Bulevares Periféricos

Sobre el blog

Teatro, Literatura, Cine, Música, Series: arte en general. Lo que alimenta, lo que vuelve. Crónicas, investigaciones, deslumbramientos. Y entrevistas (más conversaciones que entrevistas). Y chispazos, memoria, dietario, frases escuchadas al azar (o no). Y lo que vaya saliendo.

Sobre el autor

Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

Dietario (Marzo)

Por: | 08 de marzo de 2012

"Esos libros que uno sueña, mucho mejores que cualquiera de los que llega a escribir, livianos, directos, un poco nebulosos, originales sin esfuerzo, fragmentarios como secuencias de poemas o anotaciones veloces y al mismo tiempo impelidos por una tersa dirección de flecha, confesionales sin narcisismo, con ironía pero sin la premiosa carpintería de lo argumental, libros perseguidos y nunca alcanzados, con algo de Chatwin, algo de Sebald, algo de Pla, con Baudelaire y sus caminatas de fondo, con Pessoa y sus divagaciones por Lisboa, con Jan Morris en Trieste, con el dejarse llevar de Montaigne o de Stendhal".
Antonio Muñoz Molina, Furia de Goya

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Un empresario teatral me dice que ahora, para la mayoría de los cómicos, el peor día de la semana es el viernes, porque el público llega muy cansado del trabajo. ¿Y eso no sucede también el miércoles, por ejemplo?, le pregunto. No, me contesta, porque al parecer el cansancio es acumulativo: al viernes noche se llega con el cansancio de toda la semana. ¿Cuál sería el mejor día, entonces? El sábado, me dice, porque ya han descansado por la mañana y volverán a descansar el domingo.

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Se busca un loro verde. Se ha escapado en la avenida de XXX, desde mediados de febrero. Tamaño aproximado: una paloma mediana. Plumaje verde con algún punto negro. Cabeza blanca. Vientre entre fucsia y rojizo. Alas con plumas azules y turquesa. La cola, que despliega cuando vuela, es amarilla y roja. Atiende por el nombre de Kostia. Es jovencito. Necesita dieta especial. Es muy importante que vuelva a casa pronto por terapia depresiva de un familiar. Se gratificará.
(Cartel encontrado en un árbol de la avenida de XXX a principios de marzo).

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Parece ser, según la crítica, que un escritor consagrado nunca se repite: realiza "variaciones sobre sus temas más queridos".

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"Nunca lamentar. Y si queremos expresar la derrota que nos ataca a todos, que sea en los confines estrictos de la dignidad y la belleza".
Leonard Cohen, Discurso de recepción del premio Príncipe de Asturias.

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(En el Colmado). Entra una señora andaluza que quiere agua para la plancha y pide "agua destinada". Luego le dice a Pepi, la dependienta, que tiene "carita de morir y culito de vivir". Cuando Pepi y la dueña del colmado discuten y ésta le grita, la señora andaluza le dice que si le grita "se va a quedar fónica y no le podrá gritar más. ¡Y con lo bien que se grita!", ríe, ya en la puerta. Debe de tener casi ochenta años. ¿En qué empleará su tiempo esta mujer? Y, sobre todo, ¿qué cosas diría, y cómo las diría, de joven?.

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Prédica: a la hora de hacer una crítica intenta que sea como la que te gustaría que te hicieran a tí.
(El intento, claro, no siempre se cumple. A veces depende de tí y de tu sordera. A veces, de la obra criticada: por mucho que acerques la oreja solo escuchas ruido formulario)

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El estanco de mi calle cerrará pronto. Sus pegasellos ya están sin agua, las esponjas secas como piedras.

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Puro teatro: "Coriolano", carlistón, confederado y samurai

Por: | 07 de marzo de 2012

Coriolano (Shakespeare/Alex Rigola), Lliure (10-3-12)

El hombre que fue jueves: Esa cara no se la regalaron

Por: | 07 de marzo de 2012

In memoriam Erland Josephson (8-4-12)

Trampantojo de la Pantoja

Por: | 06 de marzo de 2012

Artículo sobre la serie Mi gitana (6-3-12)

Gramola Galáctica: “Fenicia” (Gato Pérez, 1990)

Por: | 06 de marzo de 2012

Academia Rumbera Esta es la historia de un disco mítico que no llegó a ver la luz y de un cantante muerto que cada día canta mejor: Fenicia y Gato Pérez.

