El Palomero

El Tostón de oro

Por: Juanma Iturriaga

25 nov 2013

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Me gusta la Navidad. Incluso cuando el paso de los años hace difícil de evita la carga nostálgica que lleva consigo, la añoranza de tiempos pasados o la tristeza ante la ausencia de seres queridos. Me puede hasta resultar entrañable este intento colectivo de reunión, celebración, buenas intenciones y deseos que trae de la mano un aluvión de comidas y cenas con familia, compañeros, viejos camaradas y demás colectivos en la que nos embarcamos y donde recordamos viejos tiempos y elucubramos sobre los futuros para alegría de restaurantes y demás establecimientos de ocio. Ahora bien, compruebo año tras año que el alargamiento progresivo de la época navideña actúa en mi contra. Me explico. Hasta hace bien poco, la Navidad comenzaba con el sorteo del Gordo y terminaba la mañana de Reyes. Un par de semanitas. Pero la cosa se ha ido ampliando y el pistoletazo de salida (o las luces del Corte Ingles, que viene a ser lo mismo) se ha ido adelantando progresivamente hasta conquistar primero el Puente de la Constitución (el de la Inmaculada para los creyentes) hasta darte de bruces en la actualidad con llamamientos navideños por parte de centros comerciales o iluminaciones  callejeras en pleno Noviembre, a más de un mes de distancia del anterior inicio. Consecuencia. Cuando llega el momento cumbre, yo ya estoy hasta la maza de la Navidad, aunque ni siquiera haya dado comienzo en su parte sustancial.

Algo parecido me ocurre con el asunto del Balón de Oro futbolero, que para mí se ha convertido ya en el Tostón de Oro. Me gusta el fútbol y la elección del mejor futbolista, sin llegarme a parecer un asunto capital, podría atraer mi atención y curiosidad. Pero compruebo, como me ocurre con la Navidad, que cuando llega el momento de conocer los resultados de la votación, mi hartazgo es tal que deja de interesarme. El debate y la discusión sobre méritos y deméritos de los candidatos es tan largo, tan ruidoso, acapara tantas portadas, declaraciones y enfrentamientos que sobrepasa con creces mi aguante. Queda más de un mes para la resolución y ya no puedo más.

La competencia entre Messi y Ronaldo no ha hecho sino acrecentar mi cansancio. No tengo nada contra ninguno de ellos. Todo lo contrario, me siento afortunado de poder disfrutar de dos jugadores geniales cuya rivalidad, como ha ocurrido en otros deportes y otros deportistas, les ha llevado a retroalimentarse hasta llevarles al límite de sus capacidades, cosa que igual no hubiese ocurrido si no hubiesen coincidido en el tiempo y en equipos rivales. Pero el que uno sea del Barcelona y otro del Real Madrid esta suponiendo un nuevo capítulo del eterno enfrentamiento entre estos dos clubes, sus componentes, directivos, aficiones y deportistas afines. A pesar de haber sido afortunado al fomar parte de uno de ellos durante una etapa crucial de mi vida, mi interes por lo que excede de los límites del terreno de juego no alcanza a soportar la catarata de asuntos, muchos de ellos intrascendentes, que rodea su rivalidad. Como por ejemplo muchas de las derivadas con las que se trata la simple elección de un galardón anual. 

Como si no tuviésemos suficiente con el apabullante dominio de la escena de todo lo que tiene que ver con ellos y su lucha por los títulos, cada año por estas fechas se abre otro frente donde cada uno defiende lo suyo. Durante días y días asistimos al desfile de declaraciones partidistas, donde en la mayoría de los análisis prevalecen los colores por encima de los razonamientos, lo que los hace aún más cansinos. Pase lo que pase o haya pasado, se será casi imposible (algún caso raro ha habido) que un jugador del Barcelona deje de pedir el voto para Messi, de la misma manera que ningún jugador del Madrid lo hará con Cristiano, sectarismo extensivo a directivos o representantes del periodismo forofo. Y todo ello alrededor de un premio cuyas premisas son tan difusas como para no saber todavía si se vota al mejor jugador del mundo (que sigo pensando que es Messi) al mejor jugador del año (que opino que es Ronaldo) o al jugador que atesore mejor palmarés en el curso (que en este caso apunta a Ribery). Las bases dicen que es lo segundo, lo que contradice alguna de las últimas elecciones. Un premio tutelado por la FIFA, cuyo presidente, aprendiz del gran gran gran Chiquito de la Calzada, podría competir con el ministro Werth en la propiedad del apodo de Charco Man. Un premio que ha sido ganado por gente como Cannavaro, Owen o Nedved y no por Raúl, Xavi, Iniesta o Casillas, por tirar un poco para casa.

