David Alandete

Sobre el autor

es corresponsal del diario El País en Washington. En Estados Unidos ha cubierto asuntos como las elecciones presidenciales de 2008, el ascenso del movimiento del Tea Party o la guerra de Afganistán. Llegó a Washington en 2006, con una beca Fulbright para periodistas, a través de la cual se especializó en relaciones internacionales, conflictos armados y políticas antiterroristas.

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Despidos inminentes en el Pentágono

Por: | 30 de julio de 2012

Petty Officer 1st Class Brandan W. Schulze
No serán las de este verano unas vacaciones tranquilas para los jefes del Pentágono. Si los demócratas y los republicanos no llegan a un acuerdo sobre un recorte en el gasto público de EE UU, la cúpula militar deberá efectuar una serie de reducciones presupuestarias que se podrían traducir en miles de despidos, que afectarían, eminentemente, al personal civil subcontratado del Departamento de Defensa. En año electoral, es muy poco probable que en el Capitolio se llegue a ese tipo de acuerdo. Las primeras cartas de despido podrían comenzar a llegar sólo cuatro días antes de la cita electoral del 6 de noviembre.

El año pasado, para evitar que EE UU se declarara en suspensión de pagos, después de alcanzar el techo de endeudamiento gubernamental, demócratas y republicanos aceptaron unos recortes automáticos en materia de defensa de 500.000 millones de dólares. Entonces, el escenario de los recortes automáticos parecía muy lejano. Deberían entrar en vigor el 2 de enero de 2013. Esa fecha se acerca ahora. Y las subcontratas civiles deben notificar a sus empleados de los despidos 60 días antes de que se formalicen.

Todo tipo de líderes, incluidos los conservadores, han tratado de convencer a los republicanos de que den marcha atrás y lleguen a un acuerdo que evite que se implementen de forma automática esos recortes. El propio Dick Cheney, exvicepresidente de la nación, acudió al Capitolio para pedirles a los líderes de su partido que no permitan que los recortes entren en vigor. “El gasto en materia de defensa no es un grifo que se pueda abrir y cerrar, necesitamos mantener el flujo de fondos de una forma predecible, para poder planificar la próxima guerra”, dijo Cheney.

Mientras Cheney, principal arquitecto de la operación bélica de Irak, hablaba de futuras guerras, otros veían intereses aun más oscuros. Y no, no se trata de teóricos de la conspiración. El líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, de Nevada, acusó a Cheney de buscar el beneficio propio, o de sus colaboradores, ya que una de las principales subcontratas del Pentágono es la empresa Halliburton. Cheney fue consejero delegado de Halliburton entre 1995 y 2000. “Sabemos que antes de ser vicepresidente trabajó para Halliburton. Y a Halliburton le fue muy bien en la época en la que él fue vicepresidente”, dijo Reid.

El caso es que no sólo a Cheney le importunarían esos recortes. A Barack Obama, especialmente, no le conviene que a cuatro días de las elecciones le lleguen cartas de despido a miles de electores empleados por el Pentágono. Esos empleados civiles residen, en su mayoría, en Virginia, en los alrededores de la sede del Departamento de Defensa. Virginia es un Estado que en 2008 ganó Barack Obama, pero donde las encuestas le auguran dificultades en los comicios de este año. Obama ganó el Estado precisamente por el apoyo del voto urbano, en las ciudades de la corona metropolitana de Washington. Y ese ese voto el que se juega con los inminentes despidos del Pentágono.

Foto: Petty Officer 1st Class Brandan W. Schulze, Departamento de Defensa de EE UU

Cartas desde el frente, 47 años después

Por: | 18 de julio de 2012

Steve Flaherty / Depto. de Defensa EE UU
Tardaron 43 años en ser entregadas, pero finalmente llegaron. Son cuatro cartas, escritas en el frente, en Vietnam, el testimonio personal e íntimo de un joven soldado asustado, desencantado por los horrores de la guerra, días antes de morir. El sargento Steve Flaherty murió en combate en 1969. Los soldados vietnamitas se llevaron sus enseres y, entre ellos, sus misivas no enviadas. Durante una visita, el mes pasado, a Vietnam, el secretario de Defensa Leon Panetta las recibió de manos del Gobierno de aquel país, y las trajo personalmente a EE UU, donde le fueron entregadas a los familiares aun vivos del sargento. Ahora se exhibirán en un museo de Carolina del Sur.

