El Palomero

A vueltas con el estilo

Por: Juanma Iturriaga

28 oct 2013

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Vuelvo a la carga con los estilos. Ya sabéis los que seguís este modesto espacio de reflexión mi casi obsesión por ellos. Aun a riesgo de repetirme, insisto en la necesidad de los equipos de buscarlos y encontrarlos, y una vez logrado, encomendarse a ellos como una guía innegociable de comportamiento. Un rápido vistazo a los grandes equipos de la especialidad deportiva que sea nos lleva a la conclusión que en las duras y en las maduras, su credo no variaba de forma sustancial, pues en él encontraban las respuestas a cualquier tipo de situación. Esto, evidentemente no implica inmovilidad ni capacidad de adaptación a circunstancias puntuales que obligan o recomiendan ciertos ajustes , pero nunca sin perder la esencia tu ideario. Un estilo definido te da personalidad, fija conceptos y evita jaimitadas. Su defensa lanza un mensaje inequívoco de convicción en unas ideas, de confianza en tus propias posibilidades. Cuando no lo tienes, las dudas aparecen y la convicción mengua, pues tu comportamiento pasa a estar excesivamente condicionado a lo que sean o hagan tus rivales, por lo que pierdes la primera batalla.

Esta lección la aprendí hace ya muchos años. Allá por el verano de 1984, la selección española de baloncesto logró algo impensable, jugar la final de unos Juegos Olímpicos frente a EEUU. Aquel colectivo del que creo que ya he hablado en alguna ocasión (je, je) tenía 25 años de media, lo que auguraba que quedaban unos cuantos años de gloria. Pero nunca llegaron, sino más bien lo contrario. Evidentemente las razones fueron diversas, pero uno de los motivos más importantes pienso que fue el cambio que se produjo en el punto de mira. Después de unos cuantos años donde se había realizado un enorme trabajo de autoafirmación y confianza en nuestro juego y autoestima, la consecución de un gigantesco éxito trajo de la mano una cierta dosis de miedo a no poder seguir cumpliendo con unas expectativas que ya estaban disparadas y que tuvieron como consecuencia que pasamos del “que se preocupen ellos de nosotros” a preocuparnos nosotros por lo que pudiesen hacer ellos. En lugar de potenciar nuestras virtudes, se resaltaban en exceso las de nuestros adversarios, a veces hasta extremos que no correspondían con la realidad. Y terminamos viendo gigantes donde sólo había molinos.

Lo que hizo Ancelotti, entrenador del Real Madrid, el sábado en el Camp Nou fue toda una declaración de principios. Consideraciones mercadotécnicas aparte, con su extraña alineación lanzó un mensaje muy claro. No me importa desmontar mi equipo hasta desnaturalizarlo, pues mi objetivo tiene que ver más con el daño que nos pueda infligir el rival que el que pudiese conseguir su propio equipo. De la misma manera que cuando el tóxico portugués lo intentó, este comportamiento sigue siendo de equipo pequeño, sin grandeza, que sale al campo sintiéndose inferior.

Nunca he entendido como de repente, a algunos técnicos les dan eso que se llama “ataque de entrenador” y de repente te salen por peteneras. En su búsqueda de la sorpresa, de la cuadratura del círculo, lo que consiguen es confundir a sus propios jugadores. Por no hablar que una cosa es hacer unas flechas en una pizarra y otra conseguir que algo novedoso quede suficientemente fijado en unos pocos entrenamientos. Si las variaciones son puntuales y no afectan fundamentalmente al estilo, se convierten en asumibles, pero cuando son estructurales, el peligro que se corre es enorme.

Para más inri, que decía mi madre, lo hecho por Ancelotti incide en un problema que el Madrid sigue sin resolver. La explosión del Barcelona de Guardiola le metió en un camino donde las urgencias pudieron más que las paciencias. Había que ganarles como sea, y en ocasiones parecía que el objetivo era más la destrucción que la  construcción. A veces se logró el éxito puntual, pero pasan los años y seguimos sin saber exactamente cuales son los planes de juego, pues se fichan entrenadores y jugadores que van en una dirección y a otros que van otra bien diferente. Unos días se habla de espectáculo y otros de resultados. Unos días el santo grial es el toque y otros ir por la vía rápida. Así es muy difícil fijar un estilo, trabajarlo, dotarlo de mecanismos autómatas, actuar y contratar en consecuencia. No es fácil, sobre todo cuando la exigencia abarca al juego, su belleza y también al resultado. Vamos, que se quiere todo.

