David Alandete

Sobre el autor

es corresponsal del diario El País en Washington. En Estados Unidos ha cubierto asuntos como las elecciones presidenciales de 2008, el ascenso del movimiento del Tea Party o la guerra de Afganistán. Llegó a Washington en 2006, con una beca Fulbright para periodistas, a través de la cual se especializó en relaciones internacionales, conflictos armados y políticas antiterroristas.

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El Ejército vuelve a Harvard

Por: | 11 de septiembre de 2012

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Los ejercicios militares han vuelto, finalmente, a Harvard. Desaparecieron en 1969, cuando las protestas estudiantiles por la Guerra de Vietnam forzaron al rectorado a prohibirlos. Se mantuvieron fuera del campus debido a la prohibición a los gais de servir abiertamente en las fuerzas armadas. Y cuando esta se revocó, en 2011, Harvard decidió volver a abrirle la puerta a los militares.

Según el programa, denominado Reserve Officer Training Corps, las fuerzas armadas acuden a los campus de las universidades y entrenan a los estudiantes para que se conviertan en oficiales en el futuro. Estos reciben becas, y ayudas económicas, y a cambio se comprometen a pasar una época en el ejército, normalmente unos ocho años. Los ejercicios tienen lugar en el campus donde estudian.

En los años 60, ante la creciente impopularidad de Vietnam, los estudiantes obligaron a los rectores de muchas de las universidades de la prestigiosa Ivy League a expulsar a los militares. Entre ellas se hallaban Harvard, Yale, Brown y Columbia. En el caso de Harvard, le permitía a los estudiantes acudir a efectuar su entrenamiento al Massachusetts Institute of Technology, cuyo campus está cerca.

El Pentágono asegura que el programa de adiestramiento está presente en 1.000 universidades. A través de él ingresan en el Cuerpo de Infantería norteamericano el 70% de los nuevos oficiales. Posteriormente esos estudiantes ocupan puestos de responsabilidad dentro de las fuerzas armadas. Los graduados de Harvard, 17 han logrado la mayor condecoración militar de EE UU, la Medalla de Honor.

Sólo cuando el Pentágono permitió a los gais servir abiertamente entre sus rangos, la rectora de Harvard, Drew Faust, tomó las medidas necesarias para que el programa regresara al campus. No encontró oposición. “En Harvard tenemos una gran opinión del servicio militar como servicio público”, dijo en marzo Faust, en cnferencia de prensa. En esa universidad, el servicio de entrenamiento a soldados comenzó en 1916.

El lunes, al despuntar el alba, el programa de entrenamiento regresó al campus de Harvard, cuarenta años después. Son algo más de 20 alumnos, afiliados al Cuerpo de Infantería y a la Armada. Se les ve a diario, haga frío o calor, repitiendo flexiones, dominadas, abdominales y otros ejercicios. En sus horas extras amplían sus conocimientos del ejército. Se preparan para la guerra, como en cualquier academia militar. Pero estudian en una de las mejores universidades del mundo.

FOTO: El secretario de la Armada, Ray Mabus, junto a la rectora de Harvard, Drew Faust, al firmar el acuerdo que permitió que se vuelva a entrenar a futuros oficiales en el campus de Masachusetts. Kevin S. O’Brien

Anarquismo militar para matar a Obama

Por: | 29 de agosto de 2012

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El plan estaba claro. El resultado sería el caos. El grupo clandestino se hacía llamar F.E.A.R., unas siglas que conforman la palabra ‘miedo’ en inglés y que corresponden a la expresión Siempre Duraderos Permanentemente Listos. Iban a colocar bombas en el parque Forsyth, en la localidad de Savannah. Envenenarían huertos de manzanas en el Estado de Washington. Volarían una presa. De entre la psicosis generalizada, los cuatro soldados emergerían en Washington para asesinar al presidente Barack Obama.

Los integrantes de esa milicia estaban destinados a la base de Fort Stewart, en Georgia. Habían comprado ya 87.000 dólares en armas: pistolas, rifles, fusiles semiautomáticos y explosivos. Y habían llegado tan lejos como para matar a otro soldado, Michael Roark, y a su novia, Tiffany York, que les habían descubierto y habían amenazado con delatarles. Los detalles se conocieron el lunes, cuando uno de los cuatro milicianos, el soldado raso Michael Burnett, delató a sus compañeros en un juzgado de Georgia, para reducir su propia pena.

