David Alandete

Sobre el autor

es corresponsal del diario El País en Washington. En Estados Unidos ha cubierto asuntos como las elecciones presidenciales de 2008, el ascenso del movimiento del Tea Party o la guerra de Afganistán. Llegó a Washington en 2006, con una beca Fulbright para periodistas, a través de la cual se especializó en relaciones internacionales, conflictos armados y políticas antiterroristas.

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Las mujeres luchan por ir al frente

Por: | 29 de noviembre de 2012

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A día de hoy, el Pentágono sigue teniendo vigente la prohibición a las mujeres de servir en operaciones de combate directo. Hay informes en contra. Muchos generales se oponen. Las mujeres soldado consideran que es trato injusto. Hay medidas de protección, como chalecos adaptados a su fisionomía. Las guerras ya no se libran con cuerpo a cuerpo u operaciones de infantería tradicional. Pero la cultura imperante se prolonga de forma agónica, aunque los pocos que defienden esa prohibición parecen estar ya en el lado equivocado de la Historia.

Cuatro soldados mujeres presentaron una demanda el jueves contra el Pentágono por prohibirles estar en la primera línea de combate, algo que afecta negativamente a sus posibilidades de ascenso. Es la segunda denuncia en un año. Y quienes las interponen son, a todas luces, unas heroínas. La piloto de la Guardia Nacional Mary Jennings Hegar trasladaba a tres soldados heridos en Afganistán en 2009 cuando su helicóptero fue abatido por fuego enemigo. Herida, Hegar protegió a sus tripulantes y devolvió el fuego, salvándoles a todos. Resultó herida, y recibió varias condecoraciones.

Hegar tiene todas las papeletas para hacer lo que quiera en combate. Si fuera un hombre, asumiría posiciones de responsabilidad en el frente. Como es una mujer, se ve obligada a pasar a la reserva. Con amargura y decepción, es una de las cuatro uniformadas que ha llevado a la cúpula militar de EE UU a los juzgados. La prohibición a las mujeres de entrar en combate directo se aprobó en 1994, durante los años más aciagos para la diversidad en las fuerzas armadas norteamericanas, cuando también se vetó a los homosexuales de filas.

Nadie hubiera anticipado en aquellos años, los primeros de gobierno de Bill Clinton, en plena resaca del reaganismo alargado por George Bush padre, que los gais acabarían tumbando las barreras castrenses antes que las mujeres. Hoy, gracias a una ley de 2010, los homosexuales pueden servir abiertamente, sin miedo a represalias. Muchas mujeres, sin embargo, aun se sienten discriminadas. En un pequeño triunfo, el año pasado 24 mujeres se integraron por primera vez en ocho tripulaciones de cuatro submarinos lanzamisiles balísticos de EE UU.

Desde 2001, más de 291.000 mujeres han prestado servicio en el frente. Sobre todo, se han dedicado a labores de apoyo y gestión. Sólo 84 han fallecido en Irak y Afganistán, de una cifra total que supera los 6.600 muertos. Notando la presión, el Gobierno de Barack Obama decidió, este año, abrir unos 14.000 nuevos puestos que antes estaban reservados exclusivamente a los hombres. Pero la primera línea de combate es territorio totalmente vedado para el género femenino.

Aquellos que defienden la presencia de mujeres en el frente -hay varios generales entre ellos- citan, sobre todo, las limitaciones de la condición física. Un informe de 2011 de la Comisión de Diversidad en el Liderazgo Militar, creada por el Pentágono, disiente. La recomendación principal es que se deben eliminar “barreras e inconsistencias, para igualar el campo de juego para todos los uniformados que estén dotados para ello”. El presidente de la comisión, el general retirado de la Fuerza Aérea Lester Lyles dijo que “la exclusión discrimina a las mujeres en el apartado de los ascensos”.

“Si uno mira cómo ha sido el campo de batalla moderno, en Irak y Afganistán, no es como en la Guerra Fría, donde había frentes definidos. Las mujeres prestan servicio. Lideran divisiones de seguridad militar, divisiones de policía militar, divisiones de defensa aérea, divisiones de inteligencia”, dijo Lyles. “Pero no se les da crédito por estar ya entre los rangos de combate”. Es sólo, parece, una cuestión de tiempo que ese sacrificio quede reconocido.

Foto: Dos mujeres en una patrulla en Afganistán, por Sgt. Christopher McCullough

El general se queda solo

Por: | 21 de noviembre de 2012

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El general John Allen ha vuelto a Afganistán. Se hallaba aquí en Washington, donde esperaba superar una rápida confirmación en el puesto de jefe de las tropas norteamericanas en Europa y jefe militar de la OTAN. Iba a ser su retiro dorado, siguiendo el camino de otros condecorados generales, como Ike Eisenhower, John Shalikashvili y Wesley Clark. Ahora Allen vuelve a Afganistán con su honor en duda y su destino en el aire.

Debe ser un mal trago para un hombre extremadamente popular entre sus tropas. Es el único marine en llegar a lo más alto en la misión bélica en Afganistán. Su estilo es duro. Su carácter, áspero. Al fin y al cabo, es un marine. Cuando en 2011 unos insurgentes lograron atacar la zona verde, un fortín diplomático en Kabul, acudió a la zona, ataviado con un chaleco antibalas, para supervisar en persona la misión.

