado es incuestionable. En 1997 el baloncesto español vivía una travesía del desierto que duraba casi una década. Los batacazos de la selección eran casi constantes, padecíamos un déficit de jugadores carismáticos y se iba perdiendo terreno poco a poco en la repercusión social ante el crecimiento de otras especialidades. 15 años después la sala de vitrinas de la Federación está repleta, contamos con el respeto de todo el mundo, unos cuantos de nuestros jugadores son reconocidos hasta en China, les hemos puesto los … de corbata a EEUU en dos ocasiones y la selección es seguida y admirada por todos.  

Solo queda felicitarle por la efemérides y por extensión al Barcelona, la selección y todos los aficionados a este deporte, pues hemos tenido ocasión de disfrutar durante década y media de un talento singular, un jugador diferente, un atrapafocos, un ganapartidos. Como dice la canción, “y que cumplas muchos mas”. 

   

Cracks y catacracks

Por: Juanma Iturriaga

19 nov 2012

Cracks

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Vivimos tiempos donde reina la obsolescencia, que se alcanza cada vez con mayor rapidez. Intuimos que esto no es casual sino que obedece a la necesidad del sistema de convencernos de que lo nuevo de hoy está anticuado mañana, por lo que la renovación parece obligada. Ya nada tiene ni debe que durar demasiado. Los aparatos tecnológicos, los electrodomésticos, las modas, las noticias, las famas. Algunas redes sociales representan perfectamente estos nuevos paradigmas, sobre todo Twitter, donde el proceso ese que nos contaron de nacer, crecer, reproducirse y morir y que en teoría debe durar una vida, se desarrolla a velocidad de vértigo y en general no va más allá de unas horas. Ocurre también en el deporte y sólo hace falta echar la vista atrás unos cuantos años para darnos cuenta que también en este universo la obsolescencia acecha a poco que te descuides.  

No me considero anticuado y asumo que como decía Bob Dylan, The times are changing, lo que no impide que a veces celebre algunas alteraciones que posibilitan que estos cambios no se lleven por delante todo lo antiguo, independientemente de que sea bueno, malo o regular. Decía Charles Darwin que no sobreviven los más fuertes, sino los que mejor se adaptan al cambio y afortunadamente a veces nos encontramos con excepciones a esta norma evolutiva. Como por ejemplo, Miguel Ángel Jiménez, que a sus 48 años acaba de convertirse en el ganador de más edad en el circuito europeo de golf al vencer en el Open de Hong Kong, ciudad europea por antonomasia. El Pisha es un dinosaurio, un jugador de otra época, con poco o nada que ver con las nuevas generaciones. No la pega que la rompe, dista mucho de ser un hombre obsesionado con su deporte, de abdominales no creo que pueda presumir mucho y no pierde una oportunidad para celebrar con un puro y un buen vino lo que haya que celebrar. Es un cuerpo extraño al que el sistema actual debería haber expulsado hace ya tiempo. Pero Jiménez se resiste y nosotros lo celebramos. No, no tiene nada que ver que lo hagamos por ser de los nuestros, o no sólo tiene que ver por ser de los nuestros. Con su pertinaz presencia, Jiménez nos recuerda que las fechas de caducidad por decreto no existen. Que lo nuevo no tiene por qué significar siempre la desaparición de lo viejo. Que el talento o la ilusión no tienen edad y si la tienen, aguantan mucho mejor que todo lo que tiene que ver con lo físico. Que lo natural puede convivir con el laboratorio y el diseño por ordenador. 

A estos jugadores etiquetados “de otras épocas” habría que renominarlos, pues de lo que estamos hablando es de jugadores de TODAS las épocas. Y me viene a la cabeza otro crack, mega crack diría yo, de nombre Miliki, un payaso que a primera vista catalogaríamos de los de antes. Su humor y sus historias poco o nada tenían que ver con la supuesta modernidad, con la vertiginosa sucesión de imágenes de cualquier canal dirigido a los niños o con un lenguaje transgresor. Mucho ha cambiado todo desde “Los payasos de la tele” pero Miliki, hasta hace bien poco, siempre andaba por aquí. Y comprobábamos que lo que nos hacía reír a los que ahora peinamos los cincuenta, también lo hizo con los que ahora tienen cuarenta, y con los de treinta, y con los de veinte… Y que el cómo están ustedes? ha podido convivir con las nuevas formas y maneras llegadas de la mano de la revolución tecnológica y los nuevos lenguajes. Su vigencia se ha mantenido durante más tiempo de lo habitual y ha logrado establecer un nexo de unión entre generaciones distintas a las que ofreció un punto de encuentro sentimental. Probablemente ese sea uno de sus mayores legados y se lo agradecemos de corazón. Bueno, eso y solucionar de una vez por todas y para todos los niños del mundo lo de la tabla del nueve. 

