El Palomero

Sobre el blog

El palomerismo es toda una filosofía de vida que se basa, como la termodinámica, en tres principios. El de la eficiencia: “Mínimo esfuerzo, máximo rendimiento”. El del aprovechamiento. “Si alguien quiere hacer tu trabajo, hacerte un regalo o invitarte a comer, dejale”. Y el de la duda: “Desconfía de los que no dudan. La certeza es el principio de la tiranía”. A partir de ahí, a divertirse, que la seriedad es algo que ahora mismo, no nos podemos permitir.

Sobre el autor

Juanma López Iturriaga

Básicamente me considero un impostor. Engañé durante 14 años haciendo creer que era un buen jugador de baloncesto y llevo más de 30 años logrando que este periódico piense que merece la pena que escriba sobre lo que me dé la gana. Canales de televisión, emisoras de radio y publicaciones varias se cuentan entre mis víctimas, he logrado convencer a muchos lectores para que comprasen mis libros y a un montón de empresas que me llaman para impartir conferencias. Sé que algún día me descubrirán, pero mientras tanto, ¡que siga la fiesta!

Una Copa soberbia

Por: Juanma Iturriaga

19 feb 2017

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Extraordinaria, dramática, cardíaca, emocionante, reivindicativa y muchas otras cosas más. Hemos asistido a una copa para el recuerdo, donde ganó aquel al que apuntamos todos como gran favorito pero cuyo guión, aunque el final fuese el sospechado, resultó de enorme calidad. Enhorabuena colectiva, con especial énfasis a ese Morabanc Andorra gigantesco que se quedó a un mejor ojo de los árbitros de dar la gran sorpresa. También máximos honores al Baskonia, al que tampoco se le puede sacar ningún pero y que se fajó con intensidad y acierto. O al Valencia, al que otras veces señalamos su falta de consistencia en las grandes citas y ahora demostró que ha dado un paso adelante. Y por supuesto al campeón, el Real Madrid, que tuvo más moral que el Alcoyano, estuvo más muerto que vivo en los dos primeros partidos y aún así siguió porfiando hasta llevarse un título que quizás no es el más importante de la temporada, pero cuyo desarrollo lo ha engrandecido. 

Hemos asistido a un buen número de grandes partidos, alguno de ellos que nos costará olvidar, como el Baskonia-Real Madrid en semifinales o la misma final. El juego, ese gran olvidado a veces cuando hay cosas serias en el tapete, hizo honor, con estilos valientes, agresivos y veloces, al fin de semana más importante del curso. También tuvimos tiempo para deleitarnos con actuaciones acordes al enorme talento que atesoran unos cuantos de los mejores jugadores de nuestra liga. Y todo ello con el Buesa Arena abarrotado, batiendo el récord de asistencia y sin ningún incidente destacado. Poco más se puede pedir.

Ganó el Madrid, que ha convertido en todo un arte la supervivencia en las situaciones más extremas. Cada uno de sus tres partidos ha sido agónico, y no por déficit suyo, que la posible crítica casi se limita a su primera parte ante los andorranos, sino por la excelente resistencia que ofrecieron los tres rivales que se cruzaron en su camino. Decía antes de comenzar la final Pedro Martínez, entrenador del Valencia más sólido y maduro de los últimos tiempos, que al Madrid donde se mueve mejor es en espacios abiertos, partidos con revoluciones, idas y vueltas, pero que resulta que ese estilo también era el suyo. Seguramente lo mismo pensaron los técnicos de Morabanc Andorra y Baskonia. Por eso es de agradecer que ninguno de los tres renunciaran a la forma habitual que tienen de entender el baloncesto, a costa del peligro que eso conlleva cuando tienes enfrente al Madrid. Gracias a esta decisión, los tres partidos fueron mayúsculos, con marcadores siempre muy cerca de los 100 puntos y llenos de acciones espectaculares, preciosos canastones y muy buenos jugadores por la pista con espacio y libertad para mostrar sus cualidades. 

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Hace unos meses, a cuento del nuevo titulo liguero alcanzado por las huestes de Laso, escribí en este blog una articulo que se titulaba Asi compite el Madrid Poco o nada ha cambiado desde entonces, pues el Madrid sigue siendo un seguro. No de ganar, sino de estar siempre en el momento y lugar donde se reparten los galardones. Y claro, rondando una y otra vez por ahí, al final van cayendo los títulos. A los jugadores del Madrid seguro que les gusta el baloncesto, pero lo que más les estusiasma es competir, medir fuerzas, disfrutar de las rivalidades y los ambientes hostiles, probarse una y otra vez que tienen fuerzas y ganas para seguir peleando.

Este perfil se ha afilado si cabe con la definitiva subida a los altares de Sergio Llull. Ausente el Chacho, no tan pujantes Rudy o Felipe, este Madrid no tiene más jefe que el menorquín, un jugador único, con una confianza en sus capacidades que te deja pasmado, capaz de meter canastas que sólo vemos a gente como Stephen Curry y que no conoce un hábitat más sugerente y estimulante que un partido cuesta arriba o unos últimos minutos con el encuentro a falta de definición.

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Su incidencia en las tres apretadas resoluciones ha sido capital, mandando, templando y resolviendo con una mezcla de fiereza y finura que le han dado un nuevo MVP. Igual a falta de tres minutos para la conclusión de la final el excelente Anthony Randolph se lo podía haber discutido, pero metiendo los últimos diez puntos que valieron un nuevo título, cualquier duda se disipó.

