Big Time 2: con Sinatra en Madrid (1956)

Por: | 27 de abril de 2012

Dos

Perico Vidal en los años 60Habla Perico Vidal:

Orgullo y pasión
(“The Pride and the Passion”) iba a ser una película enorme, del calibre de Alejandro Magno, de Robert Rossen, que era la anterior superproducción rodada en España. Orgullo era un peliculazo con un gran reparto, con Cary Grant, con Sofía Loren, con Frank Sinatra y con cinco mil extras: medio campesinado castellano pasó por allí. Yo llegué, como te contaba, de la mano de José Luis de la Serna, y conmigo vinieron también Agustín Pastor y Teddy Villalba. El equipo español era muy considerable. Recuerdo ahora también a Gil Parrondo, en la dirección artística, y a Manolo Berenguer, que era ayudante de cámara, y a muchísimos ayudantes de dirección y segundas unidades: Alfonso Acebal, Isidoro Ferry, José María Ochoa… y me dejo un montón. Entré como encargado de casting, pero acabé haciendo de todo. La película nos dio mucho trabajo (en todos los sentidos) porque tuvo una preproducción larguísima, de un año o año y medio. Estaba ambientada en la invasión napoleónica. Los españoles y los ingleses luchaban para conseguir un gran cañón. Por cierto que cuando la rodábamos nadie la llamaba por su título, que nos parecía a todos una memez pomposa. Para todos nosotros era El cañón, la película del cañón. The Big Gun hubiera sido mejor título. Y la verdad es que era un anticipación de Los cañones de Navarone, pero con guerreras y pelucas.

 José Luis de la Serna me dijo que Cary Grant iba a interpretar a un militar inglés. “¿Y Sinatra?”. José Luis se echó a reir. “Sinatra, no te lo pierdas, hace de un joven campesino español que se convierte en guerrillero”. “¿Y la Loren?”. “La Loren hace de Agustina de Aragón, pero en segoviano. Y Cary Grant y Sinatra se enfrentan por su amor”.
O sea, que el verdadero cañón de la película era la Loren, que entonces tenía veintipocos años y era auténticamente descomunal. Según José Luis, United Artists no quería que la Loren fuera la protagonista, y Stanley Kramer, el director, no quería a Sinatra. “Pues sí que empezamos bien”, le dije.
No imaginaba yo que iba a hacerme amigo de Stanley Kramer y amiguísimo de Frank Sinatra. Kramer era una maravillosa persona y un gran productor, pero aquella película le venía grande y en el fondo creo yo que no le interesaba. Lo que a Kramer le iba eran las películas con temática social, con mensaje, como se decía entonces. Un gran tema social y un reparto con grandes nombres, pero sin grandes complicaciones: si lo podía rodar todo en estudio, mejor que mejor. ¿Cuáles fueron sus mayores éxitos? Vencedores o vencidos (1961) y Adivina quien viene esta noche (1967). El nazismo y el racismo. Grandes figuras, una sala de juicios y el comedor de una casa. O sea, que era el director menos adecuado para filmar en la lejana España una historia napoleónica con cinco mil personas empujando un cañón por los montes castellanos.

The_pride_and_the_passion_1957

Luego supe que Kramer le había ofrecido a Ava el papel de la Loren, pero no llegaron a un acuerdo. Y que temía a Sinatra como a la bicha. Eso me lo contó él mismo con mucha gracia. Me dijo que en su anterior película, No serás un extraño, había tenido que lidiar con tres toros bravos: Mitchum, Sinatra y Broderick Crawford. “El primer día de rodaje llegan unos tipos con unas cajas de Courvoisier y preguntan: “¿El camerino de Mitchum?”. Se van y vuelven con unas cajas de vodka: “¿Camerino de Broderick Crawford?”. Más tarde, unas cajas de Jack Daniels. “¿Camerino de Sinatra?” Pensé: menuda película me espera”.
De los tres, contaba Kramer, el más difícil y el más violento era Sinatra, así que cuando llegó a España yo estaba preparado para lo peor. Y hacía bien, porque a Sinatra no le cabían más conflictos en el cuerpo. A la hora de llegar ya echaba pestes de España: “¿Quién encontró este sitio? ¿Un piloto de helicóptero borracho?”.