 

 

Catacracks

El domingo nos trajo una desacostumbrada ración de catacracks. Empezó pronto, con la derrota de la selección de futbol sala en la final del Mundial, cruel como todas las que se producen cuando los partidos agonizan buscando dueño. Se alargó durante la tarde con el largo martirio de Almagro en la final de la Copa Davis, incapaz durante todo el encuentro de estar por encima de la ocasión, el rival y el ambiente. A nuestro tenista se le encogió el brazo y sobre todo el alma para terminar devorado por sus propios fantasmas. Llegados a ciertos territorios, las aptitudes pasan a un segundo plano y los enfrentamientos se libran en el terreno de las emociones, que se convierten en trampolines (Stepanek) o lastres (Almagro) en la medida de que el deportista logra domarlos. Independiente de los avatares del juego, la ascendencia psicológica fue siempre del checo, del que nos pasamos toda la tarde esperando su desplome físico que finalmente no llegó. 

La fiesta ajena de Praga se solapó con el (semi)catacrack de Alonso en su desigual lucha por el título de fórmula 1. A falta de una última carrera, Alonso se agarra al todo puede pasar, que un circuito es como en la vida misma, pero la realidad se empeña en mostrar un camino mucho menos optimista. No hay dudas que el asturiano saca petróleo de donde parece no haberlo, pero los pódiums de los campeonatos sólo encumbran los hechos y estos nos llevan diciendo desde hace semanas que la ecuación piloto+máquina de Red Bull da mejor resultado que la de Ferrari. La fuerza del lobo está en la manada y la de la manada está en el lobo, y juntando lobo y manada, la pelea se antoja desigual. Eso sí, cosas más difíciles se han visto, por lo que habrá que esperar una semana para confirmar o desmentir pronósticos. Eso sí, el que gane será el que más se lo merezca. 

Como última noticia del día, el Caja Laboral, o sea, Josean Querejeta, destituyó a Dusko Ivanovic como entrenador. No es un despido cualquiera, pues hablamos de uno de los matrimonios más consolidados de los últimos tiempos. Pero la crisis era ya de gran calado. Más allá de los resultados, defendibles en la Liga Endesa, pésimos en la Euroliga, sospecho que Querejeta ha perdido la esperanza de que Ivanovic fuese ya capaz de espolear a sus jugadores, punto de inflexión de cualquier crisis. No es un secreto la enorme exigencia a la que somete Dusko a sus hombres, muy al gusto, por otro lado, del presidente de Caja Laboral. Pero esta presión siempre necesita una adecuada respuesta por parte de los jugadores, lo que ateniéndonos a las últimas semanas, no se estaba produciendo. No quiero decir que la falta de acción/reacción sea voluntaria, sino que simplemente las capacidades de un entrenador para incidir sobre un grupo pueden verse limitadas por un montón de factores. Desconozco cuales han sido en esta ocasión, pero sí intuyo que Querejeta ha llegado a la conclusión que Dusko ha perdido mando en plaza, o al menos está suficientemente limitado como para recomendar un cambio de estrategia. Como siempre ocurre en estos casos, la pelota queda en el alero de los jugadores, cuyo rendimiento futuro determinará si el problema estaba en el banquillo o se circunscribe a otros terrenos que tienen que ver más con la plantilla que con el entrenador. 

Separado ¿definitivamente? el matrimonio, lo que nadie les puede ya quitar, a unos y a otros, son los buenos recuerdos. Que hay muchos. 

  

Domingo, pues, de contrastes, como no podía ser de otra forma. De cracks y catacracks. Incluso de cracks haciendo catacrack. 

Zai jian. 