Alguien pensará en que en la variedad está la clave, en que lo ideal sería poder jugar a muchas cosas diferentes, pero para eso está el dicho de “quien mucho abarca, poco aprieta”. Hay que apostar por algo, fijarlo  casi como dogma de fe e intentar llevarlo a la excelencia que requiere la alta competición. Al menos eso hicieron prácticamente todos los grandes equipos que guardamos en la memoria. 

 

¿A quién quieres más?

Por: Juanma Iturriaga

21 oct 2013

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Decía Antonio Machín en su mítica canción Corazón Loco, que no se puede querer a dos personas a la vez, y no estar loco. Sin querer polemizar sobre esta sentencia, que de mujeres sabía mucho Machín, hay que ver cómo nos gusta el plantearnos dicotomías que no necesariamente necesitan contestación porque entran dentro del terreno de los sentimientos, área que, como sabemos,  resulta muchas veces de difícil entendimiento, y que con frecuencia nos conduce a callejones sin salida. Si el asunto se circunscribe a un tema tan sensible como el de las nacionalidades, la cuestión se enreda aún mas, pues entran en juego visiones y sensibilidades dispares sobre conceptos algo difusos y donde la emoción suele reinar sobre la razón.

Viene todo esto al hilo del asunto de Diego Costa, jugador nacido en Brasil, poseedor de la nacionalidad española y a día de hoy seleccionable tanto por Brasil como por nuestra selección. Ni es el primero ni es el último caso, pues ahí tenemos en situación parecida a Mirotic, montenegrino y español, y unos cuantos ejemplos más. Lo de Costa ha provocado más de una reflexión al respecto. John Carlin, en su artículo La mentira se come al futbol internacional, tiene una visión muy crítica sobre el asunto. Dice en su párrafo final, “Sí. Vivimos en tiempos globalizados. Cada día nos mezclamos más. Pero si no estamos dispuestos a cuidar los criterios que definen quién puede jugar para qué selección acabemos de una vez con la broma del fútbol internacional y quedémonos con la identidad local o arbitrariamente tribal que nos ofrecen los clubes”. Como siempre, no le falta razón a Carlin, que traslada la inquietud bastante generalizada de ciertas leyes laxas o hechas a la carta para depende qué situaciones y que difuminan sentimientos supuestamente necesarios para terminar defendiendo deportivamente un país. Pero el texto lleva implícito la difícil resolución del problema. Habla Carlin de los criterios que definan quien puede jugar para qué selección. Y yo me pregunto si esos criterios deben ser temporales, culturales, idiomáticos o si puestos a cuantificarlo como si se tratase de Matemáticas, habría que hacer un examen de patriotismo previo. Si estamos hablando de esos sentimientos que supuestamente deberían acompañan a un deportista cuando se pone la camiseta de un país, ¿cómo calibrarlos? ¿Hay un número de años necesarios para poder tenerlos?. ¿Acaso no estamos hablando de amor, que lo mismo se produce instantáneamente como puede florecer con el paso del tiempo? ¿El idioma? Conozco a antiguos compañeros míos, norteamericanos de origen y más españoles que la cabra de la legión cuyo castellano deja bastante que desear pues no han logrado quitarse el acento de Wisconsin, Minnesotta o de donde fuesen. ¿Un examen tipo test?

Parece que molesta que en esa elección que se debe tomar en un determinado el Diego Costa o Nikola Mirotic de turno, pueda prevalecer el interés al sentimiento. Pero ¿y si contradiciendo la canción de Machín, se puede ser brasileño o montenegrino y español a la vez y no estar loco? (por no entrar en el candente asunto de nuestras autonomías, países, nacionalidades o como se quiera llamarlo y que nos lleva a preguntas tan absurdas como malintencionadas del tipo ¿eres más vasco que español o más español que vasco?). Es más, en la igualdad sentimental, ¿acaso cualquiera de nosotros no decidiríamos en virtud de los posibles beneficios que comportase la elección?.  Me pongo demagogo. ¿Qué patrióticas son la mayoría de nuestras grandes empresas del Ibex 35, a las que se les llena la boca de españolismo en sus anuncios e intenciones y luego tienen una presencia cada vez mayor en paraísos fiscales? 

Peligroso terreno ese donde nos convertimos en jueces de los sentimientos ajenos y depositarios de las reglas que intentan racionalizar cuestiones emocionales.

