Bulevares Periféricos

Sobre el blog

Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

Puro teatro: Barceló y los malvados de Shakespeare (31-3-12)

Por: | 31 de marzo de 2012

Crítica de Los malvados de Shakespeare (Sala Muntaner), 31-3-12

"The Good Wife", entre Sorkin y Dickens

Por: | 30 de marzo de 2012

CreditosSe ha escrito ya muchísimo sobre The Good Wife, pero mi entusiasmo por la serie es tan grande que me apetece echar mi cuarto a espadas. Inauguré este blog con la frase “Necesitamos a Aaron Sorkin”. Y seguimos necesitándole, desde luego, pero ¿por qué nadie me dijo, de un modo inequívoco, que tenía dos discípulos muy aventajados en la pareja formada por Robert y Michelle King, creadores y guionistas de The Good Wife? ¿O me lo dijeron y estaba yo pensando en mis cosas? Bien pudiera ser. Por otro lado, pienso que ahora también es un momento doblemente bueno para hablar de ella: la tercera temporada se estrena el próximo 15 de abril en la Fox y las anteriores ya están disponibles en DVD.

The Good Wife logra la cuadratura del círculo: que sea tan apasionante la trama principal (el día a día del bufete de abogados Lockhart & Gardner y los casos de los que se ocupan) como la secundaria (la peripecia individual -laboral, sentimental, familiar- de la abogada Alicia Florrick), aunque, ciertamente, podría invertirse el orden entre principal y secundaria con idéntico resultado.
¿Cómo se consigue ese equilibrio?
1) Los guiones son tan imprevisibles como sofisticados. Hay 23 episodios por temporada y, hasta ahora, ni uno solo de relleno: todos podrían ser peliculones. E incluso superan películas (o piezas teatrales) existentes: para citar un solo ejemplo, Duda (episodio 18 de la primera temporada), centrado en las deliberaciones de un jurado encerrado a cal y canto, va muchísimo más allá del presunto homenaje a Doce hombres sin piedad, el clásico de Reginald Rose.
2) Los diálogos son ingeniosos y brillantes hasta el pasmo: los personajes son extremadamente inteligentes, puro Sorkin style.
3) Las tramas desmenuzan, con lucidez y sin soflamas, los mecanismos del poder (judicial, político, económico). Los casos tratan asuntos de auténtico interés social con intrigas soberbiamente anudadas, que nunca decaen. Y que incluso “anticipan” procesos, como la ya muy comentada similitud –otro caso de naturaleza imitando al arte– entre Tratamiento VIP, una de las indiscutibles cumbres de la serie, y el (posterior) caso Strauss-Kahn.
The Good Wife es (en mi opinión) la mejor serie de abogados de la historia, a años luz de las gracejerías de Ally McBeal o los excesos melodramáticos que lastraban Damages (“Daños y perjuicios”), una serie que en su segunda temporada se sumergió en abismos de guión y filmación cercanos a las más casposas coproducciones de los 70.
4) La puesta en escena rebosa una elegancia poco común: la relación romántica entre Alicia Florrick (Julianna Margulies) y Will Gardner (Josh Charles) es digna del mejor Blake Edwards.
5) Los personajes son complejos y evolucionan, como está mandado. Cierto es que el "giro" de Alicia Florrick al final de la primera temporada está un tanto traído por los pelos, pero que levante la mano quien no ha explotado alguna vez por una causa menor que hace detonar la sobrecarga.
6) El trabajo actoral es de una gracia y una densidad de altísimo nivel. Posible excepción: a ratos, Peter Florrick (Chris Noth, Mr. Big en Sexo en Nueva York) se acerca peligrosamente a la tablonesca expresividad facial de Victor Mature. 

The Good Wife

Si la estructura expansiva y el retrato sectorial del Baltimore de The Wire hacía pensar en Balzac, el Chicago de The Good Wife es profundamente dickensiano: por el núcleo jurídico que sirve para concentrar los principales conflictos de la sociedad que retrata y, desde luego, por la exuberante riqueza de su censo de personajes, todos muy sagazmente observados: hasta el más episódico posee un perfil dibujado con pinceladas certeras y libre de clichés.
Dickens cruzado con el mejor Mamet sería una buena definición de esas estructuras narrativas, esos perfiles y esos diálogos
.   

