David Alandete

Sobre el autor

es corresponsal del diario El País en Washington. En Estados Unidos ha cubierto asuntos como las elecciones presidenciales de 2008, el ascenso del movimiento del Tea Party o la guerra de Afganistán. Llegó a Washington en 2006, con una beca Fulbright para periodistas, a través de la cual se especializó en relaciones internacionales, conflictos armados y políticas antiterroristas.

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De Washington a Jerusalén

Por: | 16 de enero de 2013

Después de seis años trabajando en la delegación del diario El País en Washington, es hora de un cambio. En unas semanas asumiré la corresponsalía del periódico en Oriente Próximo, con sede en Jerusalén. Hoy es oficialmente mi último día en Estados Unidos.

Cuando llegué a este país en 2006, a cursar una beca Fulbright para periodistas, ante mi interés por el conflicto árabe-israelí, un profesor en mi máster de Política Internacional me dijo: “El conflicto y el proceso de paz se deciden tanto en Oriente Próximo como en Washington”. Con los años me di cuenta de que tenía razón. La influencia y las gestiones de la Casa Blanca y el Departamento de Estado han tenido tanto peso en el conflicto como algunas decisiones del ejecutivo israelí o de la Autoridad Palestina.

Muchos intentos ha habido en Washington por hacer avanzar el proceso de paz y salvar la llamada solución de los dos Estados, vecinos y en paz. En las últimas dos décadas, los mayores intentos diplomáticos se han producido normalmente en los segundos mandatos de los presidentes norteamericanos, ya libres del peso de ganar unas elecciones y decididos a dejar una impronta en la historia. Bill Clinton tuvo su cumbre de paz en Camp David, George Bush tuvo su conferencia de Annapolis y seguramente Barack Obama busque en los próximos cuatro años una revitalización del proceso, a pesar de su mala relación personal con Benjamin Netanyahu.

Son tiempos convulsos en Oriente Próximo. Los rebeldes en Siria ganan terreno lentamente ante un régimen al que, según se cree en Washington, sólo le queda ya la única opción de desmoronarse, con la onerosa cifra de 60.000 fallecidos en las revueltas. Las tempestades de la Primavera Árabe llevan ahora sus primeras ráfagas, aun suaves, a Jordania. Y en Egipto la aprobación de una constitución ha galvanizado a la oposición en una campaña contra lo que considera un rodillo islamista de Mohammed Morsi y los Hermanos Musulmanes, a la vez que la justicia ordena que se vuelva a juzgar a Hosni Mubarak.

Ha sido un reto y un honor poder contar en las páginas de EL PAÍS y en este blog asuntos como la guerra de Afganistán, los juicios en la base naval de Guantánamo, los abusos de la CIA, la saga de Wikileaks y el juicio al soldado Manning, así como las elecciones presidenciales y los grandes proyectos del Capitolio. El cambio será ahora de escenario. Las ganas y la ilusión por contar con honestidad los hechos siguen intactas. Ya no actualizaré este blog, pero pronto escribiré desde Oriente Próximo.

Los desafíos del Pentágono

Por: | 12 de enero de 2013

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Arranca una nueva legislatura en Estados Unidos con un nominado para Secretario de Defensa, el senador republicano Chuck Hagel, que, si es confirmado por el Senado, será el primer veterano de la guerra de Vietnam en ocupar el puesto. Barack Obama ha elegido a Hagel porque es un firme defensor de la idea de que es necesario buscar todas las alternativas antes de iniciar una ofensiva armada, una prudencia que será importante si Irán sigue avanzando en su programa nuclear. También ha apoyado, en el pasado, recortes en el gasto de defensa. Y lo cierto es que, gracias a diversos acuerdos en el Capitolio, en este segundo mandato de Obama habrá numerosas reducciones en la inversión en programas militares. Estos son los desafíos a los que se enfrenta la cúpula del Pentágono en el segundo mandato de Obama.

Recortes

Uno de los mayores retos del Pentágono en esta legislatura es el de los recortes en su financiación, impuestos por una serie de negociaciones entre el Congreso y el poder legislativo. El llamado abismo fiscal, que se evitó en año nuevo, hubiera impuesto unos recortes automáticos de 55.000 millones de dólares sobre el gasto militar. Los congresistas no llegaron entonces a un pacto para cancelar esos recortes, sino que simplemente los aplazaron hasta el mes de marzo.

