Este país nuestro -o países, pues escuchando el soporífero debate sobre el estado de la nación (¿de qué España habla Rajoy?) parece que en España cohabitan diversos universos- es famoso por lo bien que nos lo pasamos. Extranjeros de todo tipo y pelaje nos visitan por dos razones principales, el tiempo y la cultura del buen vivir que parece que profesamos, a diferencia de otras formas de entender la vida mucho más sosas y aburridas que las nuestras. La siesta, las comidas cuando otros meriendan, las cenas cuando otros duermen, el trabajo como simple necesidad para lo realmente importante que viene después, la marcha, el ambiente callejero o las ganas de cachondeo son al parecer señas de identidad que forman parte de nuestra idiosincrasia, para muchos la envidia del mundo mundial. Supongamos que esto sea cierto, que es mucho suponer, pero supongámoslo. Partamos de la base que nos creemos el anuncio de Campofrío de estas navidades. Estamos puteados, pero como en España no se vive en ningún sitio. Vale. Entonces viene mi pregunta: Si somos así, ¿por qué tenemos tan poco sentido del humor?. ¿Por qué nos gusta tanto rasgarnos las vestiduras a la menor oportunidad? ¿Por qué somos capaces de enfadarnos hasta el punto de hacer una protesta oficial porque unos MUÑECOS dentro de un programa de humor insinúan que nuestros deportistas se dopan? ¿Por qué nos empeñamos en marcar las barreras (eso sí, ajenas) sobre lo que se puede o no se puede hacer comedia o humor?
Daniel Martínez, Carlos Tobalina y José Lorenzo Hernández, lanzadores de peso, realizando el saludo nazi
El domingo Jordi Évole jugueteó con el 23-F y si fuera católico, apostólico o romano, llevaría dos días santiguándome ante las cosas que se han dicho y escrito. Dejemos a un lado los que han aprovechado para pasar factura a un tipo que les saca los colores todos los domingos, y también a esos a los que no les gusta que les gasten una broma (aunque sean los primeros en gastarlas ellos) y que se sintieron engañados porque se lo tragaron casi todo. Centrémonos en los de “eso fue una cosa muy seria que no hay que tomar a broma” que han esgrimido buena parte de los críticos más críticos. Por supuesto que fue una cosa muy seria que puso en peligro una democracia todavía sin madurar, pero lo que olvidan estos analistas tan sesudos es que el humor es una cosa muy seria. Y muy saludable. Y no significa una falta de respeto, ni mucho menos, al menos el humor agudo, inteligente y que no cae en lo grosero, hiriente o de mal gusto. Évole se monta una película que es un engaño (más que un engaño, un juego) con el que podrás estar de acuerdo o no con el planteamiento, la narración o lo que sea, pero este mosqueo de algunos creo que deberían hablarlo con sus psiquiatras. Además hay que reconocer que el Follonero consiguió de sobra los dos objetivos que sospecho tenía en mente. Uno, demostrar que existe una sensación generalizada que quedan muchas cosas que aclarar de aquel golpe de estado, pues de otra forma no hubiésemos tardado ni cinco minutos en descubrir el engaño. Y la otra, mostrar lo vulnerables que somos cuando se junta una intención determinada y un medio tan poderoso como es la televisión. Las dos cosas las sabemos, pero creo que siempre es muy recomendable el recordarlo.
“Cada vez que escucho a Wagner me entran ganas de invadir Polonia”. Esta es una de las frases más geniales que han salido de la mente de Woody Allen. Pero ¡que digo! Ahora que me doy cuenta es una falta de respeto total. Con una guerra que produjo decenas de millones de muertos ¡como se le ocurre hacer ese chiste!. Y qué decir de La Vaquilla, una de las películas más celebradas del cine español. ¡Herejía! Berlanga se tomó a chirigota una guerra sangrienta, terrible.
Puestos a demonizar, sancionemos duramente a los atletas que se sacaron una foto haciendo el ganso en una fiesta donde imitaron a Hitler a propósito de los bigotillos que se habían dejado. Tratémosles igual que si lo hubiesen hecho en serio, convencidos y reivindicando unas ideas que no tienen, pues qué mas da que se entienda a la perfección el momento y el motivo y se vea a la legua que no es más que una broma. Eso es lo de menos. No entremos en contexto e intenciones. Llamémosles fascistas, algo que se ha puesto muy de moda, y carguémosles todo el peso de la historia. Insultémosles a saco en Twitter, territorio ideal para el escarnio, que se lo merecen. Y así la próxima vez sabrán que hay cosas muy serias sobre las que no se pueden hacer ni una broma. Salvo que seas Charles Chaplin. Entonces sí.
Como diría Forges, país.