Total, que el Madrid es de nuevo campeón, y van cuatro seguidas, el Valencia y Baskonia se dieron un baño de autoestima, el Barcelona tiene tarea si quiere levantar su errática temporada, en Andorra se acordarán mucho tiempo de un campo atrás y los equipos canarios o el Unicaja se quedaron un poco por debajo de lo esperado. La semana que viene la vida sigue, vuelve esa liga a la que le cuesta coger vuelo, o esos infinitos viajes por Europa. Pero al menos nos quedará el recuerdo de cuatro días que esta vez sí que fueron de adrenalina y buen baloncesto. Enhorabuena a todos los que lo hicieron posible.

Una Copa que promete mucho

Por: Juanma Iturriaga

15 feb 2017

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Sí, ya sé que lo pensamos y decimos todos los años, pero mi olfato me dice (teniendo el cuenta el tamaño de mi nariz no es un gran olfato, pero suficiente) que esta vez todo apunta a un gran fin de semana de buenos partidos de baloncesto, sin historias, componendas o segundas oportunidades. ¿Qué a qué viene mi optimismo? Ahí van algunas razones.

El Madrid contra todos

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Todo torneo necesita una referencia inicial y en esta edición, no hay más favorito que el Real Madrid, que deberá cargar con ese peso extra. Es el líder de la liga y la Euroliga, lleva three in a row (tres seguidas) y su ascendencia en el baloncesto español resulta incuestionable. Su solvencia en este tipo de torneos es enorme, lo mismo que la variedad de recursos con los que cuenta Pablo Laso. Con Doncic elevado a los altares y jugadores expertos en situaciones límites como las que tienes que afrontar en este tipo de competición, la teoría diría que está en la mejor disposición para volver victorioso. Afortunadamente la teoría es eso, teoría, por lo que deberá andarse con mucho cuidado desde el primer día, donde le espera el Morabanc Andorra, que le hizo sudar en sus últimos enfrentamientos.

El Barcelona contra sí mismo

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Nadie da un duro por el Barça. Su temporada está siendo casi de echarse a llorar, sobre todo en Europa, sus jugadores han sido multados y han visto en más de una ocasión pañuelos en el Palau, su juego es errático y su entrenador está cuestionado. Como todo siempre puede ir a peor, hoy mismo se ha sabido que Navarro ha sufrido una apendicitis aguda y no estará en Vitoria. Tampoco es que lo estuviese petando, pero un jugador como él puede resultar necesario y decisivo en cualquier momento, por lo que su baja no es una buena noticia para los azulgranas. Total, que mires por donde mires, todo invita al pesimismo. Salvo una cosa. No hay competición resucitamuertos mejor que la Copa. Partes de cero y no necesitas semanas o meses de buen rendimiento. Te basta con que te pegue un subidón bueno que te dure 72 horas. Y como dije en mi anterior escrito, veo muy, pero que muy factible, que el Barcelona resucite. Además cuando vienes de una mala racha, ganar el primero y tener a dos partidos más un título reivindicativo, suele disparar la motivación. O sea, que cuidadito con los blaugranas.

El Baskonia contra la historia

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Si las 33 copas celebradas desde 1984, año en que se instauró este sistema de fin de semana, sólo en dos ocasiones el equipo anfitrión ha logrado levantar el trofeo (1984 el CAI Zaragoza, 2002 el Tau con Elmer Benett al mando) hay que reconocer que lo de jugar en casa más que ventaja es una losa de enormes proporciones que termina sepultando a todos. Y es que entre la presión añadida de estar en tu ciudad y lo raro que resulta no tener todo el pabellón a tu favor, sumado a que estas circunstancias se repiten tres veces, al final resulta una trampa más que un trampolín. Este año le vuelve a tocar al Baskonia intentar contradecir a la historia. Su temporada es magnífica teniendo en cuenta que ha debido reconstruir al equipo una vez más, perdiendo a los jugadores más importantes del curso anterior. Pero ahí está, vivito, coleando, asentado y supongo que con ganas de guerra. En la medida que sea capaz de metabolizar bien aspectos que el resto de los equipos no tiene que afrontar, su candidatura aumentará sus posibilidades. 

 Aspirantes emboscados.

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A pesar de lo dicho anteriormente, la clave de una buena copa no la tienen el Madrid y el Barça, ganadores de las últimas siete ediciones, sino los llamemos aspirantes a saltarse el orden establecido. Los Unicaja, Valencia, Baskonia, Herbalife y esta temporada también Iberostar Tenerife. Su comportamiento es el que da consistencia al torneo y posibilita que no se convierta en algo demasiado previsible. Y este año, a diferencia de otros, llegan a la chita callando. No hace falta irse muy lejos para ver casos en los que alguno de estos equipos llegaba a todo trapo, haciendo tanto ruido que le incluíamos en el paquete de los aspirantes, de aquellos que tienen casi la obligación de ganar. Y les sentaba fatal, tan mal que solían caer a las primeras de cambio. No vamos a descubrir nada diciendo que cualquiera de ellos es capaz de amargar la vida al más pintado, pero creo que llegar a Vitoria sin mucha algarabía a su alrededor les puede sentar tan bien como le sentó al Herbalife el año pasado.

Un ciudad inmejorable y de moda

Como todo espectáculo necesita el lugar adecuado, pocos sitios mejor que Vitoria para el fin de semana más atractivo del calendario baloncestístico. Pedazo de pabellón, ambiente callejero, y un buen surtido de locales para comer y beber, que no sólo de baloncesto vive la copa. Por cierto, hablando de locales, recomiendo una pizzería a aquellos que os animéis a ir a Vitoria. Se llama Toto, está en el Bulevar de Mariturri Kalea 2. Todo muy rico y bien de precio. Ahí lo dejo.