Los cuatro han sido arrestados. La fiscalía les acusa de querer “derrocar al Gobierno”. El fiscal Tom Durden les ha calificado de anarquistas. El FBI, la policía judicial, participa ya en la investigación. El soldado Burnett dijo que fue su compañero de filas Isaac Aguigui quien comenzó a avanzar ideas anarquistas, hablándoles de un extraño y secreto libro, titulado ‘El manuscrito’, que hablaba de devolverle el Gobierno a su legítimo dueño: el pueblo. Según dijo, había otros uniformados y veteranos retirados que simpatizaban con sus ideas.

“El acusado Isaac Aguigui reclutó de forma activa a nuevos miembros de Fort Stewart y se centró en soldados que estaban pasando por problemas o que se hallaban desilusionados”, dijo en corte la asistente del fiscal del distrito, Isabel Pauley, según CNN. Entre sus planes inmediatos: “tomar el puesto de control de Fort Stewart, hacer estallar vehículos de grandes figuras políticas y judiciales a nivel local y estatal y a representantes federales”. Roark y York, que les descubrieron, fueron ejecutados en un bosque, según las pesquisas policiales.

El año pasado, una familiar de Aguigui avisó a las autoridades, alarmada tras la muerte, en circunstancias sospechosas, de la esposa del soldado. Los fiscales mantienen que este financió a la milicia con un seguro de vida de 500.000 dólares que había cobrado por el fallecimiento de su cónyuge. Con ese dinero, el uniformado había comprado 15 armas, mientras se hallaba de permiso. Entonces, el Ejército ya le dijo a la policía que había una investigación abierta sobre las actividades de Aguigui. Finalmente, permitió el arresto la delación de Burnett, que se declaró culpable de homicidio y pertenecer a una banda ilegal, entre otros cargos.

Foto: los cuatro detenidos. Aguigui, el supuesto líder, es el de la parte inferior izquierda.

Afganistán, 2.000 soldados muertos

Por: | 22 de agosto de 2012

Departamento de Defensa
Este mes, la cifra de soldados fallecidos oficialmente en Afganistán ha superado los 2.000. Se tardaron nueve años en llegar a superar los 1.000 y sólo 27 meses en rebasar el otro millar. Esa aceleración en el número de muertes militares se ha producido precisamente en el contexto de un refuerzo en tropas ordenado por el presidente Barack Obama al llegar al Gobierno, en una guerra que en el año próximo tocará a su fin.

Cada hito en el número de víctimas ha sido un reflejo de la naturaleza cambiante del conflicto afgano. La víctima número 1.000 fue un soldado abatido en mayo de 2010, cuando un ataque suicida en Kabul mató a cinco norteamericanos. La cifra de 2.000 se ha superado en el marco de un incremento de los ataques fratricidas, en los que soldados afganos atacan por sorpresa a las tropas norteamericanas que han asumido la labor de entrenarles.

Un 75% de los ataques fratricidas se ha dado en los últimos 20 meses. Sólo en 2011, 35 soldados de la Fuerza Internacional de Seguridad de Afganistán murieron en ese tipo de incidentes, según un recuento del portal especializado The Long War Journal. En lo que va de 2012, ese tipo de ataques ya se han cobrado 39 vidas, lo que supone, aproximadamente, un 13% de las bajas totales desde enero.

En septiembre se habrán replegado los primeros 30.000 soldados de la retirada total ordenada por Barack Obama para 2014. Quedarán en aquel país unos 68.000, cuya prioridad es dejar en pie a unas fuerzas armadas afganas que puedan proteger el país y a su Gobierno legítimo en Kabul. Entre las tropas de EE UU y sus mandos cunde estos días la frustración por el grado de infiltración de los yihadistas entre los rangos del Ejército afgano.

El sábado, el Secretario de Defensa norteamericano, Leon Panetta, llamó al presidente afgano, Hamid Karzai, para expresarle su preocupación por el incremento de los ataques fratricidas. Según fuentes del Pentágono, Karzai le dio garantías a Panetta de que se aplicarían controles más rigurosos sobre los nuevos reclutas de las fuerzas de seguridad nacionales afganas, y que buscaría la asistencia de los mandos norteamericanos para ello.

