David Alandete

De Washington a Jerusalén

Por: | 16 de enero de 2013

Después de seis años trabajando en la delegación del diario El País en Washington, es hora de un cambio. En unas semanas asumiré la corresponsalía del periódico en Oriente Próximo, con sede en Jerusalén. Hoy es oficialmente mi último día en Estados Unidos.

Cuando llegué a este país en 2006, a cursar una beca Fulbright para periodistas, ante mi interés por el conflicto árabe-israelí, un profesor en mi máster de Política Internacional me dijo: “El conflicto y el proceso de paz se deciden tanto en Oriente Próximo como en Washington”. Con los años me di cuenta de que tenía razón. La influencia y las gestiones de la Casa Blanca y el Departamento de Estado han tenido tanto peso en el conflicto como algunas decisiones del ejecutivo israelí o de la Autoridad Palestina.

Muchos intentos ha habido en Washington por hacer avanzar el proceso de paz y salvar la llamada solución de los dos Estados, vecinos y en paz. En las últimas dos décadas, los mayores intentos diplomáticos se han producido normalmente en los segundos mandatos de los presidentes norteamericanos, ya libres del peso de ganar unas elecciones y decididos a dejar una impronta en la historia. Bill Clinton tuvo su cumbre de paz en Camp David, George Bush tuvo su conferencia de Annapolis y seguramente Barack Obama busque en los próximos cuatro años una revitalización del proceso, a pesar de su mala relación personal con Benjamin Netanyahu.

Son tiempos convulsos en Oriente Próximo. Los rebeldes en Siria ganan terreno lentamente ante un régimen al que, según se cree en Washington, sólo le queda ya la única opción de desmoronarse, con la onerosa cifra de 60.000 fallecidos en las revueltas. Las tempestades de la Primavera Árabe llevan ahora sus primeras ráfagas, aun suaves, a Jordania. Y en Egipto la aprobación de una constitución ha galvanizado a la oposición en una campaña contra lo que considera un rodillo islamista de Mohammed Morsi y los Hermanos Musulmanes, a la vez que la justicia ordena que se vuelva a juzgar a Hosni Mubarak.

Ha sido un reto y un honor poder contar en las páginas de EL PAÍS y en este blog asuntos como la guerra de Afganistán, los juicios en la base naval de Guantánamo, los abusos de la CIA, la saga de Wikileaks y el juicio al soldado Manning, así como las elecciones presidenciales y los grandes proyectos del Capitolio. El cambio será ahora de escenario. Las ganas y la ilusión por contar con honestidad los hechos siguen intactas. Ya no actualizaré este blog, pero pronto escribiré desde Oriente Próximo.

Los desafíos del Pentágono

Por: | 12 de enero de 2013

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Arranca una nueva legislatura en Estados Unidos con un nominado para Secretario de Defensa, el senador republicano Chuck Hagel, que, si es confirmado por el Senado, será el primer veterano de la guerra de Vietnam en ocupar el puesto. Barack Obama ha elegido a Hagel porque es un firme defensor de la idea de que es necesario buscar todas las alternativas antes de iniciar una ofensiva armada, una prudencia que será importante si Irán sigue avanzando en su programa nuclear. También ha apoyado, en el pasado, recortes en el gasto de defensa. Y lo cierto es que, gracias a diversos acuerdos en el Capitolio, en este segundo mandato de Obama habrá numerosas reducciones en la inversión en programas militares. Estos son los desafíos a los que se enfrenta la cúpula del Pentágono en el segundo mandato de Obama.

Recortes

Uno de los mayores retos del Pentágono en esta legislatura es el de los recortes en su financiación, impuestos por una serie de negociaciones entre el Congreso y el poder legislativo. El llamado abismo fiscal, que se evitó en año nuevo, hubiera impuesto unos recortes automáticos de 55.000 millones de dólares sobre el gasto militar. Los congresistas no llegaron entonces a un pacto para cancelar esos recortes, sino que simplemente los aplazaron hasta el mes de marzo.

