El deporte no es una ciencia exacta, pues nada te asegura el éxito. Afortunadamente. Puedes hacerlo muy bien y terminar en la lona de la misma manera que en otras ocasiones y con rendimientos menos lucidos, alcanzar tus objetivos. En un momento puntual, la diferencia entre las risas y los llantos puede quedar depositada en un lanzamiento, un balón que escupe el aro, tropieza en un poste o termina besando las redes. Ahora bien, siendo imposible cualquier ecuación que garantice los títulos, también es comprobable que existen algunos caminos por los que las posibilidades de tocar cima se acrecientan.
Para distinguir la casualidad de la consecuencia, la prueba del algodón es la continuidad. A lo largo de la historia ha habido campeones producto de un trabajo bien hecho pero también otros más ocasionales, que basaron sus triunfos en conjunciones planetarias puntuales. Lo difícil no es llegar sino mantenerse, por eso estos últimos aparecieron para seguidamente no saber de ellos en un tiempo. En cambio, los primeros, para los que el triunfo no es un fin sino una consecuencia, suelen llegar para quedarse un rato.
El Madrid es de nuevo campeón de liga y ha completado un lustro, coincidente con la llegada de Pablo Laso al banquillo, donde la cosecha ha sido tal que para encontrar algo parecido en la casa blanca hay que remontarse a cuando Internet era cosa de películas de ciencia ficción. En estos cinco años ha habido de todo. En el primero se empezó a construir el edificio poco a poco. Se intuyeron ideas e intenciones y del pesimismo almacenado en años y años de decepciones se pasó a ver la luz al final del túnel. El saldo en títulos fue escaso, una Copa del Rey, pero el ambiente había cambiado por completo. En el segundo dio un paso más hacia delante, apuntalando su estilo e incorporando jugadores acordes con la filosofía que se quería imponer. Resultados, final de la Euroliga y primer título de Liga.
En el tercer curso de la era Laso se tocó el cielo en cuanto a juego. El Palacio de los Deportes se convirtió en un parque de atracciones donde cada partido era una fiesta. Pocas veces antes un equipo había llegado a combinar de una manera tan atractiva estética, velocidad y eficacia. Las victorias iban cayendo una a una hasta batir records. Pero llegó la final de la Euroliga después de apabullar al Barcelona en semifinales y el Maccabi le dio un portazo en todas narices. El daño fue descomunal, tan grande que dejó al equipo sonado para los restos, que fueron que el Barça se hiciese con la liga. Llegamos al año 4, y todo encaja a la perfección. El juego, los fichajes, el ánimo y las victorias. Se gana cuando se tiene que ganar, el equipo llega fresco a los momentos álgidos de la temporada y uno por uno aterrizan en el salón a Madrid todos los títulos posibles, incluido la ansiada Euroliga. En la quinta temporada, desde el principio el Madrid va con el agua al cuello, lo que no le permite tomarse ni un respiro. La Euroliga es una agonía constante y aunque se reivindica en la Copa, no alcanza ni siquiera la Final a Cuatro. Esta vez el varapalo no pasa de ser lógico y el equipo se rearma una vez más para pasar como un ciclón por los playoffs y entonar de nuevo lo de Campeones, Campeones.
Expuestos los datos, vayamos con las conclusiones. Y la más importante es que por encima de que en unos años la recogida de galardones haya sido mayor que en otros, que en determinados momentos se haya jugado mejor o menos bien, lo que sí ha hecho el Madrid siempre ha sido competir de forma extraordinaria. Y para ello ha tenido que construir, pulir, restaurar y completar para no perder nunca nervio competitivo. Eso sí, siempre sin renunciar a aquellas ideas que se empezaron a poner en práctica hace cinco años. Entonces se apostó por un determinado estilo de juego, españolizar en todo lo posible al equipo, divertir al público a partir del divertimento de los propios jugadores, recuperar la irreductibilidad que ha anidado siempre en el ADN de este club. Ideas, paciencia, mejora, colmillo.
Hasta el comienzo de esta nueva era, la historia de la sección del Real Madrid era una sucesión de chispazos. Se ganó una Liga con Maljkovic, otra con Scariolo, otra con Plaza…. Pero se apagaban rápidamente. La gran lección del Madrid dirigido por Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros en los despachos y Pablo Laso en el banquillo es que cuando las cosas están bien hechas, cuando detrás de las decisiones no hay caprichos ni ventoleras sino coherencia, cuando se comprende que la derrota no es una enmienda a la totalidad y la victoria tampoco lo valida todo, cuando se asume que Zamora no se ganó en una hora, el resultado suele tener una solidez y vigencia que va más allá de un éxito puntual. Estos últimos cinco años pueden dar fe de ello.