 

 

El joven D'Antoni

Por: Juanma Iturriaga

12 nov 2012

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Los Lakers han contratado a Mike D'Antoni para enderezar su errático inicio de curso. Mike por Mike. Despedido Brown, que nunca ha dado la sensación de ir más allá de ser un interino al que finalmente se le ha atragantado el complicado post PhilJacksonismo y descartada la vuelta de Mr. Zen, al que, por lo que dicen las crónicas, solo le faltó pedir poder dirigir los partidos por Skype cuando le chirriase la cadera, llega D´Antoni. Y, como siempre que surge una noticia relacionada con este hombre, a mí se me va la memoria 25 años atrás, cuando conocí, sufrí y admiré al joven Mike D'Antoni, capataz del equipo de baloncesto de Milán, llámese Simac, Olimpia, Tracer o lo que sea, que en aquella época los equipos italianos cambiaban de nombre con más frecuencia que nuestro Gobierno de opinión.

Su etapa como jugador en Milán (del 77 al 90) casi coincidió con la mía en el Real Madrid (del 76 al 88) por lo que fueron muchas (yo diría que hasta demasiadas) las veces en las que tuve que enfrentarme a su talento, personalidad y, sobre todo, inteligencia en la cancha. Era uno de esos jugadores que no te extraña nada que, una vez colgadas las botas –cosa que hizo cercano ya a los 40 años- termine poniéndose un traje y haciéndose entrenador, pues en espíritu ya lo llevaba haciendo mucho tiempo antes ataviado con pantalones cortos. D'Antoni fue santo y seña de un equipo temible, duro, experto y hasta desesperante por su competitividad, que les llevaba a vencer jugando bien, regular y hasta mal. Por allí andaba el gran Dino Meneghin, del que casi todo está dicho y escrito; Roberto Premier, roqueño defensor y pesadilla para cualquier alero; y durante cuatro temporadas nada más y nada menos que Bob McAdoo, una de las mayores estrellas de la NBA que ha jugado en Europa. En la banda se sentaba Dan Peterson, otra leyenda, enorme estratega al que seguro hoy en día, más de 20 años después, siguen añorando en Milán.

 

No se puede decir que D'Antoni fuese un jugador que impresionase a primera vista. No era especialmente fuerte, ni especialmente rápido y, siendo buen tirador, no era un killer de la anotación. Pero tenía un sentido del tiempo y del espacio excepcional. Esta capacidad se notaba cuando botaba, pasaba, tiraba, y sobre todo cuando Peterson ordenaba a su equipo plantarse en una zona presionante 1-3-1. Esa defensa es tremendamente exigente, sobre todo por el 1 de arriba y el 1 de abajo, que deben abarcar una enorme cantidad de espacio. D'Antoni se colocaba en la punta de lanza, casi más cerca del medio campo que de la bombilla de la zona. Desde allí tenía que ir de un lado a otro, buscando y provocando que el balón fuese hacia donde quería su equipo, para que finalmente cayésemos en las trampas preparadas, sobre todo en las esquinas. Sin un gran despliegue físico pero con un enorme instinto posicional, lograba el efecto deseado en sus rivales, que vivíamos siempre con el temor de que visto el compañero libre de marca le pasásemos el balón y su trayectoria fuese interceptada por esa mosca cojonera con bigote que aparecía casi como por arte de magia.

No, no era plato de gusto jugar contra aquel equipo, sobre todo en su campo, que siempre me pareció más estrecho que las medidas habituales, probablemente por aquel engrasado achique de espacios que lograban con la famosa defensa. Recuerdo más de una noche de desesperación, donde una vez terminado el partido te duchabas con la sensación de haber merecido más, de haber caído de nuevo en su juego, de haber sido perjudicado por un arbitraje permisivo con las tretas de Meneghin o Premier. Pero fuese verdad o no, el caso es que te volvías a Madrid la mayoría de las veces malhumorado.