A una familia de amigos y vecinos, los Wyatt, el sargento les decía, a horas de morir: “Ésta es una guerra sucia y cruel, pero estoy seguro de que la ciudadanía entenderá el propósito de ella, a pesar de que muchos de nosotros tal vez no estemos de acuerdo con esto”. A una amiga llamada Betty Buchannan, le relata el sufrimiento de la guerra: “Hemos entablado una lucha terrible con el ejército de Vietnam del Norte. Hemos registrado muchas bajas y muchas muertes. Han sido unos días duros para mí y para mis hombres. Hemos cargado con una cantidad de cuerpos de hombres muertos y heridos que jamás podré olvidar... Sentí cómo me atravesaban las balas. Nunca he estado tan asustado en toda mi vida. Bueno, será mejor que deje de escribir antes de que regresemos a tomar esa colina”.

Flaherty murió. Daba su vida un joven entregado a su patria. Había nacido en Japón, en los años 50, de padre norteamericano y madre japonesa. Fue abandonado en un orfanato, y el soldado Ronald Flaherty, destinado a aquel país, convenció a sus propios padres de que le adoptaran, algo a lo que estos accedieron. El pequeño Steve llegó a Carolina del Sur a la edad de nueve años. Vivió una vida plenamente americana: instituto, béisbol, universidad... Se alistó en el Ejército en 1967, para morir sólo dos años después, en el valle A Shau, a los 22 años.

Las cartas confiscadas, repletas de miedo y frustración, fueron un gran hallazgo para los soldados vietnamitas. Se leían en inglés en emisoras como Radio Hanoi, para que los soldados norteamericanos tuvieran constancia de las dudas de uno de los suyos, y para hundirles la moral. Un antiguo experto del Pentágono en prisioneros de guerra y desaparecidos en combate, Robert Destate, vio mención de las cartas en una revista vietnamita en 2011, y notificó a la familia de ello, para que realizaran una petición formal a través de los pertinentes canales diplomáticos. Finalmente, las misivas le fueron entregadas a la familia el 16 de julio.

Esta ha sido la primera ocasión en que Vietnam y EE UU se han intercambiado artefactos de guerra, reliquias de una guerra para muchos tan olvidada como injusta. Según un recuento oficial del Pentágono, 58.193 soldados de EE UU murieron en aquella guerra.

Los riesgos de una guerra subcontratada

Por: | 12 de julio de 2012

110320-F-IV526-051Los restos del soldado Rudy Acosta llegan a la base de Dover (US Air Force / Jason Minto)

Es un ejemplo de por qué la inminente retirada de Afganistán va a ser más problemática de lo que prometen en Washington o Kabul. La historia es sencilla, y habitual en las bases afganas. Un militante radical afgano promete matar soldados norteamericanos. Una empresa contratista canadiense tiene constancia de algunas amenazas, que no logra confirmar. Necesita mano de obra, barata. Le contrata y le asigna como guarda de seguridad a una base aliada. Allí, finalmente, abre fuego y mata a dos soldados e hiere a otros cuatro.

La empresa se llama Tundra Strategies, y el militante Shir Ahmed. El ataque tuvo lugar en marzo de 2011 en la base Frontenac. La familia de uno de los soldados fallecidos, el doctor Rudy Acosta, que tenía 19 años, ha presentado ahora una demanda contra la contratista de Ontario, en la que se han presentado también como demandantes tres de los heridos que sobrevivieron.

Durante las tres grandes guerras que George Bush abrió -las de Afganistán, Irak y la genérica ‘contra el terrorismo’- EE UU y el Pentágono pasaron a depender altamente de contratistas. Todo lo que se podía externalizar se externalizó, como si la crisis económica hubiera comenzado por la guerra. Era más barato que asalariados, mercenarios autónomos, se encargaran de la seguridad de las bases, de su logística, del control de los accesos. Así sucede en la gran mayoría de bases, sobre todo en las de mayor envergadura, como Bagram o Camp Phoenix.

Tundra, la empresa de Canadá, se encargaba de la seguridad en nueve bases afganas. Los demandantes aseguran que contrató por primera vez a Ahmed en mayo de 2010. En dos meses ya le puso en la calle, porque había recibido un chivatazo, según el cual Ahmed quería matar a soldados norteamericanos. Inexplicablemente, le volvió a contratar en 2011, porque, según los gerentes de la empresa, el chivatazo no se había podido verificar. Semanas después mató a los dos soldados y falleció él mismo abatido por las tropas.

En comparación con el duro proceso de entrenamiento y despliegue de tropas, hay poco control sobre los contratistas. Suponen un riesgo, en muchas ocasiones, por abusos cometidos puntualmente contra civiles afganos y contra soldados norteamericanos. Y caen también, como las tropas. En 2011 murieron 430 en Afganistán, todos ellos norteamericanos. Kabul no ofrece datos sobre los contratistas afganos abatidos.

El País

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