David Alandete

Sobre el autor

es corresponsal del diario El País en Washington. En Estados Unidos ha cubierto asuntos como las elecciones presidenciales de 2008, el ascenso del movimiento del Tea Party o la guerra de Afganistán. Llegó a Washington en 2006, con una beca Fulbright para periodistas, a través de la cual se especializó en relaciones internacionales, conflictos armados y políticas antiterroristas.

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¿De quién son las fotos?

Por: | 19 de abril de 2012

Was6397194JOSE KLAMAR / AFP

El Pentágono ha tratado de evitar, a toda costa, que las nuevas fotos de soldados norteamericanos posando junto a cadáveres de afganos llegaran a la prensa y dieran la vuelta al mundo, emponzoñando de nuevo las relaciones de Washington con Kabul.

Y a pesar de las advertencias de la cúpula militar contra el diario Los Angeles Times, éste ha optado por publicar dos. No sabemos si son las más cruentas o si son las más denigrantes. Esa es la justificación del periódico, enunciada por su director, Davan Maharaj.

Nuestro trabajo es publicar la información que nuestros lectores necesitan para tomar decisiones informadas. Tenemos el deber básico de informar con imparcialidad sobre todos los aspectos de la misión de EE UU en Afganistán. En este caso, nos pareció que el interés público se beneficiaba de la publicación de una muestra limitada de imágenes, aunque ésta es muy representativa

Fue un soldado anónimo quien dio las 18 imágenes al diario. En el pasado, han sido también soldados quienes han filtrado documentos gráficos o de vídeo que han dejado al desnudo los abusos de los soldados norteamericanos en el campo de batalla. Pero en esta ocasión hubo una diferencia: dio las fotos a un diario.

Éste las publicó ayer, y los demás diarios, por los problemas de los derechos de autor y la propiedad intelectual, las publicaron buscando vías indirectas, obtusas y enrevesadas.

Así lo daba esta mañana el New York Times:

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Y así lo dimos ayer en El País, con una crónica del corresponsal jefe en EE UU Antonio Caño:

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El caso es que considero que en este asunto no debería considerarse que haya propiedad intelectual sobre unas fotos privadas, sustraídas entre filas, que además son prueba de flagrante infracción de las leyes de la guerra. Que las tuviera el Times es una circunstancia puralmente casual. No son fruto de una labor de investigación sobre el terreno, sino documento que debería considerarse de interés general, para demostrar los estragos de una larga guerra, repleta de episodios penosos que sólo justifican lo que la Casa Blanca ya tiene en marcha: una retirada, cuanto más pronta, mejor. Y para eso, no debería haber leyes de propiedad intelectual, sino de trato digno.

Bromas en las paredes del Pentágono

Por: | 17 de abril de 2012

En los intrincados pasillos del centro de poder militar de la primera potencia mundial, sólo cuelgan  los retratos de grandes hombres que supieron dar lo mejor de sí mismos en grandes batallas.

El general Peter Pace, jefe del Estado Mayor Conjunto durante los peores años de la guerra de Irak. El general Colin Powell, el primer afroamericano en ocupar el mismo puesto. El general Dwight Eisenhower, héroe de la segunda Gran Guerra y luego presidente de la nación. El general George Patton, líder del Tercer Ejército de EE UU, el que mayores gestas protagonizó en África y Europa durante la lucha contra el nazismo.

Y este retrato, en el que se lee: “ENS CHUCK HORD, USNA, CIRCA 1898, PERDIDO EN EL MAR, 1908”.

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¿Un capitán de la Marina, con un gran anillo de la Academia Naval de Annapolis, abierta en 1845, y con un peinado al estilo de los años 80 -los del siglo XX? A un corresponsal en el Pentágono del diario The Wall Street Journal le llamó la atención. Adam Entous hizo sus indagaciones y preguntó a la cúpula militar.

Los encargados de la decoración del Pentágono descubrieron que Ensign Hord no era ningún héroe de guerra, que no constaba en los registros de la Marina, que no se había caído por ninguna borda en el siglo XX. De hecho, Ensign Hord está vivo y muy vivo, y reside, felizmente jubilado, en Virginia, después de una carrera militar que le llevó al Pentágono y a varias bases navales.

El retrato, finalmente, ni siquiera era un óleo, sino una fotografía retocada.

Estamos ante la que puede ser la primera broma en el Pentágono tras el mortal ataque del 11 de septiembre de 2001. En su reportaje, publicado hoy en la portada del Journal, Entous relata cómo el retrato fotográfico de Hord, tomado en los años 80, pasó de mano en mano hasta quedar colgado en una pared de la sede del Departamento de Defensa en julio de 2011. Lo puso allí con sus manos el teniente coronel canadiense Brook Bangsboll, amigo de Hord, que hizo inscribir la placa que lo acompaña, a modo de broma. Y ahí quedó, hasta que el periodista lo descubrió y cayó en la contradicción de que un supuesto héroe militar desapareciera en 1908 y llevara un peinado más propio de 1980.