En este ambiente que vivimos, donde a veces sólo parecen existir Real Madrid y Barcelona, Barcelona y Real Madrid, tampoco es de extrañar que todo termine leyéndose en estas claves hasta engullir, entre otras cuestiones, esta del balón de oro de marras. Y tampoco debería llamar la atención, por ejemplo, la perplejidad que causa en algunos que Víctor Valdés haya decidido abandonar el Barça, o Xavi Alonso se plantee dejar Chamartín. ¿Cómo es posible? ¿Dónde van a estar mejor? ¿Están locos? A veces pienso que hay un número significativo de personas que piensan que el universo deportivo se reduce a estos dos clubes y no me extraña las quejas de otros equipos y aficiones.

Total, que entre debates eternos, repetitivos y sectarios y la fagocitación de lo blanco y azulgrana, no me queda otra que borrarme, y como me ocurre con la publicidad en televisión o radio, en cuanto aparezca algo relacionado con el Tostón de Oro, voy a cambiar de canal.  

Recordando

Por: Juanma Iturriaga

19 nov 2013

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Anda nuestra selección futbolera por Sudáfrica y prensa, jugadores, técnicos y afición estamos envueltos en la nostalgia que llega de la mano del recuerdo de uno de esos momentos históricos cuya importancia se resume en que casi todos podemos contestar a la pregunta de ¿dónde estabas y con quien aquel día de la final del Mundial?. No son muchos los momentos a lo largo de una vida en la que esta cuestión podría fácilmente ser respondida por tanta gente. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, lo que estaba haciendo cuando atacaron las Torres Gemelas (a mí me pilló recién llegado a Las Seychelles para grabar la segunda edición de Supervivientes) o cuando Tejero y unos cuantos alucinados, afortunadamente pocos, entraron en el Congreso de los Diputados (acababa de terminar un entrenamiento en la Ciudad Deportiva del Real Madrid cuando nos informaron del intento de golpe de estado y nos alertaron que igual nuestro viaje del día siguiente, a Moscú nada menos, podía suspenderse)? Instantes, situaciones que inmediatamente pasan a formar parte del imaginario colectivo, se fijan firmemente en nuestra memoria y nos acompañan para siempre.

Decía Casillas ayer que todavía vive con tensión el recuerdo de la jugada de Robben. No me extraña, pues a mí me costó unos cuantos minutos que el corazón volviese a dar latidos. Y es que aquellos 120 minutos de aquel 11 de Julio de 2010 fueron una montaña rusa emocional que ríete tú del Dragón Khan de Port Aventura. De entrada me viene a la cabeza el calor. Vi el partido en Madrid,  en casa de un amigo, y su salón dejaba en anécdota cualquier sauna. No corría ni una pizca de aire y entre los 40 grados y la tensión, aquello era un infierno ambiental. Encima me pasé buena parte del partido cabreado. Hasta por momentos muy cabreado. Me explico. Yo siempre he sido muy fan de Holanda. Mi primer ídolo futbolístico y hasta podría decir deportivo, fue Johan Cruyff. Mi afición por el fútbol, lógica siendo de Bilbao y teniendo como primera religión al Athletic, se afirmó definitivamente viendo jugar a la Naranja Mecánica, aquel equipo holandés del Mundial de Alemania que revolucionó para siempre este deporte con lo que comenzamos a llamar “futbol total”. La Holanda de Cruyff, Neskens, Krol, Resenbrink, Rep o aquel portero al que culpé de la derrota en la final llamado Jongbloed. Y luego llegó la Holanda de Van Basten, Gullit, Rijkaar y Koeman, maravilloso equipo que dominó los finales de los ochenta. Nunca más volvieron a alcanzar tales glorias, pero con mejores o peores resultados, siempre se asociaba a los naranjas con el gusto por un tipo de juego de asociación y respetuoso con el balón. Mi simpatía hacia ellos era constante, por lo que consideré lo que hicieron aquella noche como una traición. Convencidos de su inferioridad con respecto a la selección española, se dedicaron desde casi el inicio a repartir estopa de la buena, con especial mención a Van Bommel y De Jong, el de la patada a Xavi Alonso, a los que en un momento llegué a pedir prisión incondicional para la parejita cuyo único objetivo fueron tobillos, tibias o lo que pudiesen llevar por delante. A mi deseo de triunfo de los nuestros, se unió el de la derrota de aquella Holanda tan mezquina. Entre los que quieren jugar y los que les preocupa más destruir, siempre me he inclinado hacia los primeros, incluso por encima de camisetas y banderas.