Los mandos norteamericanos y de la OTAN han ordenado a los soldados que lleven armas cargadas consigo en todos los lugares y en todas las instancias, aun dentro de la llamada zona verde de Kabul, un fortín occidental hasta ahora considerado seguro. Recientemente el líder de la Guerrilla Talibán, el Mulá Omar, dijo que esos ataques de infiltrados obedecían a una estrategia yihadista, consciente y planeada, para mermar a las tropas extranjeras en el momento de su retirada.

(Foto: Departamento de Defensa de EE UU)

Primera general abiertamente gay

Por: | 13 de agosto de 2012

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Fue un gesto discreto, que podría haber pasado desapercibido, pero que marcó un antes y un después en el Pentágono. La oficial Tammy Smith, de 49 años, del Ejército de Tierra de EE UU, fue ascendida el viernes a general de brigada, en una ceremonia formal en el cementerio militar de Arlington, aquí en la zona metropolitana de Washington. En ese tipo de actos, la pareja sentimental del soldado ascendido le coloca la insignia correspondiente a este en el hombro. En el caso de la soldado Smith, lo hizo su esposa, Tracey Hepner.

El Ejército ascendía así a general, por primera vez en su historia y en la de las fuerzas armadas, a una persona homosexual. El 20 de septiembre se cumplirá un año de la revocación de la ley que prohibía a gais y lesbianas servir abiertamente en el Ejército norteamericano. En menos de un año, ese colectivo ha logrado avanzar su agenda de visibilidad y normalización hasta los rangos más altos de la cúpula militar: sólo dos escalafones más le quedan a Smith para llegar a general de cuatro o cinco estrellas. 

Smith y Hepner se casaron aquí en Washington —donde las uniones gais son legales— en marzo de 2011. Smith lleva 26 años en el Ejército, y sirvió en Afganistán entre diciembre de 2010 y octubre de 2011. Su esposa pasó entonces por los mismos nervios, la misma ansiedad, de tener a un ser querido en el frente. Pero ninguna de las dos pudo expresar esos sentimientos de forma abierta hasta que se hizo efectiva la revocación de aquella ley discriminatoria en el Congreso.

El año pasado, el diario afiliado al Pentágono Stars & Stripes entrevistó a Smith, que entonces era coronel, y que habló con el pseudónimo de Allison. Dijo que no tenía en mente salir del armario si la ley se revocaba. Obviamente, ha cambiado de opinión. En aquella entrevista, explicó: “No es probable que mis compañeros de filas hayan conocido a una persona gay, y es menos probable que hayan tenido una imagen positiva de la gente gay, como los soldados más jóvenes”.

Entonces, Smith explicó que lo mejor que podía pasar con la revocación de aquella ley era algo tan sencillo como dejarse ver en público con su mujer. “Por fin, mi pareja y yo podremos salir y tomar unas copas juntas, sin tener que estar en estado de preocupación”, dijo. Con el tiempo, ha logrado mucho más que eso. Y ha sentado un ejemplo para todas las ramas del Ejército. En la actualidad, la general de brigada Smith ocupa el puesto de subjefa de gabinete del departamento de reserva del Ejército, aquí en Washington.

“Se abre una nueva era en el Ejército norteamericano cuando nuestros más experimentados líderes reconocen quiénes son y sirven al país al que aman al mismo tiempo”, dijo en un comunicado Aubrey Sarvis, veterana del Ejército y directora ejecutiva de la agrupación Servicemembers Legal Defense Network, que trabaja a favor de la igualdad en las fuerzas armadas. “La general de brigada Smith ha hecho historia hoy —no sólo por ser un miembro de uniforme ejemplar, que sirve a nuestra nación con integridad y honor— sino como una lesbiana orgullosa de ello que admite así el tremendo sacrificio que su familia asume para que ella pueda avanzar en el servicio a su país”.