Ahora, ese aplazamiento, junto con las negociaciones sobre el incremento del límite de endeudamiento del Gobierno y la aprobación de una ley de financiación de defensa, podrían crear “la tormenta perfecta de incertidumbre presupuestaria”, según dijo recientemente en rueda de prensa el jefe del Pentágono saliente, Leon Panetta.

El presupuesto del Pentágono, sin contar el coste de la guerra de Afganistán, es de más de 500.000 millones de dólares anuales. De él dependen 1,4 millones de soldados en activo y unos 800.000 empleados civiles. Financiar la guerra de Afganistán cuesta unos 120.000 millones de dólares al año. Ese gasto se irá reduciendo a medida que las tropas desplegadas vayan retornando a Estados Unidos, según el plan de retirada establecido por el presidente Barack Obama, que quiere que la guerra haya acabado a finales de 2014.

Con las miras puestas en África

A medida que avanza el repliegue en Afganistán, el Pentágono también consolida un cambio fundamental en la forma en que hace la guerra. El ascenso de generales como David Petraeus o Stanley MacChrystal durante los últimos años de George Bush y los primeros de Barack Obama marcó un cambio de la infantería tradicional a grandes operaciones contrainsurgentes. Hoy, yendo un paso más allá, las fuerzas armadas de EE UU cooperan más con la CIA, en ataques con misiles desde aviones no tripulados, y confían más y más en operaciones de alto riesgo, asumidas por equipos de élite como los Navy SEALS.

Tanto la Junta del Estado Mayor Conjunto como la cúpula civil del Pentágono han admitido recientemente que sus miras están puestas, más que nunca, en el norte de África. Siguen acosando a los líderes de Al Qaeda en Pakistán, Yemen y Somalia, pero ven con recelo los avances del grupo Al Qaeda en el Magreb Islámico en Malí y su poder desestabilizador en Argelia, Mauritania, Marruecos, Níger y Túnez. En 2008, el Pentágono creó un Comando África, bajo el que recae la responsabilidad de las tropas y operaciones militares de EE UU en todo el continente excepto Egipto.

Flota de drones

La flota de drones o aviones no tripulados del Pentágono irá creciendo de forma considerable en estos años. Un plan de recursos aéreos entregado al Congreso en abril contempla un incremento de drones de un 45% en los próximos 10 años. En este momento cuenta con unos 445 artefactos, empleados tanto para vigilancia como para ataque. Los modelos Reaper y Predator pueden ir cargados, entre otras armas, con misiles Hellfire. El Pentágono calcula que en 2022 tendrá unos 645 drones. El programa y los protocolos por los que estos aviones atacan objetivos de Al Qaeda en Asia y África sigue siendo secreto.

Mujeres en el frente

La cúpula militar también está sufriendo presión para permitir a las mujeres tomar parte en operaciones de combate, algo que les está prohibido por una directiva de 1994. Las mujeres soldado son sólo un 14% del personal en activo de las fuerzas armadas norteamericanas. Cuatro soldados demandaron en noviembre al gobierno federal norteamericano, pidiendo que se les deje servir en primera línea de combate junto a los soldados hombres. Las denunciantes argumentan que esa prohibición les impide, a largo plazo, obtener ascensos por mérito, y entienden que supone una discriminación.

Cuentan con poderosos enemigos en el Capitolio. Un nuevo congresista republicano por Arkansas, Tom Cotton, que además es veterano de guerra, dijo recientemente en un programa de radio: “El que las mujeres sirvieran en operaciones de infantería perjudicaría las labores esenciales de esas unidades... Ha quedado demostrado en estudio tras estudio, es una cuestión de naturaleza, de fortaleza y movimiento físico, de velocidad, de resistencia y todo lo demás”. Es por posiciones como estas por lo que las cuatro demandantes han optado por buscar una solución a su problema por la vía judicial.