Ahora, ese aplazamiento, junto con las negociaciones sobre el incremento del límite de endeudamiento del Gobierno y la aprobación de una ley de financiación de defensa, podrían crear “la tormenta perfecta de incertidumbre presupuestaria”, según dijo recientemente en rueda de prensa el jefe del Pentágono saliente, Leon Panetta.

El presupuesto del Pentágono, sin contar el coste de la guerra de Afganistán, es de más de 500.000 millones de dólares anuales. De él dependen 1,4 millones de soldados en activo y unos 800.000 empleados civiles. Financiar la guerra de Afganistán cuesta unos 120.000 millones de dólares al año. Ese gasto se irá reduciendo a medida que las tropas desplegadas vayan retornando a Estados Unidos, según el plan de retirada establecido por el presidente Barack Obama, que quiere que la guerra haya acabado a finales de 2014.

Con las miras puestas en África

A medida que avanza el repliegue en Afganistán, el Pentágono también consolida un cambio fundamental en la forma en que hace la guerra. El ascenso de generales como David Petraeus o Stanley MacChrystal durante los últimos años de George Bush y los primeros de Barack Obama marcó un cambio de la infantería tradicional a grandes operaciones contrainsurgentes. Hoy, yendo un paso más allá, las fuerzas armadas de EE UU cooperan más con la CIA, en ataques con misiles desde aviones no tripulados, y confían más y más en operaciones de alto riesgo, asumidas por equipos de élite como los Navy SEALS.

Tanto la Junta del Estado Mayor Conjunto como la cúpula civil del Pentágono han admitido recientemente que sus miras están puestas, más que nunca, en el norte de África. Siguen acosando a los líderes de Al Qaeda en Pakistán, Yemen y Somalia, pero ven con recelo los avances del grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico en Malí y su poder desestabilizador en Argelia, Mauritania, Marruecos, Níger y Túnez. En 2008, el Pentágono creó un Comando África, bajo el que recae la responsabilidad de las tropas y operaciones militares de EE UU en todo el continente excepto Egipto.

Flota de drones

La flota de drones o aviones no tripulados del Pentágono irá creciendo de forma considerable en estos años. Un plan de recursos aéreos entregado al Congreso en abril contempla un incremento de drones de un 45% en los próximos 10 años. En este momento cuenta con unos 445 artefactos, empleados tanto para vigilancia como para ataque. Los modelos Reaper y Predator pueden ir cargados, entre otras armas, con misiles Hellfire. El Pentágono calcula que en 2022 tendrá unos 645 drones. El programa y los protocolos por los que estos aviones atacan objetivos de Al Qaeda en Asia y África sigue siendo secreto.

Mujeres en el frente

La cúpula militar también está sufriendo presión para permitir a las mujeres tomar parte en operaciones de combate, algo que les está prohibido por una directiva de 1994. Las mujeres soldado son sólo un 14% del personal en activo de las fuerzas armadas norteamericanas. Cuatro soldados demandaron en noviembre al gobierno federal norteamericano, pidiendo que se les deje servir en primera línea de combate junto a los soldados hombres. Las denunciantes argumentan que esa prohibición les impide, a largo plazo, obtener ascensos por mérito, y entienden que supone una discriminación.

Cuentan con poderosos enemigos en el Capitolio. Un nuevo congresista republicano por Arkansas, Tom Cotton, que además es veterano de guerra, dijo recientemente en un programa de radio: “El que las mujeres sirvieran en operaciones de infantería perjudicaría las labores esenciales de esas unidades... Ha quedado demostrado en estudio tras estudio, es una cuestión de naturaleza, de fortaleza y movimiento físico, de velocidad, de resistencia y todo lo demás”. Es por posiciones como estas por lo que las cuatro demandantes han optado por buscar una solución a su problema por la vía judicial.

(Foto: Chuck Hagel y Barack Obama, por Joshua Roberts, Bloomberg)

Las serpientes unen a EE UU e Irán

Por: | 05 de diciembre de 2012

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A pesar de las sanciones, de la inexistencia de relaciones diplomáticas y de un ancestral antagonismo, hay un enemigo común contra el que Estados Unidos y la República Islámica de Irán luchan conjuntamente: el veneno de las serpientes. Un reportaje publicado este lunes en el diario The Wall Street Journal revela que los mandos militares norteamericanos en Afganistán compran a Irán, a través de un intermediario, antídotos contra la mordedura de cobras de Asia Central, víboras de foseta y otros ofidios.