Poco tardó el Pentágono en retirarlo, por supuesto. Según ha dicho Hord al Journal, la retirada le ha provocado algo de tristeza: “Pensé que sería mi forma de quedarme para siempre en el Pentágono”. Queda allí, de hecho, pero como el primer protagonista de una gran broma.

Pueden leer el reportaje del Journal aquí: Walk the Prank: Secret Story of Mysterious Portrait at Pentagon.

El Pentágono explica sus recortes

Por: | 16 de abril de 2012

Por unos grilletes

Por: | 13 de abril de 2012

Al NashiriAl Nashiri, esta semana / Janet Hamlin (MCT)

No llevará grilletes, y todos quedan contentos. Esta semana, en la base naval de Guantánamo, el juez James Pohl, coronel del Ejército, ha permitido que el supuesto autor del bombardeo contra el USS Cole en Yemen en 2000, un ataque en el que murieron 17 soldados de EE UU, se reúna con sus abogados sin estar esposado. Parece algo menor. Sólo unos grilletes en un hombre, Abd al-Rahim Al Nashiri, que ha sido sometido a ahogamiento fingido y a interrogatorios con pistolas y a quien se le ha colocado un taladro junto a la sien para que confiese sus crímenes.

Pero precisamente por eso. Los abogados de Al Nashiri alegan que los grilletes le recuerdan sus días de tortura a manos de los agentes de la CIA. Entonces llevaba grilletes, después de haber sido detenido en Emiratos Árabes Unidos en 2002. Es un hombre sobre cuya cabeza ya pende una condena de muerte, aplicada por la justicia yemení en 2004, tras juzgarle in absentia. El Gobierno de EE UU ha admitido que los agentes de la CIA le sometieron al programa de interrogatorios aprobado por la anterior administración.

No es que el Pentágono esté de acuerdo con la idea de que Al Nashiri, supuesto ideólogo de uno de los mayores ataques contra EE UU antes del 11-S, se reúna con sus letrados sin estar esposado. Pero sus fiscales querían evitar a toda costa que el acusado testificara en la vista oral celebrada esta semana, porque pensaban que podía dar todo tipo de detalles sobre su programa de interrogatorios, y revelar información clasificada que puede servir para juzgar a otros terroristas.

Era probablemente lo que quería hacer Al Nashiri. Es uno de la decena de detenidos que quedan en régimen de aislamiento en la cárcel de máxima seguridad de Guantánamo, aquellos a los que se considera líderes terroristas y enemigos acérrimos de EE UU. Cuando se reanudaron las vistas orales contra Al Nashiri, en otoño, éste entró en la sala de audiencias y miró, desafiante, con una sonrisa, a los familiares de los 17 soldados aniquilados en el USS Cole en 2000. De entre el último reducto de Guantánamo, es uno de los más beligerantes.

La decisión del coronel Pohl es, en realidad, una mera demora. En algún momento deberá decidir si, cuando testifique Al Nashiri -porque deberá testificar- los medios podremos cubrirlo, y podremos informar de sus palabras. En consejo de guerra, el magistrado puede aplicar secreto de sumario, alegando razones de seguridad nacional. Es algo que ha sucedido en otros juicios militares recientes, como el del soldado Bradley Manning, acusado de filtrar los cables de Wikileaks.

Diversos medios, como The New York Times, Fox News, The Miami Herald, National Public Radio, The New Yorker, Reuters, The Tribune Company y The Washington Post contrataron a un abogado experto en asuntos de libertad de expresión, David Alan Schulz, que realizó una petición formal ante el juez para que no declarara el secreto de sumario. Esta semana, ese abogado pidió al coronel Pohl que considere otras medidas, como retransmitir el testimonio con 45 segundos de retraso para que los abogados del Ejército censuren aquellas palabras que puedan suponer grave riesgo para la seguridad de la nación.

Ateos en las trincheras

Por: | 11 de abril de 2012

69153387Concentración atea en Fort Bragg / C. KEANE (REUTERS)

Los tiempos están cambiando, como cantó Bob Dylan, incluso para las fuerzas armadas más temidas del mundo. El pasado día 1 de abril se organizó en unas instalaciones militares el primer acto para ateos del que se tiene constancia aquí en Estados Unidos. Es curioso, porque incluso en las bases más remotas suele haber capellanes y servicios religiosos para todos los credos posibles: protestante, católico, judío, musulmán... Pero, ¿quién hace de guía moral para los ateos, en caso de que sea necesario?

En un marco político en el que los (ex)aspirantes a la Casa Blanca han estado criticando con dureza la separación entre Iglesia y Estado, ser ateo y salir del armario no es cosa fácil en un país como EE UU. Por eso la valentía de los cientos de soldados que acudieron al evento para ateos en la base de Fort Bragg, en Carolina del Norte, es doble. De los 1,4 millones de soldados en activo en las cuatro ramas principales del Ejército, sólo 8.000 se confiesan ateos. Otros 1.800 se definen como agnósticos y 286.000 evitan revelar abiertamente su afiliación a sus superiores en la cadena de mando.