(Foto: Chuck Hagel y Barack Obama, por Joshua Roberts, Bloomberg)

Las serpientes unen a EE UU e Irán

Por: | 05 de diciembre de 2012

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A pesar de las sanciones, de la inexistencia de relaciones diplomáticas y de un ancestral antagonismo, hay un enemigo común contra el que Estados Unidos y la República Islámica de Irán luchan conjuntamente: el veneno de las serpientes. Un reportaje publicado este lunes en el diario The Wall Street Journal revela que los mandos militares norteamericanos en Afganistán compran a Irán, a través de un intermediario, antídotos contra la mordedura de cobras de Asia Central, víboras de foseta y otros ofidios.

Asegura el Journal que el Comando Central del Pentágono, el que supervisa la misión en Afganistán, aconseja que se usen de forma preferente los antídotos que fabrica el Instituto de Investigación de Vacunas y Sueros Razi, dependiente del Gobierno en Teherán, indicados para las mordeduras de las serpientes que habitan en Afganistán. Los antídotos que se emplean en EE UU no son efectivos en el frente afgano dado que se fabrican con el veneno de serpientes norteamericanas. Las mordeduras se producen ocasionalmente en el frente afgano, en las bases militares y cuando los soldados salen de misión.

Utilizando un intermediario, el Pentágono ha comprado, desde enero de 2011, unas 115 ampollas fabricadas por la empresa iraní Razi, con un coste de unos 310 dólares cada una, según informa el Journal. Disponen de ellas las enfermerías de las bases más destacadas, como Camp Leatherneck, en el sur del país. La empresa iraní, que coopera con la Organización Mundial de la Salud, fabrica 95.000 ampollas de antídoto contra la mordedura de serpientes y la picadura de escorpiones al año. Se fabrican inyectando veneno en caballos, y refinando y extrayendo de ellos los anticuerpos que producen.

Foto: Mark Bratton, Edwards Air Force Base.

Las mujeres luchan por ir al frente

Por: | 29 de noviembre de 2012

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A día de hoy, el Pentágono sigue teniendo vigente la prohibición a las mujeres de servir en operaciones de combate directo. Hay informes en contra. Muchos generales se oponen. Las mujeres soldado consideran que es trato injusto. Hay medidas de protección, como chalecos adaptados a su fisionomía. Las guerras ya no se libran con cuerpo a cuerpo u operaciones de infantería tradicional. Pero la cultura imperante se prolonga de forma agónica, aunque los pocos que defienden esa prohibición parecen estar ya en el lado equivocado de la Historia.

Cuatro soldados mujeres presentaron una demanda el jueves contra el Pentágono por prohibirles estar en la primera línea de combate, algo que afecta negativamente a sus posibilidades de ascenso. Es la segunda denuncia en un año. Y quienes las interponen son, a todas luces, unas heroínas. La piloto de la Guardia Nacional Mary Jennings Hegar trasladaba a tres soldados heridos en Afganistán en 2009 cuando su helicóptero fue abatido por fuego enemigo. Herida, Hegar protegió a sus tripulantes y devolvió el fuego, salvándoles a todos. Resultó herida, y recibió varias condecoraciones.

Hegar tiene todas las papeletas para hacer lo que quiera en combate. Si fuera un hombre, asumiría posiciones de responsabilidad en el frente. Como es una mujer, se ve obligada a pasar a la reserva. Con amargura y decepción, es una de las cuatro uniformadas que ha llevado a la cúpula militar de EE UU a los juzgados. La prohibición a las mujeres de entrar en combate directo se aprobó en 1994, durante los años más aciagos para la diversidad en las fuerzas armadas norteamericanas, cuando también se vetó a los homosexuales de filas.

Nadie hubiera anticipado en aquellos años, los primeros de gobierno de Bill Clinton, en plena resaca del reaganismo alargado por George Bush padre, que los gais acabarían tumbando las barreras castrenses antes que las mujeres. Hoy, gracias a una ley de 2010, los homosexuales pueden servir abiertamente, sin miedo a represalias. Muchas mujeres, sin embargo, aun se sienten discriminadas. En un pequeño triunfo, el año pasado 24 mujeres se integraron por primera vez en ocho tripulaciones de cuatro submarinos lanzamisiles balísticos de EE UU.

Desde 2001, más de 291.000 mujeres han prestado servicio en el frente. Sobre todo, se han dedicado a labores de apoyo y gestión. Sólo 84 han fallecido en Irak y Afganistán, de una cifra total que supera los 6.600 muertos. Notando la presión, el Gobierno de Barack Obama decidió, este año, abrir unos 14.000 nuevos puestos que antes estaban reservados exclusivamente a los hombres. Pero la primera línea de combate es territorio totalmente vedado para el género femenino.