Detestaba la película, detestaba su papel, y maldecía la hora en que firmó el contrato. Decía que se sentía ridículo con aquella ropa y aquel flequillito, y su acento era la guinda del pastel. Había tomado clases de español con un profesor nativo, decía, un guitarrista de flamenco que había conocido en Hollywood, pero cuando se estrenó la película los críticos le pusieron a caldo y hubo uno que dijo que no había escuchado nada igual desde que Brando hizo Viva Zapata intentando hablar inglés con acento mexicano. Pese a todo, yo creo que hizo un buen trabajo como actor, que luchó contra aquel  miscasting tremendo, y que sacó adelante muy buenas escenas, como también hicieron Grant y la Loren, y que Orgullo y pasión acabó siendo un buen entretenimiento con pasajes épicos que no estaban nada mal. También es cierto que a Kramer se las hizo pasar perras.

  Frank Sinatra en el rodajeA Sinatra había que tratarle con mucha mano izquierda porque era un perro de presa: cuando mordía no soltaba. Eligió dos bestias negras: Franco y Franz Planer. Me contaron que en todas las cartas que enviaba escribía Franco is an asshole en el remite. Yo no vi ninguna de esas cartas, o sea que no sé si es una leyenda, pero me lo puedo creer, porque era un demócrata de pura cepa, y antifranquista hasta la médula, y tener que ver la cara de Franco por todas partes le provocaba una repulsión casi física, cosa que yo entendía pero que muy bien.
Lo de Franz Planer era parecido pero más alambicado y, desde luego, sin motivo alguno. No solo era un tipo excelente sino también un operador soberbio. Había trabajado con Max Ophuls en Carta de una desconocida. Había hecho El ídolo de barro con Mark Robson. Y Muerte de un viajante con Lazslo Benedek. Y Vacaciones en Roma con William Wyler. Pero Planer era alemán, y para Sinatra todos los alemanes eran nazis. Excepto los alemanes americanos, como su amigo Jimmy Van Heusen. Se pasó el rodaje exagerando el acento del pobre Planer, como si imitara a Von Stroheim. “Frrrrrranz…”. Quizás, para él, Franz y Franco sonaban por un estilo.   

Y luego, claro, estaba su historia con Ava Gardner, que no hacía más fáciles las cosas. Sinatra apareció con Peggy Connelly y se alojaron en el Hilton. Más corta que el día de Navidad, pero un tiro de chica, impresionante. 24 años, alta, morena, ojos verdísimos. La conocía de un show de Las Vegas y se la trajo para darle celos a Ava. No llamó a Ava cuando llegó a Madrid y ella no quiso ni verle cuando supo que estaba en el Hilton con la Connolly, así que tampoco empezó eso con buen pie. Luego él envió a la Connelly de vuelta a Las Vegas, y Ava y él se reconciliaron, ya contaré como, y él fue a La Bruja, que era la casa de Ava en La Moraleja, y luego volvieron a pelearse, y así una y otra vez, porque yo ya perdí la cuenta o dejó de interesarme. Su relación con Ava era una mezcla de amor y odio constante. Como un barómetro loco: calor, frío, calor, frío, de un día para otro, incluso de una hora para otra. En el departamento de props, de utilería, del rodaje trabajaba Jack Cole, que estaba casado con Bappie, la hermana de Ava, y yo creo que era el informador, el que le pasaba a Ava los partes de lo que Sinatra hacía o dejaba de hacer. Feísima, por cierto, la tal Bappie. Era rubia, pero con unas gafas de culo de botella. Todo lo que Ava tenía de preciosa lo tenía Bappie de fea.