En fin, que cuando quedan poco más de 24 horas para que esto se ponga en marcha, la pinta es entre buena y muy buena. Y como siempre, no me resisto a hacer mi pronóstico a pesar de su complejidad. Real Madrid, Baskonia, Valencia y Barcelona a semis. Baskonia y Barça a la final. Baskonia campeón.

También tengo plan B. Real Madrid, Tenerife, Valencia y Unicaja a semis. Real Madrid y Valencia a la final. Real Madrid campeón. Una de las dos sale seguro.

Hala, menos cháchara y que empiece ya esto que lo queremos disfrutar.

Y el Barça multó a sus jugadores

Por: Juanma Iturriaga

12 feb 2017

Supongo que desesperados, impotentes, cabreados, y todos los adjetivos que se quieran poner, el Barcelona decidió multar a sus jugadores por bajo rendimiento. 5.000 euros, dicen algunos medios. Leyendo diversas informaciones, no se sabe muy bien si la idea partió de la directiva o del entrenador, que también tiene que soltar la panoja, lo que salvo a efectos de hacia donde dirigirá su cabreo el vestuario, tampoco tiene mayor importancia. La medida, al menos a efectos inmediatos, no ha servido para mucho, pues 24 horas después de que supiese la sanción, el Barça volvió a dar una pésima imagen perdiendo de nuevo en su campo ante el Galatasaray, el último clasificado de la Euroliga.

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Nunca he sido muy fan de este tipo de medidas, pues no veo por ningún lado su utilidad y sobre todo porque deja a los jugadores a los pies de los caballos. Hasta ahora, la mala temporada culé tenía que ver con lesiones, falta de acoplamiento, deficiente puntería, nervios ante la incapacidad de revertir la situación o errores humanos. La multa introduce un nuevo factor que tiene que ver con otras cosas que tanto irritan a la afición, actitudes, compromisos, esfuerzos, etc. La sanción viene a decir que algo hay de esto.

Supongamos que la directiva y el entrenador tienen razón, y los jugadores no están dando todo lo que deberían ¿creen de verdad que esto va servir de revulsivo?. ¿La solución es una multa pública, un claro señalamiento de falta profesionalidad hacia los que no olvidemos, son los únicos que pueden sacar al equipo del fango? ¿Y la reacción que no ha podido conseguir un montón de derrotas y abucheos públicos la va a lograr unos miles euros a gente que gana unos cientos de miles? 

Yo lo veo más como un claro fracaso tanto de Bartzokas como de la directiva. Tomar este tipo de decisiones hace suponer que el resto de acciones que se supone previas a algo de tanto calado, han fracasado. El liderazgo, la convicción, el manejo psicológico, las tácticas deportivas, los remedios para paliar las lesiones, incluso las amenazas (en privado) ante los primeros síntomas de desidia (siempre supuesta) no han funcionado.

Hay más cosas que me invitan a rechazar estas acciones. Imagínate que eres un jugador del Barcelona. En un determinado momento, el club te multa. Y puedes pensar. Joder, si ahora cambia el viento a mejor, pensarán que es por los efectos de la sanción. Y si no cambia la situación, casi peor aún pues seguiremos hundiéndonos cada vez más en el agujero. Total, es un lose, lose (perder/perder) Por no entrar en las arenas movedizas que supone el definir y delimitar lo que se considera “bajo rendimiento”. 

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No creo que el problema del Barcelona vaya por ahí. Lleva bastante tiempo dando síntomas de que las cosas no se están haciendo bien, incluso cuando todavía se abría la sala de trofeos de vez en cuando. El juego, por ejemplo. Hace una eternidad que el Barça no practica un estilo sugerente y atractivo, lo que da la sensación que le ha ido separando de la grada. Tampoco se atisba una idea sobre la que se sustentan las decisiones, los jugadores van y vienen, algunos jóvenes se han marchado antes de la cuenta quizás aburridos, y en general a los últimos equipos les ha faltado temperatura, pasión, calor…

Seguro que la causa de la crisis no será debido a una sola cosa, sino más bien la mezcla de muchas, pero lo que está ocurriendo ahora se lleva gestando desde hace unos cuantos años. Y no se soluciona multando a los jugadores. Eso seguro.

Postdata. Dicho esto, creo que el Barcelona va a ganar la Copa del Rey de este fin de semana. Ya lo explicaré otro día.

Sobre Federer y Nadal.

Por: Juanma Iturriaga

01 feb 2017

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La final del Open de Australia de tenis protagonizada por Roger Federer y Rafa Nadal ha sido sin duda la gran noticia deportiva de los últimos tiempos. Cuando ya creíamos que el libro sobre una de las rivalidades más atractivas de la historia del deporte estaba terminado, llegó sorprendentemente un nuevo capítulo (quien sabe ya si el último) que estuvo a la altura de lo escrito anteriormente. Durante unas horas tuvimos la oportunidad, no sólo de disfrutar del mayúsculo talento de dos tenistas irrepetibles, sino que a la vez revivimos muchos de los grandes partidos que nos han regalado estos dos DEPORTISTAS en la última década.

Como no podía ser de otra forma, medios de comunicación, redes sociales o conversaciones de bar se han llenado de parabienes hacia una pareja ya casi inseparable en el recuerdo. Todos, unánimemente, celebramos y resaltamos no sólo sus capacidades tenísticas, sino sobre todo sus maneras, sus actitudes, el respeto reverencial que se tienen, la grandeza que muestran ambos en la victoria y en la derrota. Es casi un tópico que el deporte no acerca a valores muy necesarios en la vida, pero cuando se trata de Federer y Nadal, es difícil encontrar mayor ejemplaridad.

