El Palomero

Apasionante Euroliga

Por: Juanma Iturriaga

31 mar 2016

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Aplastados por las toneladas de información alrededor del clásico futbolístico (un buen porcentaje, desechable, salvo que seas un forofo que tienes la cubertería con el escudo y los edredones con una funda con los colores de tu equipo), el resto del universo deportivo ocupa un lugar secundario hasta que la ola pase. No tiene vuelta de hoja y ocurre cada vez que se va a producir un nuevo choque de trenes, llegue a la velocidad que llegue cada uno de ellos. Pero eso no significa que no existan otros asuntos que merezcan atención. Como la Euroliga, por ejemplo, que a partir de esta tarde noche se apresta a vivir dos últimas jornadas apasionantes.

Vive tiempos revueltos el baloncesto europeo, que no termina de cuadrar una buena convivencia entre lo nacional y lo continental, entre los ricos y los que no lo son, entre la FIBA y la Euroliga, entre calendarios que cada año se pisan más. Se anuncian más novedades futuras. La Euroliga reduce equipos y se convierte en una liga con 30 partidos, es más que probable que se produzca una escisión que doble torneos y a partir del curso que viene habrá partidos de selecciones en plena temporada de clubes. Para el aficionado, todo esto es un guirigay que desde luego no ayuda al seguimiento y entendimiento de las diversas competiciones que se superponen. Por no hablar de la sobrecarga de partidos a la que se somete a los jugadores.

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Pero dejando el futuro a un lado, el presente nos está brindando una segunda fase de la Euroliga apasionante. Ahí está el llamado grupo de la muerte, que a falta de dos jornadas, muestra una clasificación endiablada, con dos equipos con ventaja como CSKA y Laboral Kutxa (8-4 ambos) y hasta otros cinco (Real Madrid, Barcelona, Khimki, Olympiacos y el sorprendente Brosse alemán) con 6-6 y jugándoselo todo en dos partidos. Dentro de unas horas Khimki y Olympiacos abrirán fuego, luego le toca el turno al Barcelona y Brosse, y mañana Laboral Kutxa y Real Madrid comparecerán en el Buesa Arena en uno de esos partidos con mayúsculas que valen media temporada. Es tal el enredo, que el quinteto apiñado en el segundo vagón no sólo deberá ocuparse de sus propios asuntos, sino que también deberán mirar hacia otros lados, pues su futuro no sólo se dirime en sus compromisos, sino en el resto de los campos.

De nuestros tres representantes, las cuentas más claras las tiene el Laboral Kutxa del renacido Bourousis, el supuesto tercero en discordia, pero el que mejor ha navegado en esta travesía, cumpliendo las más importantes premisas. Fuerte en casa, donde sólo ha perdido un partido, y competitivo fuera, tanto que fue capaz de encadenar un doblete en Barcelona y Madrid que le ha colocado a una sola victoria (podría incluso hacerlo sin ganar ninguno) no sólo de la clasificación, sino de la ventaja de campo en cuartos. Pero subir el último peldaño no le va a resultar fácil. Tiene al Madrid primero y luego viajará a Alemania, un campo donde han salido escaldados algunos de los más ilustres como el Barca, CSKA, Khimki u Olympiacos.

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En orden inverso de dificultad, el Barcelona es el siguiente. Sólido en casa, donde sólo naufragó frente al Laboral, fuera del Palau ha ido de revés en revés, y sólo el tiro de Doellman en el Palacio posibilitó su única victoria en campo ajeno que le mantiene con vida. Le queda el Brosse hoy en casa y cerrará el Top 16 en Kaunas frente al Zalguiris, el único equipo fuera de la carrera desde hace semanas. No se ha ganado la fiabilidad, pero, de todos, es el que tiene aparentemente el calendario más accesible y su basket average con Real Madrid, Olympiacos y Khimki es favorable. Yo le veo dentro.