Asegura el Journal que el Comando Central del Pentágono, el que supervisa la misión en Afganistán, aconseja que se usen de forma preferente los antídotos que fabrica el Instituto de Investigación de Vacunas y Sueros Razi, dependiente del Gobierno en Teherán, indicados para las mordeduras de las serpientes que habitan en Afganistán. Los antídotos que se emplean en EE UU no son efectivos en el frente afgano dado que se fabrican con el veneno de serpientes norteamericanas. Las mordeduras se producen ocasionalmente en el frente afgano, en las bases militares y cuando los soldados salen de misión.

Utilizando un intermediario, el Pentágono ha comprado, desde enero de 2011, unas 115 ampollas fabricadas por la empresa iraní Razi, con un coste de unos 310 dólares cada una, según informa el Journal. Disponen de ellas las enfermerías de las bases más destacadas, como Camp Leatherneck, en el sur del país. La empresa iraní, que coopera con la Organización Mundial de la Salud, fabrica 95.000 ampollas de antídoto contra la mordedura de serpientes y la picadura de escorpiones al año. Se fabrican inyectando veneno en caballos, y refinando y extrayendo de ellos los anticuerpos que producen.

Foto: Mark Bratton, Edwards Air Force Base.

Las mujeres luchan por ir al frente

Por: | 29 de noviembre de 2012

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A día de hoy, el Pentágono sigue teniendo vigente la prohibición a las mujeres de servir en operaciones de combate directo. Hay informes en contra. Muchos generales se oponen. Las mujeres soldado consideran que es trato injusto. Hay medidas de protección, como chalecos adaptados a su fisionomía. Las guerras ya no se libran con cuerpo a cuerpo u operaciones de infantería tradicional. Pero la cultura imperante se prolonga de forma agónica, aunque los pocos que defienden esa prohibición parecen estar ya en el lado equivocado de la Historia.

Cuatro soldados mujeres presentaron una demanda el jueves contra el Pentágono por prohibirles estar en la primera línea de combate, algo que afecta negativamente a sus posibilidades de ascenso. Es la segunda denuncia en un año. Y quienes las interponen son, a todas luces, unas heroínas. La piloto de la Guardia Nacional Mary Jennings Hegar trasladaba a tres soldados heridos en Afganistán en 2009 cuando su helicóptero fue abatido por fuego enemigo. Herida, Hegar protegió a sus tripulantes y devolvió el fuego, salvándoles a todos. Resultó herida, y recibió varias condecoraciones.

Hegar tiene todas las papeletas para hacer lo que quiera en combate. Si fuera un hombre, asumiría posiciones de responsabilidad en el frente. Como es una mujer, se ve obligada a pasar a la reserva. Con amargura y decepción, es una de las cuatro uniformadas que ha llevado a la cúpula militar de EE UU a los juzgados. La prohibición a las mujeres de entrar en combate directo se aprobó en 1994, durante los años más aciagos para la diversidad en las fuerzas armadas norteamericanas, cuando también se vetó a los homosexuales de filas.

Nadie hubiera anticipado en aquellos años, los primeros de gobierno de Bill Clinton, en plena resaca del reaganismo alargado por George Bush padre, que los gais acabarían tumbando las barreras castrenses antes que las mujeres. Hoy, gracias a una ley de 2010, los homosexuales pueden servir abiertamente, sin miedo a represalias. Muchas mujeres, sin embargo, aun se sienten discriminadas. En un pequeño triunfo, el año pasado 24 mujeres se integraron por primera vez en ocho tripulaciones de cuatro submarinos lanzamisiles balísticos de EE UU.

Desde 2001, más de 291.000 mujeres han prestado servicio en el frente. Sobre todo, se han dedicado a labores de apoyo y gestión. Sólo 84 han fallecido en Irak y Afganistán, de una cifra total que supera los 6.600 muertos. Notando la presión, el Gobierno de Barack Obama decidió, este año, abrir unos 14.000 nuevos puestos que antes estaban reservados exclusivamente a los hombres. Pero la primera línea de combate es territorio totalmente vedado para el género femenino.