Aquellos que defienden la presencia de mujeres en el frente -hay varios generales entre ellos- citan, sobre todo, las limitaciones de la condición física. Un informe de 2011 de la Comisión de Diversidad en el Liderazgo Militar, creada por el Pentágono, disiente. La recomendación principal es que se deben eliminar “barreras e inconsistencias, para igualar el campo de juego para todos los uniformados que estén dotados para ello”. El presidente de la comisión, el general retirado de la Fuerza Aérea Lester Lyles dijo que “la exclusión discrimina a las mujeres en el apartado de los ascensos”.

“Si uno mira cómo ha sido el campo de batalla moderno, en Irak y Afganistán, no es como en la Guerra Fría, donde había frentes definidos. Las mujeres prestan servicio. Lideran divisiones de seguridad militar, divisiones de policía militar, divisiones de defensa aérea, divisiones de inteligencia”, dijo Lyles. “Pero no se les da crédito por estar ya entre los rangos de combate”. Es sólo, parece, una cuestión de tiempo que ese sacrificio quede reconocido.

Foto: Dos mujeres en una patrulla en Afganistán, por Sgt. Christopher McCullough

El general se queda solo

Por: | 21 de noviembre de 2012

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El general John Allen ha vuelto a Afganistán. Se hallaba aquí en Washington, donde esperaba superar una rápida confirmación en el puesto de jefe de las tropas norteamericanas en Europa y jefe militar de la OTAN. Iba a ser su retiro dorado, siguiendo el camino de otros condecorados generales, como Ike Eisenhower, John Shalikashvili y Wesley Clark. Ahora Allen vuelve a Afganistán con su honor en duda y su destino en el aire.

Debe ser un mal trago para un hombre extremadamente popular entre sus tropas. Es el único marine en llegar a lo más alto en la misión bélica en Afganistán. Su estilo es duro. Su carácter, áspero. Al fin y al cabo, es un marine. Cuando en 2011 unos insurgentes lograron atacar la zona verde, un fortín diplomático en Kabul, acudió a la zona, ataviado con un chaleco antibalas, para supervisar en persona la misión.

Se paseó entre las barricadas. “Hey, talibanes, ¿acaso vuestro comandante hace eso?”, preguntó la oficina de comunicaciones de la misión de la OTAN en Afganistán a través de la red social de Twitter. Las tropas estaban orgullosas de tener a un tipo tan duro como Allen de comandante.

Ahora el general pasará la festividad de Acción de Gracias, una de las más familiares de EE UU, con sus tropas en las frías laderas de Kabul. En la capital norteamericana quedan su mujer, Kathy, con la que tiene dos hijas ya mayores, Betty, que es maestra, y Bobbie, que es cantante. La promoción a Europa ha quedado en el aire. Y pronto tomará el relevo en su puesto en Afganistán el también marine Joseph Dunford.

Acosado, agotado, Allen ve que le quitan el puesto, y que no hay una vía de futuro clara. Iba ganando en Afganistán pero acaba de perder, por lo que parece, en casa.

Aunque al general le ha defendido el mismísimo secretario de Defensa, Leon Panetta, quedan en manos de los investigadores del Pentágono hasta 30.000 páginas de correos electrónicos -muchos de ellos duplicados- que se envió con un ama de casa de Florida, Jill Kelley. No hay evidencias de culpa del general en nada, pero aun planea sobre el caso una onerosa duda. De momento, su mujer le ha mandado a Afganistán a pasar Acción de Gracias con sus soldados.

FOTO: Mass Communication Specialist 1st Class Chad J. McNeeley/Released.

Dos presidentes y dos generales

Por: | 12 de noviembre de 2012

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Se estrena la película de Steven Spielberg sobre Abraham Lincoln en un contexto idóneo: el de la reelección de Barack Obama. Muchas son las coincidencias entre ambos hombres. Los dos trataron de formar un gobierno que uniera a los dos partidos, se enfrentaron a las facciones radicales en la Cámara de Representantes y lograron aprobar leyes que tienen un potencial transformador para la nación. Pero sobre todo: ambos son presidentes en guerra, determinados a acabar un conflicto con todos los medios a su alcance.