Después de su muerte, los cuervos habituales dijeron que había vuelto a la mala vida, que bebía mucho otra vez y que, claro, le había fallado el corazón, como venía anunciando en una canción célebre. Los cuervos siempre hablan de oídas y nunca tienen puñetera idea de nada: Gato Pérez estaba de nuevo enamorado, iba a ser padre por tercera vez y tenía un nuevo disco en puertas, un disco del que se sentía muy orgulloso.
Lo que tal vez le cuarteó el corazón en los últimos años fueron las puertas que se le cerraban, y los ejecutivos de las discográficas que decían “Esto no es moderno, nen”, y los bolos que escaseaban, y los mismísimos cuervos (o primos de los cuervos, porque esa parentela siempre es amplia) empeñados en repetirle, con las sonrisas gélidas de la noche, que había pasado su momento, y con lo de “su momento” se referían al lejano éxito de Gitanitos y morenos.

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Diamond Flash-posterDiamond Flash, primer largometraje de Carlos Vermut y película underground donde las haya, es una de las producciones españolas que más me han impresionado últimamente: por su empeño, por su arquitectura, por sus diálogos, entre el naturalismo extremo y la estilización helada; por su humor esquinado y su dolor atroz, por su trabajo actoral y por el poso que deja en la memoria.
Su autor, por lo que sé, es un joven dibujante e historietista madrileño, que se dio a conocer como director en 2009 al ganar el gran premio del Jurado de la 7ª edición del Notodofilmfest con su corto Maquetas. Pasma conocer, por su acabado, que Diamond Flash se rodó con el dispositivo de vídeo de una cámara fotográfica y costó tan solo 20.000 euros. Vermut es el guionista, director, cámara y productor: esos 20.000 euros son el dinero que le pagaron por los derechos de merchandising del diseño de personajes de una serie de animación para Carton Network llamada Jelly Jam. Hizo por internet el casting de su formidable elenco, rastreando  en páginas de asociaciones de actores y seleccionando a cinco intérpretes para cada uno de los papeles: de ahí surgieron los nombres, para mí desconocidos, de Ángela Boix, Miquel Insua, Rocío León, Eva Llorach y todos los que intervienen en la película. Presentada en los festivales Abycine 2011 y Sitges del mismo año, obtuvo poco más tarde el premio Rizoma, que garantiza que la película pase a formar parte del catálogo de la distribuidora on-line Filmin y luego se edite en DVD por el sello Cameo. Se proyectó un día en los cine Golem, y de cuando en cuando su autor programa sesiones en Madrid y Barcelona, pero no ha tenido estreno comercial.

Diamond Flash es un alcohol fuerte, que hace pensar en los laberintos de Rivette, en los mundos claustrobóficos de Paulino Viota (otro rey del underground patrio), en el perfume onírico del Judex de Franju. Se puede hablar poco de su trama porque trata, a mi entender, de lo imprevisible en su domesticidad, esto es, de lo subterráneo cotidiano, de lo que pasa a nuestro lado y no puede contarse. Es imprevisible lo que sucede subterráneamente entre el hermano y la hermana de la primera parte de la historia, y las oscuridades que laten bajo las dos parejas femeninas de la segunda, y lo que se esconde bajo el superhéroe masculino que le da título, del mismo modo que hay un mal que lleva gafas de bibliotecaria y frecuenta los bares polinesios de barriada, y ese mal de encarnación femenina tiene por encima a un super-mal del que sólo conoceremos la voz telefónica y, en imagen digna de Lynch, la mano que pinta de rojo (a bulto, sin perfiles) un angelote de yeso, como si fuera una de esas tías segundas que todos tenemos y que vive lejos, en la Vaguada o Sant Andreu, rodeada de tapetitos de ganchillo. La superioridad numérica de las mujeres en Diamond Flash puede hacer creer, a primera vista, que se trata de una película programáticamente feminista o monotemática: una película que trata sobre la mujer, pongamos por caso, como colectivo doliente y maltratado. El tema del maltrato, que Vermut se toma profundamente en serio, está presente, desde luego, pero no de modo maniqueamente genérico, y si no que se lo pregunten al hermano de la farmacéutica de la primera parte, o a la esposa golpeada que cae en manos de la temible adicta a los bares polinesios.
El mal y la ferocidad, pues, adoptan muy diversas formas y se encarnan de un modo aleatorio, aunque sí parece haber un determinismo en su primera parte: la familia como nido de herencias y patrones de los que es muy difícil escapar, alternando los roles de víctimas y verdugos.
Yo diría que el asunto verdaderamente central de Diamond Flash es el de la capacidad de hacer daño. Peor aún: de la necesidad de hacer daño. Da igual que ese daño se ejerza por venganza, por anhelo de justicia, por dinero o por pura y simple patología: el daño es daño por muchas razones que se le echen. Es quizás el tema axial pero, aclaro, no es el único, y precisamente por eso resulta tan apasionante la película: porque tiene muchas capas y muchos tonos, porque es ambigua, porque no parece hecha para ilustrar o defender un único postulado.