(Foto: general de brigada Tammy Smith, del Cuerpo de Infantería, junto a su esposa, en una foto de Servicemembers Legal Defense Network)

Guerra por el aborto en el Pentágono

Por: | 09 de agosto de 2012

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Un ejército les pide mucho a sus soldados. Entre otras cosas, puede llegar a enviarles a morir en el frente. Aunque las mujeres aun no pueden prestar servicio en operaciones de combate directo, muchas de ellas —139— han dado también su vida en Irak y Afganistán. Ahora, las 200.000 mujeres de uniforme en EE UU son objeto de un debate acalorado en el Congreso, muy lejos del frente: ¿hasta qué punto pueden tener control sobre su propio cuerpo?

Bajo la normativa vigente en el Departamento de Defensa, los seguros médicos militares sólo cubren abortos si la vida de la soldado embarazada corre peligro. Es una diferencia notable respecto a otros programas de empleados públicos, o a los seguros del Estado como Medicaid, que también cubren la interrupción del embarazo en casos de incesto o de violación.

La senadora demócrata Jeanne Shaheen, de New Hampshire, ha pedido, a través de una enmienda a una ley de presupuestos militares, que se está negociando en el Capitolio, que el Pentágono pague también en sus planes los abortos en caso de incesto o violación. Ha logrado añadir esa provisión en la versión de la ley en el Senado, pero no ha podido hacer que se la acepte también en la versión de la Cámara de Representantes.

Para que la norma pueda ser ratificada debe consensuarse entre ambas cámaras. En el Senado tienen mayoría los demócratas, pero la Cámara la controlan los republicanos. “Es una injusticia para más de 200.000 mujeres en servicio activo en nuestro Ejército”, dijo Shaheen recientemente al diario Politico. “Deberían tener los mismos derechos en salud reproductiva que la gente a la que protegen”.

El Ejército, de hecho, permitía la cobertura de aborto en los otros dos casos hasta 1981. Entonces, bajo el mandato del presidente Ronald Reagan, se autorizó la reducción únicamente a casos de riesgo para la vida de la madre. A lo largo de las pasadas tres décadas, numerosos legisladores demócratas han intentado revertir esa medida, sin éxito. En esta ocasión, la senadora Shaheen logró el apoyo del republicano por Arizona John McCain, candidato a las presidenciales en 2008 y otros dos conservadores moderados.

No es un caso sin importancia. El propio Pentágono admite que, en 2011, hubo 3.191 agresiones sexuales a mujeres entre las filas. Según dijo el Secretario de Defensa, Leon Panetta, en enero, esa cifra podría crecer exponencialmente si se consideraran las agresiones que no se denuncian o no se revelan a los superiores. Dijo Panetta que sólo se hace público un 13,5% de los casos de acoso y abuso sexual, por lo que podría haber más de 19.000 en total. La pregunta, formulada desde el Senado, es si a las soldados violadas se les debería poder decidir si ponen fin a un embarazo que bajo ninguna circunstancia ha sido deseado.

Foto de archivo del Pentágono: un grupo de mujeres admitidas en el Ejército, en 1943.

Un mapa de todas las bombas de EE UU

Por: | 06 de agosto de 2012

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¿Cuántas bombas ha dejado caer Estados Unidos desde la Primera Guerra Mundial? ¿Dónde? ¿Y con qué efectos? Esas preguntas no sólo preocupan a pacifistas de todo el mundo. El propio Pentágono está preparando estos días una enorme base de datos de todos los artefactos explosivos lanzados desde aviones militares norteamericanos desde 1914. Con ese ingente mapa de bombas lanzadas será fácil localizar todos aquellos artefactos que no han explotado nunca, y que aun representan un riesgo para la población civil.

Fue idea del teniente coronel Jenns Robertson, de la Fuerza Aérea, que comenzó a desarrollar la base de datos en 2006, en sus horas libres. Ahora se ha convertido en todo un proyecto militar con el beneplácito de la cúpula del Pentágono, bautizado como Theater History of Operation Reports (THOR). El material reunido para ello: informes antiguos, inventarios escritos, testimonios grabados, órdenes de mando y mucho más. Todo ello reunido en los archivos de la Fuerza Aérea durante casi un siglo.