Por eso y no sólo por eso, disfruté doblemente del éxito español, pues juntaba mis deseos más emocionales con los más racionales. En Sudáfrica triunfó el futbol que más me gusta y además salieron por la puerta grande individuos que representan valores a los que otorgo enorme importancia. Empezando por Vicente del Bosque representante sin igual del liderazgo humanista y al que no le hace falta hacer ruido para hacerse escuchar. Dentro de todo lo que hizo Del Bosque en aquel mágico mes, que fue mucho y bueno, creo que su gran acierto fue la defensa del estilo después de la derrota inicial ante Suiza. Hasta la edición de 2010, ninguna selección había conseguido ser campeona después de perder el primer partido. La razón no es otra que un traspiés inicial desencadena tal oleada de controversia que termina por minar la moral y sobre todo instala la aparente necesidad de volverse loco con cambios para intentar enderezar la situación. Del Bosque soportó el tsumani, declaró innegociable la forma de jugar, defendió al más atacado, Busquets, y reforzó modos y confianzas. Allí se empezó a ganar el Mundial y se cimentó un estilo que nos ha colocado en lo más alto.

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Dentro de las muchas imágenes que hubo, dos destacan por encima de todas y no encuentras hoy un medio de comunicación que no hable de ellas a través de protagonistas o testigos. La parada de Casillas y el gol de Iniesta. Iker confirmó lo que ya sabíamos. Por encima de sus aptitudes, que son indudables, tiene eso que se conoce como “ángel” y que no es otra cosa que su capacidad terminar siendo protagonista de esos “momentos” que asociamos a grandes gestas. La final de la Champions del Real Madrid en Glasgow, donde siendo suplente de Cesar terminó siendo el héroe de la novena, los penaltis ante Italia en los cuartos de final de la Eurocopa de 2008, punto de inflexión del futbol español o la pierna que puso con la que frustró la escapada de Robben son algunos ejemplos con los que explicar el aura que le rodea y que su delicada actual situación no lo va a hacer menguar.  

Y lo de Iniesta. El gol más importante de la historia. El gol que valió un Mundial. Y que lo metiese el jugador querido por todos, el que mejor representa la normalidad, la sencillez, el talento puro, la humildad,  la discreción. Hubiese bastado, pero Iniesta no sólo nos dio un gol sino que al descubrir la camiseta que llevaba debajo, nos puso un nudo en la garganta con su recuerdo al amigo y compañero fallecido. Total, que fuimos campeones del mundo intentando siempre jugar a futbol, con un grupo de chavales que nos caen bien pues dentro de la excepcional circunstancia que viven, parecen mantener los pies en el suelo relacioandose entre ellos de una forma aparentemente natural y liderados por un entrenador que es la sensatez personificada.  

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En todo esto pensaba mientras volvía a casa escuchando la radio y viendo coches tocando el claxon, ondeando banderas y confirmando el poder emocional del deporte. Por un momento apareció mi alien, esa parte de la conciencia de cada uno que siempre está dispuesta a sacar peros a la felicidad. Pero por una vez, estuvimos de acuerdo. Aquella noche, no había peros. Había triunfado el juego en su versión más estética y efectiva y los valores colectivos e individuales más sugerentes. Y los que lo habían hecho posible, llevaban puesta tu camiseta. ¡Como para no recordarlo!.