Se paseó entre las barricadas. “Hey, talibanes, ¿acaso vuestro comandante hace eso?”, preguntó la oficina de comunicaciones de la misión de la OTAN en Afganistán a través de la red social de Twitter. Las tropas estaban orgullosas de tener a un tipo tan duro como Allen de comandante.

Ahora el general pasará la festividad de Acción de Gracias, una de las más familiares de EE UU, con sus tropas en las frías laderas de Kabul. En la capital norteamericana quedan su mujer, Kathy, con la que tiene dos hijas ya mayores, Betty, que es maestra, y Bobbie, que es cantante. La promoción a Europa ha quedado en el aire. Y pronto tomará el relevo en su puesto en Afganistán el también marine Joseph Dunford.

Acosado, agotado, Allen ve que le quitan el puesto, y que no hay una vía de futuro clara. Iba ganando en Afganistán pero acaba de perder, por lo que parece, en casa.

Aunque al general le ha defendido el mismísimo secretario de Defensa, Leon Panetta, quedan en manos de los investigadores del Pentágono hasta 30.000 páginas de correos electrónicos -muchos de ellos duplicados- que se envió con un ama de casa de Florida, Jill Kelley. No hay evidencias de culpa del general en nada, pero aun planea sobre el caso una onerosa duda. De momento, su mujer le ha mandado a Afganistán a pasar Acción de Gracias con sus soldados.

FOTO: Mass Communication Specialist 1st Class Chad J. McNeeley/Released.

Dos presidentes y dos generales

Por: | 12 de noviembre de 2012

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Se estrena la película de Steven Spielberg sobre Abraham Lincoln en un contexto idóneo: el de la reelección de Barack Obama. Muchas son las coincidencias entre ambos hombres. Los dos trataron de formar un gobierno que uniera a los dos partidos, se enfrentaron a las facciones radicales en la Cámara de Representantes y lograron aprobar leyes que tienen un potencial transformador para la nación. Pero sobre todo: ambos son presidentes en guerra, determinados a acabar un conflicto con todos los medios a su alcance.

Por supuesto, Lincoln tenía una guerra en casa, la única guerra civil en la historia norteamericana. Los campos llenos de cadáveres se hallaban en Virginia, a sólo decenas de kilómetros de la capital en la que residía. Obama tiene a los muertos a 11.000 kilómetros, en las montañas y los valles afganos, en el marco de una guerra que él no comenzó, que ha dado muy pocos resultados y que cada vez es más difícil de defender ante la opinión pública. Ya le puso punto y final a una guerra de George Bush, la de Irak. Este domingo reiteró su compromiso de acabar la otra.

En la Guerra Civil murieron, en sólo cuatro años, 625.000 soldados de ambos bandos, en la Unión y la Confederación. En Afganistán, en 11 años, han muerto 2.133 soldados estadounidenses. La naturaleza de la guerra ha cambiado. Ya no hay cuerpo a cuerpo ni operaciones de infantería. Hoy, un agente de la Fuerza Aérea en Nevada es capaz de matar a toda una aldea donde se refugian insurgentes con un pequeño avión no tripulado, cargado con dos ligeros misiles. El riesgo de bajas ha descendido notablemente. Son las lecciones de David Petraeus.

Sí, fue Petraeus, admirado general del Ejército, quien reescribió la forma en que se hace guerra en Estados Unidos. Fue él quien, sirviendo en Fuerte Leavenworth, reescribió el manual de contrainsugencia del Cuerpo de Infantería y el Marine Corps. Su esencia: las fuerzas armadas “deben emplear una mezcla de labores de combate familiares y otras asociadas a agencias no militares”. El enemigo cada vez ataca con medios más similares a los de los grupos terroristas, con artefactos explosivos colocados en centros urbanos, donde las víctimas civiles de pueden contar a decenas.

Ahora Petraeus se marcha en desgracia tras una indiscreción extramarital. Deja la CIA, que era el puesto que le había concedido Obama cuando se vio obligado a abandonar el Pentágono. Era un general con demasiada influencia y protagonismo, en un ambiente, como es el militar, donde las estridencias y las salidas de tono se suelen pagar muy caras. La Agencia ha cambiado con él. Ahora tiene un papel protagonista en la lucha contra Al Qaeda, porque dispone de su propio programa de drones o aviones no tripulados. Con ellos aniquiló el año pasado en Yemen a Anuar el Aulaki, un clérigo que era un propagandista jefe del grupo terrorista.

Con esos ataques, la guerra en Afganistán es cada vez más innecesaria. Un general, finalmente, tiene la clave para que un presidente acabe una guerra. Ya sucedió con Lincoln y Ulysses S. Grant, general que logró la rendición de los confederados. La historia se repite, aunque en esta ocasión el general se marche a casa, tras una deshonrosa salida.