Sinatra y yo conectamos, para mi gran sorpresa, desde la primera noche que le acompañé, diría yo que en la primavera de 1956. Pasó como con Welles: el hecho de hablar inglés ayudó mucho, pero todavía más que me gustara el cine, la música, la bebida y la juerga, y que me conociera sus canciones y sus películas como pocos. Para Sinatra, cuando acababa el rodaje empezaba la vida. Lo que más le gustaba era follar y la noche, en este orden. Era un enorme profesional, siempre empeñado en hacerlo mejor que nadie, pero cantar y actuar estaban en el tercer y cuarto puesto. Todavía no había comenzado el rodaje, pero en vista de como pintaba me dijeron: “Tú que sabes inglés, paséale por todo Madrid, a ver si se orea un poco y se le va esa mala leche que trae. A él y a la rubia, claro”, así que les llevé de copas y a cenar a Jockey y luego a Zambra, que estaba muy cerca de la Castellana.
Sinatra había estado en Zambra a poco de llegar, con Carmen Sevilla y los Carrere, Fernando y Diana. Fernando era mexicano y se encargaba de la dirección artística de la película; luego volvió a trabajar con Kramer en La hora final e hizo mucho cine y muy bueno con Blake Edwards: hizo, que yo recuerde ahora, La pantera rosa, La carrera del siglo y El guateque.
Salíamos de Zambra cuando Sinatra me dijo que solo dormía tres horas cada noche. Me quedé pasmado, porque a mí me pasaba lo mismo. “Eso es estupendo ¿verdad?”, me dijo, “porque así tenemos 21 horas para hacer más cosas”. También nos unió, desde luego, la pasión por el jazz. Antes de que llegara, yo había organizado, para el Hot Club de Madrid, un concierto de Lionel Hampton en el Carlos III, el cine de Gran Vía, que fue todo un acontecimiento. Iba como loco, porque tenía que ocuparme de Sinatra pero también de Hamp, al que conocía bien desde los conciertos en el Windsor de Barcelona y las farras que siguieron.

Lionel Hampton 2Hamp estaba alojado en el Savoy. Por la mañana acompañé a un amigo, Barrera, un periodista de Triunfo, que no sabía inglés. Barrera era un buen cronista de espectáculos pero tampoco tenía ni idea de jazz, y no se le ocurre otra cosa que preguntarle: “¿Le gusta a usted Bach?”. La respuesta de Hamp fue antológica y cargada de razón: “It was a real swinging cat”. Por la tarde tenía que ir al Carlos III para el ajuste de sonido con la banda y luego ir a buscar a Sinatra para asistir al segundo pase, a eso de las diez y media. Xavier Cugat, que actuaba con Abbe Lane en el Florida Park, le había invitado, pero Sinatra optó por Lionel Hampton sin dudarlo un momento. Y Cugat, que era muy zorro y lo llevaba todo a su terreno, dijo luego en una entrevista que su actuación había sido tal éxito que ni siquiera Sinatra había conseguido entrar.

Esa noche, en el Carlos III, Sinatra se sintió como en casa, e incluso aceptó la invitación de Hamp para subir al escenario y cantar una canción, cosa que, me dijo luego, hacía muy raramente. El cine estaba lleno de americanos, sobre todo militares de Torrejón, que al reconocerle se pusieron a aplaudir y a gritar como locos. Sinatra subió, dijo “I haven’t been on stage since some italian” y cantó All of me. Al acabar la actuación siguió la fiesta, porque Hamp hizo lo de siempre: seleccionó a los mejores músicos para hacer una jam. No, Sinatra no volvió a cantar aquella noche: se dedicó a beber y a disfrutar de la música y luego a charlar con Hamp y con los músicos.

Al acabar no quería volver al rodaje. Nunca quería volver al rodaje. Pero, claro, tenía que rodar. Mi trabajo consistía en hacer que se olvidara del rodaje al acabar, sacarle de allí y ponerle de buen humor, y recorrer Madrid y limpiarle el alma, por así decirlo, y luego conseguir que volviera, y ninguna de las dos cosas era trabajo fácil. Pero pese a sus abruptos e impredecibles cambios de humor era un gran tipo y yo lo pasaba muy bien a su lado. Lo peor era cuando no podíamos escaparnos a Madrid. Los días en que el rodaje empezaba a primerísima hora de la mañana teníamos que quedarnos en el hotel, en el Felipe II, en el Escorial. Entonces comenzábamos a beber en el bar del hotel a las siete de la tarde, y un par de horas más tarde ya estábamos deseando pegarle fuego a todo. Una de aquellas noches nos dio por lanzar sillas contra un retrato de Franco que estaba bastante alto. Los del hotel iban de un lado a otro llevándose las manos a la cabeza y diciendo que acabaríamos todos en la cárcel. La primera noche fue Sinatra el que propuso la competición. La segunda fui yo. Esa otra noche estaba especialmente venado porque Gloria DeHaven se me había escapado viva. Gloria, una belleza, era la hermana de Carter DeHaven Jr., el supervisor de todos los assistants. La había conocido en Cannes el año anterior y la tuve muy a tiro cuando comenzó a hablarme pestes de su marido, que ahora no recuerdo quien era pero me parece que no era del mundo del cine. Aquella noche en el Felipe II me la vuelvo a encontrar, volvemos a hablar, y cuando parecía que ya estaba a punto de caramelo aparece el jodido de Carter y se me la lleva a Madrid. Cogí una botella y Sinatra se apuntó en seguida. Bebimos como fieras y antes de darme cuenta ya estaba yo lanzando sillas. Estábamos tan borrachos que aquella noche no le dimos ni al marco.