En la serie hay, a vuelapluma, una decena de personajes principales y una cincuentena larga de secundarios. Como sería larguísimo detenerse en todos ellos, solo mencionaré a algunos de mis favoritos.

Josh charlesWill Gardner (Josh Charles)

Ya era hora de que este extraordinario actor (al que venero desde Sports Night, de Sorkin –no creo que su fichaje sea una mera coincidencia– y que luego brilló en la segunda temporada de la majestuosa y bergmaniana En terapia) tuviera un papel a su altura. Corta carrera en televisión y cine, por cierto: casi toda su trayectoria ha sido teatral, y vaya si se nota. Will Gardner tiene algunas de las mejores frases del guión. Entre muchas, su respuesta al abogado inglés (Eddie Izzard, otro gigante) que trata de amenazarle: “Un consejo: cuando quiera intimidar a alguien, no use tantas palabras. La intimidación no es un soneto”. (Tarantino hubiera matado por escribir algo  semejante). Si mezclamos en una retorta el espíritu oscuro de Jon Hamm de Mad Men y el melancólico ingenio de Bradley Whitford de El ala oeste y Studio 60 sale algo muy cercano a Will Gardner, aunque a quien se parece físicamente Josh Charles es a Stephen Sondheim de joven.

Alan cummingEli Gold (Alan Cumming) y Kalinda Sharma (Archie Panjabi)
Como bien dice Miriam Lagoa, una de las pruebas de la grandeza de una serie radica en que buena parte de sus personajes podrían tener spin off, o sea, serie propia. Y el astuto Eli Gold y la investigadora Kalinda Sharma, nacidos para encontrarse (lo demás ya se verá) escalan sin dificultad ese pedestal. Tampoco parece casual que ambos intérpretes sean británicos. Alan Cumming es escocés e interpreta extraordinariamente a un judío de Chicago, ese jefe de campaña que, nueva conexión sorkiniana, parece escapado del staff de El ala oeste de la Casa Blanca. Y que no deja de ser profundamente británico en su circunspección, sus reacciones, su sentido de la ironía y su manejo del timing de comedia. (Departamento de Parecidos Razonables (en el Universo Paralelo): Alan Cumming y el joven Luis Varela).

Archie Panjabi 2Archie Panjabi (Kalinda Sharma)
De acuerdo, Julianna Margulies es guapísima, pero la bomba sensual de la serie es esa joven actriz de ascendencia shijk crecida en el West End y cuya carrera habrá que seguir muy de cerca. Kalinda Sharma es misterio en estado puro, y con un voltaje erótico que tumba de espaldas (y que funciona por contención, como pedía Hitchcock: hay algo profundamente victoriano en el ADN del personaje).

 
Secundarios: a ambos lados del banquillo.

Como decía antes, la nómina de secundarios memorables que aparecen a lo largo de los procesos de The Good Wife es descomunal. Esa es también una de las claves del éxito de la serie: no dejar tierra sin batir. Hasta ahora, en las películas o series de abogados, los jueces solían ser figuras borrosas y de escaso relieve. Robert y Michelle King aprovechan al máximo la serialidad para personalizar a los magistrados (y abogados, y fiscales, incluso acusados), papeles que corren a cargo de estrellas invitadas, de modo que cada nueva aparición se convierte en una fiesta.
Mi juez favorito es el liberalísimo Charles Abernathy, interpretado por Dennis O’Hare, que había sido Russell Edginton, el temible y operístico rey vampírico de True Blood. Chiste para teleadictos: cuando ruega a  defensores y fiscales que no olviden donar sangre en una pausa del juicio.
Otro personaje que funde las bombillas cada vez que entra en escena es Colin Sweeney, un (presunto) asesino tan amenazador como hilarante en sus viperinas réplicas, entre villano de Colombo y Anibal Lecter, que Dylan Baker (lo mejor de la cuarta temporada de Damages) interpreta, a su vez, como un mezcla entre Robert Culp y Vincent Price. Los King tampoco están lejos de Sorkin a la hora de lucir su cultura: el apellido Sweeney parece un guiño a Sweeney Todd, el megacriminal del musical de Sondheim, y desde luego no se cortan a la hora de titular uno de los episodios Colin Sweeney Agonistes, referencia (mucho más arcana y superferolítica) a un drama de T.S. Eliot.