Robertson comenzó acumulando material de Irak. Siguió con datos relativos a la Primera Guerra del Golfo. Luego vio que podía hacer lo propio con el conflicto de Vietnam. Y así hasta la Primera Gran Guerra. Son ocho grandes conflictos en total. El teniente coronel ha combinado la información militar con libros de historia, archivos de prensa y demás documentos históricos. El primero en informar de su proyecto fue el diario The Boston Globe.

Según reveló recientemente la cadena televisiva CNN, diversos altos funcionarios del Departamento de Estado norteamericano ya han empleado esa base de datos para su programa de localización y retirada de artefactos explosivos en el extranjero, en el que EE UU colabora con otros 50 Gobiernos. El teniente coronel Robertson ha anticipado que en un futuro la base de datos estará al alcance de cualquiera en Internet, pero sólo hasta aquellas fechas en que las operaciones militares sean consideradas aun clasificadas, como sucede ahora con las misiones de Irak y Afganistán.

(Imagen: bombas lanzadas sobre Alemania entre 1941 y 1945, en la base de datos de THOR)

Despidos inminentes en el Pentágono

Por: | 30 de julio de 2012

Petty Officer 1st Class Brandan W. Schulze
No serán las de este verano unas vacaciones tranquilas para los jefes del Pentágono. Si los demócratas y los republicanos no llegan a un acuerdo sobre un recorte en el gasto público de EE UU, la cúpula militar deberá efectuar una serie de reducciones presupuestarias que se podrían traducir en miles de despidos, que afectarían, eminentemente, al personal civil subcontratado del Departamento de Defensa. En año electoral, es muy poco probable que en el Capitolio se llegue a ese tipo de acuerdo. Las primeras cartas de despido podrían comenzar a llegar sólo cuatro días antes de la cita electoral del 6 de noviembre.

El año pasado, para evitar que EE UU se declarara en suspensión de pagos, después de alcanzar el techo de endeudamiento gubernamental, demócratas y republicanos aceptaron unos recortes automáticos en materia de defensa de 500.000 millones de dólares. Entonces, el escenario de los recortes automáticos parecía muy lejano. Deberían entrar en vigor el 2 de enero de 2013. Esa fecha se acerca ahora. Y las subcontratas civiles deben notificar a sus empleados de los despidos 60 días antes de que se formalicen.

Todo tipo de líderes, incluidos los conservadores, han tratado de convencer a los republicanos de que den marcha atrás y lleguen a un acuerdo que evite que se implementen de forma automática esos recortes. El propio Dick Cheney, exvicepresidente de la nación, acudió al Capitolio para pedirles a los líderes de su partido que no permitan que los recortes entren en vigor. “El gasto en materia de defensa no es un grifo que se pueda abrir y cerrar, necesitamos mantener el flujo de fondos de una forma predecible, para poder planificar la próxima guerra”, dijo Cheney.

Mientras Cheney, principal arquitecto de la operación bélica de Irak, hablaba de futuras guerras, otros veían intereses aun más oscuros. Y no, no se trata de teóricos de la conspiración. El líder de la mayoría demócrata en el Senado, Harry Reid, de Nevada, acusó a Cheney de buscar el beneficio propio, o de sus colaboradores, ya que una de las principales subcontratas del Pentágono es la empresa Halliburton. Cheney fue consejero delegado de Halliburton entre 1995 y 2000. “Sabemos que antes de ser vicepresidente trabajó para Halliburton. Y a Halliburton le fue muy bien en la época en la que él fue vicepresidente”, dijo Reid.

El caso es que no sólo a Cheney le importunarían esos recortes. A Barack Obama, especialmente, no le conviene que a cuatro días de las elecciones le lleguen cartas de despido a miles de electores empleados por el Pentágono. Esos empleados civiles residen, en su mayoría, en Virginia, en los alrededores de la sede del Departamento de Defensa. Virginia es un Estado que en 2008 ganó Barack Obama, pero donde las encuestas le auguran dificultades en los comicios de este año. Obama ganó el Estado precisamente por el apoyo del voto urbano, en las ciudades de la corona metropolitana de Washington. Y ese ese voto el que se juega con los inminentes despidos del Pentágono.