Y por último está el Real Madrid, indescifrable, impredecible, inescrutable. Su temporada es todo un ejercicio de supervivencia al límite, donde solo estando entre la espada y la pared ha sido capaz de dar lo mejor de sí mismo. Su recorrido ha sido errático, siempre al filo de la navaja, pero habiendo salvado ya unos cuantos match balls, quien dice que no lo hará otra vez. Los más pesimistas, en cambio, abogan por lo del “tanto va el cántaro a la fuente”…. El panorama es tremendamente complejo, pues no depende de sí mismo, o sea, que podría verse fuera incluso ganando los dos partidos, pero también existe la posibilidad de que le sea suficiente con ganar uno. Vitoria y Khimki en Madrid es lo que le queda. Como decía mi abuelo, no era nada lo del ojo y lo tenía en la mano. 

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Total, que mucho clásico, mucho clásico, pero nos esperan antes dos días de baloncesto a cara de perro, decisivo y cardiaco. Mientras llega el momento de ponerse delante del televisor, he sacado mi bola de cristal, la he limpiado un poco que tenía una buena capa de polvo por no usarla, y he vislumbrado lo que va a pasar. Aquí van mis predicciones.

JORNADA 13 (hoy y mañana)

Khimki gana a Olympiacos. Barcelona gana a Brosse. CSKA gana a Zalguiris. Real Madrid gana en Vitoria a Laboral Kutxa pero no supera el basket average

Con estos resultados y si mis cuentas no fallan el Baskonia sería ya segundo, pues los únicos que podrían llegar a 8 victorias serían Khimki, Barcelona y Real Madrid y con todos tiene ventaja de basket average

JORNADA 14 (jueves y viernes de la semana que viene)

Barcelona gana en Kaunas a Zalguiris. Real Madrid gana a Khimki. Olympiakos gana a CSKA. Laboral se deja llevar y pierde en Alemania frente al Brosse

Clasificación Final

  1. CSKA 9-5
  2. Laboral Kutxa 8-6
  3. Barcelona 8-6
  4. Real Madrid 8-6
  5. Khimki, Brosse y Olympiakos 7-7
  6.  Zaguiris 2-12

Palomero dixit.

 

De Cruyff hasta sus andares

Por: Juanma Iturriaga

28 mar 2016

"Si yo hubiera querido que me entendieras, me hubiera explicado mucho mejor"

Johan Cruyff

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Johan Cruyff fue mi segundo ídolo deportivo, el primero elegido libremente ya que a Iríbar, venerarle siendo de Bilbao venía casi de serie. Las primeras imágenes suyas me llegaron en blanco y negro, lo que no quitaba ni un ápice a su capacidad de seducción. Era alto, delgado, chuleta e inmensamente elegante. Me hice cruyffista casi al instante. Además, los holandeses me parecían el colmo de la modernidad, no sólo futbolística, sobre todo en comparación con nuestro país, al que le sobraba caspa por todos los lados. ¡Si hasta les iban a visitar las mujeres a las concentraciones! Todo un anatema por estos lares. Por Cruyff me llevé uno de los mayores disgustos que recuerdo de mi etapa juvenil. En 1974, año del Mundial de Alemania, yo ya estaba más rendido a la causa holandesa que Cristiano a sus abdominales. Aquel equipo apodado 'la naranja mecánica' me parecía lo más de lo más. Jugaban todos de todo (o eso nos parecía) y cada vez que la cogía Johan, contenías el aliento. Fueron demoliendo uno por uno a todos hasta que llegó la final. En Munich y ante Alemania. La fantasía frente al pensamiento geométrico. La libertad frente al orden. El talento frente al músculo.

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A la primera que cogió Cruyff, en el minuto 1, se fue de uno y de otro hasta que le cazaron y pitaron penalti. Qué subidón. Marcó Neskeens, pero poco a poco Holanda fue perdiendo fuelle hasta que Muller, la antítesis estética de Cruyff, metió un gol marca de la casa que les dio el título. ¡Joder, qué decepción me llevé! Creo que me duró meses. Pero bueno, se me terminó pasando, ya que para compensar, Cruyff jugaba ya en España, o sea, que le podía disfrutar todas las semanas.