María

Por: Juanma Iturriaga

14 oct 2013

 

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La muerte de María de Villota ha producido un escalofrío en el mundo del deporte español. No es de extrañar, pues en su historia se entremezclan elementos a los que afortunadamente, todavía no nos hemos hecho insensibles. La razón por la cual el universo deportivo suele venir de la mano de conceptos como el afán de superación, la negación de lo imposible, la lucha constante, el aplazamiento de la recompensa o la correcta gestión de la adversidad que te puede lleva a superar las peores adversidades, la encontramos en su capacidad para mostrarnos ejemplos concretos, con nombre y apellidos. El de María era uno de ellos. Su sueño deportivo lo persiguió con ese ahínco tan especial que poseen los pioneros, que les posibilita el saltarse convenciones y estereotipos. Y cuando la pelea no se trataba de conseguir un asiento en un bólido o ganar una carrera sino luchar por su propia vida, la sensación es que aplicó las mismas armas con las que intentó hacerse un hueco en su exigente deporte.

Viktor Frankl, psiquiatra austriaco que sobrevivió a su estancia durante cuatro años de diversos campos de concentración nazis, en su libro El Hombre en busca de sentido, reflexionó sobre el efecto de aquella salvajada en los seres humanos. Este es uno de sus pasajes:

Nos pueden quitar todo en la vida, menos una cosa, la libertad de elegir como reaccionar ante determinada situación. Eso es lo que determina la calidad de vida que vivimos. No se trata de si somos ricos o pobres, famosos o desconocidos, sanos o enfermos lo que determina la calidad de vida, sino como nos relacionamos con estas realidades, que significado les damos, qué actitud adoptamos ante ellas, qué estado de ánimo les permitimos activar” 

Cuando me encuentro con historias como las de María de Villota, y afortunadamente existen muchas por ejemplo en asociaciones y colectivos de personas golpeadas por la vida y que se resisten a claudicar, me viene a la cabeza este texto, que encierra toda una  filosofía vital. Gente admirable a los que no les frena un escupitajo de la vida y que se niegan a arrojar la toalla teniendo suficientes motivos para justificarlo, y en su lugar hacen uso de esa libertad de elegir como reaccionar que dice Frankl. Y su elección no es otra que pelear y pelear, y entre lo teóricamente malo son capaces de encontrar cosas buenas. María, además, nos hizo el gran favor de contárnoslo en un libro, en las muchas entrevistas que tuvo después de su percance. El accidente le arrancó muchos de sus sueños, pero no las ganas de reemplazarlos por otros, y a pesar de las importantes secuelas que finalmente le provocó la muerte, eligió la actividad a la pasividad, el mirar para delante en lugar del victimismo, el disfrutar de lo que tenía en lugar a añorar lo que le habían quitado. Y entonces es cuando, yo al menos, me espabilo y vuelvo a ese tópico tan real como el de la importancia de ciertas cosas y la nimiedad de otras a las que a veces les concedemos un rango que no merecen.

En la nota publicada por su familia, daba las gracias a Dios por el año y medio de más vida que la dejó entre nosotros. Yo, por mi parte, le doy las gracias a María porque gracias a ese año y medio “de regalo” nos pudo dejar una enorme lección de vida que si no la olvidamos, nos puede hacer un poco mejores.

 

 

Reflexión supercopera

Por: Juanma Iturriaga

07 oct 2013

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Los equipos son como la fruta, necesitan su proceso de maduración. La temporada baloncestística echó a caminar este pasado fin de semana en Vitoria, donde vimos un proyecto ya maduro enfrentado a otros tres aun muy verdes. Y ganó el maduro, lo que tiene toda su lógica. En la carrera que se inició el sábado y que terminará allá por el mes de Junio de 2014, el Madrid parte con ventaja. Su proyecto está en fase de pleno asentamiento, producto de un proceso que va ya por su tercera temporada y que consolidado lo básico, solo ha necesitado retoques en las áreas más sensibles de mejora. No habiendo dudas sobre el estilo y demostrada su competitividad la temporada pasada, el trabajo de Pablo Laso en este verano no ha sido grande y se ha limitado exclusivamente a dotar a su juego interior de un poco más de voltaje y experiencia. Si el fichaje de Bourousis pareció un acierto, su rendimiento en esta Supercopa invita al optimismo. El griego se ha adaptado con rapidez, suple carencias mostradas en el pasado en una zona tan sensible y completa una plantilla excelente, compensada, con rotaciones y roles muy bien definidos y que se conoce ya al dedillo hasta el punto de jugar casi de memoria. Como beneficio inherente a un colectivo estable y con muy pocos cambios, se aprecian mejoras en hombres como Darden o Mirotic, que se ha puesto algo más cachas, y Sergio Rodriguez, justo MVP de este torneo, sigue explotando su singularidad y dotes artísticas. El reto para este curso es exigente, pues a priori el Madrid parece capaz de ganarlo todo, lo que a día de hoy no parece ni mucho menos una quimera. Arrasó a un desmotivado Bilbao Basket y aunque con apuros, volvió a ganar al Barcelona en un ejercicio no especialmente brillante pero muy sólido, sobre todo en el momento de la definición. Por ponerle un pero, el incidente entre Sada y Carroll le distrajo durante demasiado tiempo, se enredó en las protestas y perdió el hilo del partido, lo que aprovecharon los azulgranas para recuperar el terreno perdido.