“Estamos enviando un mensaje”, dijo a Reuters Justin Griffith, sargento en Fort Bragg. “En las trincheras, los ateos luchan también por vuestros derechos. Por favor, devolvednos el favor”. En la concentración, convocada bajo el lema Rock Beyond Belief (un juego de palabras que significa ‘solidez más allá de la fe') se vio todo tipo de carteles, en los que se leían consignas como “ser soldado requiere dedicación, no fe” o  “no hay capellanes en las trincheras”. Griffith la organizó, en parte, para protestar contra un evento de cristianos evangélicos en la base que, según su opinión, iba dirigido a convertir soldados al protestantismo.

No son quejas sin motivo. El Ejército de Tierra impone a sus soldados lo que se conoce como Examen de Adecuación Espiritual, en el que se pide que se evalúen afirmaciones como éstas:

  • Soy una persona espiritual
  • Mi vida tiene un sentido duradero
  • Creo que, de algún modo, mi vida está conectada estrechamente a toda la humanidad y a todo el mundo
  • El trabajo que hago en el Ejército tiene un sentido duradero
  • Con frecuencia me refugio en la religión o en las creencias espirituales
  • Creo que hay un sentido en mi vida


Todo ello, según se dice en el Pentágono, porque las personas de fe tienen una mayor resistencia en el frente de batalla. Esas preguntas enervaron al sargento Griffith, que organizó el encuentro de ateos y agnósticos con el apoyo de la Fundación Militar para la Libertad Religiosa, creada para “ofrecer garantías a todos los miembros de las Fuerzas Armadas de EE UU reciben protecciones plenas bajo el principio constitucional de libertad religiosa que ampara a todos los norteamericanos”, según dice en su página web. Prometen seguir luchando por ello, aunque parezca una guerra tan difícil de ganar como la que hay abierta en el frente afgano.

La otra guerra del Pentágono

Por: | 04 de abril de 2012

Was6349988Leon Panetta durante una visita a San Diego, el 30 de marzo / Mike Blake (AFP)

El Pentágono gasta, al año, unos 530.000 millones de dólares. De ahí financia los salarios de las tropas y de los empleados civiles; la compra y mantenimiento de equipamiento y armas, y los demás presupuestos de las cuatro divisiones castrenses: el Ejército de Tierra, la Marina, la Fuerza Aérea, el Marine Corps y la Guarda Costera. Es un notable incremento respecto al gasto previo a los ataques terroristas del 11-S y las guerras de Irak y Afganistán. En 2001 el gasto no llegaba a los 300.000 millones.

Ahora, en el Departamento de Defensa y las muchas empresas subcontratadas que prestan sus servicios al gran entramado militar de EE UU temen un futuro, no muy lejano, en que la austeridad presupuestaria imponga recortes, despidos y contracciones de todo tipo. No es un escenario improbable. Demócratas y republicanos llegaron el año pasado a un acuerdo: si en 2012 no hay consenso sobre el endeudamiento del Gobierno, se cortarán automáticamente 50.000 millones en defensa al año durante una década, o el 10% del presupuesto base anual del Pentágono.

En octubre, el secretario de Defensa, Leon Panetta, dijo que esa posibilidad era un augurio de graves desastres, ya que pondría en riesgo la preponderancia bélica de EE UU en el mundo. “Ese mecanismo impondría recortes en materia de defensa que provocarían daños catastróficos a nuestro ejército y a su capacidad de proteger a este país. Doblaría el número de recortes a los que ya nos enfrentamos y infligiría un gran daño a nuestros intereses no sólo aquí, sino en todo el mundo”, dijo Panetta en octubre.

El caso es que los recortes en el Pentágono son, para demócratas y republicanos en el Congreso, como el tercer rail en el metro: no hay quien lo toque, por miedo a electrocutarse. En campaña electoral, nadie (excepto el candidato libertario Ron Paul) osa ni siquiera insinuar que deberá prescindirse de los servicios de un solo soldado o reducir el arsenal de armamento en un rifle.

La cúpula militar ya ha aceptado reducir sus presupuestos en 487.000 millones en la próxima década. Ese añadido automático de 500.000 millones sería una estocada mortal, según los generales, que se han encargado personalmente de ejercer presión sobre los legisladores en el Capitolio, librando una guerra en el plano propagandístico. El pasado jueves, por ejemplo, tuvieron que contraatacar.

Aquel día, el jefe del Comité Presupuestario de la Cámara de Representantes, el republicano Paul Ryan, dijo, en una conferencia: “No creemos que los generales nos estén dando su opinión verdadera. No creemos ni siquiera que piensen que su presupuesto es un presupuesto adecuado”. ¿Llamar a los generales mentirosos? Craso error. El jefe del Estado Mayor Conjunto, general Martin Dempsey, le respondió en persona: “Hay una gran diferencia entre decir que no cree lo que le contamos y en llamarnos mentirosos colectivos”.

A Ryan le faltó tiempo para retractarse. “Me equivoqué en mis palabras”, dijo inmediatamente. “No quise dar esa impresión”. Ryan ha estado haciendo campaña con Mitt Romney, el más que probable candidato a la presidencia por el Partido Republicano. Y está en la lista de vicepresidenciables. Y, claro, nadie llegó a la Casa Blanca como enemigo del Pentágono.

El País

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