Para entonces yo ya me había olvidado de lo de meter goles en San Mames y optado por abusar de mi 1,82 con doce años. Si bien al principio jugaba con el 13, en cuanto pude me lo cambié por el 14. Igual es un poco raro lo de elegir un número para jugar a baloncesto por un futbolista, pero así fue como pasó. Mantuve mi seguimiento hasta el final de su carrera deportiva, y a pesar de que no fue muy lucida, ocurrió en una etapa algo contestaria de mi vida, por lo que hasta en eso, Johan era un referente (incluso cuando tomaba decisiones discutibles). Entonces se hizo entrenador, años después aterrizó en Barcelona, y cambió mi forma de ver el deporte.

Hasta ese momento, yo era más de colores que de estilos. Del rojiblanco del Athletic, religión casi obligatoria si naces a orillas del Nervión, del blanco del Madrid o del amarillo de los Lakers. Me daba igual todo, yo lo que quería era que ganaran, y al diablo cómo lo consiguiesen. Johan Cruyff y su Dream Team logró que comenzase a dejar de mirar el color de la camiseta o su escudo, y me dejase llevar por el juego. Y aunque fuese en un club al que había casi odiado y con el que había competido ferozmente durante doce años, terminé rendido al espectáculo futbolístico que suponía ver a Guardiola, Laudrup, Romario, etc.

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Desde entonces me gusta más el fútbol que los colores, el buen juego que el ganar como sea. Dejó de valerme el soportar un estilo rácano o resultadista, aunque fuese efectivo. Sigo queriendo que ganen los rojiblancos o los blancos, pero no me compensa que me den la turrada durante el año para luego el mes de mayo levantar un trofeo. Y por supuesto, cualquiera que sea capaz de seducirme, sea individual o colectivamente, cuenta con mi adhesión, se llame como se llame y juegue donde juegue. Y no solo me refiero al fútbol, sino a cualquier deporte. O me haces disfrutar, o no cuentes conmigo.

Mi agradecimiento podría ir más allá. Los éxitos de la selección, por ejemplo, o el que en nuestros campos ahora el balón pase más tiempo en el césped que en el aire. En fin, que mi 14 favorito se ha ido tan elegantemente como vivió. Y da penita. Genial, conflictivo, seductor, contradictorio, iluminado, egocéntrico, visionario… Seguramente hay mil adjetivos (y no todos positivos) que le encajan. Yo me quedo con todos, los buenos y los malos, ya que desde que le ví por primera vez, delgado y eléctrico, corriendo y parándose, mandando a medio mundo y peleándose con el otro medio, a mí de Johan Cruyff, me han gustado hasta sus andares

 

Cómo jugaba la criatura......

Sentirse un refugiado (durante unas horas)

Por: Juanma Iturriaga

23 mar 2016

Ya en casa, intento asimilar todo lo ocurrido. No es fácil, pues lo inesperado necesita un tiempo de digestión. Salí de Madrid convencido que mi viaje a Liberia me removería, pues el contacto con realidades tan dramáticas como las que viven cientos de miles de niños por esos lares es imposible que te dejen indiferente. Una vez cumplidos con los objetivos principales del viaje como observar, compartir y recabar información para luego intentar movilizar las máximas conciencias posibles en busca de ayuda, me dispuse a volver a casa sin saber que me esperaba una experiencia difícilmente olvidable como la de ser testigo directo del brutal atentado de Bruselas.