Por supuesto, Lincoln tenía una guerra en casa, la única guerra civil en la historia norteamericana. Los campos llenos de cadáveres se hallaban en Virginia, a sólo decenas de kilómetros de la capital en la que residía. Obama tiene a los muertos a 11.000 kilómetros, en las montañas y los valles afganos, en el marco de una guerra que él no comenzó, que ha dado muy pocos resultados y que cada vez es más difícil de defender ante la opinión pública. Ya le puso punto y final a una guerra de George Bush, la de Irak. Este domingo reiteró su compromiso de acabar la otra.

En la Guerra Civil murieron, en sólo cuatro años, 625.000 soldados de ambos bandos, en la Unión y la Confederación. En Afganistán, en 11 años, han muerto 2.133 soldados estadounidenses. La naturaleza de la guerra ha cambiado. Ya no hay cuerpo a cuerpo ni operaciones de infantería. Hoy, un agente de la Fuerza Aérea en Nevada es capaz de matar a toda una aldea donde se refugian insurgentes con un pequeño avión no tripulado, cargado con dos ligeros misiles. El riesgo de bajas ha descendido notablemente. Son las lecciones de David Petraeus.

Sí, fue Petraeus, admirado general del Ejército, quien reescribió la forma en que se hace guerra en Estados Unidos. Fue él quien, sirviendo en Fuerte Leavenworth, reescribió el manual de contrainsugencia del Cuerpo de Infantería y el Marine Corps. Su esencia: las fuerzas armadas “deben emplear una mezcla de labores de combate familiares y otras asociadas a agencias no militares”. El enemigo cada vez ataca con medios más similares a los de los grupos terroristas, con artefactos explosivos colocados en centros urbanos, donde las víctimas civiles de pueden contar a decenas.

Ahora Petraeus se marcha en desgracia tras una indiscreción extramarital. Deja la CIA, que era el puesto que le había concedido Obama cuando se vio obligado a abandonar el Pentágono. Era un general con demasiada influencia y protagonismo, en un ambiente, como es el militar, donde las estridencias y las salidas de tono se suelen pagar muy caras. La Agencia ha cambiado con él. Ahora tiene un papel protagonista en la lucha contra Al Qaeda, porque dispone de su propio programa de drones o aviones no tripulados. Con ellos aniquiló el año pasado en Yemen a Anuar el Aulaki, un clérigo que era un propagandista jefe del grupo terrorista.

Con esos ataques, la guerra en Afganistán es cada vez más innecesaria. Un general, finalmente, tiene la clave para que un presidente acabe una guerra. Ya sucedió con Lincoln y Ulysses S. Grant, general que logró la rendición de los confederados. La historia se repite, aunque en esta ocasión el general se marche a casa, tras una deshonrosa salida.

Unas elecciones sin veteranos

Por: | 03 de noviembre de 2012

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Muchos de ellos se jugaron la vida por su patria. Votan normalmente a favor del aspirante republicano. Y ahora, por primera vez en ocho décadas, deben elegir entre dos candidaturas a la presidencia, la republicana y la demócrata, en las que no hay representado ni uno sólo de los suyos. Hay en Estados Unidos 22 millones de exmiembros de las fuerzas armadas. Y serán una fuerza política decisiva en dos Estados donde se decidirán las elecciones: Virginia y Florida.

Aquí en Virginia residen 822.000 veteranos de las fuerzas armadas. En Florida son 1,65 millones. Estas son unas elecciones anómalas para ellos. Desde que en 1932 se midieran en las urnas Franklin D. Roosevelt y Herbert Hoover, no ha habido una sola candidatura sin exmiembros del ejército. Es un gran contraste respecto a las pasadas elecciones presidenciales. John McCain, quien entonces era candidato republicano, es un héroe de guerra, un condecorado veterano de la Armada que llegó a pasar cinco años y medio como prisionero de guerra en Vietnam.

El servicio militar fue obligatorio en EE UU hasta 1973. A Mitt Romney le correspondía hacerlo por edad, pero se libró por motivos religiosos, para poder ir de misionero de la iglesia mormona a Francia. Al aspirante demócrata a la vicepresidencia, Joe Biden, también le hubiera tocado servir, pero se libró para poder estudiar, primero, y por padecer asma, después.