Michael j. foxEn el departamento de contendientes jurídicos, el podio se lo reparten tres sierpes marrulleras:
en lo alto, primus inter pares, el peligrosísimo y ultracínico Louis Canning (Michael J. Fox, premio al mejor casting televisivo de la década), que utiliza su incapacidad física como arma arrojadiza (casi la respuesta jurídica al Miguelito Loveless que atormentaba a Jim West); a ambos lados, la falsa ingenua Nancy (“Solo soy una chica de Michigan”) Crozier, un papel bombón para Mamie Gummer, y la gorgónica Patti Nyholm (alias “la abogada del bebé”), cumbre de la duplicidad venal, encarnada por Martha Plimpton.
En el lado de los “buenos”, destaquemos, para ir cerrando ya, a otro personaje que bien podría figurar (sí, uno más) en el reparto de El ala oeste: Kurt McVeigh (Gary Cole), el experto en balística, honesto a carta cabal, republicano hasta las cachas y adorador de Sarah Palin, por el que bebe los vientos Diane Lockhart, la formidable Christine Baranski.
Seguiremos informando, que queda mucha temporada por delante.
(Como se habrán percatado, no pongo extractos de YouTube: es mejor zambullirse en la serie sin anticipar fragmentos).

El hombre que fue jueves: "Un viaje a Capri" (29-3-12)

Por: | 29 de marzo de 2012

Sobre el gran Joan Capri (29-3-12)

Gramola Galáctica: Vincent Delerm

Por: | 27 de marzo de 2012

VincentDelerm-1

El más reciente (bueno, de diez años a esta parte) fenómeno de la canción francesa, estrella de la generación de Bénabar, Biolay y Keren Ann y, para mi gusto, el mejor letrista desde Gainsbourg. Influencias confesadas y tangencialmente perceptibles: Alain Souchon, Pulp, The Cure, Divine Comedy.

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Puro teatro: "Dos cabalgan juntos" (crítica de "Elling"), 24-3-12

Por: | 24 de marzo de 2012

Crítica de Elling, dirigida por Andrés Lima, en Teatro Galileo (Madrid), 24-3-12

Hablando con Vila-Matas (3ª parte)

Por: | 21 de marzo de 2012

Este es un extracto de la última parte de la conversación con Enrique Vila-Matas en torno a su nuevo libro Aire de Dylan. Aquí se sigue hablando de la novela (por supuesto), pero también de las aventuras juveniles de su autor, de su pasión de entonces por el cine y el teatro (que le llevó a actuar y dirigir), de su quehacer como agente secreto en Bocaccio, de nalgas mordedoras, viajes ácidos, de la "ideología de la crisis" y del entusiasmo como motor ineludible, entre unas cuantas cosas más.

Vila-Matas 4

Me gusta mucho el momento en el que el joven Lancastre viaja en taxi por el Londres de finales de los sesenta, “con una dentadura postiza insertada entre las nalgas para arrancar los botones de los asientos traseros de los coches”. Es una gran idea, digna de Gombrowicz. Y absolutamente impensable.

Es impensable, pero puede hacerse.
¿Eso quiere decir que…?
Que puede hacerse.
Ah. Bien. Podría generar una nueva secta secreta ¿no? “El Club de la Nalga Mordedora”.
Sí, algo muy inglés. Yo quería dibujar un joven mod, a la inglesa.
Bombín por arriba y dentadura por abajo.
Algo así.

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Puro teatro: Dos comedias primaverales (17-3-12, Babelia)

Por: | 18 de marzo de 2012

Crítica de El tipo de la tumba de al lado y Manual de la buena esposa (17-3-12)

Hablando de Dylan con Vila-Matas

Por: | 13 de marzo de 2012

índiceLa conversación con Vila-Matas acerca de Aire de Dylan, de la que hoy aparece el fragmento central en la sección de Cultura, dio muchísimo de sí. Hoy, como primer complemento, publico un extracto de lo que hablamos acerca de Dylan. Seguirán otros, sobre literatura, sobre la juventud del escritor barcelonés, y sobre mil cosas más, que tampoco tienen desperdicio.