Lo que me resulta más chocante es que muchos de estos parabienes, buena parte de este enaltecimiento de la caballerosidad, la empatía, el ser capaz de competir sin necesidad de humillar, la ausencia total de excusas, la falta de búsqueda de culpables externos a sus traspiés, provenga de gente a los que rápidamente se les olvida la enseñanza. Que algunos medios de comunicación, programas o periodistas que en su día a día se saltan casi todo lo que hace grande a Roger y Rafa, se les llene la boca y la escritura resaltando virtudes que en demasiadas ocasiones olvidan. Que futbolistas (sobre todo) a los que no les tiembla el dedo apuntando hacia donde sea para supuestamente denunciar complots, campañas o persecuciones, feliciten a Federer y Nadal por su comportamiento, que es el radicalmente opuesto. Que tuiteros pasen de ponerles las nubes en un tuit a trolear a alguien en su siguiente mensaje.

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Desgraciadamente, Roger Federer y Rafa Nadal son cada vez más rara avis. Sobre todo en el día a día, pues sería injusto olvidar muchos casos que acontecen en el universo deportivo dignos de elogio. Pero no suele ser eso lo normal cuando abrimos un periódico, escuchamos un programa de radio o vemos la televisión. Durante quince días hemos podido recordar que hay otras formas, otras maneras, que no solo la bronca vende, que se puede querer que gane tu favorito sin necesidad de odiar a su rival, que el “yo quiero que el XXXX pierda siempre” es de una cortedad de miras apabullante, que el todo vale para ganar no vale, que hay que aceptar la derrota sin necesidad de echarle la culpa al empedrado.

Todo esto y mucho más nos han ido enseñando Rafa Nadal y Roger Federer. La lástima es observar que en determinados ámbitos y personas, su ejemplo moja pero no empapa.

Hace no muchos años, hubo un tiempo donde el deporte español estaba que se salía. No había fin de semana donde no nos llevásemos unas cuantas buenas noticias, que tampoco nos solucionaban unos tiempos cada vez más difíciles y complejos, pero que ayudaban a tener al menos una mínima ración de autoestima. En aquellos tiempos no tan lejanos, la nómina de ilustres estaba encabezada por una tripleta estelar formada por Pau Gasol, Rafa Nadal y Fernando Alonso, todos en el cenit de sus respectivas y espectaculares carreras. Ya desde luego no lo están, pero su carisma y singularidad hacen que no dejemos de mirar hacia ellos, con esa mezcla de nostalgia hacia su pasado poderoso y esperanza de que todavía no se haya terminado su capacidad para alcanzar grandes metas.

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Dejemos a Alonso, que el curso pasado completó una década sin poder volver a proclamarse campeón del mundo de F1 y cumplirá su tercera temporada en McLaren sin que haya ni siquiera olido los puestos de arriba. Da igual. Todos los años es lo mismo. Vamos a mejorar, el coche ha evolucionado, el salto está próximo a producirse, con no sé que pieza estaremos entre los primeros. Como hasta finales de Marzo no se empieza a contrastar las promesas con las realidades, pues Enero es un buen mes para soñar.

Dejemos también a Nadal, que mientras escribo esto sigue vivo en el primer Grand Slam de la temporada. Sin llegar a la travesía del desierto de Alonso, Rafa lleva dos años peleando contra rivales, su propio cuerpo y esa cabeza que otrora le dio tantos partidos y títulos. Parece que esta vez es la buena, que recuperado físicamente, vuelve a ser un titán, pero falta esa confirmación que llevamos tanto tiempo deseando recibir.

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Centrémonos en Pau Gasol, lesionado hace unos días en un calentamiento, que mira que es mala forma de lesionarse. Pero para la historia que recomiendo seguir en este 2017, no deja de ser un accidente menor. Me refiero a la última carga de la mejor caballería que vió no ya el baloncesto, sino el deporte español. Una última carga que, cierto es, llevamos varios años anunciando, pero estas vez parece que sí, que esta bonita historia tendrá todavía un capítulo, el último.

Un de los motivos son los cambios en la periodicidad de las competiciones internacionales de selección. Hasta ahora, se jugaban europeos en años impares, y Mundiales y Juegos Olímpicos alternándose en años pares. A partir de este año se suprime un torneo continental (buena medida) y la secuencia cuatrienal es esta. Europeo (2017 Turquia), Mundial (2019 China) Juegos (2020 Tokyo) y vuelta a empezar. Esto hace que para gente como Pau Gasol, Navarro o Felipe (o incluso Marc o Rudy) el mundial chino se antoje muy lejos y con demasiados años encima. 

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Otra razón es la ausencia de Marc Gasol en las dos últimas citas, una por decisión propia después de firmar un contrato que en aquel momento pareció mareante (el glorioso e inolvidable europeo que se ganó en Francia) y otro por lesión (los Juegos de Río). Me da la nariz que al núcleo duro de este colectivo el cuerpo le pide juntarse todos una vez más (o casi todos, pues Calderón ya dijo adiós) y que los hermanos quieren disputar un último torneo juntos. Recientemente Pau fue bastante explícito cuando dijo que le apetecía jugar el Europeo, confirmando aquello que declaró al final de los Juegos de Río.

Y por último, el tema de las internacionalidades. Ahora mismo el ilustre ranking lo lidera el gran Epi, con 239, seguido de Navarro (237) y Reyes (236). Aunque sea a la pata coja, ¿no será lógico el deseo de Juan Carlos y de Felipe de superar a Epi?.

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Total, que un calendario que invita, dos hermanos que desean reencontrarse en la pista, dos jugadores en busca de otro récord y el eterno placer que siente este grupo cuando se juntan para competir, hacen pensar que sí, que habrá una última y definitiva carga de la caballería de los 80 a la que seguro se sumará toda la tropa habitual. Podríamos ir con Ricky Rubio, Sergio Rodriguez, Sergio Llull, Rudy, Navarro, Abrines, Pau Gasol, Marc Gasol, Willy Hernángomez, Mirotic/Ibaka, Felipe Reyes y uno más. Suena bien ¿no?.