“Es una tendencia clara. Si uno mira al Congreso, pasa lo mismo. Estamos en el punto más bajo de legisladores que hayan servido previamente en el Ejército”, explica Art Mott, residente de Virginia de 65 años, que sirvió 10 años en el Cuerpo de Infantería. Como muchos otros veteranos, no apoyaba a Romney en las primarias, sino, en su caso, al expresidente de la Cámara de Representantes Newt Gingrich. Pero ahora cualquier opción es válida para sacar a Obama de la Casa Blanca.

“Barack Obama no sabe nada del ejército, no dispone de referencias militares, no sabe qué hacer con el ejército”, explica Mott. “A Romney al menos le avala el hecho de que sabe gestionar empresas, y eso será bueno para la economía”.

Las encuestas siguen dando a los republicanos como claros ganadores del voto de los veteranos. Aquí en Virginia −sede del Pentágono, de la universidad estatal castrense más antigua del país y de una veintena de instalaciones militares− Romney le saca 22 puntos de ventaja a Obama en ese grupo demográfico, según un reciente sondeo de Fox News.

A pesar de la captura y muerte del terrorista más buscado, Osama Bin Laden, estos veteranos están convencidos de que la actual Administración ha sido nefasta para el Ejército y para la seguridad de la nación en general. Aducen una prueba: durante el ataque al consulado de EE UU en Bengasi, el 11 de septiembre, el pelotón de marines que debería haber protegido al embajador Christopher Stevens y los otros tres diplomáticos muertos se hallaba en Rota.

“Obama miente. Cuando abre la boca sale generalmente una mentira. No le ofreció la suficiente seguridad a nuestros diplomáticos. Y los fines del presidente, al manipular esa información, van más allá del puro electoralismo. Lo cierto es que si el ataque a Bengasi se investigara como corresponde, varios miembros de esta Administración podrían ser procesados”, opina John Shroeder, de 78 años, quien sirvió en la Armada durante 22 años y que ahora luce en su solapa una insignia con la bandera del movimiento ultraconservador del Tea Party, una serpiente de cascabel enrollada sobre sí misma.

“¿Qué sabía el presidente y cuándo lo supo?”, dijo John McCain en un encuentro con veteranos, a favor de Romney, celebrado el viernes en un puesto de la Legión Americana aquí en Fairfax. Hacía suyas las cuestiones que el senador Howard Barker le preguntó a Richard Nixon durante las audiencias de caso Watergate. “Pero no se confundan, esto no es como el Watergate. En el Watergate no murieron cuatro patriotas norteamericanos”, añadió.

Hay una palabra que, al pronunciarla, provoca la indignación de estos veteranos: “secuestro”. Así se refieren los políticos a un pacto de 2011 en el Congreso por el cual, si demócratas y republicanos no llegan a un acuerdo de austeridad previamente, se impondrán recortes de 492.000 millones de dólares a lo largo de 10 años a partir de 2013.

Para ellos, el “secuestro” es una humillación al Ejército, una asfixia impuesta sobre las fuerzas armadas en una época de inseguridad creciente en el mundo islámico y de una rivalidad incipiente con China. Culpan de ese “secuestro” a Obama, aunque los republicanos accedieron a suscribir ese pacto en las negociaciones correspondientes.

“Con decisiones como esa, los cimientos de nuestra nación están bajo ataque. Y debemos protegerla del ‘régimen’ que ahora gobierna en América”, asegura Sergio E. Krstulovic, de 70 años, 22 de los cuales sirvió en el Cuerpo de Infantería. “Dicen que Obama es como Jimmy Carter, y que cómo él servirá sólo un mandato. Lo cierto es que yo recuerdo a Jimmy Carter, y no era tan malo como Obama”.

Foto: El veterano de la Armada John Schroeder en un mitin de John McCain en Fairfax el pasado viernes. AFP / Mark Wilson

 

El voto militar se desploma

Por: | 30 de octubre de 2012

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En las elecciones presidenciales de este año hay, para los hombres y mujeres de uniforme, una anomalía: por vez primera desde 1948, ninguno de los cuatro aspirantes a la presidencia o la vicepresidencia ha servido en las fuerzas armadas. Tal vez eso explique por qué las solicitudes de voto por correo por parte de los soldados han caído un 70% con respecto a los comicios de 2008, según un estudio de la agrupación Military Vote Protection Project.