 

 

 

El secreto está en la diversión

Por: Juanma Iturriaga

11 nov 2013

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Nunca he entendido muy bien ciertas dicotomías. Por ejemplo, eso de la separación de la vida profesional de la personal, como si fuésemos actores de método capaces de desdoblarnos a nuestro antojo o un teléfono con diversos modos, silencio, avión, etc a los que accedemos pulsando un botón. Es más, tampoco veo que esto sea muy sano y seguro que tiene que ser agotador el ir cambiando de traje dos o tres veces al día. Tenemos una vida, que abarca lógicamente variados aspectos pero no creo que sean como los libros de una estantería, que los colocamos a nuestro antojo. La interconexión es constante, y queramos o no, llevamos nuestras circunstancias de un lado a otro. Quizás la clave no reside en tener diversos disfraces, sino en nuestra capacidad de alimentarnos de todas nuestras caras para que las más enriquecedoras ayuden a las más precarias.

Otras de las divisiones en las que no estoy de acuerdo es la de trabajo/diversión. Nuestra cultura nos ha dictado, y desgraciadamente nos los sigue haciendo, que esos dos mundos deben estar separados. Asociamos al trabajo desde bien pequeños demasiadas connotaciones negativas. El coloquialmente llamado curro es una faceta necesaria en nuestras vidas que no tenemos otro remedio que sufrir, penar y soportar y cuyo principal cometido es que a través de su remuneración, poder disfrutar de la otra cara, el asueto, la diversión. De lunes a viernes nos ponemos el mono de trabajo, aguantamos todas sus incomodidades para el fin de semana dedicarlo a disfrutar de la vida. El trabajo es una cosa muy seria,  tanto que eso de pasarlo bien puede hasta no estar bien visto, como si desmereciese una actividad tan solemne.

Este espíritu, hasta hace bien poco, incluso impregnaba actividades que precisamente estaban dedicadas al ocio. Como el deporte. No ha pasado mucho tiempo desde que apareció en nuestras vidas un tipo llamado Magic Johnson, uno de los primeros deportistas que indisimuladamente demostraba a través de esa inolvidable sonrisa, que una cosa no tiene que ver con la otra, que la seriedad profesional y disfrutar con tu trabajo no son conceptos contrapuestos. Todo lo contrario.

Afortunadamente el universo profesional cada vez es más consciente que la eficacia está íntimamente relacionada con la satisfacción personal, con la pasión con la que nos involucramos, con lo bien que nos lo pasemos. Como consecuencia, la preocupación por los estados de ánimo individuales y colectivos es cada vez mayor, y la imposición ha ido dejando espacio a la convicción.

El deporte, como en otras muchos aspectos, ofrece ejemplos significativos. Ahí está el Real Madrid de baloncesto, un colectivo que vive en estado de máxima felicidad. Pero esta felicidad no radica en el resultado, sino en el camino elegido. Su secreto no está en la victoria, sino en la forma en la que ha decidido lograrla. Su estilo de juego se nutre de elementos que se entroncan en formas y maneras muy lúdicas y que recuerdan pasiones de patio de colegio, por lo que nos trasladan a elementos básicos. Cuando un chaval elige jugar a baloncesto, lo hace basándose en las posibilidades que te ofrece para pasarlo bien. Correr, botar, saltar, meter canastas o compartir el juego con tus amigos. Evidentemente, el actual Real Madrid ofrece muchas cosas más, pero en su esencia se alimenta de cuestiones primarias con las que cualquier jugador se identifica pues de alguna forma le lleva al terreno de la infancia, a aquellos primeros escarceos con el deporte que eliges para divertirte y que luego, en algunos casos, se puede convertir en su profesión. De esta forma, logra que trabajo y diversión se unifiquen amplificando talentos y multiplicando potenciales, pues auna al adulto responsable con el niño libre, juguetón y creativo desde la libertad que le otorga su nula preocupación sobre reflexiones, temores o miedos que como adultos nos limitan. 

Juegan como hombres, pero lo disfrutan como niños. No me extraña el alborozo de su hinchada (y de cualquier amante de este deporte). ¿Quién se puede resistir al embrujo de unos chavales pasándoselo tan bien?