Habrá que esperar a Septiembre, donde no perderemos ripio, disfrutando del presente sin pensar en el incierto futuro que se presenta una vez que algunos de estos grandes nombres nos abandonen definitivamente.

 

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A pocas horas de un nuevo enfrentamiento entre los dos equipos más potentes del panorama de la NBA, es un momento perfecto para analizar una rivalidad de las de antes, de miradas que matan, de las de no hacer prisioneros, de las que van mucho más allá de los deportivo. Si hay ahora mismo en toda la competición dos equipos a los que les recorre un escalofrío simplemente con que se nombre a su rival, estos son los Cleveland Cavaliers y los Golden State Warriors.

Nada enriquece más a un deporte que una rivalidad con enjundia, ya sea colectiva o individual. Los ejemplos abarcan la mayoría de los deportes. Qué seria del futbol o el baloncesto sin el Madrid y el Barça, el tenis sin Borg y MacEnroe, o Nadal y Federer, la F1 sin Lauda y Senna o Alonso y Hamilton. La NBA, sin ir mas lejos, revivió allá por los inicios de los 80 cuando Magic y Bird, Bird y Magic, los Celtics y los Lakers, revolucionaron la competición y colocaron los primeros cimientos de una globalización que no ha parado de crecer hasta hoy.

Desde hace tres años, con la irrupción de Curry y los francotiradores de Oakland, el enfrentamiento entre Cleveland y Golden State ha ido cogiendo fuerza hasta convertirse en una de las peleas más interesantes que se pueden ver hoy en día en el deporte mundial. Lo tiene casi todo para resultar atractiva. Comandada por dos superestrellas tan diferentes como Curry y Lebron James, que dirimen su particular enfrentamiento, representan universo diametralmente opuestos. Tan opuestos como las ciudades y estados que representan. Este y Oeste, la oscura Ohio frente a la luminosa California, lo industrial frente a la última tecnología, una ciudad con poco encanto frente a una zona poblada de los multimillonarios surgidos alrededor de Silicon Valley.

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Han bastado tres temporadas para que esta rivalidad cogiese altura. En la primera, los triunfadores fueron los Warriors, que se aprovecharon de las lesiones de Kyrie Irving y Kevin Love para lograr su primer anillo en décadas. Daba la sensación que se abría una nueva era, sospechas confirmadas cuando Golden State abordaron y superaron el mítico record de los Bulls de Jordan con el estratosférico 73-9. Mes y medio después dominaban la final por 3-1 y dos partidos por jugar en su campo, cuando todo se dio la vuelta como un calcetín y por primera vez en la historia, un equipo logró la hazaña de superar esa desventaja en unos últimos partidos, sobre todo el séptimo, para la historia. Los Warriors movieron ficha y convencieron a Kevin Durant en dejar Oklahoma e irse para California, completando una plantilla estelar. Pero el día de Navidad y en su primer partido de la temporada, los Cavaliers volvieron a ganar in extremis.

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Entre medias, piques, declaraciones, golpes, soberbios partidos, asombrosas actuaciones de sus mejores jugadores y la esperanza de que esto sólo puede ir a más. Tanto que a día de hoy, nadie se espera otra cosa que allá por el mes de Junio, se produzca la tercera final consecutiva entre los mismos equipos, cosa que no ha ocurrido nunca en la historia de la NBA.

La distancia que separa a ambos equipos es la misma que encontramos si comparamos a sus jugadores franquicia. Lebron y Curry se parecen como el agua al vino. Uno, el rey, es una fuerza de la naturaleza, un competidor inclemente, un tren de mercancías imparable para todos. El otro parece un tipo normal, con el físico justo, pero que en contacto con el balón se convierte en un mago al que la pelota le obedece, capaz de meter las canastas más increíbles desde los lugares más inconcebibles. Si Lebron es un terminator, Curry ha revolucionado el baloncesto al ampliar su radio de peligro a poco más de un metro de traspasar la línea de medio campo. Seguramente ni uno ni otro se llevará el MVP de este año, que es probable que lo disputen Harden y Westbrook, pero nadie duda que son los dos jefes de la competición.

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Y en esas están, haciendo que no se miran pero sin perderse nada de lo que está haciendo el otro, tachando días y partidos rutinarios sin mayores esfuerzos sabedores que están condenados de encontrarse a la hora de la verdad, donde necesitarán toda su energía para poder doblegar a sus rivales. En la madrugada del lunes al martes se verán las caras en Oakland y no se darán ni las buenas tardes. Es sólo una batalla, pues la guerra de verdad no se dirime hasta Junio, pero alcanzado este punto, el sólo hecho de poder dar en las narices a sus adversarios hará que un partido de temporada regular parezca uno de playoff. Ya se sabe, al enemigo, ni agua.

Y mientras tanto, nosotros disfrutando cada enfrentamiento como un niño el día de Reyes.

Historias a seguir en 2017 (I) ¿Hasta donde Luka?

Por: Juanma Iturriaga

09 ene 2017

Ya pasó, ya pasó. Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo, Reyes, comilonas, ciudades enloquecidas por el virus del consumo, televisiones en constante modo resumen anual, regalos, estrés, cuñados, añoranza por los ausentes… como todos los años, es muy probable que esta época del año nos haya dejado exhaustos, física y mentalmente, hasta tal punto que la vuelta a la normalidad, el curro, los atascos y esas cosas, nos puede parecer que tampoco es tan grave. El 16, el año de la posverdad, deja paso al 17, que vete tú a saber por donde nos lleva, ahora que las vísceras están reemplazando al raciocinio como asesores del ser humano. Pero bueno, no nos pongamos trascendentes nada más empezar el curso. Para ello, repasemos algunas historias que pueden resultar interesantes de seguir en los próximos meses en el universo de la pelota y la canasta. La primera tiene como protagonista un adolescente que parece llamado a romper la baraja.