Foto: Petty Officer 1st Class Brandan W. Schulze, Departamento de Defensa de EE UU

Cartas desde el frente, 47 años después

Por: | 18 de julio de 2012

Steve Flaherty / Depto. de Defensa EE UU
Tardaron 43 años en ser entregadas, pero finalmente llegaron. Son cuatro cartas, escritas en el frente, en Vietnam, el testimonio personal e íntimo de un joven soldado asustado, desencantado por los horrores de la guerra, días antes de morir. El sargento Steve Flaherty murió en combate en 1969. Los soldados vietnamitas se llevaron sus enseres y, entre ellos, sus misivas no enviadas. Durante una visita, el mes pasado, a Vietnam, el secretario de Defensa Leon Panetta las recibió de manos del Gobierno de aquel país, y las trajo personalmente a EE UU, donde le fueron entregadas a los familiares aun vivos del sargento. Ahora se exhibirán en un museo de Carolina del Sur.

A una familia de amigos y vecinos, los Wyatt, el sargento les decía, a horas de morir: “Ésta es una guerra sucia y cruel, pero estoy seguro de que la ciudadanía entenderá el propósito de ella, a pesar de que muchos de nosotros tal vez no estemos de acuerdo con esto”. A una amiga llamada Betty Buchannan, le relata el sufrimiento de la guerra: “Hemos entablado una lucha terrible con el ejército de Vietnam del Norte. Hemos registrado muchas bajas y muchas muertes. Han sido unos días duros para mí y para mis hombres. Hemos cargado con una cantidad de cuerpos de hombres muertos y heridos que jamás podré olvidar... Sentí cómo me atravesaban las balas. Nunca he estado tan asustado en toda mi vida. Bueno, será mejor que deje de escribir antes de que regresemos a tomar esa colina”.

Flaherty murió. Daba su vida un joven entregado a su patria. Había nacido en Japón, en los años 50, de padre norteamericano y madre japonesa. Fue abandonado en un orfanato, y el soldado Ronald Flaherty, destinado a aquel país, convenció a sus propios padres de que le adoptaran, algo a lo que estos accedieron. El pequeño Steve llegó a Carolina del Sur a la edad de nueve años. Vivió una vida plenamente americana: instituto, béisbol, universidad... Se alistó en el Ejército en 1967, para morir sólo dos años después, en el valle A Shau, a los 22 años.

Las cartas confiscadas, repletas de miedo y frustración, fueron un gran hallazgo para los soldados vietnamitas. Se leían en inglés en emisoras como Radio Hanoi, para que los soldados norteamericanos tuvieran constancia de las dudas de uno de los suyos, y para hundirles la moral. Un antiguo experto del Pentágono en prisioneros de guerra y desaparecidos en combate, Robert Destate, vio mención de las cartas en una revista vietnamita en 2011, y notificó a la familia de ello, para que realizaran una petición formal a través de los pertinentes canales diplomáticos. Finalmente, las misivas le fueron entregadas a la familia el 16 de julio.

Esta ha sido la primera ocasión en que Vietnam y EE UU se han intercambiado artefactos de guerra, reliquias de una guerra para muchos tan olvidada como injusta. Según un recuento oficial del Pentágono, 58.193 soldados de EE UU murieron en aquella guerra.

Los riesgos de una guerra subcontratada

Por: | 12 de julio de 2012

110320-F-IV526-051Los restos del soldado Rudy Acosta llegan a la base de Dover (US Air Force / Jason Minto)

Es un ejemplo de por qué la inminente retirada de Afganistán va a ser más problemática de lo que prometen en Washington o Kabul. La historia es sencilla, y habitual en las bases afganas. Un militante radical afgano promete matar soldados norteamericanos. Una empresa contratista canadiense tiene constancia de algunas amenazas, que no logra confirmar. Necesita mano de obra, barata. Le contrata y le asigna como guarda de seguridad a una base aliada. Allí, finalmente, abre fuego y mata a dos soldados e hiere a otros cuatro.

La empresa se llama Tundra Strategies, y el militante Shir Ahmed. El ataque tuvo lugar en marzo de 2011 en la base Frontenac. La familia de uno de los soldados fallecidos, el doctor Rudy Acosta, que tenía 19 años, ha presentado ahora una demanda contra la contratista de Ontario, en la que se han presentado también como demandantes tres de los heridos que sobrevivieron.

