Mi abuelo nunca me dio consejos para mis viajes a Alemania. Pero cuando supo que un verano, el de mis 15, viajaría a Inglaterra, me agarró del brazo y me llevó aparte para aleccionarme: “ten cuidado, que hay gente que te podría hacer daño”. Lo repitió antes de un viaje a Francia. Digamos que mi abuelo era germanófilo, como los derechistas españoles de su generación.
En la generación de mis padres, en cambio, se admiran los logros de la posguerra alemana: unos el modelo renano de capitalismo, otros el federalismo, otros el 68 y el auge de los movimientos sociales y ecológicos de los 70. Son razones muy distintas a las de mi abuelo.
Una radio alemana me llamó el lunes para hablar de la buena imagen de Alemania en el mundo. Me pilló en mal momento. Confirmé que los productos alemanes tienen excelente imagen en España. “¿Sólo los productos?” Respondí que “se aprecia a quienes fabrican y diseñan estos productos y se admira su éxito económico”. “¿Y la gente?” Recordé la germanofilia de mi abuelo y contesté que, a veces, su buena reputación se basa en prejuicios que aquí disgustarían a muchos. Cierta decepción en las ondas. Y eso que no entré en la plétora de lugares comunes españoles sobre Alemania ni dije una sola vez “cabeza cuadrada”.
La mistificación funciona igual en el sentido contrario. Un español puede sentirse muy presionado ante las expectativas de los prejuicios alemanes. Lo impelen a ser alegre o exaltado, buen bailarín, mejor futbolista, amante apasionado y cocinero hábil. También muy sabio en el disfrute de los placeres cotidianos. Contrapeso: será impuntual, algo chapucero y más perezoso, desorganizado, mostrenco con los idiomas, gritón. Pregúntese el lector cuántos de estos adjetivos se le pueden aplicar.
El balance económico de estos prejucios puede que sea negativo para España, pero es lo que hay. Lo mismo que muchos de los que confían en la calidad de los coches alemanes dicen admirar la supuesta laboriosidad germánica, su cacareada eficiencia, los logros tecnológicos y las Götterfunken, millones de alemanes viajan a España cada año en busca de buena mesa, sol, playa, Temperament y romance bajo la luna, luna. Llegan henchidos de aprecio por lo que juzgan que es “la buena vida” de sus socios.
Hasta aquí el costumbrismo. Aburren las personas que se creen los prejuicios que pesan sobre ellas. Pero los lugares comunes funcionan en el entramado comercial de las empresas y los Estados en la globalización. Por eso se habla de "marca país". Se me ocurren causas posibles de la excelente nota de Alemania en las encuestas. El compromiso europeo. La baja tasa de paro y el éxito económico. El atractivo de Berlín. ¿Los hippies del 68? ¿El complejo de inferioridad de otros? ¿La lectura de Goethe? ¿La propaganda global de sus multinacionales?
Hay 1 Comentarios
Alemanía es uno de los pocos países del que se puede afirmar: bellísimo para visitar y maravilloso para vivir. Y como lo debe saber usted, los alemanes no tienen nada de aburridos, su sentido del humor es diez mil veces más inteligente que el de los norteamericanos.
Publicado por: Maria | 10/01/2012 18:24:10