 

De entrada, mientras todo ocurría, mi mente me recordaba regularmente que yo no tenía que haber estado en ese aeropuerto y a esa hora. A las ocho y pico de la mañana, cuando estallaron los dos asesinos y se llevaron por delante unas cuantas vidas, yo tenía que haber estado en mi casa durmiendo tranquilamente si mi vuelo de vuelta desde Monrovia no se hubiese retrasado 24 horas. E inevitablemente me pregunto si algunas de las víctimas de estos atentados quizás tampoco tenían que estar allí, si su presencia fue producto de la casualidad, de una decisión de última hora, de un cumulo de circunstancias no previstas que terminan colocándoles en el peor momento en el peor lugar posible Si la mala suerte que tuvieron fue doble. Por estar y por no haber tenido que estar.

Pero dejando a un lado un pensamiento digamos circunstancial, lo que quería compartir es otra reflexión. Yo había llegado al aeropuerto procedente de Liberia a las seis de la mañana. El vuelo a Madrid era a las nueve y media, lo que hizo que me tirase en la silla más cómoda que encontré para cerrar un poco los ojos y sumar algo de descanso a las dos horas escasas que había podido dormir en el avión. Medio en sueños, empecé a escuchar un murmullo que terminó clarificándose un un “run, run”, “corre, corre” que en primer instancia no supe ni de quien ni de donde venía. Me levanté rápidamente, y junto a mi mujer y el resto del equipo de UNICEF comenzamos a movernos cada vez con mayor celeridad en la dirección en la que corrían los demás, en dirección a las puertas de embarque más alejadas de la zona central del aeropuerto.

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 No habíamos oído las explosiones, por lo que resultaba complicado el saber de qué nos alejábamos. Yo miraba de vez en cuando hacia atrás, y reconozco que se me pasó por la cabeza que de repente apareciesen unos tipos con unas metralletas dispuestos a llevarse lo que fuese por delante. Como llegamos al final del largo pasillo, hubo que pararse. Éramos unos cientos de pasajeros que nos mirábamos entre nosotros esperando que alguien supiese algo. El personal del aeropuerto que había por allí también estaba sumido en el desconcierto y la megafonía muda.

Al cabo de unos minutos, sonó por los altavoces “evacuation evacuation”. Nos empezamos a mover en dirección contraria a la que nos había llevado hasta allí y al poco de ponernos en marcha y otra vez por los altavoces nos informaron que los que estuviésemos en aquella zona del aeropuerto nos mantuviésemos allí. Ahí fue donde lo sentí por primera vez. Asustado por la sensación de peligro que vivía, desconcertado al no tener información y no saber por donde ir, en medio de una cierta marabunta de seres humanos con miradas temerosas, por primera vez pude experimentar, aunque fuese mínimamente y estableciendo todas las distancias que merece, lo que debe sentir un refugiado.

Durante mi estancia en Africa, he conocido un grupo de personas, empezando por Alicia y Leticia, mis inseparables compañeras de UNICEF, que dedican su vida a ayudar a los más desfavorecidos. Gente que tiene que lidiar con las peores realidades posibles y a los que no les entra en la cabeza decisiones como la reciente de la Unión Europea con respecto a los refugiados. Gente que sabe perfectamente que este tipo de medidas resultan tan ineficaces como inhumanas. Gente que tienen muy superados los conceptos locales, los intereses partidistas, la idea de que los muros son una buena solución. Curiosamente, o no tanto, en aquel momento la imagen mil veces vista por televisión nos vino a la cabeza casi al unísono. De repente, aquellos cientos de personas vivíamos momentáneamente una situación parecida.

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 Finalmente volvimos a recibir otra indicación de desalojo. Nos sacaron a las pistas de despegue y aterrizaje, donde los cientos de personas nos convertimos en dos o tres mil, que cfuimos trasladados a una zona supuestamente segura, una de las áreas de carga del aeropuerto. Allí, mientras esperamos por espacio de casi dos horas, nos dieron agua y alguna manta, pues el viento frio soplaba con cierta intensidad.

