Bulevares Periféricos

Sobre el blog

Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

Gramola Galáctica: "Il cielo in una stanza" (Mina, 1959)

Por: | 31 de enero de 2012

Mina - Il cielo in una stanza


En el verano del 59 sucede un hecho revolucionario: una chica de Cremona llamada Anna María Mazzini, en arte Mina, graba una canción que había sido rechazada por Julia Di Palma y Miranda Martino. En los créditos aparecen dos nombres extraños, casi una contraseña de novela de aventuras: Mogol-Toang. El primero corresponde al letrista Giulio Rappetti; el segundo, a un joven genovés llamado Gino Paoli, que ha de firmar con seudónimo porque ni siquiera está afiliado a la sociedad de autores. El tema se llama Il cielo in una stanza, el cielo en una habitación, y va a convertirse en la mejor canción de amor de la Italia de los 60, y en una de las más grandes de su historia.
En su momento, Il cielo in una stanza fue acusada de inmoral y las emisoras católicas se negaron a radiarla. Hasta entonces, las canciones de amor pertenecían a los hombres, que habitaban el anhelo del “antes” o lamentaban la pérdida del “después”. De repente, y por vez primera, una mujer se adentraba en el territorio prohibido del “durante”, atreviéndose a cantar, alto y claro, con los ojos abiertos y ávidos, su placer en la cama. Las piedras del escándalo fueron esa orgullosa voz femenina, ese “durante” eternizado, y una disposición narrativa que sugería sin mostrar, que era romántica sin ser retórica y utilizaba, muy sabiamente, la transfiguración del espacio como metáfora del éxtasis.
Il cielo in una stanza no transcurre en idílicas casitas de papel ni en imposibles cabañas en Canadá sino en la habitación alquilada de un albergo a ore, una casa de citas. A los autores les basta con mencionar la visión del techo para que entendamos que los amantes están acostados, y pintarlo de un color anómalo – un soffitto viola – para evocar un meublé de la época.
La transfiguración se cuenta con palabras sencillas y poderosas: cuando hacen el amor, las paredes del cuarto desaparecen y la mujer ve árboles, “árboles infinitos”; el techo de color violeta se descorre, como en un cine de verano, para que el cielo se abra sobre los cuerpos de los amantes, “abandonados, como si no hubiera nadie más en el mundo”. Suena una armónica, que probablemente brote de una radio modesta, y en sus oídos se convierte en un órgano que toca sólo para ellos, “bajo la inmensidad del cielo”. Es como si la voz de Mina y el texto de la canción hubieran abolido, en dos minutos y cincuenta segundos, cinco siglos de amor cortés para entrar galopando en el amor carnal, pasando de la mística a la poesía de la experiencia, de Petrarca  a Pavese, por la pura fuerza del deseo. Y si no conociéramos el rostro de Mina podríamos prestarle el de las mujeres del cine neorrealista de los primeros 60: Lea Massari en Il sogni nel cassetto o Stefania Sandrelli en Io la conoscevo bene. Es la voz de una loca de amor, urbana, contemporánea, que se funde, para fluir mejor, con los arreglos ensoñadores y aéreos de Tony De Vita: un continuo de cuerdas que levantan la arquitectura del arrebato sin que la espuma desborde sus líneas; un andante que avanza como la brisa moviendo las nubes de ese cielo inventado y se remansa, al final, con tres acordes en adagio, como el perfume seco y reconcentrado de una flor de ginebra, abriéndose.  

Ofrezco dos versiones a cargo de Mina. La primera, con la elegancia que luego compartiría con Ornella Vanoni, pertenece a la película Io bacio, tu baci, dirigida por Piero Vivarelli en 1961.
La segunda, más racial y proletaria (pese - o quizás por - la fantasía aristocrática) es de un programa televisivo del año 62, Il signore delle 21. Ambas son espléndidas, pero uno tiene la impresión de que cada stanza pertenecía a un barrio distinto.

 

 

 

Teatro en Cataluña: el recorte que viene

Por: | 31 de enero de 2012

Un breve informe sobre los recortes institucionales al teatro catalán:

Teatro en Cataluña: el recorte que viene (1-2-12)

Shakespeare & Co: Gloucester (Después de la caída)

Por: | 28 de enero de 2012

Gloucester y Edgar - RSC


La «gran escena» sobre visión y ceguera de toda la historia del teatro está en El rey Lear. En el centro - acto IV, escena VI - de El rey Lear, aunque durante mucho tiempo se consideró una subtrama, un añadido grotesco que incluso llegaría a suprimirse. Ahora vemos que la peripecia del ciego Gloucester y su hijo Edgar es el destilado perfecto del “tema” de Lear, la redención a través del sufrimiento, y uno de los máximos ejemplos de la estremecedora cosmogonía de Shakespeare. Y una doble mirada, una doble puerta, que clausura la «visión» del teatro anterior e inaugura - tragedia sin dioses, espacio vacío, carcajada metafísica - el teatro moderno.  

 

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Teatro: "El montaplatos", de Pinter, versión Animalario

Por: | 28 de enero de 2012

Abejaruco contra Lince Ibérico (31-1-12, Matadero)

Puro Teatro: "Luces de bohemia" en el María Guerrero

Por: | 28 de enero de 2012

Crítica de Luces de bohemia, dirigida por Lluís Homar, en el María Guerrero.

