Me gusta la Navidad. Incluso cuando el paso de los años hace difícil de evita la carga nostálgica que lleva consigo, la añoranza de tiempos pasados o la tristeza ante la ausencia de seres queridos. Me puede hasta resultar entrañable este intento colectivo de reunión, celebración, buenas intenciones y deseos que trae de la mano un aluvión de comidas y cenas con familia, compañeros, viejos camaradas y demás colectivos en la que nos embarcamos y donde recordamos viejos tiempos y elucubramos sobre los futuros para alegría de restaurantes y demás establecimientos de ocio. Ahora bien, compruebo año tras año que el alargamiento progresivo de la época navideña actúa en mi contra. Me explico. Hasta hace bien poco, la Navidad comenzaba con el sorteo del Gordo y terminaba la mañana de Reyes. Un par de semanitas. Pero la cosa se ha ido ampliando y el pistoletazo de salida (o las luces del Corte Ingles, que viene a ser lo mismo) se ha ido adelantando progresivamente hasta conquistar primero el Puente de la Constitución (el de la Inmaculada para los creyentes) hasta darte de bruces en la actualidad con llamamientos navideños por parte de centros comerciales o iluminaciones callejeras en pleno Noviembre, a más de un mes de distancia del anterior inicio. Consecuencia. Cuando llega el momento cumbre, yo ya estoy hasta la maza de la Navidad, aunque ni siquiera haya dado comienzo en su parte sustancial.
Algo parecido me ocurre con el asunto del Balón de Oro futbolero, que para mí se ha convertido ya en el Tostón de Oro. Me gusta el fútbol y la elección del mejor futbolista, sin llegarme a parecer un asunto capital, podría atraer mi atención y curiosidad. Pero compruebo, como me ocurre con la Navidad, que cuando llega el momento de conocer los resultados de la votación, mi hartazgo es tal que deja de interesarme. El debate y la discusión sobre méritos y deméritos de los candidatos es tan largo, tan ruidoso, acapara tantas portadas, declaraciones y enfrentamientos que sobrepasa con creces mi aguante. Queda más de un mes para la resolución y ya no puedo más.
La competencia entre Messi y Ronaldo no ha hecho sino acrecentar mi cansancio. No tengo nada contra ninguno de ellos. Todo lo contrario, me siento afortunado de poder disfrutar de dos jugadores geniales cuya rivalidad, como ha ocurrido en otros deportes y otros deportistas, les ha llevado a retroalimentarse hasta llevarles al límite de sus capacidades, cosa que igual no hubiese ocurrido si no hubiesen coincidido en el tiempo y en equipos rivales. Pero el que uno sea del Barcelona y otro del Real Madrid esta suponiendo un nuevo capítulo del eterno enfrentamiento entre estos dos clubes, sus componentes, directivos, aficiones y deportistas afines. A pesar de haber sido afortunado al fomar parte de uno de ellos durante una etapa crucial de mi vida, mi interes por lo que excede de los límites del terreno de juego no alcanza a soportar la catarata de asuntos, muchos de ellos intrascendentes, que rodea su rivalidad. Como por ejemplo muchas de las derivadas con las que se trata la simple elección de un galardón anual.
Como si no tuviésemos suficiente con el apabullante dominio de la escena de todo lo que tiene que ver con ellos y su lucha por los títulos, cada año por estas fechas se abre otro frente donde cada uno defiende lo suyo. Durante días y días asistimos al desfile de declaraciones partidistas, donde en la mayoría de los análisis prevalecen los colores por encima de los razonamientos, lo que los hace aún más cansinos. Pase lo que pase o haya pasado, se será casi imposible (algún caso raro ha habido) que un jugador del Barcelona deje de pedir el voto para Messi, de la misma manera que ningún jugador del Madrid lo hará con Cristiano, sectarismo extensivo a directivos o representantes del periodismo forofo. Y todo ello alrededor de un premio cuyas premisas son tan difusas como para no saber todavía si se vota al mejor jugador del mundo (que sigo pensando que es Messi) al mejor jugador del año (que opino que es Ronaldo) o al jugador que atesore mejor palmarés en el curso (que en este caso apunta a Ribery). Las bases dicen que es lo segundo, lo que contradice alguna de las últimas elecciones. Un premio tutelado por la FIFA, cuyo presidente, aprendiz del gran gran gran Chiquito de la Calzada, podría competir con el ministro Werth en la propiedad del apodo de Charco Man. Un premio que ha sido ganado por gente como Cannavaro, Owen o Nedved y no por Raúl, Xavi, Iniesta o Casillas, por tirar un poco para casa.
En este ambiente que vivimos, donde a veces sólo parecen existir Real Madrid y Barcelona, Barcelona y Real Madrid, tampoco es de extrañar que todo termine leyéndose en estas claves hasta engullir, entre otras cuestiones, esta del balón de oro de marras. Y tampoco debería llamar la atención, por ejemplo, la perplejidad que causa en algunos que Víctor Valdés haya decidido abandonar el Barça, o Xavi Alonso se plantee dejar Chamartín. ¿Cómo es posible? ¿Dónde van a estar mejor? ¿Están locos? A veces pienso que hay un número significativo de personas que piensan que el universo deportivo se reduce a estos dos clubes y no me extraña las quejas de otros equipos y aficiones.
Total, que entre debates eternos, repetitivos y sectarios y la fagocitación de lo blanco y azulgrana, no me queda otra que borrarme, y como me ocurre con la publicidad en televisión o radio, en cuanto aparezca algo relacionado con el Tostón de Oro, voy a cambiar de canal.