Me habían dicho: “No te pierdas esa función. Ahí hay una autora. Y una directora”. Fui al TNC. La función se llama La sombra a mi lado (“L’ombra al meu costat”); la autora y directora se llama Marilia Samper. Las representaciones acaban el próximo domingo, pero si escribo esto es para dar cuenta del doble descubrimiento (descubrimiento para mí, se entiende: el año pasado estrenó F3dra Pleasure and Pain en la sala Beckett y Dos punkis y un vespino, coescrita con Llàtzer Garcia, en Teatre Gaudí) y porque creo que La sombra a mi lado debe verse en el resto de España.
Leo en el dossier que Marilia Samper nació en Brasil, en 1974. Infancia nómada: Salvador de Bahía, Bagdad, Zaragoza, México, Guatemala. Llega a Gijón a los doce años; a los catorce, la familia se instala en Sevilla. Allí pasa la adolescencia y entra en el mundo del teatro. Estudia interpretación y trabaja con varias compañías sevillanas: Viento del Sur, La Matrona, Centro Andaluz de Teatro. En 2001 se traslada a Barcelona, estudia dirección y dramaturgia en el Instituto del Teatro y trabaja como regidora y encargada de giras. Entretanto, escribe: 405 (2001), Menú del día (2002), Un verdadero cowboy (2006), entre otras. Una sombra a mi lado es un encargo del T6, la espléndida iniciativa del Teatre Nacional de Catalunya, que en su sexto año contabiliza 27 nuevos autores con 33 espectáculos estrenados: los dramaturgos dirigen sus propios textos y cuentan con una compañía titular del TNC, que cambia cada temporada. Marilia Samper escribe sus textos en castellano; en esta ocasión Marc Artigau se ha encargado de la versión catalana.
La historia: desaparece una muchacha. De la noche a la mañana, un mundo se viene abajo. Mejor dicho: de la mañana a la noche. Por la mañana hay sol, amor risas. Unos padres todavía jóvenes (Cristina Plazas, Álex Casanovas) que siguen queriéndose como el primer día, que se adoran y adoran a su hija, Alba (Anna Moliner), el único personaje del drama que tiene nombre. Por la noche, Alba acude a una fiesta con sus amigos, no lejos de casa, y desaparece en el bosque.
“No quería escribir un thriller”, dice la autora, “sino una historia sobre unos personajes que han de afrontar una pérdida. Una historia que se convirtió en tres. En la primera, una pareja se destruye por la desaparición de su hija. En la segunda, un padre y un hijo viven en el abismo que ha creado la ausencia de la madre. En la tercera, una pareja de ancianos temen la pérdida del otro a medida que sus días se acortan”.
Tres historias, pues. Entrelazadas. La primera se instala súbitamente en el dolor extremo, y nosotros también: Marilia Samper va a mostrarnos cómo se vive en el corazón del dolor, de la ausencia, y el avance de esa carcoma imparable. Cristina Plazas está extraordinaria en un rol terrible: la mujer electrificada por la angustia, la madre que se niega a aceptar la muerte de su hija, que no quiere ni puede seguir viviendo como hasta entonces, y eso acaba convirtiéndola en un monstruo obsesivo que destruye todo lo que está a su alrededor, incapaz de permitirse reposar en un instante de amor, porque dejar de sufrir equivaldría a dejar de pensar en su hija, a traicionarla. Àlex Casanovas tiene un rol todavía más difícil. Ella es el motor de la acción, la dinamo continua, agotadora, pero él es el hombre que intenta, en vano, detenerla, que recibe sus accesos de ira, que es todo impotencia: ha perdido a su hija y está perdiendo a su mujer, su amor no logra llegar hasta ella. Al menos su mujer tiene esa obsesión, esa furia absoluta; él no tiene nada, cada día que pasa tiene menos, y no ha de ser fácil para un actor trabajar desde la opacidad, desde el dolor sordo, desde los silencios.
El silencio se ha hecho absoluto, omnipresente, apenas roto por frases secas y respuestas monosilábicas, en la segunda historia, en la segunda casa. La segunda casa está muy cerca de la primera, en la misma urbanización, y sus habitantes acabarán habitando en el mismo bosque emocional: en un sencillo y eficacísimo dispositivo escenográfico de Enric Planas, las paredes desaparecen a media función y las columnas de madera se convierten en árboles, en esqueletos de árboles.
En la segunda casa viven un padre y un hijo (David Vert y Òscar Castellví, óptimos), un muchacho de la edad de Alba, a quien conocía y amaba en secreto. Un padre ensombrecido por la ausencia de su esposa; un hijo que sufre por partida doble: la falta de la madre, el desnortamiento y la amargura del padre. Un padre y un hijo que, además, se convertirán a nuestros ojos en instantáneos sospechosos de la desaparición de la muchacha.
