Una caja de Bradley Manning en el sótano de su tía en Washington contenía una de las pruebas incriminatorias decisivas en el juicio al soldado acusado de filtrar cientos de miles de documentos secretos a Wikileaks. Dentro de esa caja se hallaba una tarjeta de memoria. Y en ella, 400.000 informes de Irak y 91.000 de Afganistán. Eran detalladas descripciones de operaciones norteamericanas en el frente de batalla, como las filtradas por Wikileaks el año pasado. Dentro de esa tarjeta había también un documento de texto, y en él, un mensaje del propio Manning:
Este es probablemente uno de los documentos más importantes de nuestro tiempo. Eliminar la confusión de la guerra y revelar la verdadera naturaleza de la estrategia bélica asimétrica del siglo XXI.
El cuarto día de vista previa al consejo de guerra de Manning se ha centrado, sobre todo, en una serie de pruebas irrefutables que identifican al soldado como el autor de la filtración a Wikileaks. En esa misma tarjeta de memoria había información de contacto del propio Julian Assange, además de una serie de instrucciones sobre cómo enviar documentos al portal de revelación de secretos de forma anónima.
(Manning al llegar al juzgado en Fuerte Meade / FOTO: AP)
¿Más pruebas incriminatorias? El ordenador de Manning, examinado por el analista de inteligencia del Ejército Mark Johnson estaba repleto de ellas. En un programa de chat había un contacto, con quien Manning había hablado con frecuencia, identificado por el alias Press Association. Se trataba del propio Assange. “Los dos se habían mantenido en contacto en algún punto”, dijo Johnson. En esa misma computadora había rastros de que Manning había enviado documentos a Wikileaks. En un correo enviado por el soldado a alguien llamado Eric Schmiedl, admitía:
Yo fui la fuente que filtró el vídeo del 12 de julio de 2007 del ataque con el Apache, en el que murieron dos periodistas y dos niños resultaron heridos.
También se ha sabido este lunes que en la sala de analistas de inteligencia de la base de operaciones Hammer de Irak, donde Manning se descargó los documentos, no se permitían dispositivos USB, para evitar robo de información. Sí que se autorizaba el uso de cedés, porque los soldados, frecuentemente, tenían que pasar información secreta al Ejército iraquí grabada en ellos. Manning se descargó el programa de grabación Roxio y almacenó la información en discos, que luego pasó a su computadora personal.
Todos estos detalles confirman lo que ya avanzó EL PAÍS: hay pruebas definitivas que incriminan a Manning. La defensa, por ello, está presentando una serie de atenuantes en una estrategia arriesgada. El abogado civil del soldado, David Coombs, le ha retratado como un marginado, como un soldado rechazado por los demás por su sexualidad. Al estrado subió este lunes Eric Baker, que es policía militar y que entre 2009 y 2010 compartió barracón con Manning en la base Hammer.
Coombs le preguntó si se llevaba bien con Manning, y dijo, nervioso, que no. El letrado le presionó para que diera más detalles, y finalmente confesó que, cuando se enteró de que su compañero de barracón era homosexual, le dejó de hablar, y le exigió que no se dirigiera a él. “¿Era el soldado Manning alguien con muchos amigos en la base?”. “Supongo que no”, respondió Baker.
Si Baker sabía que Manning era gay, como lo sabían varios de sus superiores, debería haberle delatado, facilitando su expulsión. Esa es la base de la defensa: si Manning hubiera sido apartado del servicio, y, por lo tanto, de su ordenador de trabajo, no hubiera sustraido la información. No existe, de momento, ninguna garantía de que el magistrado Paul Almanza pueda aceptar esa línea de razonamiento como un atenuante.