Al comienzo del libro se define a Vilnius, el hijo adolescente de Lancastre, como “un moderno a la antigua, una mezcla entre Dylan y Rimbaud”. Leyéndolo me doy cuenta de que Dylan es tan clásico como Rimbaud, un poco como si hubieran nacido el mismo año.
Hay algo que emparenta a Dylan y Rimbaud, que es la genialidad juvenil absoluta. La de Rimbaud solo puedo imaginarla, pero la de Dylan está documentada, incluso filmada. Verle moverse y oírle hablar en Don’t look back, de Pennebaker, o No direction home, de Scorsese, es absolutamente fascinante: cómo logra descolocar y cambiar siempre el discurso de quienes le entrevistan, por ejemplo. El otro día leí que en uno de sus conciertos en París preguntó al público, que le rechazaba: “¿Alguien tiene un periódico del día?”. Es genial, porque a primera vista parece decir con eso que lleva días sin saber nada del mundo, pero en realidad les está diciendo que están atrasados. Porque él sí está al día, vive siempre el momento presente. O cuando un guitarrista de la banda le pregunta: “¿Por qué cambiamos las canciones cada noche?” y Dylan contesta: “¿A ti te gusta que cada día sea igual?”. Ese es el paradigma de su modernidad: no anclarse en ninguna situación, cambiar siempre. Alan Pauls decía que él escribía porque buscaba una vida diferente. En ese sentido, Dylan es un modelo capital, un santo patrón. Yo también he intentado vivir vidas diferentes por la escritura.
En otro pasaje, Lancastre dice que su momento culminante en la admiración que siente por Dylan es la actuación en el festival de Newport, en el 65, cuando todos esperan una actuación folk y él se presenta con banda eléctrica por primera vez y casi le apedrean. “El arte –dice Lancastre– es también huir de lo que creen que eres o de lo que esperan de ti”.
Impresionante momento, que descubrí en la película de Scorsese. Y cuando protestan, él manda subir el volumen al máximo.
¡Y la imagen de Pete Seeger enloquecido, intentando cortar los cables con un hacha! Yo tenía un gran respeto por Seeger, como se lo tenía a Alan Lomax, pero en ese momento se me cayó a los pies. Aunque reconozco que hay una especie de grandeza casi bíblica en esa locura. Es un poco Abraham intentando matar a Isaac, como el propio Dylan cantó en Highway 61.
Hay que verlo para creerlo. Ese es el primer gran momento de afirmación de Dylan. Bueno, el primero quizás sería cuando decide marcharse de Duluth y llega al Village y se convierte en una esponja. Cuando incluso roba los discos de sus amigos porque necesita escucharlos una y otra vez. Es una vocación absoluta, una pasión enorme. Pero en Newport, cuando se arriesga a perder a todos sus seguidores… pocos artistas han sido capaces de hacer algo así.