 

Diamond Flash no es un plato de mi gusto: es una de las películas más negras, turbadoras y desesperanzadas que he visto. Turbadora porque sus niveles de malestar y violencia (física pero sobre todo psicológica) rozan lo insostenible; negra porque otro de sus temas es la amoralidad de ese mal que ni siquiera se plantea la culpa; desesperanzada porque ninguno de sus personajes parece que vaya a alcanzar la entrevisión de un poco de luz, salvo en un encuentro fugaz o una no menos fugaz remembranza infantil. No abundan las buenas personas en el mundo que retrata, lo que no impide que suframos al ver cuando lo pasan mal y acaban peor, y que sintamos eso prueba que Carlos Vermut sabe muy bien lo que se hace como escritor y como director: si sus personajes fueran planos o de cartón piedra, si no provocaran empatía, si no fueran verídicos, a los diez minutos desconectaríamos de la trama por considerarla embarullada, sobrecargada, o inverosímilmente melodramática. Juegan a su favor, y nos retienen en la butaca, las intensidades del relato, la firmeza de su extraña arquitectura, y la alegría secreta pero manifiesta de sus logros: la felicidad que exhalan sus interpretaciones, sus ganas de contar, su puesta en escena, su proyecto mismo. Recuerdo que sentí algo parecido con una subterranísima película argentina reciente, que tampoco ha conocido distribución comercial: Historias extraordinarias, de Mariano Llinás. Tengo muchas ganas de ver qué nos depara Carlos Vermut en un futuro, aunque su futuro ya es presente y se llama Diamond Flash.

Puro teatro: "Incendis: todos los fuegos/el fuego"

Por: | 01 de marzo de 2012

Incendis, de Wadji Mouawad, montaje de Oriol Broggi (3-3-12)

El hombre que fue jueves: Ayckbourn, por ejemplo

Por: | 01 de marzo de 2012

Ayckbourn, por ejemplo (1-3-12)

Cómicos: Más triste es robar

Por: | 01 de marzo de 2012

El-malvado-carabel



Hace años, cuando la crisis teatral era tan endémica que ni se notaba, los cómicos disponían, mal que bien, de lonjas de contratación que iban algo más allá del tradicional dejarse ver por los estrenos. En Madrid esas lonjas solían ser un café, tres cafeterías y un club: el Gijón, el Teide, Montestoril, Dorín y Oliver. Había más, por supuesto, pero estos eran infaltables.
Al Gijón se iba a “hacer barra”, como los bailarines de ballet, porque en la barra se acodaban los actores y directores de prestigio. El Teide, que estaba a cuatro pasos, era algo así como el plan B, el lugar al que se iba cuando el Gijón estaba muy lleno o muy vacío, y donde solían recalar, recabando el feudo, las gentes del teatro independiente, que pronto encontrarían espacios más modernos y recoletos, como Bocaccio o el pub de Santa Bárbara. Oliver, regentado por Adolfo Marsillach y el cronista Jorge Fiestas, acabó siendo el club farandulero por antonomasia, y su denominación de origen quedó establecida la noche de la legendaria pelea entre la Ponte y la Asquerino, y subrayo lo de “legendaria” porque si toda la gente que me la ha contado hubiera estado allí aquella noche, Oliver habría tenido las dimensiones del Bernabeu.
A mí me lo contó Rafael Azcona, que era hombre fidedigno: “María Asquerino tenía mesa fija en Oliver, como luego la tuvo en Bocaccio, aunque más que mesa era sofá, el sofá que había contra el ventanal. Y una noche entra la Ponte, María Luisa, hecha una furia. Se abalanza sobre ella y le acusa de haberle robado el novio. La Asquerino dice: “Estás loca, cómo se te ocurre, eso es un infundio”. Y la Ponte: “¡Pero si te has tirado a todos los tíos de este café!” En esas, salta Jorge Fiestas con la frase memorable: “¡Mentira, mentira! ¡Estás muy equivocada, María Luisa! ¡Esto no es un café, es un club!”. Pues eso, que Oliver era un club.
A la terraza de Montestoril, en la Gran Vía, solían acudir empresarios y productores.
La cafetería Dorín, que estaba en la calle del Príncipe, junto al Teatro de la Comedia, era harina de otro costal: taburetes de skai rajado, fluorescentes inmisericordes, y una larga barra en la que podías encontrar, a media tarde o casi de madrugada, a punto de cerrar, a muchos actores o actrices a los que creías muertos, a los que no habías vuelto a ver desde los días de Estudio Uno y creías perdidos para siempre tras una polvorienta gira por provincias a mitad de los sesenta. Cómicos viejísimos y cómicos muy jóvenes, desesperados ambos, capaces de lo que fuera por conseguir un bolo, un papelito, un trabajo de extra.