Entrevista con José Luis Gómez

Por: | 28 de enero de 2012

El teatro al completo, mi aprovechadísima mañana de domingo con José Luis Gómez. Y esto es sólo el principio: pronto habrá más. ¡Permanezcan atentos a esta pantalla!

Me acuerdo de Juan García Hortelano

Por: | 26 de enero de 2012

Juan_Garcia_Hortelano

Me acuerdo de Juan García Hortelano cada vez que el atardecer madrileño me pilla cerca de Gaztambide, o cuando es primavera recién florecida, y las terrazas de Rosales, feudo esencial de sus novelas, comienzan a poblarse de chicas vivaces en falda corta y hombres indolentes en mangas de camisa, y cada vez que piso cáscaras de gamba rebozadas en serrín y me imagino que alguien a mi espalda va a pedir un espumoso, o cada vez que bajo por las Ramblas y pienso en El Vigía, inencontrable ya en los kioscos.
Cuando conocí a García Hortelano, a finales de los ochenta, me presenté en el hotel Manila con un ejemplar, a modo de homenaje-contraseña, de aquel insólito diario naval de escasas páginas donde se reseñaban “las incidencias y novedades del transporte marítimo en el puerto de la Ciudad Condal”, como rezaba el subtítulo de la cabecera.
Para el escritor, El Vigía evocaba la mejor época de su vida, cuando vivía en Barcelona y con su tocayo Marsé se ganaban la vida dialogando los guiones de Germán Lorente, aquellas historias con arquitectos o publicistas más o menos alcohólicos y más o menos redimidos por chicas muy guapas, muy extranjeras, de gran corazón; la época en la que tantos amaneceres, me contó, le pillaban en a la orilla del puerto  y antes de plegar velas cumplía con el ritual de repasar los nombres de aquellos barcos que, como el Altair de Mandiargues, jamás tomaría.

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Dameros malditos: sobre Rubicon, Homeland, y algunas cosas más

Gramola Galáctica: Teaser and the Firecat, 1971

Por: | 24 de enero de 2012

Teaser & the Firecat

 

Me gusta este dibujo. Me gustaba a los quince años y me sigue gustando, igual que el disco que ilustraba: Teaser and the Firecat, de Cat Stevens. Creo que el dibujo es del propio cantante. Me decía Santiago Segurola el otro día: “Hay que reivindicar a Cat Stevens. Tea for the Tillerman es un discazo de la primera a la última canción. Y Sad Lisa es buena de morirse”. Y mucho mejor que Lady d'Arbanville, el tema estrella de Mona Bone Jakon (1970), que olía un poco a hippismo de papel couché. Sad Lisa era el otro lado de Lady d'Arbanville, el descenso psicótico del personaje. Estoy de acuerdo en lo de Tea for the Tillerman, pero el que da primero da dos veces, y Teaser fue el primer disco de Cat Stevens que escuché, el que me llegó al alma.
Y me parece el mejor de su carrera, el más cuajado. Una máquina de hits

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Mínima Morralla: La mano por la cara (Insustancialidades dolorosas)

Por: | 24 de enero de 2012

En Manresa hacía un frío bárbaro y habíamos llegado con dos horas de antelación porque el reloj andaba mal. Fuimos a una cafetería; por un altavoz sonaba la vieja canción Una lacrima sul viso en la versión que en San Remo cantó Bobby Solo. En casos así (espera, aburrimiento) jugamos a un juego bobo pero bastante entretenido: se trata de inventarle una nueva letra a la canción de turno (si hay canción, claro), con rimas automáticas, inevitablemente ripiosas, cuanto más ripiosas mejor, un verso cada uno, sin pensar, buscando únicamente el pareado. En este caso, obviamente, mandaba la palabra “viso”. Escribimos en una servilleta esta simpática memez:

Tiene un perro muy sumiso
que entra siempre sin permiso
y se ha comprado un gran piso
en la Colonia de El Viso
pero me hace caso omiso
porque estoy, ay, circunciso
Me mostraré yo remiso
a tomar sopa de miso
aunque tenga, tenga, tenga
Una lácrima sul viso

Orgullosos por nuestro logro, se lo enviamos a un amigo, que además de poeta es crítico de teatro (adivinad). A los diez minutos escasos (¡diez minutos!) escuchamos el campanilleo que señalaba la entrada de un mensaje de vuelta.
Con el mensaje llegó el relumbre, el derroche, la humillación.
Nuestro insultante amigo había escrito esto:

Me pone en un compromiso
vuecencia con su premisa
y me apresto a toda prisa
a echar versos en el guiso

Está la musa indecisa
de pedir o no permiso
mas licencia no preciso
para cantar en la misa

Convertido en un narciso
me estiro bien la camisa
y a ver qué tal improviso

La ronda ha de ser concisa
y desde aquí ya le aviso
que la meta se divisa
y en un par de versos piso
tan repulida y tan lisa
la línea del paraíso

¡La línea del paraíso! Ni más ni menos. Y sin ingesta de alcohol, señalaba, uniendo al insulto la afrenta.

El País

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