No es fácil evaluar a un entrenador, incluso en un deporte tan ligado a los números como es el baloncesto. Seguramente será por la dificultad de saber con cierta exactitud hasta donde llega su responsabilidad, tanto en lo bueno como en lo malo. Sus decisiones están siempre condicionadas a la posterior actuación de los jugadores, que pueden echar al traste un buen planteamiento táctico (y también lo contrario). Aunque nadie está a salvo de las interpretaciones personales de cada aficionado o periodista, los jugadores cuentan con más elementos objetivos. Si has hecho un 45% de tiros de tres puntos, nadie podrá discutir que estamos ante un buen tirador de distancia. Si coges 8 rebotes por partido, será difícil ser apuntado por falta de brega en ese apartado. Los entrenadores, en cambio, están totalmente expuestos a las filias y fobias, no valiendo ni siquiera el balance de victorias/derrotas. Por ejemplo, a Sergio Scariolo, que en seis años al frente de la selección ha cosechado una plata y una bronce olímpico más tres oros europeos, se le sigue observando con lupa, y para muchos el mérito de estos logros es debido fundamentalmente a los jugadores con los que cuenta.
Lo mismo que hay Scariolos que tienen que estar demostrando hasta el infinito sus valías, hay otros que hagan lo que hagan, son siempre unos grandes entrenadores, porque un buen día así fueron etiquetados. Y es que si hay un universo donde los una vez establecido un tópico resulta casi imposible derribarlo, ese es el de los entrenadores. Digo casi imposible pues existe algún caso en el que se produce el milagro. Como el de Pablo Laso, que ayer cumplió su partido número 400 al frente del Real Madrid.
No ha sido fácil, pero quiero pensar que finalmente se está reconociendo la descomunal tarea realizada por un entrenador cuya contratación provocó de todo menos confianza en sus habilidades. Ha costado cuatrocientos partidos, muchos títulos y un atractivo estilo de juego, pero parece que, salvo para aquellos que no se bajan de la burra ni a tiros, el consenso sobre su trabajo es todo lo unánime que se puede conseguir en un país como el nuestro.
El triunfo de Laso es una reivindicación de las ideas por encima de las modas, de la paciencia por encima de las urgencias, de la humildad por encima de los protagonismos. Hemos visto muchas veces como entrenadores traicionaban sus idearios por diferentes razones como miedos, inseguridades, presiones internas o externas o una racha de resultados. Ni siquiera en los peores momentos, que de todo ha habido, Laso ha sucumbido a la tentación de variar las líneas principales de su hoja de ruta. Este empecinamiento finalmente ha sido tremendamente positivo pues, al librarlo de bandazos y teniendo claro los objetivos y la forma de conseguirlos, ha posibilitado ir mejorando poco a poco el modelo, afinando el entramado profesional y humano para mantenerlo vivo, activo, ambicioso, hasta el punto que después de cinco años tan exitosos, este grupo mantiene intacto su hambre competitivo.
Y hay otra cosa que creo debemos agradecer a Pablo Laso. Que ya no haya marcha atrás para los que vengan después. Que el Madrid ha recuperado su estilo de siempre, olvidado a base de cambios constantes de rumbo y que no queremos volver a perderlo bajo ninguna circunstancia. Que las formas son importantes. Que el baloncesto es un juego para divertir, no para elucubrar. Que ya no sirve cualquier tipo de entrenador. Que la paciencia es la madre de la ciencia. Muchas cosas que se olvidaron en una travesía del desierto que duró casi dos décadas y que con la llegada de Pablo Laso se han recuperado.
Quizás ese sea el mayor legado lasiano. Cambiar la historia de un club con mucha, muchísima historia.
Hay 3 Comentarios
El caso es que fue algo que se vio desde el primer día. Y hubo quién le machacó insistentemente. Quien reclamaba a Blatt (o al que fuera, con tal de que fuera extranjero y supuestamente prestigioso) hasta la nausea. Quien montó una caza de brujas, y pidió su cabeza hasta quedarse afónico el año que no ganó nada y tuvo aquella triste salida en silla de ruedas cuando se rompió el tendón de aquiles.
Pues afortunadamente a los que toman las decisiones les iluminó algo o alguien y aquí estamos. Iba a decir que disfrutando y viéndolo. La lástima es que haya ido a coincidir el esplendor con la vuelta a la clandestinidad televisiva del baloncesto. Qué se le va a hacer. No puede haber felicidad completa.
Publicado por: kilgore | 13/12/2016 16:42:31
Hay que recordar cómo estaba el Madrid cuando lo coge Laso; no cogió precisamente un equipo ganador ya hecho, cogió una ruina, lo que le da aun más mérito a lo que ha conseguido. Y con el currículo con el que llegó, yo pensé que su fichaje era un pasito más hacia la desaparición de la sección (creo recordar que hasta hubo una concentración delante del Bernabéu para protestar por su contratación). Cómo me alegro a veces de equivocarme.
Por cierto, mi agradecimiento eterno a Laso, y también a Juan Carlos Sánchez y Alberto Herreros, que le ficharon, le permitieron decisiones arriesgadas (como dejar que Tomic se fuera al Barça) y le mantuvieron en los malos momentos.
Publicado por: Wiggum | 09/12/2016 12:00:34
Así es Palomero - Laso ha conseguido traer al club glorias pasadas y un estilo reconocible y atractivo. 400 partidos es una cifra nada desdeñable. Casi nadie (me incluyo) habría dado un duro por ello cuando llegó. Firmamos otros 400 con él (y si puede ser con unos años más de Dončić antes de irse a la NBA y que vuelva el Chacho, mejor ;-)
Publicado por: Tiro a tabla | 09/12/2016 10:16:21