Antes de que cerrara la cafetería Dorín, me encontré en las últimas páginas del ABC un breve texto que parecía haber sido escrito en aquella barra y que, por sus conmovedores acentos, hubiera podido figurar en la gloriosa selección de anuncios por palabras con la que Fernán-Gómez abría el espectáculo con el que se despidió de la escena.

Copio literalmente:

OFERTAS: Ex/actor español, cincuenta años, aparentando menos y excelente persona, necesita un trabajo urgente de taquillero, acomodador, representante, o de lo que sea, en cualquier teatro de Madrid”.

En Barcelona las lonjas de contratación se reducían a cuatro: el café La Luna, en plaza de Cataluña (donde hoy está Caja Madrid), que cerró sus puertas en 1976; tres clubs (Bocaccio, Joanot y el Sot), que circunscribieron su radio de influencia a los últimos sesenta y primeros setenta y, de los ochenta en adelante, el bar Raval, que sigue regentando la imbatible Lucila Aguilera, entre cuyos muchos méritos destaca el haberse emparejado con dos golfos de tanto fuste como Pepe Rubianes y Carles Flavià.

Cambian los tiempos, desaparecen los cafés (o clubs) y cambian los métodos. Los anuncios por palabras, tan habituales en décadas anteriores, han sido poco a poco sustituidos por las ofertas en Internet.
Ahí es donde he encontrado los siguientes textos, prueba evidente de que a) la crisis en el sector actoral está rozando cotas de alta desesperación y, b) la voluntad y el ingenio de los cómicos siguen siendo berroqueños a la hora de buscar alternativas.

El primer texto dice:

“Actor catalán de 48 años, buena presencia, se ofrece para interpretar papeles en la vida real. Si quieres gastar una broma, hacer una gestión, ir acompañada/o a algún evento, dar una sorpresa, hacer algún seguimiento, averiguación o lo que se te ocurra o apetezca, no dudes en contactarme. Me adapto y caracterizo para cualquier situación. Servicio inédito con tarifas anticrisis, por horas, días, semanas, etcétera. Discreción, seriedad, profesionalidad y máxima eficiencia”.


El segundo texto dice:

“Soluciona tus problemas y descarga tensiones con asesoramiento filosófico. El asesoramiento filosófico es una herramienta muy útil para afrontar los problemas y darles solución o alivio. Si tienes problemas necesitas contárselos a alguien que te escuche con la máxima atención y pueda analizar la situación y asesorarte para encontrar el camino adecuado. Cierto es que el simple hecho de explicar un problema a otra persona ya actúa de terapia en sí misma y sus beneficios son automáticos. De todos modos, nosotros tratamos de ir un poco más allá, dirigiéndonos hacia la búsqueda de soluciones a través de la filosofía. El método del asesoramiento filosófico es algo novedosos todavía en España, y nosotros somos pioneros, pero en EEUU ya funciona desde hace muchos años, tanto a nivel de particulares como de medianas y grandes empresas que cuentan muchas de ellas con su propio departamento de asesoramiento filosófico para sus empleados.
Te ofrecemos seriedad, discreción y compromiso. Por sólo 20 euros, que es el precio de una sesión, tu vida puede mejorar de forma radical. Si tienes problemas, no sabes o no tienes a quien contarlos ni cómo resolverlos, en nuestro asesoramiento filosófico puede estar tu solución”.

Sorprende gratamente advertir el módico precio de las sesiones.
Pero lo que más sorprende es que el nombre y el número de teléfono del asesor filosófico coincidan con los del actor dispuesto a ofrecer sus variados servicios.
Este hombre es "un completo", como se decía antaño de los toreros que dominaban las diversas suertes: yo le contrataría en el acto.  

El País

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