Puede que hace cuatro años la participación fuera excepcionalmente alta porque John McCain, el candidato republicano, era un veterano de la Armada, y un héroe de guerra capturado por el enemigo en Vietnam. O puede que fuera por la formidable fuerza de la campaña de Barack Obama y su promesa de acabar dignamente las guerras de Irak y Afganistán bajo su mandato.

La realidad, seguramente, estará entre ambas opciones. Lo cierto es que el voto militar tiene a favorecer a los republicanos, pero en 2008 las comunidades que albergan bases militares vieron un notable incremento en el apoyo a los demócratas. A tenor del descenso en solicitudes de voto por correo, puede que los soldados hayan perdido la pasión por el presidente o vean con desánimo cómo no habrá en lo más alto del Gobierno nadie que haya lucido un uniforme.

Dos de los Estados que más han visto caer esas solicitudes de voto militar por correo son Virginia y Ohio. Ambos son cruciales en estas elecciones, y en ellos están haciendo campaña de forma frenética los dos candidatos. Las cifras son elocuentes: en Virginia las peticiones han caído de 42.000 a 12.000. En Ohio, de 32.000 a 9.700, según las cifras del informe de Military Vote Protection Project.

Ha habido caídas también pronunciadas, pero no tan graves, en Carolina del Norte, Alabama y Florida. Legisladores como el senador republicano por Tejas John Cornyn han acusado a los líderes civiles del Pentágono de “falta de cumplimiento con la ley, al no asegurarse de que los uniformados y sus familias pueden ejercer uno de los derechos más básicos, por el que se sacrifican a diario”. Hay de servicio en Afganistán 68.000 soldados. Pueden votar por correo porque en las bases hay postas de correos.

Foto: Una soldado muestra el sobre de voto por correo en las elecciones de 2008. (U.S. Army photo by Staff Sgt. Lynette Hoke)

Caballos, bayonetas y submarinos

Por: | 24 de octubre de 2012

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La Armada de hoy, ¿es mayor o menor que en 1917? Uno de los puntos de crítica del candidato republicano, Mitt Romney, al presidente Barack Obama es que la Armada de hoy en día tiene menos barcos que la de 1917. En el último debate presidencial, Obama respondió: “Usted mencionó que la Armada tiene menos barcos que en 1917. Pero Gobernador, es que también tenemos menos caballos y bayonetas, porque la naturaleza de nuestro ejército ha cambiado. Tenemos unos artilugios llamados portaaviones en los que los aviones pueden aterrizar. Y tenemos un tipo de barcos que van por debajo del agua, llamados submarinos nucleares”.

Romney está en lo cierto. En 1917, antes de la Primera Gran Guerra, la Armada de EE UU disponía de 313 barcos. Hoy, no supera los 285. “Y nos dirigimos hacia menos de 200 barcos si se implementan los recortes del presupuesto militar. Eso es inaceptable”, dijo Romney durante el debate. El candidato republicano debería mirar hacia los años de Bush, en los que la Armada llegó a tener sólo 270 barcos. O debería incluso indagar en los libros de historia. En 1920 la Armada dejó de emplear los cañoneros y los torpederos. Tres décadas después renunció a los acorazados.

La Armada de hoy no se puede medir en números, sino en capacidad y en potencia. En 1917 no existían los portaaviones. Hoy hay 11 de ellos, además de dos en construcción y otro planeado. Son tan mastodónticos que la Armada se refiere informalmente a los portaaviones de clase Nimitz como 4,5 acres de soberanía norteamericana en alta mar. Además, hoy en día hay 18 submarinos con capacidad nuclear, en dos bases de la Armada en los Estados de Washington y Georgia.

También es cierto que en la Segunda Guerra Mundial la Armada alcanzó los 6.000 barcos de guerra. Pero es que recientemente, el Pentágono ha librado una de sus dos guerras en un país sin acceso al mar, como es Afganistán. Los generales norteamericanos han recurrido a tácticas contrainsurgentes, y han pasado a depender más y más de los comandos de operaciones especiales. Puede que la Armada tenga ahora menos barcos, pero tiene a los SEALS, que en mayo de 2011 aniquilaron a Osama Bin Laden, el terrorista más buscado.