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Si el Madrid es un proyecto consolidado, es evidente qu el Barcelona necesita tiempo. Tanto para recuperar definitivamente a Navarro y Lorbek, jugadores capitales, como para que las nuevas incorporaciones, numerosas y de calado, encuentre su hábitat. La final fue un claro ejemplo de su todavía precaria puesta a punto. Si Marcelinho y Tomic estuvieron a altura (por momentos parecieron Stockton y Malone) y lograron mantener el tipo, ninguno de los nuevos tuvieron un especial protagonismo. Nachbar, espléndido en la semifinal, anduvo muy perdido, Papanikolau dejó algún detalle pero sin mayor consistencia, y a Dorsey se le vio por momentos como un pulpo en un garaje. Lampe tuvo que aguantar la ira de su antigua afición y una cierta alergia por el juego interior y Pullen no tuvo ni tiempo ni acierto para resultar trascendente. Aun así, los azulgranas lograron poner en aprietos al Madrid, lo que hace pensar que la actual ascendencia blanca puede no ser tan amplia. Xabi Pascual tiene en sus manos una plantilla tan poderosa y profunda como la de Pablo Laso, con un mayor potencial ofensivo que en temporadas anteriores y algo más de dinamismo lo que invita a pensar que con el tiempo y una hoja de ruta adecuada, será capaz de intentar asaltar el actual liderazgo de sus grandes rivales.      

¿La brecha aumenta?

El sábado, una vez celebradas las dos semifinales, el asunto del día no era otro que el debate acerca de las diferencias que se produjeron y si eso significaba que la distancia entre Real Madrid y Barcelona se está haciendo cada vez más grande. Los más pesimistas hasta comparaban la actual situación con el baloncesto de los 80, donde salvo alguna excepción protagonizada por el Joventut, el dominio de madridistas y barcelonistas era casi absoluto y prácticamente copaban finales y trofeos. Yo no iría tan lejos, pero sí que es verdad que los problemas económicos de la mayoría de los equipos y de los que Madrid y Barça están más a salvo por tratarse también de clubes de fútbol, con todo lo que eso supone, provocan una liga de dos velocidades. Cosa, por otro lado, no exclusiva del baloncesto, pues algo parecido está ocurriendo en el fútbol. Evidentemente no es una buena noticia, pues el potencial de las ligas no se define por la potencia de la clase alta, sino por la consistencia de la clase media. Por eso, y aunque en cuestión de títulos la lógica apunta en la dirección que apunta, permitidme un poco de optimismo y que confíe en el nuevo proyecto de Unicaja, la buena pinta que tiene el Valencia Basket o que Sergio Scariolo logre sacar el máximo rendimiento a un joven Laboral Kutxa que se mostró muy limitado en el partido del sábado. Y que independientemente de los resultados, haya suficientes equipos que opten por un tipo de juego alegre, veloz y desinhibido que haga merecer la pena su seguimiento. La liga es muy larga y el quid de la cuestión para que nos divirtamos no está en quien se coronará campeón, pues eso se decide en el lejano mes de Julio y las cartas parecen marcadas, sino en la capacidad del mayor número de equipos posible para que los ocho meses de temporada regular tengan el aliciente de ver su inconformismo, crecimiento o ambición.  

A partir de este sábado, podremos ir desvelando estas incógnitas. 

Sobre el blog

El palomerismo es toda una filosofía de vida que se basa, como la termodinámica, en tres principios. El de la eficiencia: “Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento”. El del aprovechamiento. “Si alguien quiere hacer tu trabajo, hacerte un regalo o invitarte a comer, dejale”. Y el de la duda: “Desconfía de los que no dudan. La certeza es el principio de la tiranía”. A partir de ahí, a divertirse, que la seriedad es algo que ahora mismo, no nos podemos permitir.

Sobre el autor

Juanma López Iturriaga

Básicamente me considero un impostor. Engañé durante 14 años haciendo creer que era un buen jugador de baloncesto y llevo más de 30 años logrando que este periódico piense que merece la pena que escriba sobre lo que me dé la gana. Canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones varias se cuentan entre mis víctimas, he logrado convencer a muchos lectores para que comprasen mis libros y a un montón de empresas que me llaman para impartir conferencias. Sé que algún día me descubrirán, pero mientras tanto, ¡que siga la fiesta!

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