Subt 3¿Recuerda cuando escuchó a Dylan por primera vez?
Perfectamente. Fue en 1966, en la casa de Enrique Ruiz, un amigo del colegio, de los maristas. Nos llevó a mí y a otros cuatro compañeros, entre ellos el director de cine Jordi Cadena, a su casa, a casa de sus padres, para ponernos un single de Dylan que acababa de llegarle. Digo que “acababa de llegarle” porque en aquella casa sucedía algo extraordinario: era una atalaya, una especie de observatorio privilegiado, porque tenían discos de Estados Unidos, que todavía no habían aparecido en España. No recuerdo ahora si los conseguía Enrique Ruiz o algún hermano o algún amigo, no lo sé muy bien. El caso es que nos dijo “Tenéis que escuchar esto”. Era Subterranean Homesick Blues, precisamente la canción con la que abrió la espita de la electricidad. No nos gustó nada, pero nos impresionó muchísimo.
¿Qué era lo que no le gustaba?
La música, que ahora veo casi como una anticipación del rap. La estructura repetitiva y aquel recitado me parecieron horribles. “Esto no es música”, decíamos. No era rock, no era folk…
No sería rock, pero su patrón rítmico estaba muy cerca de Too Much Monkey Business, de Chuck Berry.
Era una reinvención del rock. En todo caso, no era lo que conocíamos. No estábamos preparados para eso, igual que la gente de Newport. Y de la letra, por supuesto, no pillamos nada. Aún así, pasaron dos semanas y nos dimos cuenta de que seguíamos hablando de aquel disco.
¿Y qué pasó luego? ¿Cuándo fue la caída del caballo?
Ah, hubo varias. Momentos de gran felicidad unidos a su música. Hubo un viaje a Ajaccio con unos amigos, en el 69. La primera vez que salía de España. Llevaban el casete de Nashville Skyline. Antes había escuchado otros discos suyos, por supuesto, todo el gran periodo eléctrico, que ya no me pareció tan raro como aquella primera vez, pero Nashville Skyline era un nuevo cambio, su salto al country, que por cierto también fue muy criticado.
Lay Lady LayTambién para mí fue muy importante Nashville Skyline y también un amigo me lo descubrió. Fue el primer disco que escuché de Dylan: hasta entonces solo conocía canciones sueltas de su época folk, las que conocía todo el mundo, con Blowing in the wind a la cabeza. Pienso ahora que Dylan ya había estado en Nashville para grabar John Wesley Harding, un par de años antes, pero Nashville Skyline era más “genérico”, o eso dijeron entonces. Y además invitó a Johnny Cash, que en aquella época era considerado un señor muy de derechas, pero que le había ayudado en sus primeros tiempos.
Yo creo que es su primer disco realmente relajado, feliz. Porque en John Wesley Harding hay calma pero también amenaza…
La amenaza de All along the watchtower, por ejemplo.
Claro. No hay ninguna canción así en Nashville Skyline. Luego hablaremos de John Wesley Harding, porque está unido a un episodio realmente singular de mi vida. De Nashville Skyline recuerdo la sensación de libertad, de placidez, de alegría, unida a la alegría misma del viaje. Para mí, el centro de ese disco es Lay Lady Lay. No paraba de escucharlo. Y de buscarlo en las gramolas de los bares, en Ajaccio.
Es curioso. Joan de Sagarra me contaba que otra canción de ese disco, To be alone with you, era la que ponían en el Pub de Tuset en esa época, como despedida, a la hora de cerrar. Un lugar que usted frecuentó muchísimo.
¿Sí? Eso sí que no lo recuerdo en absoluto, y la debí escuchar allí mil veces. Eso quizás sea indicativo que cómo íbamos entonces a aquellas horas. Ya hablaremos de todo ese tiempo más tarde.

JohnwesleyhardingHablemos ahora de John Wesley Harding.
Le contaré en qué circunstancias escuché aquel disco. Yo estaba en Melilla en 1970, haciendo el servicio militar. Intentando librarme de él, mejor dicho. Simulé que estaba loco para poder salir de allí y me trasladaron al pabellón psiquiátrico para hacerme todo tipo de pruebas. Y tenía un pequeño reproductor, de los primeros que salieron, y un único casete, que era, justamente, John Wesley Harding. Había una canción en concreto que escuchaba también una y otra vez, la segunda de la primera cara.
As I went out this morning.
¡Qué memoria!
Es que también me sé ese disco de cabo a rabo…
Una mañana, en el psiquiátrico, me dejaron salir a pasear. Salí al jardín y llovía. Conseguí una bolsa de plástico y me la encasqueté en la cabeza para seguir escuchando la música, para proteger el aparato y el auricular. Poder salir y caminar bajo la lluvia escuchando aquella canción me dio una sensación de libertad absoluta, como nunca había sentido, ni en Ajaccio siquiera. Eché a andar por una pendiente que llevaba hacia el mar. Y entonces escuché un comentario de dos médicos. Al verme con aquella bolsa en la cabeza, uno le dijo al otro: “Pobrecito, está realmente loco”. Y a los pocos días me soltaron.
O sea que un poco gracias a Dylan pudo salir del psiquiátrico.
Sí, es muy posible, sí.

Bonus Tracks

Aquí va Subterranean Homesick Blues. Uno de los primeros videoclips de la historia, por cierto.

 

Y aquí va Lay Lady Lay.

 

Y una versión: As I went out this morning cantada por Mira Billotte, de la banda sonora de I'm not there, de Todd Haynes, ampliamente citada en Aire de Dylan, de Vila-Matas.

 

 

"El teatro, esa máquina de imaginar" (15-3-12)

Conversación con Enrique Vila-Matas a propósito de Aire de Dylan (12-3-12)

El País

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