Durante las tres grandes guerras que George Bush abrió -las de Afganistán, Irak y la genérica ‘contra el terrorismo’- EE UU y el Pentágono pasaron a depender altamente de contratistas. Todo lo que se podía externalizar se externalizó, como si la crisis económica hubiera comenzado por la guerra. Era más barato que asalariados, mercenarios autónomos, se encargaran de la seguridad de las bases, de su logística, del control de los accesos. Así sucede en la gran mayoría de bases, sobre todo en las de mayor envergadura, como Bagram o Camp Phoenix.

Tundra, la empresa de Canadá, se encargaba de la seguridad en nueve bases afganas. Los demandantes aseguran que contrató por primera vez a Ahmed en mayo de 2010. En dos meses ya le puso en la calle, porque había recibido un chivatazo, según el cual Ahmed quería matar a soldados norteamericanos. Inexplicablemente, le volvió a contratar en 2011, porque, según los gerentes de la empresa, el chivatazo no se había podido verificar. Semanas después mató a los dos soldados y falleció él mismo abatido por las tropas.

En comparación con el duro proceso de entrenamiento y despliegue de tropas, hay poco control sobre los contratistas. Suponen un riesgo, en muchas ocasiones, por abusos cometidos puntualmente contra civiles afganos y contra soldados norteamericanos. Y caen también, como las tropas. En 2011 murieron 430 en Afganistán, todos ellos norteamericanos. Kabul no ofrece datos sobre los contratistas afganos abatidos.

Más sucidios que bajas en el frente

Por: | 10 de junio de 2012

Photo: (U.S. Air Force photo illustration by Airman 1st Class Corey Hook)
La guerra de Afganistán se acerca a los 4.000 días y hasta la fecha han fallecido, según fuentes oficiales, 1.984 soldados norteamericanos en combate, casi un muerto de media por cada dos días. Lo que no han conseguido los talibanes lo está consiguiendo la desesperación causada por el combate. En este año de 2012, cada día, de media, ha muerto un soldado de su propia mano, según datos del Pentágono revelados por Associated Press. En 155 días, hasta el 4 de junio, hubo 154 suicidios.

Son un 50% más de las bajas experimentadas en el frente de guerra. Se producen en Afganistán, donde aun sigue viva la guerra y, sobre todo, cuando los soldados regresan a casa, y se enfrentan a una nueva vida en la que el Ejército ya no lo proporciona todo, y en la que el mercado laboral se les cierra, porque sufre aun los efectos de la reciente crisis económica. Junto con el suicidio, el abuso sexual, la agresión física y la drogodependencia asuelan a los castigados veteranos de guerra.

Los médicos y psiquiatras del Pentágono han intentado, durante décadas, dar con las razones para la elevada tasa de suicidios de soldados. Han encontrado motivos de sobra: ataques sufridos en el frente, trastorno por estrés postraumático, abuso de analgésicos y otros medicamentos y los problemas económicos que se encuentran al regresar a sus familias. Son mayoría, de hecho, los suicidios de soldados que han servido en el frente que los de aquellos que nunca han sido movilizados.

La cifra de 154 suicidios hasta el 4 de junio supone un incremento del 18% respecto a 2011 y del 25% respecto a 2010. El crecimiento es de por sí una mala noticia para el Departamento de Defensa, pero es todavía peor dado el hecho de que en 2008 y 2009 murieron en total también más soldados por suicidios que en el frente bélico de Afganistán. Hay, en total, en las fuerzas armadas norteamericanas, 1,4 millones de hombres y mujeres de uniforme.

Hay quien considera que las guerras son necesarias. Otros las consideran decisiones políticas. Los comandantes en jefe y presidentes las inician, las defienden, las critican o las dan por acabadas. En esos largos procesos, hay muchas víctimas civiles en los países invadidos, y mucho se habla, justamente, de ellas y su sufrimiento. Más en la sombra quedan los soldados que las libran -un millón de norteamericanos desde los ataques de 2001- y que acaban, a la larga, abandonados a su suerte. En total, la cifra de suicidios en las fuerzas armadas de EE UU es de 20 por cada 100.000, el doble que la de los suicidios de civiles.

(Iluatración: U.S. Air Force by Airman 1st Class Corey Hook)

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