Habla Perico Vidal:
Nancy Barbato y Sinatra llevaban varios años divorciados, pero no lo parecía. Seguían siendo muy buenos amigos, al menos aquella noche. Fue una cena a la italiana, con vino tinto y spaghetti con albóndigas. Los biógrafos dirán lo que quieran: yo noté mucho amor en aquella casa. Vale, Sinatra tenía diez mil novias y cada noche se acostaba con una distinta, eso lo sabía medio mundo, pero su familia era su familia. El pequeño Frank y Tina tendrían diez o doce años entonces, y Nancy, la mayor, alrededor de dieciocho. Fue una velada muy tranquila, muy convencional. Me preguntaron por España, conté historias, Sinatra contó historias que pudieran escuchar los críos, comimos, bebimos y ya eso fue todo.
En el coche, de vuelta, comenzó a hablarme de su padre. Se llamaba Marty. Siciliano, por supuesto. Había sido boxeador. Un hombre lacónico, que apenas hablaba con él ni con nadie. Todos decían que en aquella familia la que mandaba era la madre, Dolly, pero Marty también tenía lo suyo.
Cuando Sinatra era adolescente vendía periódicos para tener algo de pocket money. Con aquel dinero se compró un traje, su primer traje. En el barrio había un poli irlandés llamado O’Reilly que vio a Sinatra con aquel traje y fue a por él, convencido de que lo había robado. Se le echó encima, forcejearon, y le rasgó la chaqueta. Cuando volvio a casa, su padre le dijo: “Tu primer traje y lo rompes, eres un desastre, no harás nada en la vida”. Él no quiso contarle lo que le había hecho O’Reilly porque le dio vergüenza. Pero unos días después alguien le contó a su padre la verdad, y Marty esperó a que O’Reilly estuviera de paisano y le dio una paliza descomunal.
“En el fondo éramos muy parecidos”, me dijo Sinatra. “Yo no le dije nada y él tampoco quiso decirme que machacó a O’Reilly por lo que me había hecho. Mi madre me contó esa historia tiempo después”.
¿Violento? Claro que era violento. Podía pasar de la sonrisa más encantadora al ataque de furia. Yo eso ya lo había visto en España. Tenía arrebatos, como un crío, y amores absolutos y odios absolutos. Mitch Miller, el clarinetista, era uno de esos odios absolutos. No se podía pronunciar ese nombre en su presencia y te diré por qué. No le odiaba por clarinetista sino por lo que le hizo siendo productor.
Sinatra tenía un gran amigo en la Columbia, su anterior casa de discos: Manny Sachs. Y alguien reemplazó a Manny Sacks por Mitch Miller, y Miller quiso cambiar su estilo para relanzar su carrera, porque en aquella época, te hablo de finales de los cuarenta, su carrera estaba en el momento más bajo. Miller fue el hombre que puso violines en aquel disco de Charlie Parker, que le sentaban como a un Cristo dos pistolas. Una orquesta de cuerda entera le metió. Vendió más discos, pero no era él. Parecía Parker tocando en una habitación donde se hubieran dejado la radio puesta.
Con Sinatra fue peor, porque ni siquiera vendió más discos. Mitch Miller le obligó a grabar una canción de la que Sinatra se avergonzó siempre: se llamaba Mama will bark, “Mamá ladrará”, que tiene cojones el título, y en el disco le acompañaban una rubia llamada Dagmar, una pechugona de la que nunca más se supo, y un coro de perros. Terrier, creo. Pusieron los perros porque él se negó a ladrar. ¿Sabes qué metió Miller en la cara B? I'm a fool to want you, mira si era idiota. Tiene ese pedazo de canción y lo pone en la cara B, eso ya te lo dice todo. Y luego acabó echándole de la discográfica porque no vendía lo suficiente.
¿Sabes qué hizo Sinatra entonces? Aprender a cantar de nuevo. Aprender a cantar mejor que nadie. No le regalaron nada. Me contó lo que hacía cuando entró en Capitol Records, donde grabaría sus mejores discos. Hacía ejercicios para ensanchar los pulmones. Quería conseguir, me dijo, algo parecido a lo que le había visto hacer a Tommy Dorsey, que tocaba el trombón y usaba la comisura izquierda para tomar aire. Me lo explicó, pero no entendí muy bien su sistema. Lo que entendí muy bien es que escuchaba una y otra vez los discos de Billie Holiday, y no se perdía una actuación suya. Billie Holiday era lo mejor de lo mejor para él, su mayor influencia. Quería cantar como cantaba ella.