Hay 1 Comentarios
El 19 de noviembre de 2005, un pelotón de marines estadounidenses fue atacado por una bomba al borde de la ruta en Haditha, en la provincia Anbar de Iraq, matando a un soldado e hiriendo gravemente a dos. Según declaraciones de civiles los marines se lanzaron a una masacre desenfrenada, matando a 24 personas. Entre ellas un hombre de 76 años en una silla de ruedas y un niño de tres años. Fue una matanza. “Pienso que simplemente estaban cegados por el odio… y perdieron el control”, dijo James Crossan, uno de los marines heridos. Cuando escuchó la noticia, el general Steve Johnson, el comandante estadounidense en la provincia Anbar en esos días, no vio motivos para más exámenes. “Pasaba todo el tiempo… en todo el país. Ya sabéis, tal vez, si yo hubiera estado sentado aquí [en Virginia] y hubiese oído que 15 civiles fueron asesinados me habría sorprendido y espantado y habría hecho más para investigarlo. Pero entonces sentí que solo era el precio de la acción en ese enfrentamiento en particular”. Ocho soldados fueron acusados originalmente por la atrocidad. Los cargos contra seis soldados se retiraron, uno fue absuelto y el otro sigue a la espera de un juicio. Lo sabemos porque un periodista del New York Times encontró documentos de la investigación interna de los militares estadounidenses en un basural cerca de Bagdad. Un asistente los estaba usando para alimentar un fuego para cocinar carpa ahumada para la cena. El artículo apareció el mismo día en el que Barack Obama anunció la retirada de los soldados estadounidenses la semana pasada, aclamando la guerra de casi nueve años como un “éxito”, que fue “un extraordinario logro” que los soldados pueden ver con “sus frentes en alto”. Y así sigue adelante EE.UU., tirando a la basura la evidencia de sus crímenes de guerra, no responsabilizando a nadie y prefiriendo ver la derrota como victoria y el fracaso como éxito. Aunque hay que saludar la salida de los soldados estadounidenses con un alivio precavido (precavido porque EE.UU. mantendrá su mayor embajada del mundo en Iraq junto con miles de contratistas privados armados), se debe hacer todo lo posible por frustrar a los que tratan de engalanar y deformar su lamentable legado. Se pensaría que es algo fácil. El caso contra esta guerra se ha enjuiciado exhaustivamente en esta columna y en otros sitios. (El argumento de que el derrocamiento de Sadam Hussein compense de alguna manera las mentiras, la tortura, el desplazamiento, la carnicería, la inestabilidad y los abusos de los derechos humanos es perverso. EE.UU. utilizó una bomba Daisy-Cutter para cascar una nuez.) Esta guerra comenzó con muchos padres, pero terminó sus días como un huérfano, mancillando las reputaciones de los que la lanzaron y a los idiotas útiles que dieron cobertura intelectual. Nadie ha tenido que rendir cuentas; pocos aceptan la responsabilidad. En todo caso, no podrían haberlo hecho solos. Fue posible gracias a la colusión sistémica de una clase política indolente y una cultura política jingoísta, para no hablar de un cheque en blanco del gobierno británico. Cuando la guerra comenzó, casi tres cuartos de los estadounidenses la apoyaron. Solo los políticos con principios se opusieron, y hubo muy pocos. Cuando preguntaron a Nancy Pelosi por qué no presionó por la recusación de Bush cuando llegó a presidenta de la Cámara en 2006, dijo: “¿Y los demás que votaron por esa guerra sin tener evidencia alguna?… ¿Dónde estarán esos demócratas? ¿Van a votar por nosotros para recusar a un presidente que nos llevó a la guerra basándose en información que ellos también tenían?” Hoy, el retiro de las tropas es casi lo único popular que ha hecho Obama en los últimos dos años. Los sondeos muestran que más de un 70% apoya la retirada, aproximadamente dos tercios se oponen a la guerra y más de la mitad cree que fue un error. Pero existe una diferencia entre lamentar algo y aprender de ello. Y aunque hay amplia evidencia de lo primero, hay poca que sugiera lo segundo. Según Christopher Gelpi, profesor de ciencias políticas de la Universidad Duke, dspecializado en actitudes públicas ante la política exterior, el factor más importante que conforma las opiniones de los estadounidenses sobre cualquier guerra es si creen que EE.UU. vencerá. Esta visión solipsista del mundo difícilmente lleva al tipo de introspección que puede convertir el remordimiento en redención. Es un modo de pensar que ve que la guerra de Vietnam fue errónea no porque se invadió a un país independiente, lo arrasaron y asesinaron a y torturaron a millones de persona. Fue errónea porque EE.UU. la perdió.
