Gramola Galáctica: “Fenicia” (Gato Pérez, 1990)

Por: | 06 de marzo de 2012

Academia Rumbera Esta es la historia de un disco mítico que no llegó a ver la luz y de un cantante muerto que cada día canta mejor: Fenicia y Gato Pérez.

Después de su muerte, los cuervos habituales dijeron que había vuelto a la mala vida, que bebía mucho otra vez y que, claro, le había fallado el corazón, como venía anunciando en una canción célebre. Los cuervos siempre hablan de oídas y nunca tienen puñetera idea de nada: Gato Pérez estaba de nuevo enamorado, iba a ser padre por tercera vez y tenía un nuevo disco en puertas, un disco del que se sentía muy orgulloso.
Lo que tal vez le cuarteó el corazón en los últimos años fueron las puertas que se le cerraban, y los ejecutivos de las discográficas que decían “Esto no es moderno, nen”, y los bolos que escaseaban, y los mismísimos cuervos (o primos de los cuervos, porque esa parentela siempre es amplia) empeñados en repetirle, con las sonrisas gélidas de la noche, que había pasado su momento, y con lo de “su momento” se referían al lejano éxito de Gitanitos y morenos.

 

Gato-perez-tenPero se equivocaban, porque pese a todos los portazos y todos los tropiezos y todas las sonrisas perdonavidas, Gato seguía escribiendo y componiendo como un poseído, canciones y más canciones, para llenar diez o veinte discos si hubiera hecho falta. Cierto que llevaba tres años sin pisar un estudio, desde Ten, y que los bolos eran a veces en garitos del quinto pino, pero tocaba igual, con la misma fuerza y el mismo empeño, ante quinientos que ante quince, sobre todo si esos quince éramos sus amigos, capaces de desplazarnos a donde hiciera falta para verle, y que sus conciertos cada vez eran mejores, más vibrantes y más sabios, cada vez mejor música y con mejores músicos, como aquel fantástico bolo que aún teníamos (y tenemos) en la memoria, en un chiringuito de la playa de Castelldefels en pleno invierno, los pies en la arena y el mar al fondo, y el trenzado regio de la guitarra de Gato y las guitarras de Ñoño Martínez y Jordi Bonell, y en esos tres años no había parado de enlazar proyectos, el disco con versiones de Leiber y Stoller en rumba, y el planazo de grabar una antología de sus mejores temas en Nueva York o en Miami con la Fania All Stars, que sí, que sí, que era factible, había un contacto, solo era cuestión de esperar el momento preciso ¿o es que no lo había hecho El Luis con Gitano Soul y el metal y la cuerda de los SMNY en los estudios de la CBS en Manhattan?
Sí, vale, le decíamos, justamente, El Luis tenía detrás a la CBS y a José Luis De Carlos, y a fin de cuentas el disco tampoco funcionó, y él decía: nada que ver, eso fue porque El Luis estaba en el trullo y se le pasó el arroz, cosas de la vida, lo importante es que el disco se hizo, se pudo hacer.
Y a malas, decía, si las cosas se ponen muy negras, me vuelvo al campo. Pero si ya estáis en el campo, decía yo, que a veces parecía tonto, porque el campo era Las Franquesas o Castellar del Vallès, donde había vivido unos años, o Caldes de Montbui, donde acababa de trasladarse, pero “el campo” para Gato era, desde luego, vivir fuera de Barcelona aunque sobre todo tocar por gusto y ganarse la vida con otra cosa, como las temporadas en que hacía paellas los domingos, en un merendero de Sant Julià de Vilatorta, cerca de Vic, o cuando quiso (varias veces) montar una chatarrería cerca del circuito de Montmeló, algo que a mí me parecía, realmente, muy de cantante country, largarse de Nashville para vivir de lo que fuera y en una roulotte en un pueblo de Tennessee, esas cosas, y también en cierto modo eso suponía una vuelta a los orígenes, porque antes de ser Gato estuvo en un grupo llamado SloBlo, en los primeros días de Zeleste, que tocaban temas de los Flying Burrito Brothers y los Riders of the Purple Sage.
Ganas de echarle yo literatura a la escasez.

Foto de Maria EspeusY luego estaban los planes que hacía para otros, primero desviviéndose por los Estrellas de Gracia, buscándoles bolos y produciéndoles su primer disco por dos duros, y hablando de ellos día y noche, porque se volvía loco cuando escuchaba un grupo de chavales haciendo algo que valía la pena, y en los últimos meses de aquellos tres años caninos la historia se había repetido, le habíamos visto (y escuchado) en el Gregory’s, un pub muy golfo y muy setentero, puro túnel del tiempo, que estaba en la parte alta de Aribau o Muntaner, ahora no sabía precisar, y allí había desempolvado Gato el bajo de sus días en Secta Sónica para acompañar a unos gitanos desconocidos a los que también apadrinó, los hermanos Cortés, en arte Los Pocholos, tienes que oírlos, tienen un futuro enorme.