Y luego corría todas las mañanas para mejorar su ritmo. Y atravesaba la piscina bajo el agua repitiéndose las letras para ver hasta donde aguantaba. Claro que seguía bebiendo y fumando como un condenado, pero eso no parecía afectarle la voz, era un misterio. Jack Daniel’s y Camel. Sin filtro. Nada más, al menos durante la época que yo le traté. Muchos músicos fumaban entonces hash o hierba, casi todos los que yo conocí. Nunca vi a Sinatra con un porro en la mano. Ni coca. Bourbon, todo el que quieras y más. Tenía un letrero en su casa, sobre la barra del bar, que decía Don’t think, drink. Pero no era un alcohólico. No lo era entonces y no lo era diez años después, cuando vino a mi boda en el Caesar’s Palace.
Sinatra no era un hombre tranquilo, salvo en el escenario. Llevaba dentro una tensión muy grande. Siempre estaba alerta. Quería ser el mejor en su oficio, siempre. En todos sus oficios: en la música y en el cine. Si hubiera sido cerrajero, habría luchado para ser el mejor cerrajero del mundo. Conocí a otro hombre que se le parecía mucho: Yves Montand. Nunca descansaba. Siempre andaba como desvelado, siempre metido en algo, siempre pensando en lo siguiente, la siguiente película, el siguiente tour de chant. Yo creo que Sinatra era uno de los modelos de Montand, por lo menos en la música.
Ava Gardner me contó la noche en que Sinatra recibió el telegrama diciendo que le habían dado el papel del soldado Maggio en De aquí a la eternidad. Ella había conseguido que le hicieran una prueba en la Columbia, suplicándole al cabrón de Harry Cohn, y él la había pasado. Cuando llegó el telegrama no podía parar quieto. Caminaba de un lado a otro de la habitación, repitiendo I’m gonna fuck them all, I’m gonna really fuck them all. Y realmente los jodió vivos a todos, porque subió más alto que lo que había subido nunca.
En el escenario, como te decía, desaparecían todas sus tensiones. Eso lo vi en Madrid, cuando salió a actuar con Lionel Hampton. Una tranquilidad absoluta. He conocido a muchos artistas y muchos músicos. Sinatra no tenía track. Es el único al que nunca le vi con track antes de salir a escena. Naturalidad completa. Y eso no se consigue ni con alcohol ni con pastillas. Eso viene de dentro.
Estaba tenso cuando preparaba algo porque siempre estaba atento a todos los detalles. Le vi grabar una sesión en Capitol, con Nelson Riddle, y era como si tuviera veinte radares moviéndose al mismo tiempo, en todas direcciones. No se le escapaba nada, yo creo que pillaba hasta los ultrasonidos. Hacía más indicaciones a los músicos que el propio Riddle, que era el director de la banda y de la grabación. Era la primera vez que veía a Sinatra trabajando, realmente trabajando: “Ahora entra la flauta aquí… aquí tendría que oirse más claro el piano…” Allí estaba la tensión, en el making, y desaparecía cuando comenzaba a cantar. Le gustaba llevar siempre al estudio a un pequeño grupo de gente. Necesitaba ese público para notar las vibraciones, decía. Yo le servía el Jack Daniel’s y le encendía los cigarrillos, y él cantaba con el cigarrillo en la boca, el cabrón.
¿Puedo decir una herejía y ponerme una pequeña medalla? La herejía es esta: a mí no me convencía Nelson Riddle. Sé que era un enorme músico, pero no me vuelven loco los discos que hizo con él. Y te diré por qué: porque a mí me gustaban más los swingin’ moods que los lonely sides. Es un gusto personal. Me gustaba mucho más lo que hizo con Billy May. El Sinatra más rítmico, el bailable. Para mí, Billy May fue su mejor arreglista en Capitol. Cuatro o cinco años más tarde hizo un gran disco con Riddle, Sinatra’s Swingin’ Session, y se lo dije: “¡Por fin! Fantástico, fantástico, Francis”.
¿Sabes qué me dijo? Que le había pedido a Riddle que acelerase el tempo de todos los temas. Bueno, y ahora viene la medallita: Basie. Desde luego no hacía falta que se lo dijera yo, Sinatra era de oreja absoluta, pero escuchábamos un disco de Count Basie en su casa y dije: "It’s your man", y él se quedó muy quieto y muy serio escuchando, y asintió. Y luego veo que hace un par de discos con él, y las grandes actuaciones en el Sand’s, que yo creo que es de lo mejor que Sinatra hizo en su vida. Bueno, esto puede que quede tonto. Quítalo si quieres, pero así fue. ¿Te acuerdas cuando en Sinatra at the Sands presenta una canción diciendo “At the right tempo”? No había chulería en esa frase. Había felicidad. Porque era cierto. Era exacto.