Llegaron unos autobuses, que no daban abasto ante el gran número de personas que estábamos allí, por lo que se decidió que saliésemos del aeropuerto andando hasta un polideportivo cercano donde se montó un operativo de primeras ayudas. A partir de allí, algunos tuvimos la fortuna de conseguir formas de salir de allí. En nuestro caso y gracias a un amigo que vive en Bruselas, nos fuimos en coche hasta Lille (Francia) donde cogimos un tren hasta Paris y de allí un avión hasta Madrid. Supongo que muchos se tuvieron que quedar y dado que el aeropuerto de Bruselas sigue cerrado, es muy probable que todavía se encuentren en la capital belga.

A los que han decidido que la expulsión masiva de refugiados es la mejor de las soluciones, yo les diría que lo que quieren hacer es como si a todos los que estábamos en aquella zona de carga del aeropuerto, en lugar de sacarnos, en lugar de alejarnos del peligro, nos hubiesen vuelto a meter en la terminal, para luego cerrar las puertas a cal y canto, aun sabiendo que dentro del aeropuerto permanecían unos cuantos terroristas. Eso, ni más ni menos, es lo que pretenden hacer.

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Por eso, les invito modestamente a reflexionar. A ponerse en una situación donde corre peligro su vida. A colocarse en ese aeropuerto oyendo explosiones y ver qué pensarían si detrás de esas cristaleras hubiese un mundo donde no se les presta ayuda. Donde se les mira a través de los cristales pero con las puertas de posible huida bien cerradas. ¿Qué les pasaría por la cabeza entonces?

Dicen que los atentados perpetrados en Bruselas complican aún más el futuro de los cientos de miles de refugiados, pues potenciaran los razonamientos de aquellos que piensan, entre otras majaderías, que nuestra solidaridad puede abrir brechas en nuestra seguridad. Precisamente debería ser lo contrario. El habernos convertido otra vez en víctimas de la barbarie lo que debería aumentar es nuestro entendimiento del sufrimiento de esas personas a los que pretendemos alejar como si fuesen apestados. No sé donde está la solución a lo que estamos viviendo, pero sí que no se encuentra en barreras o deportaciones. Cuanto antes nos demos cuenta, será mejor.

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Imagenes cedidas ©Ruth Peche

Hasta en Liberia

Por: Juanma Iturriaga

21 mar 2016

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Os pongo en situación. Estoy en Liberia. Aunque seguro que vuestro conocimiento sobre este país es exhaustivo (como lo era el mío hasta hace mes y medio) por si acaso suelto algunos datos. Se encuentra en la zona oeste de África, entre Sierra Leona y Costa de Marfil si sigues la costa hacia el sur. Liberia es uno de los países más pobres del mundo (anda por el 170 en la clasificación mundial) o sea que estamos hablando de pobreza extrema. No cuenta con recursos naturales llamativos, tampoco es importante geopolíticamente y a una guerra civil que duró 14 años y desangró el país a finales del siglo XX, se le ha unido la crisis del Ébola de 2014. Ni siquiera son muchos, poco más de cuatro millones, que esto en momentos complicados puede conseguir llamar la atención.

De Liberia recibimos pocas noticias durante su larga guerra (fue de 1989 a 2003) y alguna más en la, como dicen ellos, Ebola situation. ¿Y que hago yo aquí? Pues me he venido con UNICEF para ver su trabajo y luego volver a España y convencer a todo el que pueda de que hay una buena forma de echar una mano a una población infantil como la liberiana, que tiene que lidiar con circunstancias adversas de todo tipo. Desnutrición aguda, salud y condiciones higiénicas precarias, violencia y todas las penalidades que te puedes imaginar. ¿Cómo? Pues legando parte de la herencia.