¿Hasta donde Luka?

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Cada vez que aparece un joven talento resulta inevitable elucubrar sobre sus límites, transportarse hacia el futuro para intuir hasta donde puede ser capaz de llegar. Desde que se corrió la voz que en la cantera del Madrid había un chaval que se llamaba Luka Doncic que estaba rompiendo todos los récords de precocidad, cada temporada revisamos estas previsiones dependiendo su velocidad de maduración. En el caso de Luka, lo hacemos casi siempre al alza, pues va incluso algo más rápido de las mejores previsiones. A punto de cumplir 18 años, su relevancia en el Real Madrid, un equipo aspirante a recuperar el trono europeo, no para de crecer. El hueco dejado por la marcha del Chacho ha acelerado el proceso, y en estos cuatro meses de temporada que llevamos no ha parado de dejar pistas de que estamos antes un auténtico fenómeno. Hace doce meses su presencia en la pista era una novedad, hoy resulta imprescindible. Hace doce meses cada vez que salía los adversarios se echaban encima, intentando sacar provecho de su bisoñez. Hoy ya no se atreven, pues saben que lo que tienen enfrente no es un saco de nervios, sino más bien lo contrario. Su trabajo veraniego le ha modelado el cuerpo y afinado su puntería hasta convertirlo en un jugador todoterreno, capaz de dirigir, anotar, defender y rebotear con solvencia.

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Pero como cualquier crack que se precie, lo mejor parece estar en su cabeza. A velocidad de vértigo, su carrera le ha ido colocando en escenarios más y más exigentes, a lo que Doncic ha respondido con una naturalidad extraordinaria, tanto en el terreno deportivo como en el personal, lo que hace pensar que estamos ante una cabeza muy bien amueblada. Ni un solo gesto indica que se le esté yendo ni mínimamente el oremus, cosa que hasta sería comprensible cuando te atropella el camión de la fama a los dieciséis años.

Hasta aquí todo está en orden. Ahora bien, recordemos que estamos hablando de un chaval que todavía ni puede sacarse el carnet de conducir. Quiero decir que su carrera no ha hecho nada más que empezar, y debe atravesar todavía muchas etapas, algunas de ellas de alta montaña. ¿Seguirá su progresión meteórica? ¿Cómo se tratará si se ralentiza un poco?. Hasta ahora todo son alabanzas, ¿qué pasará si alguna vez llegan las críticas? Las expectativas son descomunales, se habla de Top 3 en el draft de la NBA y hasta he leído comparaciones con el joven Magic Johnson. Son palabras mayores y alcanzarlas no parece fácil. ¿Cómo se le juzgará si simplemente es un gran jugador de baloncesto y no una megaestrella? ¿Y si como les ha ocurrido a otros anteriormente, va a la NBA y cae en el sitio equivocado?

La ecuación tiene muchas incógnitas todavía, por lo que irse muy lejos en la previsión puede resultar excesivo. Por eso, en Enero de 2017, me pregunto como será la versión Luka Doncic de Enero de 2018. Si será ya el puto amo del Madrid, si hará 18 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias por partido sin necesidad de una actuación destacable, si su camino profesional y personal seguirá sin torcerse ni un ápice.

Pase lo que pase, su historia merece la pena seguirse paso a paso para saber si como decía esta portada de Gigantes, estamos ante El elegido

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Lo que nos deja el 16

Por: Juanma Iturriaga

22 dic 2016

A pocos días de cambiar de año, resulta inevitable echar un poquito la vista hacia atrás para ver qué nos ha dejado este 2016 que agoniza. Ha sido un año olímpico, una reseña siempre destacable cuando hablamos de deporte, más si cabe cuando, en lo que se refiere al baloncesto, la cosecha fue histórica. La NBA nos deparó dos acontecimientos difíciles de olvidar, y en lo que se refiere a los asuntos domésticos, se ha mantenido el dominio blanco, sin tanta apertura de vitrina como en 2015 pero suficiente como para que su jerarquía se mantenga. Vayamos por pasos.

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Doble pesca en Río

El verano olímpico fue doblemente fructífero, lo que obligatoriamente abre un hueco merecido en los libros de historia. Chicas y chicos subieron al cajón, unas colgándose la plata y otros el bronce. A la selección femenina no se le puede poner ni un solo pero. Su actuación fue espectacular, convincente, llevándose por delante a todo lo que se ponía por delante a excepción hecha del equipo estadounidense, que es otro mundo. Su segundo lugar cubrió definitivamente un hueco en su palmarés, completando un ciclo difícilmente mejorable, aunque la juventud y madurez de este colectivo augura un futuro igual de exitoso que hasta ahora.

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En cuanto a los chicos, si bien pillaron metal por tercera vez consecutiva en un partido agónico ante Australia, su actuación dejó la sensación de que nos quedamos un paso por debajo del que nos correspondía. Los titubeos iniciales esta vez sí que tuvieron penitencia, la de jugar la semifinal contra EEUU, donde estando más cerca en el marcador que nunca, estuvimos más lejos de la victoria que en las dos anteriores ocasiones. Viendo a Serbia finalista y siendo arrollada por Durant y compañía, echamos de menos que el equipo no hubiese encontrado su pedalada buena un par de días antes de lo que lo hizo.

