24 septiembre, 2007 - 18:32
Chufablog
Me pregunto qué se le habrá metido dentro a Sergei Eisenstein una mañana fría de 1929 para despertarlo con resortes metafísicos picándole los lomos y hacerle decir: “¡México es la ley, voy a hacer una película sobre México!” ¡Que Viva México!, una película de Eisenstein (famoso por su filme El Acorazado Potemkin) que se fecha en 1932, pero que en realidad el influyente director ruso nunca vio, nunca editó y nunca terminó.
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En un lance típico de Eisenstein (qué snob sonó esa frase), esta película muda describe las luchas de los estratos más bajos de la sociedad en un mosaico de imágenes de la fotografía más dramática y delicada posible en su tiempo. La versión disponible desde 1977 es una edición libre del material del ruso. Y es que Eisenstein no contaba con que México no es un paraíso de sarapes y hospitalidad, hermosas “senoritas” y hombres honestos. México es como esa casa tranquila de The Texas Chainsaw Massacre, donde todo parece en orden y en paz, pero que en realidad hospeda a un psicópata con motosierra que se pone una máscara hecha con la cara de un muerto. A nadie le gusta aceptar que México es un país hostil y salvaje; el inicio de la Revolución Mexicana fue, tal vez, el único momento de lucidez de la nación desde 1521. El resto de las veces los mexicanos hemos mostrado nuestra incorruptible voluntad de aguantar cualquier tipo de abuso de la autoridad, cualquier injusticia, cualquier acto de corrupción. El estoicismo del mexicano es tan extremo que ya ni siquiera es chistoso: es bueno poder presumirle a un alemán o a un gringo que no nos enchilamos con unas cuantas gotas de salsa Tabasco o que 38 grados centígrados es considerado buen clima. Pero una cosa es ser estoico y otra es ser apático, y una falta total de fe en causas, efectos y justicia es el mal de todos los que estamos atenazados entre los Estados Unidos y Guatemala. El error de los comunistas del pasado ha sido considerar México un paraíso de sinceridad, tolerancia y paz tropical. En su viaje juvenil por Sudamérica el che Guevara encontró en la población explotada de Chile Bolivia, Venezuela una mina de rebelión y justicia. Si hubiera llegado a México en sus tiernos años vería el mismo sufrimiento, pero sin la chispa de revolución de los vecinos del sur. Algo se perdió definitivamente cuando la Revolución Mexicana nunca terminó. El conflicto se desvaneció poco a poco en las manos de los hombres fuertes sonorenses que le dieron la espalda a Tierra y Libertad pasaron a ocupar el lugar de los latifundistas y caciques que erizaban los bigotes de Emiliano Zapata. Hoy día estamos emasculados e idiotizados. No olvidemos que hace pocos días una alta autoridad responsable de la transparencia de las elecciones de 2006 fue destituido de su cargo por incompetencia, dando mucho, pero muchísimo campo a especular que algo muy malo pasó durante los comicios. Vamos a imaginar qué habría pasado en Dinamarca si los daneses se enteraran de eso. Imaginen qué habría pasado en Canadá, en Japón, en España. Estas quejas se han escrito en innumerables ocasiones en incontables medios, pero claro, yo escribo más bonito que los camaradas rojillos inflamados y politizados, más elegantemente que los perredistas hinchados de datos, que los pejistas con fotos del ídem en sus cabeceras. Yo escribo desde la vergüenza, desde la imposibilidad de explicarle a mis amigos extranjeros por qué en México somos un hato de cobardes que no se escandaliza por fraudes, violencia de Estado o por la brecha entre ricos y pobres. El PRI nos trajo lo peor del comunismo y lo combinó con décadas de un sistema al que no se le puede llamar capitalista, sino salvaje, selvático, azteca, tributario, cavernícola. Como costumbre heredada, en México hacemos todo mal, a medias o no lo hacemos. Bajo los nuevos partidos políticos la cosa no ha cambiado mucho: tenemos los valores de un escandinavo del siglo XVI, y las condiciones de vida de un campamento de la guerra civil estadounidense. Pero no me malinterpreten. México es como mi hijo psicópata. Por más que los que lean esto me digan “pues quédate en los Estados Unidos, hijo de puta” no lo voy a hacer. Me quiero quedar cerca y observarlo hacer inexplicables extravagancias y violentos lances de esquizofrenia. Me voy a quedar viendo cómo se mueve como una rata muerta rellena de hongos y gusanos que la hacen hervir en un movimiento inédito y fantasmal. Me quedo para ver en qué para todo esto. Me quedo y me lamento y me enojo, por qué demonios no. Eisenstein se fue de México atribulado y atarantado. El gobierno le hizo tortuoso el proceso de filmación y le acosó incesantemente por su militancia comunista. No pudo terminar, como dije, su película sobre la gloria y bondades de México. Llegó a la frontera en Tamaulipas con su cajuela llena de pornografía, y mientras lo arrestaban por indecencia, probablemente decía, en crasa y libertina traducción del ruso: “Como sea, oficial, pero sáquenme ya de este país, por la puta madre”.
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