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(Tempranas) Impresiones NBA

Por: Juanma Iturriaga

05 nov 2013

La temporada pasada, durante un partido televisado de la Liga Endesa, me aventuré a declarar que creía que ante el mal momento del Barcelona, el Bilbao Basket, en aquel momento en racha, llegaría a la Copa del Rey en la segunda posición de la tabla clasificatoria después de un Madrid que no perdía un partido. En menos que canta un gallo y se escriben 140 caracteres, recibí un tweet de un aficionado del Valencia Basket que decía más o menos que mi pronóstico se basaba (además de por las lógicas simpatías que tenía hacia mis paisanos, como si eso les fuese a hacer ganar partidos) por mi incuestionable manía a su equipo, otro de los que por aquel entonces emitían buenas vibraciones. Evidentemente no tengo ninguna inquina hacia el equipo valenciano (ni hacia ningún equipo) y el único motivo de aquella predicción era mi gusto por aventurar, por elucubrar sobre un futuro siempre incierto y expuesto a tantas variables que resulta impredecible, lo que le hace atractivo para sacar la bola de cristal.  Desconozco mi porcentaje de aciertos (este en concreto fue todo un desastre, pues a partir de aquella predicción el Bilbao Basket comenzó a perder partidos) y la verdad es que me da igual, voy a seguir haciéndolo. Sin ir más lejos hoy mismo. Asunto: nuestros seis emigrantes en la NBA. Sí, ya sé que sólo llevamos una semana de competición y cuatro partidos como mucho, pero lo fácil sería esperar a que las cosas ocurran para justificarlas con argumentos. Para eso ya están los expertos económicos y políticos que llevan años explicándonos muy bien el pasado pero que no han dado ni una cuando han tenido que adelantar el futuro.

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Empecemos por el más veterano. Pau. Mi bola de cristal se llena de nubes con sólo ver esa camiseta amarilla. Pensar en estos Lakers invita al bajón moral, que tampoco mejora mucho incluso con Kobe Bryant recuperado. No veo presente y mucho menos futuro, por lo que algo tendrán que hacer si no quieren pasar una larga travesía del desierto descorazonadora para los millones de seguidores de una franquicia a la que cuesta reconocer. ¿Se tendrán que apuntar en unos meses al tan de moda tanking (perder muchos partidos para pillar una estrella en el Draft 2014)? No les veo ganando ni 35 partidos. ¿Y E.T? Pues ya dije hace dos años que lo mejor que le podía pasar a Pau hubiese sido el haber sido traspasado, pero ahí sigue, aguantando a D´Antoni, que sigue demostrando no ser muy fan, intentando recuperar su cuerpo y su juego para rebatir a los que piensan que los mejores tiempos ya pasaron. Como la fuerza de la manada es el lobo y la del lobo la manada, pues en este caso ni la manada ni el lobo van a salir bien parados. Creo.

 

Hablando de lobos, sale el sol en mi bola de cristal cuando se trata de Ricky Rubio y sus Wolves, ahora mismo el equipo que despierta mi mayor atención. En su tercera temporada con Ricky en sus filas, los de Minnesota tienen por fin a todo el equipo sano, se han reforzado mucho y bien con Kevin Martin, Pekovic dio un salto de gigante el año pasado y Love ha empezado como un tiro.  A mí me huelen a playoff, con RR yendo de doble-doble en doble-doble (con algún triple doble en el camino) copando como ya lo hace los resúmenes de sus partidos. ¿All Star? Con Chris Paul, Tony Parker y Westbrook la cosa está complicada pero en este tema se tienen en cuenta otras cosas además del juego, en las que Ricky tiene enorme impacto. Al gran cartel que tiene Ricky en la NBA sólo le falta que su equipo carbure y gane más que pierda para que le tengan en cuenta. Eso sí, la salud es lo importante, y más para este equipo algo corto de profundidad de banquillo. Si al final va a resultar que Minnesota fue un gran destino para RR. 