¿Qué hay de los caballos y las bayonetas? Obviamente existen menos caballos en las fuerzas armadas de EE UU ahora que en 1917. Pero la afirmación de las bayonetas de Obama es incorrecta. Puede que el vocablo parezca anticuado, pero tanto el Cuerpo de Infantería como el de Marines siguen dando a sus soldados bayonetas, entendidas como armas blancas complementarias del fusil, a cuyo cañón se adaptan. El Cuerpo de Infantería dispone de 419.155. El de Marines, sólo este año, comprará 175.061, a añadir a las 195.334 que ya adquirió en 2004.

En total, las fuerzas armadas de EE UU tienen más de 600.000 bayonetas. No se sabe cuántas había en 1917, pero el Cuerpo de Infantería y el de Marines tenían entonces 421.467 y 27.749 soldados, respectivamente. Aunque cada soldado tuviera su propia bayoneta, es probable que no superaran a las que hay en inventario hoy en día. Tanto Obama como Romney, por tanto, emplearon los tamaños en las fuerzas armadas como argumentos políticos equivocados.

Foto: El USS Kaiser Guillermo II en una foto de la Armada de EE UU de 1917.

Mejor protección para las soldados

Por: | 20 de septiembre de 2012

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Mucho se ha avanzado en los últimos tiempos en el Ejército en materia de derechos civiles. Mucho, pero no tanto como para que las mujeres que prestan servicio en el frente lleven chalecos antibalas diseñados específicamente para su cuerpo. A fecha de hoy, las soldados en Afganistán lucen dispositivos de protección creados para la anatomía masculina. Alguien, por fin, en el Pentágono ha pensado que no es de recibo. Y un grupo de soldados mujeres, de la base del cuerpo de infantería de Fort Campbell, llegará pronto a Afganistán, ataviadas con chalecos diseñados sólo para ellas.

No es un asunto baladí. En Afganistán hay que llevar el chaleco en todas las instancias fuera de la base. Y el reciente incremento de ataques fratricidas, por parte de infiltrados en las tropas afganas y contra soldados extranjeros, ha creado recelos dentro de las mismas bases. Algunos soldados de EE UU optan por el chaleco aún en lugares hasta ahora considerados seguros. Esa suerte de armadura es pesada: los últimos modelos son de unos 15 kilogramos. Y todos los modelos de las fuerzas armadas de EE UU han estado diseñados, hasta ahora, para el cuerpo masculino: grandes, largos y sin oquedades en el pecho.

El martes, unos soldados mostraron los nuevos chalecos en un evento celebrado en Fort Campbell, en la frontera entre Tennessee y Kentucky. Son prototipos, aun en pruebas, pero un paso importante hacia una mayor comodidad de las soldados en el frente. Las mujeres soldado se quejan de lo dificultoso que es agacharse con los chalecos que se emplean ahora, y lo complicado que es colocar la culata de los rifles contra sus hombros, normalmente más pequeños que los de los varones. Con el modelo de siempre también les es más dificultoso entrar y salir de los vehículos acorazados.

La modificación principal ha sido la de acortar las placas del chaleco en el pecho y la espalda. También se reduce el material lateral, para permitir un fácil ajustamiento en cinturas y torsos más pequeños que los de los varones. En principio, el nuevo modelo lo emplearán 19 soldados mujeres en Afganistán. El Pentágono entonces hará un estudio sobre su uso, con sus virtudes y sus defectos, y mejorará el prototipo, para comenzar a distribuirlo posteriormente a gran escala.

Un 14% de los soldados de EE UU son mujeres. En 1948 se les permitió ingresar en filas, pero aun no se les permite entrar en operaciones de combate. Pero sus vidas también están en riesgo, y necesitan la misma protección que sus compañeros varones. De los más de 6,500 soldados fallecidos en Irak y Afganistán sólo 142 eran mujeres. En mayo, el Ejército abrió nuevos puestos de apoyo a operaciones de combate a las mujeres, pero aun no se les permite estar en la primera línea de fuego. Es algo para lo que el Pentágono  considera que las mujeres no están preparadas, al menos todavía.

FOTO: Megan Locke Simpson, Courier staff

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