Sinatra y Ava Gardner en Madrid

Mi mejor recuerdo de Sinatra en Madrid es la noche del visón blanco, mediado el rodaje. En el bar del hotel, al fondo, había un piano. Sinatra, que aquella noche la había pillado melancólica, se sienta, comienza a tocar y a tararear una canción. Me pide que le acerque el teléfono. “Pedro, gimme that phone, please”. El cable del teléfono llegó de milagro hasta el piano. Pidió entonces una conferencia con Madrid, cosa muy latosa en aquella época: se tardaba menos en llegar de El Escorial a Madrid en coche que en conseguir la conferencia. Esa vez hubo suerte y se la dieron casi en seguida. Sinatra solo dijo “Hey, honey” y todos los que estábamos allí nos dimos cuenta de que había llamado a Ava. Entonces comenzó a cantar, en voz muy baja, mucho, mucho rato, como si estuvieran los dos solos en el mundo, y cuando digo mucho rato quiero decir al menos dos horas, una barbaridad, cantando y bebiendo vaso tras vaso. Los que estaban allí se fueron yendo, por timidez o por cansancio, no sé, aunque era un espectáculo increíble, maravilloso, poder estar estar allí escuchando aquello, y solo nos quedamos tres o cuatro haciendo como que estábamos a nuestras cosas pero sin quitarle ojo ni oído. Recuerdo que a mi lado estaba Enrique Herreros y casi se le caía la baba. Y entonces pasó lo inimaginable: apareció Ava. “Apareció” es un término muy adecuado, porque se había vestido para matar: un abrigo de visón blanco. Enrique me susurró: “¿Esto es una película o está pasando de verdad?”. Enrique aseguraba luego que Ava no llevaba nada debajo o que llevaba solo el camisón, o sea, que había saltado de la cama al coche. Yo no me percaté de si llevaba o no llevaba nada, y no por falta de ganas: estaba obnubilado. Sinatra ni se dio cuenta de que Ava estaba allí: seguía cantando con la cabeza baja, pegada al teléfono. Entonces ella llegó hasta él, le abrazó la espalda, colgó el teléfono, le tomó de la mano y se lo llevó, sin decir palabra, y desaparecieron escaleras arriba. Enrique me dijo: “Éste mañana no rueda”. Llamamos a la puerta de Stanley Goldsmith, el jefe de producción, para explicarle la cosa y decirle que igual había que cambiar el plan de rodaje, y no me equivocaba, porque Sinatra no apareció a la mañana siguiente, y cuando asomó los de maquillaje tuvieron que emplearse a fondo porque tenía la cara llena de arañazos. Esas fueron algunas de las cosas que pasaron en el rodaje de Orgullo y pasión.

Próximo capítulo: Con Sinatra en Hollywood

Hay 9 Comentarios

mi madre es la niña que sale en esta pelicula encima del tanque ,que buenos recuerdos

Marcos fui amigo casi hijo de Perico muchos años. Creo que Alana te hablo de mi. Pedro fue una de las personas mas extraordinarias que he conocido. Me gustaría que vinieras un día a mi restaurante y hablarte de mis vivencias con el. El restaurante se llama Shandrani y esta en Paracuellos. www.shandrani

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muy buena...y divertida historia...

Gracias, Iñaki!

Esta serie es genial!!!

Gracias, amigo. Para eso estamos.

Simplemente a-c-o-j-o-n-a-n-t-e. Qué maravilla de historia. Lo tiene todo, amor y humor. Lo mejorcito que hay en este mundo. Eso lo sabe cualquiera, pero pocos lo usan como se debe, verdad? Gracias, Marcos y Perico.

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Marcos Ordóñez

Marcos Ordóñez. Escritor, periodista, profesor. Cada sábado escribe en Babelia la sección PURO TEATRO y, cada jueves, en Cultura, EL HOMBRE QUE FUE JUEVES. Intento escribir sobre lo que me da vida. Ultimos libros publicados: Turismo interior (Lumen, 2010), Telón de fondo (El Aleph, 2011), Un jardín abandonado por los pájaros (El Aleph,2013).

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