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Pero esto es un blog de deporte (casi siempre) y de lo que yo quiero hablar es de otra cosa. (Bueno, que si quieres saber algo más de lo del testamento, os animo a visitar esta página de UNICEF). Durante los días que llevo aquí he visto la miseria en su diferentes expresiones. He hablando con hombres, mujeres y niños que o bien las están pasando canutas o están dando su tiempo y su vida para que otros dejen de estarlo. He visto hacinamiento en dosis difícilmente tolerables, niños desnutridos, madres desesperadas, adolescentes maltratadas, comunidades estigmatizadas por el simple hecho de haber padecido el azote del Ebola. En un primer contacto, me han mirado, sobre todo los niños, como un bicho raro. No me extraña. Soy blanco, alto (altísimo para los estándares liberianos) y con barba de Papá Noel, lo que ha provocado que algún niño se haya echado a llorar al acercarme.

Yo me presentaba, decía que me llamaba Juan y que venía de España. Si nosotros tenemos dificultades para ubicar correctamente a Liberia en el mapa, imaginaos el conocimiento que tienen de España. Eso sí, tardé muy poco en descubrir la mejor forma de que perdiesen toda prevención hacia mi persona. Sólo tenía que hacer una pregunta: ¿De qué equipo eres, del Madrid o del Barcelona?

Así es, queridos lectores. Donde no llegan las ayudas suficientes, donde campan desastres de todo tipo, donde la esperanza de tener una vida mínimamente digna es remota, donde los televisores son habas contadas, en mitad de una calle o sentados a la solanera, de forma educada o a grito pelado, se discute sobre el Madrid y el Barcelona, sobre Messi y Ronaldo, como si estuviésemos en un bar de nuestro país. Y sin tener que ser muy observador, te vas dando cuenta que un buen número de gente lleva camisetas blancas o blaugranas, la mayoría desgastadas hasta casi la desintegración después de no quitársela seguramente en meses. O te das de bruces paredes de cemento o adobo de casas (bueno, casi casas) decoradas con un enorme escudo de uno de los dos equipos y donde vive gente apiñada como sardinas en lata.

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Ante tamaña demostración de alcance e implantación del fútbol en el mundo actual, dos pensamientos contradictorios me vienen a la cabeza. Uno, positivo. Los sueños son necesarios, más en lugares como este y sobre todo a edades tempranas. El fútbol tiene una capacidad de ensoñación inigualable, solo necesita un balón (o algo que se le parezca) y cuatro piedras para montar un partido y como juego que es, resulta muy beneficioso para generar disfrute, establecer relaciones y complicidades y también aliviar penas. Cualquier niño, y siendo de países como Liberia más si cabe, tiene todo el derecho del mundo para al menos durante unos minutos u horas, abandonar su complicada realidad y sentirse una gran estrella del balón.

Pero por otro lado, me molesta un poco la, para mi gusto, excesiva relevancia adquirida en los últimos tiempos por el fútbol. Me inquieta que los grandes clubes sean venerados hasta extremos insospechados, que las superestrellas futboleras sean los Beatles del siglo XXI, que los anhelos de los niños estén tan monopolizados por aquellos cuyo gran mérito es saber dar bien a una pelota con el pie. Me pregunto si el fÚtbol es diversión o distracción mas o menos programada sobre otros aspectos de este mundo a los que deberíamos prestar más atención. Si todos ellos, los que dirigen y los que juegan, son conscientes de su impacto (no me refiero al económico, que seguro que lo saben y bien que lo contabilizan). Si el modelo que transmiten es recomendable, si el mundo sería un lugar mejor con Ronaldos o Messis como grandes personajes a imitar. En fin, cosas que te pasan por la cabeza mientras intentas digerir todo lo que has visto, todo lo que pasa en un rincón del mundo desolador en demasiados aspectos. Tengan o tengan sustancia mis dudas, las cosas son como son y aunque ya no estaré por aquí el sábado próximo, puedo asegurar que el clásico, aunque esté más descafeinado que nunca, también se jugará en Liberia, y será seguido con gran pasión. 

Eso sí, en algunos lugares, pocos, como en esta escuela que he visitado, tenían dos canastas en buenas condiciones, hasta con redes. Y claro, la cabra tira el monte. Y me puse a jugar un rato con ellos. Aquí les tenéis, mas majos que las pesetas

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Posdata. Si te interesan otras reflexiones sobre mi viaje, te invito a leer lo que he escrito para la web de UNICEF

 

Y Nadal debería decir ¡basta ya!