Aquellos que defienden la presencia de mujeres en el frente -hay varios generales entre ellos- citan, sobre todo, las limitaciones de la condición física. Un informe de 2011 de la Comisión de Diversidad en el Liderazgo Militar, creada por el Pentágono, disiente. La recomendación principal es que se deben eliminar “barreras e inconsistencias, para igualar el campo de juego para todos los uniformados que estén dotados para ello”. El presidente de la comisión, el general retirado de la Fuerza Aérea Lester Lyles dijo que “la exclusión discrimina a las mujeres en el apartado de los ascensos”.

“Si uno mira cómo ha sido el campo de batalla moderno, en Irak y Afganistán, no es como en la Guerra Fría, donde había frentes definidos. Las mujeres prestan servicio. Lideran divisiones de seguridad militar, divisiones de policía militar, divisiones de defensa aérea, divisiones de inteligencia”, dijo Lyles. “Pero no se les da crédito por estar ya entre los rangos de combate”. Es sólo, parece, una cuestión de tiempo que ese sacrificio quede reconocido.

Foto: Dos mujeres en una patrulla en Afganistán, por Sgt. Christopher McCullough

El general se queda solo

Por: | 21 de noviembre de 2012

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El general John Allen ha vuelto a Afganistán. Se hallaba aquí en Washington, donde esperaba superar una rápida confirmación en el puesto de jefe de las tropas norteamericanas en Europa y jefe militar de la OTAN. Iba a ser su retiro dorado, siguiendo el camino de otros condecorados generales, como Ike Eisenhower, John Shalikashvili y Wesley Clark. Ahora Allen vuelve a Afganistán con su honor en duda y su destino en el aire.

Debe ser un mal trago para un hombre extremadamente popular entre sus tropas. Es el único marine en llegar a lo más alto en la misión bélica en Afganistán. Su estilo es duro. Su carácter, áspero. Al fin y al cabo, es un marine. Cuando en 2011 unos insurgentes lograron atacar la zona verde, un fortín diplomático en Kabul, acudió a la zona, ataviado con un chaleco antibalas, para supervisar en persona la misión.

Se paseó entre las barricadas. “Hey, talibanes, ¿acaso vuestro comandante hace eso?”, preguntó la oficina de comunicaciones de la misión de la OTAN en Afganistán a través de la red social de Twitter. Las tropas estaban orgullosas de tener a un tipo tan duro como Allen de comandante.

Ahora el general pasará la festividad de Acción de Gracias, una de las más familiares de EE UU, con sus tropas en las frías laderas de Kabul. En la capital norteamericana quedan su mujer, Kathy, con la que tiene dos hijas ya mayores, Betty, que es maestra, y Bobbie, que es cantante. La promoción a Europa ha quedado en el aire. Y pronto tomará el relevo en su puesto en Afganistán el también marine Joseph Dunford.

Acosado, agotado, Allen ve que le quitan el puesto, y que no hay una vía de futuro clara. Iba ganando en Afganistán pero acaba de perder, por lo que parece, en casa.

Aunque al general le ha defendido el mismísimo secretario de Defensa, Leon Panetta, quedan en manos de los investigadores del Pentágono hasta 30.000 páginas de correos electrónicos -muchos de ellos duplicados- que se envió con un ama de casa de Florida, Jill Kelley. No hay evidencias de culpa del general en nada, pero aun planea sobre el caso una onerosa duda. De momento, su mujer le ha mandado a Afganistán a pasar Acción de Gracias con sus soldados.

FOTO: Mass Communication Specialist 1st Class Chad J. McNeeley/Released.

Sobre el autor

es corresponsal del diario El País en Washington. En Estados Unidos ha cubierto asuntos como las elecciones presidenciales de 2008, el ascenso del movimiento del Tea Party o la guerra de Afganistán. Llegó a Washington en 2006, con una beca Fulbright para periodistas, a través de la cual se especializó en relaciones internacionales, conflictos armados y políticas antiterroristas.

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