Algo muy gordo está pasando en el universo baloncestístico. Más concretamente en Oakland, donde un tipo llamado Stephen Curry está transformando este deporte. Su forma de entender el baloncesto, su endemoniada capacidad de hacer daño en espacios y rangos nunca vistos hasta ahora y el estilo con el que, en unión de sus compañeros, tiraniza en la actualidad la NBA, está causando un autentico terremoto de consecuencias todavía por evaluar en su totalidad. Hay que irse bastante atrás en el tiempo para encontrar otro tipo normal con un físico nada llamativo que haya sido capaz de dominar la liga y resultar indetectable para los portentos que habitan esa competición. Hasta su explosión la temporada pasada, los últimos grandes/grandes de la liga eran físicos sobresalientes, con músculos de acero o muelles en los pies. Curry parece frágil, hasta el punto que ante cualquier choque, temes por él. Hasta ahora, la zona de producción de las estrellas estaban más o menos focalizadas en determinados lugares de la pista o situaciones de juego. Unos te mataban tirando de cerca o de lejos, otros entrando, otros abusando de su altura o músculo.
Pero nadie había sido capaz de sembrar el pánico que provoca Don Stephen esté donde esté, cerca o lejos, tirando, botando, pasando o entrando a canasta. Y cuando dijo lejos, digo muy lejos, casi en cuanto pasa el medio campo. Hay un detalle significativo en la jugada final de su estratosférico partido ante Oklahoma. Si te fijas bien en las imágenes, en cuanto pasa la línea de media pista, se ve en la zona del banquillo local que un espectador y otro del staff técnico de los Thunder se levantan y quieren lanzar un aviso. “Echaros encima, no esperéis”. El defensor de Curry tarda un segundo en darse cuenta. Era normal, estaba a más de diez metros del aro. Craso error. Como si de un tiro habitual se tratase, Curry se levantó y agrandó su leyenda.
Pero no estamos hablando solo de un jugador de los que salen uno cada varias décadas. Rodeándole hay una serie de acompañantes que han puesto en solfa muchas teorías. La primera, eso de que lo fundamental es la defensa. Los Warriors te meten 120 puntos en un día normalito, y 105 en uno malo. Es decir, que o bien te lo montas para poder jugar a más de 100 o lo tienes claro. Otra cuestión, la velocidad. Lo vimos ya en la final del año pasado ante Cleveland, que se vio obligado en muchos momentos a prescindir de su cinco, incapaz de seguir la velocidad del small team que planteaba una y otra vez los Warriors. La solución pasa por poder soportar ese ritmo y a la vez, meter mucho. Así se está viendo como algunos equipos están variando su estilo, sobre todo si su objetivo se cifra en poder luchar por el campeonato.
Mientras el resto de los equipos buscan y rastrean la forma de pararles, Curry y los Warriors persiguen la gloria de poder superar el record de los Bulls de 72-10. Hay un detalle que no debería pasar desapercibido. Chicago logró esta hazaña en la temporada 95-96, el año de la vuelta de Jordan después de casi tres años de retiro. MJ había regresado a falta de pocos meses del final de la temporada anterior, donde terminó siendo eliminado en playoffs por un Orlando liderado por Shaquille O´Neal. Quiero decir que el hambre de Jordan y sus compañeros, las ganas de reivindicación y vuelta a la cumbre les empujó durante todo el año. Los Warriors, en cambio, están en esta apasionante aventura después de coronarse campeones el curso pasado, lo que tiene aún más mérito, pues se supone que los anillos aplacan algo el hambre y hacen a los equipos más calculadores. Nada de eso se atisba en la bahía de Oakland. Ante algunas voces que alertan de que el esfuerzo no merece la pena y puede pasar factura allá por el mes de Junio, Curry y compañía siguen en sus trece, y encima parece que lo disfrutan sin importarles las posibles consecuencias. Además, ¿que resulta más atractivo, un anillo más o lograr algo que NUNCA se ha conseguido?
A día de hoy, su récord de 53-5 y el hecho de que 17 de los 24 partidos que les restan los disputarán en su cancha (donde llevan una eternidad sin perder) hace pensar que tiene el récord a tiro. Pero más allá de que lo consigan o no, el reinado individual de Curry y el colectivo de su equipo es algo de lo que no podemos sino congratularnos. Verles jugar es toda una delicia y el hecho de que estén haciendo tambalearse algunos de los axiomas existentes hasta ahora es un motivo más para compartir, aunque sea desde la distancia y a través de la televisión, de un recorrido que tardaremos en olvidar. Por eso y por muchas cosas más, larga vida a Don Stephen.
Postdata. La semana pasada me planteaba tres dudas existenciales. Pues bien, parece ser que la primera ha quedado contestada y de la Felizidane ya hemos pasado a la Pesadillane. Pasan los años y la trituradora de entrenadores en Concha Espina sigue encendida y a pleno rendimiento.