Por: Juanma Iturriaga

14 mar 2016

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La paciencia tiene un límite, y da la sensación que Rafa Nadal ha llegado al suyo. Las nuevas sospechas vertidas por Roselyne Barchelot, una ex ministra de Sarkozy, parece que han colmado el vaso de su aguante. No es para menos, pues no es la primera vez ni parece que vaya a ser la última. En esta tesitura, y a diferencia de otras ocasiones donde Rafa prefirió no darles importancia, ha decidido levantar la voz.

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Nos encontramos en año olímpico. 5 meses faltan para que podamos disfrutar durante algo más de dos semanas de un atracón deportivo que nos debe dejar tan ahítos como para poder esperar otros cuatro años sin sufrir mono. Como viene siendo costumbre, antes de partir se hablará de posibilidades de medallas. De Londres, el ultimo referente, nos volvimos con diecisiete, once de ellas logradas por nuestras mujeres. El método de medición no es del todo fiable (por poner un ejemplo, en kárate, boxeo o taekwondo se reparten mandobles y medallas a diestro y siniestro, y en baloncesto, tres) pero guste o no, nos guiamos por él. Por eso, y aunque para Río resulte ya imposible de implementar, quiero proponer algún deporte que debería ser incluido cuanto antes en el universo olímpico y en el que seguro, seguro, seríamos claros aspirantes a metales.

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El Madrid de Ayón

Por: Juanma Iturriaga

07 mar 2016

 

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Uno, cuando ve por primera vez la cara de Gustavo Ayón, le viene a la cabeza la película Machete, de Robert Rodríguez. Podría ser, pues Ayón guarda un parecido destacable con Danny Trejo (con unos años menos). Tampoco hubiese llamado la atención que Ayón hubiese aparecido en un capítulo cualquiera de Breaking Bad, impagable serie que narra el descenso a los infiernos de Mr. Heisenberg, alias del inolvidable Walter White, en un escenario fronterizo donde, todo hay que decirlo, la mayoría de los mejicanos que aparecían no ganarían un concurso de belleza, ni mucho menos uno de buenas maneras. Pero hay una cosa que le diferencia de estas referencias cinematográficas o televisivas. Ayón juega a baloncesto y sonríe de vez en cuando.

No es fácil ser pívot en el Real Madrid. Estamos hablando de un equipo donde, desde la llegada de Pablo Laso, la jerarquía está muy definida. La pelota, el control y la decisión está muy localizada en los hombres exteriores. El juego interior parece en muchas ocasiones algo secundario, de inevitable acompañamiento, solución última cuando los pequeños no dan con la tecla. E incluso si llega ese momento, el primero de la lista es Felipe Reyes. En estas circunstancias, no resulta fácil hacerse un hueco y a veces tiene que ver más con el status que con el talento. Ahí está el caso de Bourousis, que el año pasado parecía un jubilado y ahora, con el rol completamente cambiado y convertido en el vértice angular del Laboral Kutxa, se ha convertido en toda una estrella de la liga. En este escenario blanco desembarcó Ayón hace año y medio. Conocía la liga española de sobra, pues fue Fuenlabrada desde donde emigró a Estados Unidos para intentar hacerse un hueco estable en la NBA. No le fue ni bien ni mal sino todo lo contrario, pero supongo que se cansó de ir de un lado a otro, de Nueva Orleans a Orlando, de allí a Milwakee para terminar en Atlanta. O igual buscaba el protagonismo que le faltaba.