Unas elecciones sin veteranos

Por: | 03 de noviembre de 2012

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Muchos de ellos se jugaron la vida por su patria. Votan normalmente a favor del aspirante republicano. Y ahora, por primera vez en ocho décadas, deben elegir entre dos candidaturas a la presidencia, la republicana y la demócrata, en las que no hay representado ni uno sólo de los suyos. Hay en Estados Unidos 22 millones de exmiembros de las fuerzas armadas. Y serán una fuerza política decisiva en dos Estados donde se decidirán las elecciones: Virginia y Florida.

Aquí en Virginia residen 822.000 veteranos de las fuerzas armadas. En Florida son 1,65 millones. Estas son unas elecciones anómalas para ellos. Desde que en 1932 se midieran en las urnas Franklin D. Roosevelt y Herbert Hoover, no ha habido una sola candidatura sin exmiembros del ejército. Es un gran contraste respecto a las pasadas elecciones presidenciales. John McCain, quien entonces era candidato republicano, es un héroe de guerra, un condecorado veterano de la Armada que llegó a pasar cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam.

El servicio militar fue obligatorio en EE UU hasta 1973. A Mitt Romney le correspondía hacerlo por edad, pero se libró por motivos religiosos, para poder ir de misionero de la iglesia mormona a Francia. Al aspirante demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden, también le hubiera tocado servir, pero se libró para poder estudiar, primero, y por padecer asma, después.

“Es una tendencia clara. Si uno mira al Congreso, pasa lo mismo. Estamos en el punto más bajo de legisladores que hayan servido previamente en el Ejército”, explica Art Mott, residente de Virginia de 65 años, que sirvió 10 años en el Cuerpo de Infantería. Como muchos otros veteranos, no apoyaba a Romney en las primarias, sino, en su caso, al expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Pero ahora cualquier opción es válida para sacar a Obama de la Casa Blanca.

“Barack Obama no sabe nada del ejército, no dispone de referencias militares, no sabe qué hacer con el ejército”, explica Mott. “A Romney al menos le avala el hecho de que sabe gestionar empresas, y eso será bueno para la economía”.

Las encuestas siguen dando a los republicanos como claros ganadores del voto de los veteranos. Aquí en Virginia −sede del Pentágono, de la universidad estatal castrense más antigua del país y de una veintena de instalaciones militares− Romney le saca 22 puntos de ventaja a Obama en ese grupo demográfico, según un reciente sondeo de Fox News.

A pesar de la captura y muerte del terrorista más buscado, Osama Bin Laden, estos veteranos están convencidos de que la actual Administración ha sido nefasta para el Ejército y para la seguridad de la nación en general. Aducen una prueba: durante el ataque al consulado de EE UU en Bengasi, el 11 de septiembre, el pelotón de marines que debería haber protegido al embajador Christopher Stevens y los otros tres diplomáticos muertos se hallaba en Rota.

“Obama miente. Cuando abre la boca sale generalmente una mentira. No le ofreció la suficiente seguridad a nuestros diplomáticos. Y los fines del presidente, al manipular esa información, van más allá del puro electoralismo. Lo cierto es que si el ataque a Bengasi se investigara como corresponde, varios miembros de esta Administración podrían ser procesados”, opina John Shroeder, de 78 años, quien sirvió en la Armada durante 22 años y que ahora luce en su solapa una insignia con la bandera del movimiento ultraconservador del Tea Party, una serpiente de cascabel enrollada sobre sí misma.

“¿Qué sabía el presidente y cuándo lo supo?”, dijo John McCain en un encuentro con veteranos, a favor de Romney, celebrado el viernes en un puesto de la Legión Americana aquí en Fairfax. Hacía suyas las cuestiones que el senador Howard Barker le preguntó a Richard Nixon durante las audiencias de caso Watergate. “Pero no se confundan, esto no es como el Watergate. En el Watergate no murieron cuatro patriotas norteamericanos”, añadió.

Hay una palabra que, al pronunciarla, provoca la indignación de estos veteranos: “secuestro”. Así se refieren los políticos a un pacto de 2011 en el Congreso por el cual, si demócratas y republicanos no llegan a un acuerdo de austeridad previamente, se impondrán recortes de 492.000 millones de dólares a lo largo de 10 años a partir de 2013.

Para ellos, el “secuestro” es una humillación al Ejército, una asfixia impuesta sobre las fuerzas armadas en una época de inseguridad creciente en el mundo islámico y de una rivalidad incipiente con China. Culpan de ese “secuestro” a Obama, aunque los republicanos accedieron a suscribir ese pacto en las negociaciones correspondientes.

“Con decisiones como esa, los cimientos de nuestra nación están bajo ataque. Y debemos protegerla del ‘régimen’ que ahora gobierna en América”, asegura Sergio E. Krstulovic, de 70 años, 22 de los cuales sirvió en el Cuerpo de Infantería. “Dicen que Obama es como Jimmy Carter, y que cómo él servirá sólo un mandato. Lo cierto es que yo recuerdo a Jimmy Carter, y no era tan malo como Obama”.

Foto: El veterano de la Armada John Schroeder en un mitin de John McCain en Fairfax el pasado viernes. AFP / Mark Wilson

 

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