Y entonces pasó que de repente se abrió el cielo, porque de una sola tacada se encontró a los hermanos Garcíapelayo, primero a su tocayo Javier, que se convirtió en su mánager, y Javier escuchó las nuevas canciones y le dijo: esto te lo tiene que producir mi hermano, y su hermano era Gonzalo (en arte GG), el fundador del sello Gong, que había producido a medio rock andaluz en los setenta (y muchas cosas más) y entonces acababa de montar en Sevilla un nuevo sello llamado Guapa, y empezaron de nuevo las giras y la posibilidad de grabar un nuevo disco, producido mano a mano por G y por GG.
Los músicos no podían estar mejor elegidos: por un lado, su banda habitual, con los pianos y teclados de Sergio Fecé y Josep Lladó más el refuerzo de Emilio Ruiz y el cubano Mayito Fernández, el líder de Salsa Gitana, y Miquel Rubió y Xavier Batllés a los bajos, y por supuesto Noño Martínez a la guitarra flamenca, y Mathew Simon y Juanjo Arrom a los vientos; por otro, la crema de la nueva rumba catalana: Petitet Ximenez y Ricardo Tarragona a las percusiones, y Johnny Tarradellas y Peret Reyes, de Chipén, en guitarra y palmas.
Una noche nos trajo el disco, que se llamaba Fenicia: estaba feliz como pocas veces.
Se había grabado en los Estudios KSZ de Barcelona, con dirección de Rufus Arrufat, pero GG se había reservado un toque maestro: las mezclas las había hecho Pepe Loeches, el mismo ingeniero de sonido de Gitano Soul (y de tantas otras joyas), en los Estudios Musigrama de Madrid, y realmente sonaba de fábula, como hacía tiempo que un disco de Gato no sonaba.
Nos dejó un ejemplar: en cuestión de semanas estaría en las tiendas, y comenzaría la promoción y la gira, y ya verían los cuervos lo que valía un peine.
Cinco temas en la cara A: Ay cuanto amor, Gracias corazón, Quise ser tu amigo, El coro de la calle y Después de los truenos.
Abría la cara B La gran ciudad, la versión castellana de Rumba dels 60. Eso me fastidió un poco, porque yo era el responsable de esa versión, torpe y apresuradísimamente rimada y escrita en una servilleta, en la barra del Apolo, para un bolo que tenía Gato al día siguiente.
¿Pero cómo has metido esto, hombre?, le dije, podías haberme avisado y la reescribía, fue una cosa para salir del paso. La había metido sin decirme nada, qué le ibamos a hacer, Gato siempre andaba con prisa. Seguía un instrumental, Formica Fenicia, y un Mosaico Pérez que le pidió GG, un medley de grandes éxitos, con Gitanitos y morenos, Se fuerza la máquina y Luna brava. Y ya cerrando, Ahí se queda la canción. Ese fue el orden que acordaron con GG, y era un buen orden.
¿Tuve una premonición al escuchar Ahí se queda la canción?
No. Quedaría muy bien decir que sí, pero no. No tuve ninguna premonición. Pensé que era preciosa, que el disco era un cañón, y que se iba a vender como las consabidas rosquillas.
Tardé mucho en poder escucharlo de nuevo.

Plaza de Gato PérezLa mañana del 18 de octubre de 1990 suena el teléfono a primera hora.
Es una llamada confusa. Yo estoy medio dormido y Ragna habla con voz ronca y un tanto entrecortada y no acabo de entender lo que dice. Ragna es el apócope de Ragnampiza, nombre de guerra de Jorge López Gil, hoy uno de los grandes DJ y promotores de música negra de España.
A Ragna le ha llamado Abili Roma, que entonces llevaba la Terraza América, en Montjuic, puerto último de incontables noches de verano, a quien a su vez había llamado el bongosero Rafalito Salazar para decirle ¿para decirle qué, cómo?
Que Gato había muerto de madrugada, de un infarto.
Costaba creer, por supuesto, que hubiera muerto.
Pero todavía más costaba creer que solo tuviera 39 años.
Y que en doce años hubiera hecho todo lo que hizo.

La tarde que le enterraron íbamos cuatro en el coche (Pepita y yo delante, Ragna y Casavella detrás). La noche anterior habíamos visto Uno de los nuestros, de Scorsese y cuando, volviendo del cementerio, comenzamos a escuchar golpes en el portamaletas no pudimos evitar pensar en la primera escena de la película, cuando aquellos pájaros descubren que en la trasera de su coche llevan a un muerto que está muy vivo. Qué más hubiéramos querido.
Para rematar la faena, Fenicia no llegó jamás a las tiendas: quebró Guapa, el sello de los Garciapelayo, y los discos se amontonaron en el almacén, salvo los pocos que se quedaron ellos y se quedó Gato.
Por tanto, puedo decir que mi disco es un ejemplar de coleccionista, pero maldita la gracia que me hace decirlo.
En 1996, Clara y Jessica, las hijas de Gato, promovieron la edición de un doble CD, El último y el primero, donde, como anunciaba el título, se juntaban Carabruta y Fenicia. Fue una “edición de amor”, con una caja y un librito muy cuidados. Lástima (puedo decirlo ahora) que no figurasen créditos, que las canciones no siguieran el orden original, y que el CD de Fenicia sonara muy, pero que muy por debajo del disco.

