No hace ni tres años, en la Cancillería, Merkel no pudo evitar un leve rictus de sorpresa cuando Berlusconi entonó un inesperado canto a la solvencia económica italiana. A su país, decía, “le va mejor de lo que algunos colegas refieren sobre sus respectivas economías”. A fin de cuentas “los italianos son ahorradores”. Incluso a sus parados les iba de perlas. En mitad de la peor recesión de la posguerra alemana, la Canciller tenía en casa a un invitado pavoneándose de lo bien que le iban las cosas. A la luz de lo sucedido desde entonces, eran mentiras tan gruesas como su sonrisa estilo ¡aquí está Johnny!. Para entender el escaso entusiasmo alemán por los astronómicos avales que dedican a salvar el euro y a sacar a sus socios sureños de la crisis de deuda, conviene recordar cómo sonreía Berlusconi aquél 22 de febrero de 2009. No todo es cuestión de dinero.