Rebuscando por la inmensidad informativa que ofrece ahora la red, he encontrado esta crónica del último partido que jugué contra ellos. Fue la temporada 86/87, la de Fernando Martín en la NBA, la de Larry Spriggs (que, por cierto, fue su mejor partido del año), la de mi última participación en la Copa de Europa. Titular: El Madrid perdió en Milán su partido más serio. O sea, que jugamos bien. Cuenta Luis Gómez en un momento de su relato: “Dan Peterson es verdaderamente consciente de que su equipo no goza de buenos jugadores”. Pues menos mal. Ese Tracer de Milán se llevó aquella Copa de Europa y la del año siguiente. En otro momento: “Dan Peterson, a falta de nueve minutos, lo arriesgó todo: mantuvo en cancha a D'Antoni, Premier y Meneghin, los tres con cuatro faltas. Todos acabaron el partido”. ¡Qué casualidad! Total, que un buen Madrid, ante un Milán no muy lustroso y con sus grandes estrellas aguantando un mundo sin irse eliminados por faltas personales, perdió de nuevo. Vamos, que esa sensación de la que hablaba antes era también compartida fuera.

Curiosamente, el ideario de Mike D'Antoni como entrenador, sobre todo en su época con los Phoenix Suns, fue radicalmente opuesto al estilo italiano. Rapidez, ataque y contraataque, posesiones cortas, vértigo. Uno de los equipos más agradecidos con el espectador de los últimos tiempos.  

 

Lógicamente, un tipo apellidado D'Antoni tenía que probar Nueva York, y allí no le ha ido tan bien (mientras no se demuestre lo contrario, a nadie le va bien en Nueva York). Ahora aterriza en Los Ángeles y su tarea tiene tela. La franquicia más glamourosa, más mediática, con las expectativas disparadas por el fichaje de un ¿super? pívot como Howard y un artista ¿en decadencia? como Steve Nash y liderada ¿para bien? por un tipo de ego ilimitado como Kobe Bryant.

A pesar de aquellas noches milanesas le deseo lo mejor. Aunque cada vez que le vea le seguiré recordando con los brazos levantados, moviendo a su equipo como un director de orquesta y dispuesto a robarte la pelota en cuanto te descuidases un poco. Tipo listo este D'Antoni. Le va a hacer falta que esa inteligencia que demostró en Europa durante tantos años no se haya marchitado.

Triunfando en la sombra

Por: Juanma Iturriaga

06 nov 2012

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El éxito es una ecuación compleja donde intervienen muchos factores. La mayoría dependen de uno mismo y se resumen en una serie de valores de sobra conocidos. El talento, la competividad, la constancia en el esfuerzo, la capacidad para comprometerte con un objetivo, el afán de superación y unos cuantos más. Pero tambien dentro de este jeroglifico, hay cosas que se te escapan, que no dependen de ti. La historia de cualquier especialidad está llena de deportistas que alcanzaron elevadas cotas de éxito, ya sea de forma individual o colectivamente. Pero eso no quiere decir que en esta lista estén todos los que se lo merecieron, ni se lo merecieron todos los que están.  Me explico con un ejemplo.

 

Robert Horry fue un buen jugador de baloncesto. Incluso muy bueno en determinados momentos de su carrera, haciendo de milagrosos y decisivos tiros todo un arte. A lo largo de su carrera deportiva formó parte de cuatro equipos, los Houston Rockets, los Phoenix Suns, Los Angeles Lakers y los San Antonio Spurs donde acumuló nada más y nada menos que ¡7 anillos!. Más que Jordan, Magic, Kareem y solo superado los componentes de aquellos Celtics que dominaron más de una decada. Karl Malone, por su parte, es considerado uno de los grandes jugadores de la historia. Basicamente su carrera la desarrolló en los Utah Jazz, formando con John Stockton uno de los mejores duos que se recuerda. Su lista de galardones individuales es extensa, es el segundo máximo anotador de la historia de la NBA por detrás de Jabbar, pero ni en Utah ni en su postrero intento con los Lakers consiguió en ansiado anillo. Horry 7-Malone 0. 

No hay duda que Karl Malone fue mejor jugador que Robert Horry. Pero mientras Horry parecía tocado por los dioses al caer en equipos que finalmente (y con su inestimable colaboración, sin duda) lograban el título, Malone tuvo la mala fortuna de tener a unos miles de kilómetros un carpanta insaciable de nombre Michael Jordan, que le privó en más de una ocasión conseguir su sueño. Casos como este no son difíciles de encontrar en casi todos los deportes. 