En la tercera casa viven dos ancianos (Oriol Genís, Àngels Poch). En esa casa habita y perdura el amor, porque esa pareja lleva incontables años amándose y su cotidianeidad está hecha de caricias, de bromas, de recuerdos compartidos, pero también hay una sombra oscura: el hombre vive obsesionado por el terror a perder a la compañera de su vida, que celebra cada día porque sabe que bien pudiera ser el último.
Alba viaja de una casa a otra: aparece en los sueños de los protagonistas, les observa, habla con ellos, canta una y otra vez la misma canción y sigue caminando por la oscuridad de ese bosque infinito, como la muchacha fantasma de Moonlight, de Pinter.
Hay un octavo personaje: el extranjero, el vagabundo que habita en el bosque, el hombre que llegó de muy lejos, y lejos dejó nombre, historia y familia. Advertí plenamente la potencia de Marilia Samper como autora y directora al ver la escena en la que la madre enloquecida abre sus puertas al extranjero. Esa es, para mí, la escena central, el corazón de la obra y el corazón del bosque. La madre acoge por unos instantes al extranjero, golpeado por la gente del lugar, convertido en el previsible chivo expiatorio, y cura sus heridas, y le viste con las ropas del esposo. Antes he mencionado Moonlight. Esta escena está muy cerca, en mi memoria, de otra pieza de Pinter, Un ligero dolor, donde otra esposa abre sus puertas a un enigmático cerillero mudo. Pero el dolor no es ligero en el pasaje de Samper: pese al acto de piedad (mejor: de hermandad) de la madre comprendemos que su pesar seguirá intacto, diamantino, con todo el helor y el filo del diamante, y que no va a recuperarse porque su dolor la hace irrecuperable: ha elegido la vida invivible.
Me parecen muy notables la escritura y la dirección de esa escena: fue el momento en el que entré plenamente en el círculo, en el brocal del pozo de la obra. Albert Prat, actor y también director, al que solo había visto en Todo, de Spregelburd, interpreta al extranjero de un modo purísimo, inmejorable.
Se suele percibir la calidad y la fuerza de un autor por su manejo de los tonos. Me gustan mucho casi todos los tonos de La sombra a mi lado, y que Samper mencione Happiness is a Warm Gun, de Lennon, como una influencia seminal: “Es una de mis canciones favoritas”, dice, “porque tiene una estructura muy cambiante: comienza como una balada y poco a poco se vuelve oscura, aunque al final acaba pareciendo un vals. No sé de qué manera exactamente, pero esa canción me dio la clave para escribir esta obra”.
He puesto un “casi” a los tonos de la función. No me convence la dirección de las escenas de los viejos, a los que, para empezar, Samper llama “el viejecito” y “la viejecita” en el reparto. Nunca he conocido “viejecitos”, salvo en los cuentos y en las comedias de Pemán. Ese peso del diminutivo se advierte en la línea de dirección de Samper: Oriol Genís y Àngels Poch se deslizan una y otra vez hacia esa mermelada tan pringosa llamada “lo entrañable”. Y no les hace ninguna falta, porque son excelentes actores y porque el texto es muy hermoso, una gran historia de amor. Cuanto más neutro, más poderoso.
También me parece que hay un exceso trágico en el texto que roza la inverosimilitud y que no puedo revelar aquí. Es cierto que ese exceso trágico conduce a un gran golpe de teatro, en el mejor sentido de la expresión, pero podría limarse: la autora y el espectador sabrán a qué me refiero. Bernat Puigtobella, en el prólogo a la edición del texto, compara la potencia dramática de esa escena a la resurrección de Hermione en Cuento de invierno. No me parece una comparación desaforada : es uno de los momentos más conmovedores del teatro reciente.
Y me gusta muchísimo ese acorde final a favor de la vida.
Como dice ella: “quería escribir sobre la pérdida y he acabado escribiendo una historia de amor”.
Hay 4 Comentarios
¡Estupendo!
Gracias de nuevo
Publicado por: Marcos Ordóñez | 24/05/2012 11:57:03
Es guitarrista sevillano tocó con Silvio, Kiko Veneno , Pata negra.... es un primer disco en solitario pero tiene mucha mili y hay de todo, rock, surf, alguna versión, mucha música muy sólido.
Publicado por: fb | 24/05/2012 11:29:01
Gracias! No me suena ¿quien es?
Publicado por: Marcos Ordóñez | 24/05/2012 11:06:35
Es fuera de tema , te paso un disco que creo te gustara,, del guitarrista, Andrés "Pájaro" Herrera.
http://pjaro.bandcamp.com/
le das al play y van sonando todas
Publicado por: fb | 24/05/2012 10:57:44