El Madrid, después de un curso donde deslumbró con su juego y defraudó en la recolección de títulos, buscaba algo más de colmillo que complementase el aseado e indiscutible talento que poseía. Sus inicios trajeron cierta confusión. Todo indicaba, empezando por su historial, siguiendo por su físico y terminando en su rostro, que Ayón era un jugador de los que prefieres tener a tu lado que enfrente, y no te digo nada si estás en un callejón apartado y escaso de iluminación. Pero comenzaron los partidos y costaba atisbar la fiereza prometida. Se mostraba confuso, algo ofuscado de cara al aro y con una mirada en la que más que fuego se adivinaba cierta melancolía y algo de desconcierto. Al Madrid le costaba arrancar y, en los peores momentos, allá por diciembre-enero, los nuevos fueron señalados. Afortunadamente para el Madrid, el engranaje se completó a tiempo y los títulos fueron cayendo uno a uno hasta completar la temporada perfecta. En todos ellos tuvo Ayón una importancia capital, tanta que en el último, la copa del Rey, fue nombrado MVP. 

 

Ahora bien, lo que no estaba en el guion era que lograse saltarse las jerarquías y, como en los títulos de crédito de una película, las letras de su nombre fuesen tan grandes como las de las primeras figuras. Pero se lo ha ganado a pulso esta temporada, pues un partido tras otro nos regala actuaciones sobresalientes. Da consistencia a un entramado defensivo con tendencia a destensarse, no le hace ascos a correr el campo y su agresividad ofensiva se ha incrementado de forma indiscutible. Las dudas se han convertido en certezas, las incertidumbres en confianzas.

Jugador ya fundamental, quizás su máximo logro sea el haber sido ser capaz de que en el Madrid de Pablo Laso, el Chacho, Llull, Rudy y Felipe, haya espacio también para que se hable del Madrid de Ayón. Eso sí que hace honor a apodos como Titán, Machete o incluso El Galanazo. Sí, han leído bien, El Galanazo. Y es que jugando así, hasta parece más guapo.

Elogio (exagerado) del esfuerzo

Por: Juanma Iturriaga

03 mar 2016

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“No soy el mejor piloto, pero sí el que más trabaja”. Fernando Alonso.

“¿Calambres? Nos toca eso”. Zinedine Zidane.

“Los jugadores se han vaciado, no tengo nada que reprocharles”. Cualquier entrenador.

He de reconocer que cuando escucho unas declaraciones donde el valor que se resalta por encima de otras consideraciones es el esfuerzo, la sudoración, el haber corrido o trabajado a destajo, me pongo a sospechar. Me ocurre desde hace mucho tiempo, quizás desde aquellas frases tan típicas de muchos entrenadores (todavía se pueden escuchar en estos tiempos) que en su rueda de prensa de presentación decían cosas del tipo “lo único que puedo prometer es trabajo”. Y automáticamente pensaba, si solo puedes prometer eso, vamos mal. O quizás mi aversión se originase en aquellas épocas de la raza y la testosterona como nuestro elemento diferenciador nacional, que tanto daño nos hizo hasta que las dejamos a un lado y optamos por potenciar y reivindicar otros caminos.

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Sobre el blog

El palomerismo es toda una filosofía de vida que se basa, como la termodinámica, en tres principios. El de la eficiencia: “Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento”. El del aprovechamiento. “Si alguien quiere hacer tu trabajo, hacerte un regalo o invitarte a comer, dejale”. Y el de la duda: “Desconfía de los que no dudan. La certeza es el principio de la tiranía”. A partir de ahí, a divertirse, que la seriedad es algo que ahora mismo, no nos podemos permitir.

Sobre el autor

Juanma López Iturriaga

Básicamente me considero un impostor. Engañé durante 14 años haciendo creer que era un buen jugador de baloncesto y llevo más de 30 años logrando que este periódico piense que merece la pena que escriba sobre lo que me dé la gana. Canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones varias se cuentan entre mis víctimas, he logrado convencer a muchos lectores para que comprasen mis libros y a un montón de empresas que me llaman para impartir conferencias. Sé que algún día me descubrirán, pero mientras tanto, ¡que siga la fiesta!

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