La contemporaneidad no se elige. Gianni Bugno fue uno de los ciclistas más talentosos que ha existido, pero tuvo la mala suerte de que en su mejor época se tuvo que ver las caras con un tal Miguel Indurain, que le privó de glorias hasta sumirle en la depresión. El Madrid de la Quinta del Buitre jugó a futbol como pocos, pero se encontró con un lengendario Milán ideado por Arrigo Sacchi. Otro ejemplo muy manido este. Si no existiese Messi, Cristiano Ronaldo llevaría una vitrina entera de Balones de Oro, galardon que tiene, por ejemplo Michael Owen. 

Todo esto viene al caso de David Ferrer. Estamos hablando de un jugador que lleva ya tiempo instalado en la superélite del tenis mundial, ultimamente con una quinta posición del ranking bastante consolidada. Su lista de méritos es ya enorme y un poco contranatura sus mejores resultados los ha conseguido al acercarse a la treintena. Ferrer debería ser una estrella indiscutible del panorama deportivo español. Pero no lo es. O al menos, no de la forma que correspondería con sus méritos y palmarés. La razón es que el Ferru vive en la era Nadal, y la sombra de Rafa es muy alargada, tanto que nada o casi nada del tenis español actual escapa a ella. 

Por eso tiene incluso más mérito lo que hace Ferrer. Con toda la razón del mundo podría reclamar un foco mayor que el que tiene. Podría estar incluso algo harto de que Nadal se lleve practicamente todo el protagonismo y que colocado el listón tan alto como lo ha hecho el mallorquín, ser el numero 5 del mundo, llegar a finales, hacerselas pasar canutas a leyendas como Federer, Djokovic o el mismo Nadal en un deporte tan exigente como el tenis parezca poca cosa. Otros lo hacen. Pero Ferrer no. El es el primero que parece entender que si lo suyo es de sobresaliente, lo de Rafa es de matrícula. De esta forma logra metabolizar el segundo plano en el que se mueve y disfrutarlo al máximo. Incluso cuando no está Nadal y es capaz junto con Feliciano, Verdasco y otros, en ganar una Copa Davis en Argentina o plantarse en otra final como han logrado esta temporada, no existe ningún atisbo de revanchismo ni cobro de cuentas pendientes. Todo lo contrario. 

Por eso, cuando por fin las circunstancias se aunan para que alcance la primera página de las noticias ganando su primer Master 1000, yo particularmente me llevo un alegrón. Ya se sabe que nuestra admiración hacia los deportistas se basa en dos vertientes. La intelectual o racional, que nos ayuda a situar cada logro en la justa medida (y en este caso el éxito es de primera categoría) y la emocional, donde entran en juego otras cuestiones que tiene que ver con las características del personaje y los valores que transmite. En este apartado David Ferrer tambien sale ganador por dos sets a cero, pues su triunfo es el de un luchador, un cabezota, un tipo humilde, un currante que ha logrado muchas más cosas que otros quizás con mayor talento. 

Seguramente si Ferrer no hubiese coincidido con una santísima trinidad tenística como la que forman Federer, Nadal y Djokovic (pocas veces dada) su curriculum sería más lustroso y desde luego en España, de no haber existido Nadal,sería un deportista de referencia. Lo que no quita para que mi reconocimiento hacia su trabajo, tesón y otros muchos valores que representa, sea parecido al que le tendria si en su casa guardase un par de Grand Slams. 

 

 

 

Sobre el blog

El palomerismo es toda una filosofía de vida que se basa, como la termodinámica, en tres principios. El de la eficiencia: “Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento”. El del aprovechamiento. “Si alguien quiere hacer tu trabajo, hacerte un regalo o invitarte a comer, dejale”. Y el de la duda: “Desconfía de los que no dudan. La certeza es el principio de la tiranía”. A partir de ahí, a divertirse, que la seriedad es algo que ahora mismo, no nos podemos permitir.

Sobre el autor

Juanma López Iturriaga

Básicamente me considero un impostor. Engañé durante 14 años haciendo creer que era un buen jugador de baloncesto y llevo más de 30 años logrando que este periódico piense que merece la pena que escriba sobre lo que me dé la gana. Canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones varias se cuentan entre mis víctimas, he logrado convencer a muchos lectores para que comprasen mis libros y a un montón de empresas que me llaman para impartir conferencias. Sé que algún día me descubrirán, pero mientras tanto, ¡que siga la fiesta!

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