Gato perez by frostisCuando tuve ánimo de volver a escuchar Ahí se queda la canción pensé que su maravillosa letra estaba muy cerca de L’âme des poètes, de Charles Trenet. Pero había algo más.
A mitad de Ahí se queda la canción se abre, como un río, un tumbao cubano que enlaza con el perfil o el humo feliz de una chacarera.
En la portada de Fenicia hay un barco dibujado por Mariscal: bien podría ser, pensé, el barco que trajo a Gato a Barcelona, a mitad de los sesenta. Tampoco pude evitar pensar que la canción era un billete de retorno a su Buenos Aires natal, al barrio de Caballito, a su barrio eterno: había salido con Sabor de barrio, la canción que abría su primer disco, y volvió con Ahí se queda la canción, que cerraba el último.
Mi cofrade Francisco Casavella lo rumbeó a su manera:
“Dicen por ahí que Fenicia es el último disco de Gato Pérez, pero yo no me lo creo. Porque ese disco es vida, y sabiduría de la vida, que seguirá generando vida. Mientras exista esa continuidad en la vida nadie grabará un último disco, ni escribirá un último libro, ni esperará que ese buen momento, ese brillo en los ojos, sea el último. Mientras existan esos buenos momentos no habrá primeros ni últimos discos: habrá vida”.

Y ahora, la música. Primero vamos a pinchar una de las canciones menos conocidas de Gato x Gato (1986), y que me sigue pareciendo una pieza maestra, una novela contada en tres minutos (que no otra cosa es la esencia del pop), y la brisa nocturna de una época, a través de las ventanillas abiertas de un coche que recorre la ciudad en una noche de verano, y un ejemplo supremo del arte de Gato en su combinación perfecta de fervor y melancolía: Clásicos del 79.

 

¿Trazamos el bucle? Venga. Ahí va Sabor de barrio.

 

Y ahora, por supuesto, Ahí se queda la canción. Ya digo que no tiene el sonido que yo quisiera, pero qué le vamos a hacer: su eco sigue siendo imborrable.

 


De propina, monsieur Trenet nos canta desde otra esquina que da a la misma calle.

 


(Para Niki Navarro y Kirby Navarro, siamesas imprevistas).

Hay 15 Comentarios

Precioso articulo, Marcos. Se echa en falta, aunque supongo que para un seguidor incondicional como tú es cuasi imposible, una selección de sus temas inolvidables que para los recién llegados nos iría de fábula.
¿Que te parece la recopilación que han hecho en Rama Lama de sus discos en EMI, años 81-82?

Gracias Marcos, es tal como lo relatas, qué gran amigo fuiste !

Bueno, la biografía se puede encontrar fácilmente en internet en el mercado de segunda mano, quería decir.

Gracias, Flashman. No sabía que se encontrara en Internet. Pensaba que estaba descatalogadísima. abrazo.

No me llevo comisión, pero para los que se hayan quedado con ganas de más, recomiendo la estupenda biografía de Gato Pérez que Marcos Ordóñez publicó hace unos años. Fácilmente comprable en internet, por cierto.

felicidades por el articulo...larga vida a ese gato que nos dejó--su gran musica

Gracias, Iñaki. Fuerte abrazo.

Gracias Marcos por ir recuperando en este blog historias de una Barcelona que, poco a poco, desaparece entre silencios cómplices

Grande, Marcos. Gracias!

Gracias, Jessi. Otro beso para tí.

Un beso Marcos! Siempre que te "encuentro" pienso, "ostras! el Marcos, qué bé que hi és! perquè és dels que va entendre el Gato, i m'ha ajudat a entendre coses a mi també" Gracias...como mínimo.

Qué delicia de historia. Me ha gustado mucho sin conocer al Gato.

Pongo lo que he encontrado en goear:
http://www.goear.com/search/gato-perez/

¡Gracias, JM y FB!
(Tan pronto me libere del trabajo diario corro a escuchar ese concierto). Doble abrazo.

Con articulos como este, va a hacerse imprescindible la visita de este blog...
Se va uno con ese doblete final, Gato Prez/Trenet, broche que me queda para todo el día...

Muy buen artículo, gracias, te dejo un concierto el sonido no es el mejor del mundo pero es de la última etapa y te dedica una canción.

http://www.ivoox.com/gato-perez-1989-audios-mp3_rf_298623_1.html

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Bulevares Periféricos

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Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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