Un récord y una final para la historia

Allende los mares, en la NBA, el año no puede considerarse otra cosa que extraordinario. Primero porque asistimos al acoso y derribo de un record que pensábamos inaccesible. El 72-10 de los Bulls fue superado por un equipo, liderado por un jugador de época, que está cambiando la forma de jugar a baloncesto. Los Warriors de Stephen Curry (MVP por unanimidad por primera vez en la historia) fueron durante ocho meses una máquina de jugar alegres y abiertos, correr, anotar y ganar partidos, uno a uno hasta llegar al mítico 73-9, un registro colosal.

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Su gesta finalmente no fue completada con un anillo, pues entre el esfuerzo al que tuvieron que someterse mientras otros se preparaban para llegar frescos a los playoffs y un lesión de Curry que alteró un poco su ecosistema, no llegaron a la final es su mejor momento. Y claro, allí les esperaba Lebron James, Irving y compañía para brindarnos una serie tremenda, agónica, que parecía resulta con el 3-1 inicial para Golden State pero que se dio la vuelta como un calcetín (la sanción en el quinto a Green pudo tener algo que ver) y que concluyó con un séptimo partido antológico, extenuante, que dejó dos jugadas imborrables. El tapón de Lebron a Iguadala con la cabeza casi pegándose al aro y el triple de Kirye Irving al que los Warriors ya no pudieron dar respuesta. Impresionante. Total, el King, más King que nunca.

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El Madrid prolonga su ciclo

Por estos lares el color predominante fue el blanco con mención especial al azulgrana, pero no el del Barça, sino el del Baskonia. Por primera vez en unos cuantos años, el Madrid hizo doble doblete y su ascendencia fue incuestionable. Hasta Abril realizó un ejercicio de supervivencia que terminó con su eliminación en cuartos de Euroliga, lo que le permitió recuperar el aliento para terminar arrasando. Son ya cinco años bajo la dirección de Laso y el proyecto no ofrece signo alguno de una caducidad a corto plazo, sino más bien lo contrario, por mucho que para esta nueva temporada perdiesen al Chacho Rodríguez, lo que por otro lado ha permitido abrir un hueco para la progresión de Luka Doncic, la joya de la corona para los próximos dos años.

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Meritorio también el año del Baskonia, único representante en la Final Four que terminó ganando el CSKA. La capacidad para conseguir proyectos competitivos de los vitorianos, a pesar de perder casi siempre sus piezas más importantes es digna de elogio y después de unos años más titubeantes, ha recuperado posición y prestigio.

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Lluvia de dólares

Otro hecho destacable del año es el chorro de millones que cayó sobre los equipos de la NBA, lo que propició que un verano de fichajes y renovaciones con cifras de vértigo. Más que nunca la marcha de jugadores de nuestras ligas hacia allí se haya convertido en uno de los mayores peligros para las competiciones europeas. Y lo que te rondaré morena, pues la cosa parece que va a ir a más ahora que el acuerdo entre la liga y los jugadores parece próximo. Por de pronto ya tenemos 10 españoles allí, y tiene pinta de que la cifra irá en aumento pues a la oferta deportiva se unirán cantidades de dólares difíciles de rechazar.

Bueno, pues eso ha sido todo. Espero que paséis un buen final de año y que el 2017 nos trate bien a todos. Y como decía el gran Stevie Wonder, si bebes no conduzcas.

Prohibido tocar

Por: Juanma Iturriaga

17 dic 2016

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Hay cosas que me gustan del fútbol. Suficientes como para que desde pequeñito quisiese jugar, cosa que evitó un entrenador de mi colegio que me cogió de la oreja (en sentido literal) y me llevó a una cancha de baloncesto que ya no volvería abandonar los siguientes veinte años. He disfrutado viendo a Pelé, Cruyff, Maradona, Van Basten, Butragueño, Michel, Laudrup, Romario, Xavi, Iniesta, Zidane, Ronaldo el zumbón, Messi o cualquier jugador talentoso de los muchos que han salido en los últimos cincuenta años. Mis filiaciones, en cuanto a equipos, van desde cualquier Athletic, por cuestiones obvias, hasta el Holanda o Brasil de los 70, el Madrid de la Quinta, el Milán de Gullit y compañía, el Barça de Cruyff y Guardiola, nuestra maravillosa selección del tiqui taca y hasta sufrí con aquel Atletico de Madrid de Luis, Garate y ratón Alaya. Como ya he repetido en muchas ocasiones, me gusta más el fútbol que los escudos, por lo que hago míos cualquier colectivo que engrandezca este deporte.

Dicho esto, hay cosas que NO me gustan del fútbol, y sospecho que cada día son más. No me gusta la desorbitada importancia que ha ido adquiriendo en los últimos tiempos. No me gusta la creciente servidumbre hacia las estrellas a los que se les permite y perdona todo, defraudaciones recaudatorias incluidas. No sólo eso, sino que les protege, lo que quizás es hasta delito. No me gusta que todo, y digo TODO, esté contaminado por el partidismo, por lo colores, por los escudos. Que cada vez haya más gente que traduzca cualquier opinión en base a tus supuestas simpatías. Que no puedas criticar a un equipo sin ser anti. No me gusta que la rivalidad entre Messi y Ronaldo, que ha llevado a los dos a cotas que seguramente no habrían conseguido sin tener al otro enfrente, haya llegado mediáticamente a terrenos absurdos y hasta estúpidos, como aquello de los yates de este verano. Que siendo madridista, si dices algo a favor de Messi tengas que compensar con algo bueno sobre Ronaldo para no enfadar al madridismo. No digo y viceversa, pues para encontrar un halago en los medios catalanes hacia el portugués, hay que buscar mucho, mucho, mucho.