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Hablando del Oeste, de bases y de all stars, el domingo reapareció por sorpresa Russell Westbrook. Si un extraterrestre hubiese llegado ese mismo día a Oklahoma a ver el partido y no supiese nada, no podría ni imaginar que ese tipo que hizo 21 puntos y corrió la banda con su explosividad habitual llevaba lesionado desde Abril. ¡Que bárbaro!. Y ya que estamos en Oklahoma, vamos a ver que me enseña la bola con respecto a Sergi Ibaka. Ummm, difícil papeleta la de Sergi. Sus números y jerarquía no ha dejado de crecer hasta convertirlo en la tercera opción del equipo, pero ya se sabe, cada vez la exigencia es mayor. Estamos ya en la sexta temporada del duo Durant/Westbrook, por lo que una vez cubiertas las etapas necesarias (final perdida incluida) los Thunders necesitan el anillo ya, y sospecho que la evaluación de Ibaka irá condicionada por esta circunstancia. Quizás para lograrlo necesitan un nuevo salto de calidad de Sergi y no las tengo todas conmigo que se pueda producir esta temporada. Llamadme agorero, pero esto es lo que sale en mi bola.

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¿Y Marc? Mei wenti que dicen los chinos. No hay problema. Aunque el ahora líder de nuestra armada también tiene una tarea complicada. Su temporada pasada rozó la perfección, con la final de conferencia, su presencia en el partido de las estrellas y el galardón al defensor del año. ¿Se puede mejorar esto? Pues difícil, pero estamos hablando de un jugador en plena madurez del que se puede esperar todavía evolución. Como le ocurre a Ibaka, la exigencia es tanto individual  como colectiva, y tengo la impresión que estos Grizzlies tocaron techo el pasado curso. Su juego interior sigue siendo poderoso, pero sospecho que les falta una estrella más en su zona exterior para poder aspirar al máximo. Pero no me cabe duda que los números de Marc le acompañarán. ¿Volverá a jugar el partido de las estrellas? Creo que sí, aunque siendo extranjero y al no jugar en un mercado potente, dependerá del record del equipo allá por el mes de enero.

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Tampoco albergo grandes inquietudes sobre el devenir de Jose Manuel Calderón, por primera vez en su carrera formando parte de un equipo con solera. Jose terminará haciéndose con los mandos del equipo y su trabajo va a tener más focos encima que los que tuvo en Toronto o Detroit. Entiendo que superarán el 50% de victorias lo que les asegura puesto de playoffs aunque no les veo mucho más lejos. Eso sí, sería de justicia que Calde brillase y en un lugar más soleado (en el más amplio sentido de la palabra) su reconocimiento fuese mayor.

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Termino con Víctor Claver, en su segundo año de aventura. Esto si que huele a chamusquina. Tres partidos, un minuto de juego. Quedan 79, pero los primeros indicios son desalentadores. Portland parece seguir siendo una franquicia maldita para los jugadores españoles y Víctor ha de hacer un acopio de paciencia casi infinita. Pero disto de ser optimista, aunque ojalá me equivoque.

Total, seis jugadores, seis futuros componentes de la selección española que intentará ser campeona del mundo el próximo verano. Mi bola de cristal no derrocha buen rollo, la verdad, pero bueno, no dejan de ser los primeros aromas de una temporada todavía en pañales. Estaremos atentos para saber si “el que tiene boca se equivoca” o si en unos meses me puedo permitir el irritante “ya sabía yo que esto iba a pasar”.  

 

Sobre el blog

El palomerismo es toda una filosofía de vida que se basa, como la termodinámica, en tres principios. El de la eficiencia: “Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento”. El del aprovechamiento. “Si alguien quiere hacer tu trabajo, hacerte un regalo o invitarte a comer, dejale”. Y el de la duda: “Desconfía de los que no dudan. La certeza es el principio de la tiranía”. A partir de ahí, a divertirse, que la seriedad es algo que ahora mismo, no nos podemos permitir.

Sobre el autor

Juanma López Iturriaga

Básicamente me considero un impostor. Engañé durante 14 años haciendo creer que era un buen jugador de baloncesto y llevo más de 30 años logrando que este periódico piense que merece la pena que escriba sobre lo que me dé la gana. Canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones varias se cuentan entre mis víctimas, he logrado convencer a muchos lectores para que comprasen mis libros y a un montón de empresas que me llaman para impartir conferencias. Sé que algún día me descubrirán, pero mientras tanto, ¡que siga la fiesta!

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