Se nota en la foto. Cuando el 15 de septiembre, el presidente Barack Obama le concedió por primera vez en la historia de la guerra de Afganistán la Medalla al Honor a un marine, lo estaba haciendo a una persona atormentada. El sargento Dakota Meyer se había jugado la vida en la provincia de Kunar en 2009. Saltándose órdenes de sus superiores, se había subido a la torreta de un vehículo acorazado Humvee y, expuesto al fuego enemigo, había entrado cinco veces en una emboscada, para salvarle la vida a 36 soldados norteamericanos. A los 21 años, un héroe.
Foto: Casa Blanca, Pete Souza.
Al regresar a su país, el sargento Meyer se quiso dedicar a aquello que sabía hacer: apoyar al ejército. Primero, entrenó a soldados a través de la empresa privada Ausgar Technologies. Su trabajo era enseñarles cómo detectar explosivos con dispositivos de visión nocturna. En marzo, cambió a la subcontrata de defensa BAE Systems, afincada en Reino Unido. Él, que se había jugado la vida por su patria en la frontera de Afganistán con Pakistán, palideció al enterarse de los planes comerciales de su nuevo empleador.
El sargento Meyer se enteró de que BAE Systems iba a vender mirillas de alta precisión para rifles al ejército paquistaní. Aquello le irritó profundamente. Meyer sabía perfectamente que la cúpula militar paquistaní protegía a operativos de los talibanes y Al Qaeda. Le mandó un correo a su superior, el también ex marine Bobby McCreight:
“Tomamos nuestros mejores equipos, la mejor tecnología que hay en el mercado hasta la fecha, y se la entregamos a unos tipos que sabemos que nos acuchillan por la espalda… Son los mismos que están matando a los nuestros”.
Aquello provocó una campaña de represalias por parte de McCreight, según una denuncia presentada por el sargento Meyer en Tejas, a la que ha tenido acceso el diario The Wall Street Journal. En un incidente que Meyer cita, McCreight se burló de él ante un directivo de la empresa para la que trabajaban. Entonces, el sargento ya había sido propuesto por sus superiores para recibir la Medalla al Honor. “Este es una estrella en ciernes”, dijo, con sorna. Nada, ni los balazos que recibió en el brazo en Afganistán, le podía doler tanto a alguien como Meyer.
El sargento Meyer en 2009 en Kunar. Foto: Marines Magazine.
Ante la presión, el sargento dejó la empresa. Quiso volver a su antiguo puesto en Ausgar Technologies. O pasar a formar parte de cualquier otra subcontrata del Pentágono. Pero pronto descubrió que se le cerraban, misteriosamente, todas las puertas. Finalmente, supo que su antiguo jefe, McCreight, había escrito a un director administrativo del Pentágono, diciendo de él que era “mentalmente inestable” y que tenía “un problema con la bebida”. En junio, el sargento Meyer denunció a McCreight por difamación. El pasado lunes amplió los términos de la demanda.
Durante el verano, la Casa Blanca notificó al sargento Meyer que se le había concedido la Medalla al Honor. Es un club muy exclusivo: sólo 3.475 soldados la han recibido en la historia de EE UU. En una ceremonia aquí en Washington, Obama recordó las vidas que salvo Meyer, y cómo, lanzándose a fuego enemigo cinco veces, logró recuperar cuatro cadáveres de soldados caídos, para poder entregárselos a sus familias :
“Al sargento Meyer le corroe la pena, porque dice que sus esfuerzos no lograron salvarle la vida a esos cuatro compañeros. Pero como tu comandante en jefe, y en representación de todos los americanos, te digo, Dakota, que eso no es cierto. Cumpliste con tu deber, manteniendo la fe en las más elevadas tradiciones del Cuerpo de Infantería de Marines, al que amas. Por tu sentido del honor, 36 personas están vivas hoy. Por tu coraje, los cuerpos de cuatro soldados caídos regresaron a casa… Con tu humilde ejemplo, los niños de nuestra nación, en cualquier lugar de América, saben que, de donde quiera que sean, pueden lograr grandes cosas, como ciudadanos y miembros de la gran familia americana”.
Foto: Fuerza Aérea, Sargento Jacob Bailey.
El sargento Meyer, que ahora emplea su tiempo en labores humanitarias en beneficio de los veteranos de guerra, impuso una condición para aceptar la Medalla al Honor. Que cuando se la dieran, se levantaran los compañeros que lucharon con él, del Cuerpo de Marines, del Ejército de Tierra y de la Marina, para recibir un homenaje conjunto. También pidió que se leyera los nombres de los cuatro soldados a los que no pudo salvar. No dijo ni una palabra. Se quedó quieto, aceptando la medalla casi como una carga protocolaria. Insistía: no la merecía porque no salvó a los cuatro compañeros muertos. Y sufría en silencio la humillación de la campaña de represalias de sus antiguos jefes.
Ahora, y muy a su pesar (porque él ha decidido no hablar con los medios) el sargento Meyer es, ante los ojos de la opinión pública norteamericana, un honorable David enfrentado a su anterior empresa, un Goliat británico de turbios negocios con Pakistán, una nación donde nada es lo que parece. Si bien es cierto que, formalmente, Islamabad es un aliado de Washington, los generales que manejan los hilos allí protegen a insurgentes talibanes y amparan ataques contra tropas norteamericanas.
Eso se sabe aquí en Washington, pero no se comenta abiertamente. Y al fin y al cabo, en algunas instancias, el gobierno de EE UU permite la venta de material bélico a Pakistán. En ese sentido, puede que el sargneto Meyer, abnegado e idealista, todo un héroe, no se enfrente sólo a una empresa, sino a todo un sistema de falsas apariencias diplomáticas.