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Pero hay pocas cosas que me parecen más absurdas como la resistencia a la introducción de la tecnología. En este mundialito o lo que sea, que deportivamente no da ni para media página, a falta de discusión futbolística se ha desencadenado toda una catarata de reacciones contra la utilización del video in situ para poder aclarar algunas jugadas. No es la primera vez que “la gente del fútbol” saca las uñas para defender la pureza, autenticidad, esencia o yo qué sé de este deporte, al que al parecer, mejorar su justicia limitando los errores le sienta muy mal. Algunas de las razones expuestas son difícilmente sostenibles. Por ejemplo que se diga que interrumpe el juego cuando estamos hablando de una especialidad donde se juega más o menos la mitad del tiempo, estando el juego parado la otra mitad, es hasta de chiste. Más lugares comunes. El error arbitral forma parte del juego. Pues ¡ole! ajo y agua. O que es un juego donde la interpretación tiene tanto peso que resulta imposible otra cosa que asumirla.

No acabo de entender tanta resistencia, salvo que pienses que estamos ante el deporte perfecto. Por supuesto que no se trata de robotizar el juego o en parar cada dos minutos, sino simplemente conseguir dinámicas sencillas (la consulta arbitral lo es, por mucho que se presente como algo muy complicado) en determinadas jugadas claves que puedan limitar los fallos arbitrales. Es evidente que llevará un tiempo su correcta implantación, elegir el tipo de jugadas a revisar y cosas así, pero sospecho que está llegando para quedarse.

Aunque puede que esté equivocado y menosprecie las fuerzas inmovilistas que han reinado en este deporte. Unas fuerzas que tardaron siglos en darse cuenta que el tema de la distancia en las barreras, una autentico dolor de cabeza para los árbitros, y donde la pillería campaba por sus anchas (muy educativo por cierto lo que veíamos una y otra vez) se solucionaba con un simple spray.

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Por: Juanma Iturriaga

08 dic 2016

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No es fácil evaluar a un entrenador, incluso en un deporte tan ligado a los números como es el baloncesto. Seguramente será por la dificultad de saber con cierta exactitud hasta donde llega su responsabilidad, tanto en lo bueno como en lo malo. Sus decisiones están siempre condicionadas a la posterior actuación de los jugadores, que pueden echar al traste un buen planteamiento táctico (y también lo contrario). Aunque nadie está a salvo de las interpretaciones personales de cada aficionado o periodista, los jugadores cuentan con más elementos objetivos. Si has hecho un 45% de tiros de tres puntos, nadie podrá discutir que estamos ante un buen tirador de distancia. Si coges 8 rebotes por partido, será difícil ser apuntado por falta de brega en ese apartado. Los entrenadores, en cambio, están totalmente expuestos a las filias y fobias, no valiendo ni siquiera el balance de victorias/derrotas. Por ejemplo, a Sergio Scariolo, que en seis años al frente de la selección ha cosechado una plata y una bronce olímpico más tres oros europeos, se le sigue observando con lupa, y para muchos el mérito de estos logros es debido fundamentalmente a los jugadores con los que cuenta.

Lo mismo que hay Scariolos que tienen que estar demostrando hasta el infinito sus valías, hay otros que hagan lo que hagan, son siempre unos grandes entrenadores, porque un buen día así fueron etiquetados. Y es que si hay un universo donde los una vez establecido un tópico resulta casi imposible derribarlo, ese es el de los entrenadores. Digo casi imposible pues existe algún caso en el que se produce el milagro. Como el de Pablo Laso, que ayer cumplió su partido número 400 al frente del Real Madrid.

No ha sido fácil, pero quiero pensar que finalmente se está reconociendo la descomunal tarea realizada por un entrenador cuya contratación provocó de todo menos confianza en sus habilidades. Ha costado cuatrocientos partidos, muchos títulos y un atractivo estilo de juego, pero parece que, salvo para aquellos que no se bajan de la burra ni a tiros, el consenso sobre su trabajo es todo lo unánime que se puede conseguir en un país como el nuestro.

 

El triunfo de Laso es una reivindicación de las ideas por encima de las modas, de la paciencia por encima de las urgencias, de la humildad por encima de los protagonismos. Hemos visto muchas veces como entrenadores traicionaban sus idearios por diferentes razones como miedos, inseguridades, presiones internas o externas o una racha de resultados. Ni siquiera en los peores momentos, que de todo ha habido, Laso ha sucumbido a la tentación de variar las líneas principales de su hoja de ruta. Este empecinamiento finalmente ha sido tremendamente positivo pues, al librarlo de bandazos y teniendo claro los objetivos y la forma de conseguirlos, ha posibilitado ir mejorando poco a poco el modelo, afinando el entramado profesional y humano para mantenerlo vivo, activo, ambicioso, hasta el punto que después de cinco años tan exitosos, este grupo mantiene intacto su hambre competitivo.

Y hay otra cosa que creo debemos agradecer a Pablo Laso. Que ya no haya marcha atrás para los que vengan después. Que el Madrid ha recuperado su estilo de siempre, olvidado a base de cambios constantes de rumbo y que no queremos volver a perderlo bajo ninguna circunstancia. Que las formas son importantes. Que el baloncesto es un juego para divertir, no para elucubrar. Que ya no sirve cualquier tipo de entrenador. Que la paciencia es la madre de la ciencia. Muchas cosas que se olvidaron en una travesía del desierto que duró casi dos décadas y que con la llegada de Pablo Laso se han recuperado.

Quizás ese sea el mayor legado lasiano. Cambiar la historia de un club con mucha, muchísima historia.

El País

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