Y esta actitud impregna el espectro político. Incluso cuando los críticos de la guerra censuran la sangre y el dinero desperdiciados, generalmente se refieren solo a vidas estadounidenses y al dinero estadounidense. También los encuestadores lo presentan de esa forma. Un reciente sondeo de CBS preguntó: “¿Piensa que la remoción de Sadam Hussein del poder justificó la pérdida de vidas estadounidenses y otros costes del ataque contra Iraq, o no? (50% no, 41% sí) y “¿Piensa que el resultado de la guerra contra Iraq justificó la pérdida de vidas estadounidenses y otros costes del ataque contra Iraq, o no? (67% no, 24% sí). Simplemente no mencionan el coste para los iraquíes. “Es el fin solo para los estadounidense”, escribió Emad Risn, un columnista iraquí, en un periódico financiado por el gobierno. “Nadie sabe si la guerra terminará también para los iraquíes”. Y parece que a pocos estadounidenses les importa. Ha pasado un tiempo desde los días en que Iraq aparecía entre las prioridades de la nación, y ni hablar de las primeras. Tienen razón los estadounidenses cuando se quejan de la suerte de los veteranos que vuelven a una economía deprimida con una serie de discapacidades físicas y mentales. Pero los civiles iraquíes apenas merecen que se les mencione. Según un informe del New York Times, entre el testimonio descartado había una entrevista con el sargento mayor Edward Saz: “Ordené que los marines dispararan sobre niños en coches, y encaré a los marines individualmente, uno a uno, al respecto porque les costó enfrentar esa situación”. Cuando le dijeron que no sabían que había niños a bordo, les dijo que no era su culpa y afirmó que las muertes no deberían significar un lastre vitalicio para ellos. Los progresistas, que tratan de vincular el colapso económico a los contratiempos militares, argumentan a menudo que la construcción de la nación debería comenzar en casa, no en Iraq, convirtiendo así –a sabiendas o no– a los iraquíes en la imaginación pública de víctimas de una guerra ilegal a receptores de un bienestar ilícito. Sin ninguna ironía aparente, Obama marcó el fin de la ocupación llamando a otros a no interferir en los asuntos internos de Iraq. El esfuerzo conjunto de todo esto es como romperle primero la mandíbula a alguien con tu puño solo para lamentarte después del terrible dolor causado a tu mano. EE.UU. no es el único en esta situación. La amnesia y la indiferencia son privilegios de los poderosos. Los kenianos y los argelinos recuerdan las atrocidades cometidas por británicos y franceses bajo el colonialismo, mientras los colonialistas siguen huyendo de su historia. “La característica esencial de una nación es que todos sus individuos tienen que tener muchas cosas en común” escribió el filósofo francés del Siglo XIX, Ernest Renan, “y también tienen que haber olvidado muchas cosas”. No es sorprendente que un reciente sondeo Pew estableció que a pesar de toda la evidencia contraria un 56% de los estadounidenses dijo que pensaba que la invasión había tenido éxito en sus objetivos, mientras que la cantidad de los que piensan que la invasión fue la decisión correcta es la mayor en cinco años. El coste de hacer las cosas siempre parece más razonable cuando son otros los que pagan el precio. © 2011 The Guardian/UK Gary Younge es un columnista y cronista de The Guardian basado en EE.UU. Alandete:si el soldado Manning ayudo a parar esta Invasion(carniceria) es un Heroe de la Humanidad.sc
Publicado por: sergio carioni | 21/12/2011 15:54:47